Capítulo 13: Mascotas y secretos


Por primera vez, Minato no se atrevía a mirar hacia el conductor del vehículo. Permanecía sentado de copiloto, con la vista perdida en la ventanilla y en la gente que caminaba por las aceras, en el tráfico o las casas por las que pasaban, con las manos sudorosas y apretando sus dedos con cierto temor. Aquello no pasó desapercibido para Madara, quien había puesto la radio para intentar amenizar el camino al ver que Minato no estaba por la labor de hablar mucho.

- No va a pasar nada – le aseguró Madara – tranquilízate, es de completa confianza de mi familia, él no hará público tu secreto.

Minato se giró hacia el moreno al sentir cómo éste posaba su mano sobre su puño y con dulzura, le instaba con las caricias de sus dedos a que la abriera. Un segundo duró su sonrisa, esa sonrisa que demostraba una gran dulzura y agradecimiento por sus palabras de ánimo.

Madara aparcó el vehículo en el parking de fuera y le acompañó al interior del edificio, dando su nombre y apellido en recepción e indicando que tenía una cita para unas pruebas. Tras firmar, la mujer les indicó a los dos jóvenes que esperasen un poco en la sala hasta que la visita anterior saliera de la consulta.

En aquel instante, sentados en la sala de espera y viendo cómo Minato movía nervioso la pierna, Madara volvió a apoyar su mano sobre la suya, intentando así animar al chico mientras le sonreía con dulzura.

- ¿Entrarás conmigo? – preguntó Minato.

- Si es lo que quieres, puedo entrar.

- Lo prefiero – comentó finalmente el rubio.

La tensión se incrementó cuando los azules ojos de Minato se fijaron en la figura de aquel hombre que salía de la consulta despidiéndose del doctor. Tras cerrar la puerta y firmar las recetas que la secretaria le había dejado en la mesa, se marchó del lugar y la secretaria les comentó a ambos que ya podían pasar a ver al médico. Fue Madara el primero en levantarse y ayudar a Minato a incorporarse. Los dos entraron por la consulta.

***

Tumbado en aquella camilla mientras escuchaba el ruido de la máquina de resonancia magnética, Minato pensaba en que no era un médico cualquiera al que Madara le había llevado. Por alguna razón, confiaba en él y no le había hecho sentirse extraño ya desde el inicio, simplemente, trataba de entender lo que estaba ocurriendo igual que él también trataba de entender su propio cuerpo. Quizá era una buena oportunidad para poder entender exactamente lo que estaba ocurriendo en su interior y el motivo por el que podía concebir hijos.

Podía escuchar la voz del médico por los cascos que le habían puesto y alguna vez, hasta Madara le hablaba para calmarle, algo que le hacía sonreír pese a que le habían dicho que no se moviera en absoluto, sin embargo, tras veinte minutos en la misma situación, le era imposible simplemente no sonreír cuando escuchaba la voz de ese chico.

Tras hora y media de pruebas, cuando volvió a la consulta del médico para revisarlas, el médico observó con asombro que aquellos hermanos no le habían mentido, podía ver el útero, perfectamente conectado y con secuelas de haber tenido un embarazo recientemente. Aún miraba las placas cuando se recolocó mejor las gafas y se centró en el chico que esperaba una respuesta.

- ¿Hace cuánto tuviste al niño? – preguntó.

- Nueve meses – le comentó Minato - ¿Ocurre algo?

- No, en absoluto, la involución uterina está perfecta, ha vuelto completamente a su tamaño. Me sorprende que haya ido tan bien teniendo en cuenta que nos encontramos ante un caso único donde el cuerpo masculino no está adaptado a esto.

- Bueno... aún me queda alguna estría por el embarazo – comentó Minato levantándose ligeramente la camiseta.

- Sí, lo he visto – le sonrió el médico.

- Lamento ser un caso tan extraño.

- En absoluto, es algo fascinante. Me alegra poder llevar tu caso. Investigaré a fondo este asunto, por ahora te recetaré unos parches anticonceptivos, siempre será mejor que la píldora del día después y no debería molestarte en absoluto. Porque... imagino que no querrás más hijos por ahora – sonrió el médico.

