Capítulo 10: Encaprichamiento
Minato se quedó estático en el sitio, con traicioneras lágrimas saliendo de sus ojos, unas lágrimas que no sabía identificar si eran tristeza por la situación con su padre y los insultos recibidos hacia él y su hija, o de felicidad porque esos dos estuvieran allí defendiéndole y tratando de arreglar su situación.
- ¿Y ahora por qué lloras? – preguntó Madara extrañado.
- Es que... no creí que regresaseis.
- No nos asustamos fácilmente. Además... menuda alegría se llevará nuestro padre cuando le digamos que puedes tener descendencia – sonrió Izuna – no podrá ponernos pegas.
- Eso es lo mejor de todo – sonrió Madara – sin pegas, no hay problemas. Además... ¿No dijo la mamá que nuestro padre trató de casar a uno de nosotros con un Namikaze? Pues puede que en aquella ocasión no fuéramos buenos candidatos... pero ahora tenemos el visto bueno de Jiro Namikaze.
- ¿Aún estáis pensando en lo del matrimonio? – preguntó extrañado Minato y casi aterrado.
- Claro – afirmó Izuna – no para ahora mismo evidentemente, pero quizá... para dentro de algunos años... quién sabe. No puedo hablar por mi hermano, pero a mí me tienes rendido a tus pies desde la primera vez que te vi.
- Rendido tal y como suena... pues no – dijo Madara – pero reconozco que tienes un toque que me atrae – sonrió – si consigues enamorarme, es posible que me quiera casar contigo.
- ¿Y quién os dice que yo quiera casarme? Por si no lo recordáis, ya lo estuve una vez y fue un infierno.
- Te casaron con un imbécil – se defendió Izuna – además...nosotros somos dos, no es un matrimonio tal y como lo conociste, es algo nuevo y te gustaría, de hecho... ya te gusta estar con ambos.
- Sois increíbles, tenéis el ego por las nubes – sonrió Minato – y no parece importaros nada. Toda la gente se aleja de mí al enterarse de mi problema y vosotros...
- A nosotros nos gusta romper las normas – dijo Madara – y chico... tú la rompes por todos lados. Lo único malo... es que veo que siempre has sido un buen chico, obedeciendo a tu padre en todo, dejando que te recluyesen y no conocieras nada... pero tranquilo, nosotros te enseñaremos un poquito de rebeldía.
- No le vendría mal – dijo Izuna con una gran sonrisa – ser un buen chico sólo te ha llevado a un matrimonio infernal y a tener una niña por la que te tienes que prostituir para pagar las cosas tanto suyas como de los errores de tu padre al perder la empresa. Te enseñaremos que quizá un poco de rebeldía puede arreglarte algunos problemas. No siempre es bueno seguir las normas.
- Yo no soy como vosotros, tampoco tengo vuestras ventajas como un padre político que solucione los problemas en los que me meto.
- Pero nos tienes a nosotros – aclaró Madara – Además, a nuestro padre seguro que no le importa.
- Por favor... es un político, claro que le importa lo que diga y piense la gente si eso le puede hacer perder las elecciones.
- Nuestro padre tiene mucha labia, sería capaz de inventarse algo coherente hasta para que nos vieran juntos – sonrió Izuna.
- Seguramente lo achacaría a que somos una familia muy unida y yo que sé qué otras cosas, al final se saldría con la suya, como siempre – sonrió Madara – casi es mejor político que padre y eso que es un buen padre.
- ¿Por qué no volvemos a tu apartamento universitario y conocemos en serio a esa preciosa niña? – preguntó Izuna con una dulce sonrisa pese a que Madara puso mala cara, algo que no pasó desapercibido para Izuna – no pongas esa cara, ya sé que no te van mucho los niños pero...
- Es un odio mutuo – dijo Madara – a ellos no les caigo bien y a mí no me caen bien – añadió – pero haré un esfuerzo – exclamó al sentir el codazo de su hermano.
Minato sonrió, pese a las lágrimas que aún recorrían sus mejillas, también estaba feliz de ese extraño sentimiento que estaba despertando hacia ellos y puede... que también algo a la inversa. Había pasado por tantas cosas en su recluida vida y, sin embargo... sentía que ésta era la primera vez que empezaba a confiar realmente en alguien más, que despertaba en él un sentimiento de calma y a la vez de enervación hacia esos dos chicos. Quizá estaba experimentando el inicio del amor aunque no quiso pensar mucho en ello, nunca creyó en él y no quería empezar ahora.