- No, no por ahora – sonrió Minato.

El médico empezó a escribir las recetas necesarias para los siguientes meses, aunque también le comentó que pidiera una cita para el mes siguiente y poder seguir estudiando su caso más a fondo.

Minato suspiró más tranquilo una vez estuvo fuera de la consulta. Era la primera vez que se sentía comprendido, tanto por los Uchiha, como por el médico. No le habían tratado como un loco, no le habían abandonado a su suerte, sino que seguían allí apoyándole y eso era algo que le conmovía y le alegraba.

- Gracias – le comentó Minato.

- No hay por qué darlas. Nos importas Minato y no íbamos a dejarte solo con todo esto.

- Sois de los pocos que no me habéis dado la espalda cuando se enteran de mi problema – sonrió con cierta tristeza – hasta mi familia me dio la espalda, tan sólo Kakashi y Rin permanecieron a mi lado cuando todo en mi vida empezaba a derrumbarse.

- Nosotros no te dejaremos – le sonrió Madara – vamos a casa, seguro que Izuna querrá saber lo que ha dicho el médico y las pruebas que te han hecho. Seguro que está ya por salir de clase – comentó mirando el reloj.

De vuelta en el coche, ambos finalmente consiguieron mantener una conversación más fluida, sin los nervios de aquella mañana, sin que Minato estuviera ausente, sino todo lo contrario, más animado y activo, con una sonrisa en su rostro y sin poder creerse que por fin un médico le hubiera creído para hacerle esas pruebas, verificarlo y darle las recetas que necesitaba. Hablaba con Madara sobre el asunto, cuando al pasar cerca de un parque de las afueras de la ciudad, Minato pegó tal grito para que se detuviera, que Madara pisó el freno de golpe haciendo que sus cuerpos se echasen hacia delante y el cinturón de seguridad les retuviera en sus asientos.

- ¿Pero qué...? - intentó hablar Madara.

Aún no había conseguido acabar la frase cuando observó a Minato quitarse el cinturón de seguridad y salir del coche corriendo. Al ver Madara por el retrovisor que otro coche se acercaba a cierta velocidad, abrió la puerta de inmediato quitándose el cinturón y le dio el alto evitando que atropellasen a un Minato que cruzaba en ese momento por delante de su coche en busca de algo.

El ruido del frenazo fue lo único que se escuchó, dejando el morro del coche a escasos centímetros de las piernas de Madara. Suspiró frustrado, apoyando las manos en el capó de aquel vehículo mientras veía cómo el conductor bajaba asustado por la forma en que casi atropellaba a esos dos chicos que parecían haberse vuelto completamente locos. Cuando Madara se giró para buscar a Minato, lo encontró recogiendo algo de la carretera, un pequeño zorro que parecía haber salido del parque y que casi había sido atropellado por aquellos vehículos que eran incapaces de verlo cruzando la carretera.

- Joder... no hay remedio con él – sonrió Madara al verlo antes de acercarse hacia Minato - ¿Está bien?

- Tiene la pata herida – comentó Minato.

- Eres todo un caso. Podían haberte atropellado.

- También a él – sonrió Minato – y a mí me veían mejor que a él, habrían frenado.

- Habrían frenado tarde y se te habrían llevado por delante – dijo Madara viendo la otra cara de la situación.

- En cualquier caso... habrían frenado – sonrió Minato – tienen el deber de ayudar en caso de atropello.

- Eres todo un caso a parte – recalcó Madara dándose por vencido con la mentalidad de ese joven – vamos... cógelo, lo llevaremos a un veterinario de camino a la residencia.

Entre los arbustos apareció un segundo zorro, éste más mayor que el anterior, más receloso y sin querer acercarse ante todo aquel barullo. Con cautela, Minato intentó llamarle para que se acercase, mostrándole al pequeño zorro hasta que la madre empezó a caminar hacia su cría.

- Ten cuidado – pronunció Madara al ver cómo Minato intentaba coger al zorro con cautela hasta conseguirlo.