Al llegar a la casa, Minato fue el primero en entrar, observando que Kakashi estaba terminando una partida en la Playstation mientras la niña dormía. Ya estaba cambiado y seguramente esperándole a él para irse a alguna cita con su novia, sin embargo, se quedó estático al ver llegar a los Uchiha tras su compañero de piso, lo que provocó que perdiera la partida.
- Vaya... yo... he quedado – dijo finalmente Kakashi sin saber muy bien cómo actuar ante esa situación – está durmiendo aunque tendrás que despertarla en breve o no te dormirá por la noche.
Los Uchiha observaron a ese nervioso chico cómo apagaba la consola y luego se iba hacia la puerta en busca de su chaqueta. Sí parecía tener una cita por la cantidad de colonia que se había puesto. Eso hizo sonreír a Madara, sabiendo que pronto estarían solos allí. Kakashi pasó por su lado mirándole de arriba abajo antes de girarse hacia su compañero de piso y susurrarle que tuviera cuidado.
- ¿Puedo ir yo a despertar a la pequeña? – preguntó Izuna entusiasmado pese al rostro de terror que puso su hermano.
- Bueno... yo... - intentó Minato.
- Sí, cierto... precipitado, no me conoce y podría asustarse al verme aparecer... - recapacitó Izuna.
- Ino no se asustaría por eso – sonrió Minato – es una niña muy espabilada y con tal de que la saques de su cuna, se irá contigo aunque no te conozca.
- Ino... - sonrió Izuna – me gusta el nombre.
Izuna señaló la puerta del pasillo casi preguntando si podía ir a buscarla, escuchando cómo la pequeña empezaba a llorar una vez despierta, seguramente porque quería salir de la cuna. Minato asintió dándole el visto bueno para que fuera y, con una gran sonrisa, Izuna se dirigió a la habitación pese al resoplido de Madara que no entendía cómo a su hermano podían gustarle tanto los niños. Para él... sólo eran como pequeños monstruitos que lo destrozaban todo y a los que había que cambiarle pañales y ayudarles a hacer todo, pequeños monstruitos que necesitaban veinticuatro horas su atención.
Al entrar en el cuarto, observó a la pequeña de pie agarrada a los barrotes de la cuna, silenciando finalmente sus gritos para que alguien fuera a sacarla. Sus mejillas sonrojadas y esos ojillos aún somnolientos le hacían aún más adorable.
- Dios... es que te comería a besos – exclamó Izuna con una sonrisa - ¿Quieres salir a ver a papá? – preguntó Izuna alzando los brazos hacia ella.
Ino reaccionó enseguida ante aquella palabra pese a que no le conocía mucho, tan sólo le había visto unos minutos en un desayuno. Aun así, elevó los brazos porque no quería quedarse más tiempo allí sola encerrada, quería ir con su padre. Izuna la cogió en brazos para llevarla al salón.
- Papá – decía Ino mirando durante el recorrido y buscando a su padre. En cuanto apareció ante sus ojos, alzó los brazos que antes retenían el cuello de Izuna hacia Minato, tratando de irse con él.
- Parece que sólo quiere ir contigo – sonrió Izuna.
- Está en una edad complicada, si por ella fuera, no me soltaría – sonrió Minato.
- Ve con tu padre, anda – dijo Izuna acercándosela a Minato – podríamos pedir algo para comer.
- Yo me ocupo de eso. Déjame prepararle la papilla a Ino y puedo bajar a la tienda de abajo a comprar algo, hacen platos deliciosos y económicos – comentó Minato.
Tras preparar la papilla y mientras Madara miraba de reojo a esa pequeña que jugaba en el suelo. A la mínima que la pequeña se acercaba ligeramente a su pierna, Madara la apartaba con disimulo tratando de evitar el contacto con ese monstruito pese al leve sonrojo que se ponía en sus mejillas.
- Voy a bajar un segundo a la tienda – dijo Minato al ver cómo Ino detenía su juego y miraba con seriedad la pierna de Madara que intentaba alejarse de ella, como si ese gesto le hubiese llamado la atención.
- De acuerdo – dijo Izuna – nosotros la vigilamos.