- Lo tengo – sonrió Minato cogiendo tanto a la madre como a la cría.

***

Madara no podía creerse que estuviera allí en esa sala de espera de una consulta veterinaria por un zorro que se habían encontrado extraviado en mitad de la calle. Minato no tenía remedio alguno, se lanzaba como un loco siempre que podía salvar a alguien o algún ser viviente, quizá era por su faceta de querer ser médico, no estaba seguro, podría ser parte de su carácter, pero hasta eso le llamaba la atención. El veterinario sólo les pudo decir que era demasiado extraño ver zorros por esos parques. Por supuesto... Minato ya parecía estar pensando en algo para solventar el problema, teniendo a la madre en sus brazos preocupada también por su cría.

- ¿Por qué no los acogemos? – preguntó Madara al final.

- Deberían estar en libertad.

- ¿Enserio lo crees? – preguntó Madara – no tienen chip ni nada por el estilo, no pertenecen a nadie al parecer y no sé si sobrevivirían en libertad.

- En parte... me gustaría acogerlos – sonrió Minato – pero no sé si se acoplarían a una vida en cautiverio.

- Pues parece que la madre lo lleva bien – comentó al ver cómo buscaba la mano de Minato para que siguiera acariciándole.

- Puede que tengas razón... tendré que buscarles un nombre.

Minato acariciaba al zorro mientras esperaba en aquella sala a que la cría saliera de la consulta. El moreno simplemente observó a ese rubio acariciando al zorro, con calma y suavidad, con una gran sonrisa en sus labios.

- Oye Minato... puede que no sea el mejor momento pero... quiero que sepas que me gustaría conocer todo acerca de ti y eso incluye tu pasado y quién es el padre de Ino.

- Tobirama Senju – dijo sin más Minato mientras seguía acariciando el pelaje del zorro – era Tobirama Senju.

El resoplido de Madara hizo que Minato se girase hacia él con preocupación, dándose cuenta por la cara que había puesto el moreno que podía conocerle. Al fin y al cabo... eran del mismo estatus social, era muy posible que hubieran coincidido.

- Es el hijo de Butsuma Senju, el otro candidato al cargo que quiere mi padre – comentó Madara – esto va a ser complicado.

- Sí... Tobirama se quedó con mi empresa, utilizan el dinero de mi empresa para financiar la campaña política de Butsuma. Oye Madara... no tienes por qué intentar recuperar mi empresa ni nada por el estilo, ya me he resignado a haberla perdido, prefiero simplemente vivir tranquilo.

- Será complicado enfrentarnos a los Senju pero no voy a dejar este asunto así, pagarán por lo que te hizo. Por cierto... ¿Por qué el nombre de Ino? ¿Por qué ponerle tu apellido?

- Ino Yamanaka era la esposa de Butsuma Senju, la única que me apoyó en ese infierno que viví, la única que trató de ayudarme cuando su hijo me rechazaba constantemente, la única que me apoyó cuando me quedé embarazado, por eso decidí que si tenía una niña se llamaría Ino y si era un niño, se llamaría Naruto, por un libro que leí de un antiguo profesor mío del instituto – sonrió Minato.

- Y salió una niña – sonrió Madara.

- Sí... pero Tobirama no quiso ponerle su apellido, rechazó a la niña, dijo que él jamás tendría una niña con un monstruo como yo, así que simplemente, le puse mi apellido.

- Es mejor así, el apellido Namikaze me gusta más – sonrió Madara intentando animarle. - ¿Y se ha quedado tranquilo Tobirama tras el divorcio? ¿No quiere en saber absolutamente nada de su hija?

- En realidad... sí quiere algo de mí – susurró – quiere sexo, que sea su amante aunque va a volver a casarse en breve. Los rumores dicen que su nueva futura esposa está embarazada.

- Así que no eres bueno para ser su esposo, pero sí su amante, ¡Qué capullo! – exclamó Madara con una sonrisa – no voy a dejar que se acerque a ti.

- Quiere la custodia de Ino, aunque creo que sólo lo hace para que acepte acostarme con él a escondidas, nada más.

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