En cuanto Minato se fue de la habitación y la pequeña se dio cuenta... gateó hacia la puerta en busca de su padre. Izuna la cogió en brazos y la devolvió junto a sus juguetes mientras intentaba entretenerla con ellos, pero no funcionaba, tan sólo la pierna en movimiento de Madara captaba su atención, tanto... que Ino acabó acercándose a ella y enganchándose con fuerza mientras se sentaba encima de su pie.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Madara ante aquello, ese monstruito se había agarrado a su pierna y sus ojos se abrieron como platos.
- Izuna... quítamela – casi susurró, pero cuando fue a hacerlo, su teléfono sonó causando una sonrisa en su hermano.
- Parece que se ha encariñado contigo, cuídala un segundo mientras hablo, es el papá.
- No se te ocurra dejarme aquí solo con ella – le exigió, pero Izuna salió fuera al pasillo dejándole a solas con la pequeña – Izuna – aún escuchó su hermano cómo Madara le gritaba – mierda... ¿y yo qué hago contigo?
Ino le miraba con seriedad antes de empezar a reír y agarrarse todavía con más fuerza a su pierna.
- No, no, no... no hagas eso, suéltame – decía Madara con un sonrojo mientras zarandeaba levemente la pierna tratando que la niña soltase, sin embargo, sólo conseguía que riera más creyendo que jugaba con ella – mierda – se quejaba.
Se rindió, dejó su cuerpo caer una vez más sobre el sillón y trató de relajarse mientras la niña movía el trasero y lo dejaba caer sobre su pie como si le insistiera a que volviera a mover la pierna para jugar de nuevo.
- Esto es increíble – dijo Madara con la mano sobre sus ojos. Al apartarla, sus ojos se fijaron en la foto de la estantería, tan sólo Minato estaba allí, con su hija en brazos y una ecografía sujeta en una de las esquinas.
Fue en aquel momento cuando entendió algo... toda su vida había cargado él solo con todo el problema. Se levantó y cogió la ecografía entre sus manos dejando la fotografía de Minato intacta, seguramente se la habían hecho tras salir del hospital. La niña aún estaba envuelta en mantas y él tenía fuertes ojeras, pero sonreía, ese chico solía sonreír incluso en las peores situaciones.
- Estuviste solo, ¿no? – casi se preguntó para sí mismo al ver la ecografía, porque no imaginaba al padre de esa niña acompañándole a hacerla después de haberlos dejado en la calle - ¿Con qué desgraciado te casaron? – susurró.
Sus ojos se desviaron hacia la niña que seguía sujeta a su pierna, siendo arrastrada por el salón cuando Madara caminaba y disfrutando de aquello que creía un juego. No pudo evitar sonreír y entonces... la cogió en brazos.
- ¿Cómo puede no quererte? Eres un monstruito... pero eres uno gracioso – sonrió finalmente – vamos... te daré la papilla, pero eso no puedes decírselo a tu padre ni a mi hermano – le susurró dándole un tierno beso en la frente – te lo prohíbo – le amenazó como si la niña le entendiese y luego... recapacitó - ¿A quién quiero engañar? Si sólo sabes decir papá.
- Papá – repitió la niña agarrándose al cuello de Madara con fuerza.
Él, que siempre se había mantenido alejado de todo niño viviente, que sólo le gustaba el sexo sin compromisos... no podía creerse que ahora se estuviera planteando seriamente esa extraña relación de sexo que mantenía con Minato. Le atraía la idea de tenerle, de tener una familia y más... con su hermano al que adoraba. Poca gente vería lo mismo que él, les tacharían de raros o de lascivos, le daba igual, adoraba a su hermano y aunque lo negase, estaba sintiendo algo por ese rubio, lo mismo que sentía su hermano y a él... no le importaba en absoluto tener que compartirle con su hermano si con eso podía tener al rubio y a esa niña.
- Mierda – sonrió Madara - ¿Qué estás haciendo conmigo, Minato? ¿Y tú? – preguntó hacia la niña tocándole la nariz con suavidad justo antes de que Ino cogiera su dedo con fuerza – yo no debería quererte a ti – susurró – pero imagino que es imposible no quererte, eres un monstruito adorable – sonrió haciendo sonreír también a Ino que jugaba con los dedos de Madara.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top