¡Qué tonto es!

Estaba nerviosa y no entendía ni por qué. Ya no había motivo posible, pero los nervios estaban ahí, aunque pensé que de una buena forma. Eran nervios buenos, eran cosquillas de emoción porque iba a recoger la tarjetita rosa que me permitiría circular con un coche. Aún no sabía con cuál, pero me lo permitiría.

—Ya podías conducir, tienes un carnet provisional, no cambia nada —dijo Belén.

—¡Oh, venga ya! —me quejé—. Sabes que no es lo mismo. Le quitas emoción a todo.

—Yo solo digo que es un día normal. A no ser que ir a la autoescuela y ver a cierto profesor sea lo que te tiene realmente nerviosa.

Alzó las cejas varias veces en un gesto de picardía y yo la miré con odio. Ella sabía perfectamente que no la odiaba, pero yo no podía evitar hacerlo, porque era lo único que se merecía.

—Me puedes mirar como tú quieras, pero creo que no te tengo que recordar que hemos ido a merendar, varias veces, a la cafetería del torpe, porque estaba enfrente de la autoescuela.

—¡Vamos allí porque los pitufos están ricos!

No es que fueran los mejores de la ciudad, pero estaban muy bien, no sabía de qué se quejaba.

—¡Ni siquiera merendamos! Solo nos tomamos un café y cada día tira alguno. ¡El último día me tocó a mí!

¡Ah, sí! De eso se quejaba. Hice una mueca de dolor al recordarlo. Por suerte, el que fuera se había pedido el café con leche fría. Menos mal, porque no quería cargar en mi conciencia con las quemaduras de segundo grado que le podrían haber hecho si no. Aquí no se andaban con chiquitas en cuanto a la temperatura de la leche.

—Pero la pregunta es... ¿por qué no lo llamas y hablas con él? Si total, llevas hablando de él toda la semana.

Abrí mucho la boca.

—¡Eso no es verdad! —dije casi indignada.

—No, lo que tú digas. La noche que te sacaste el práctico, en vez de disfrutar de la fiesta, no paraste de contarme todas las maldades que Diego te había hecho.

—Pues claro. ¿No te pareció un capullo?

—Al día siguiente —continuó, pasando totalmente de mí—, me llamaste para preguntarme que si yo sabía cuándo te llamarían para darte el carnet, porque no querías llamar a Diego y molestarlo, que se había portado muy bien contigo.

Me crucé de brazos enfurruñada.

—Al siguiente, me llamaste a las siete y cinco, porque te había ocurrido algo muuuuuy fuerte. Palabras textuales.

—Porque sin darme siquiera cuenta bajé al portal a esperar que me recogiera, fue por inercia, por seguir la costumbre. Nada que ver con Diego.

No fue culpa mía que ya se me hiciera un hábito bajar y verlo.

—No, qué va. Me llamaste diciéndome que estabas enfadadísima porque no se había presentado. Y tuve que ser yo quien te recordara que ya te habías sacado el carnet.

Bufé. Esa buena memoria no me ayudaba en nada, así que con un gesto de la mano le indiqué que se callara. No hacía falta que entrara en más detalles. Sonrió triunfante, como si hubiera ganado algo.

—No me caes bien —dije levantándome.

Salí de su habitación.

—¡Me adoras y lo sabes! —Escuché que decía desde dentro—. ¡Luego nos vemos!

—Sí, sí, sí, sí —contesté desganada.

Iba a irme a casa mejor, a estar tranquila y sin que mi prima me metiera ideas raras en la cabeza. Antes de irme me despedí de Nuria, su compañera de piso, quien estaba en el salón con un montón de libros y un sandwich a medio comer. Ella me dijo adiós con su sonrisa habitual.

Me caía muy bien esa chica. Estaba haciendo la residencia de medicina y casi nunca estaba en casa, pero siempre que la veía estaba sonriendo y de buen humor. A veces daba hasta coraje de buena que era.

No había mucho camino desde su piso hasta casa de mis padres, por suerte para mí. Me había acostumbrado a estar con ella cerca, desde que vino a estudiar la carrera y pudo alquilar una habitación, para no tener que ir y venir cada día desde Antequera. No estaba a mucha distancia, pero era verdad que robaba demasiado tiempo y vida el autobús. Y yo fui la primera en alegrarme por tener de nuevo cerca a mi prima mayor.

También por suerte, los pensamientos al respecto de Belén, me quitaron de la cabeza y del cuerpo los nervios por ver esa tarde a Diego... Es decir, por ir a por mi carnet. No tenía nada que ver con ese idiota.

Ya por la tarde, andaba con mi prima hacia la autoescuela. No tenía por qué ir acompañada ni mucho menos, pero era mi apoyo moral, tenía que estar ahí y por eso se lo había exigido. No que ella me hubiera puesto ninguna pega. En el fondo era una cotilla.

—Si quieres luego podemos... ¡Auch! —me quejé, al recibir un golpe en el hombro, aunque no había sido muy fuerte esa vez, menos mal.

—Perdón, perdón, perdón.

Entrecerré los ojos y apreté los labios, evitando sonreír ante aquello. Belén, por otra parte, soltó una carcajada. Diego se acercó a nosotras, pues había avanzado unos pasos más corriendo para hacer su gracieta.

—Lo siento, no he podido resistirme a hacerlo —explicó con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Qué tonto es! —murmuré de forma audible.

—Te he visto de lejos y he dado toda la vuelta para que no me vieras y chocarte —explicó como si fuera una hazaña—. No me digas que no es bonito rememorar nuestro primer choque.

—Sí, precioso —ironicé.

—Era mi original manera de decirte hola.

—Lo de decir hola y dar dos besos te parece que está pasado de moda, ¿verdad?

—Vaya. Ese detalle se me había olvidado —comentó, y se acercó a darme dos besos.

Yo había provocado aquello, así que no me podía quejar ahora de su cercanía.

—Y tú eras... —le dijo a mi prima, poniendo cara pensativa, como si se fuera acordar de aquello—. Belén, ¿no?

Me sorprendí bastante porque no me esperaba que se acordara. Hasta donde yo sabía, solo había coincidido con ella una vez, precisamente el día del choque. Ella afirmó con la cabeza y también se saludaron con dos besos y alguna palabra de cortesía.

—Te veo demasiado sorprendida —me dijo—. De vez en cuando te escuchaba, ¿sabes? Que no era yo el único que hablaba.

Me tuve que reír, y darle la razón.

—¿Vienes a por tu casilla marcada? —preguntó.

Sonreí y afirmé con la cabeza. Parecía una chorrada, pero me gustaba que se acordara de lo que le decía, de las cosas que contaba, aunque fueran cosas sin importancia.

—¡Pues muy mal! —añadió, sacándome de mis pensamientos.

Miré a Belén, quien se mantenía totalmente ajena a la conversación, pero que no dejaba de tener una sonrisilla en la cara. Por un instante tuve ganas de llamarle la atención por eso, pues sabía que se estaba riendo claramente de mí, pero luego recordé por qué había buscado su complicidad. Diego había dicho que lo estaba haciendo mal, ¿sería porque en realidad no tenían mi carnet? Me parecía absurdo, porque me habían llamado ellos.

—Te dije que me llamaras para hacerte una entrega de premios y espera... —hizo una pausa, cogiendo su móvil y levantando un dedo para que no dijera nada, como si pudiera decir algo en ese momento—. Efectivamente, no tengo llamada o mensaje alguno —completó enseñándome la pantalla principal de su teléfono.

Bufé y negué con la cabeza por la tontería, aunque una vez más no pude esconder mi sonrisa.

—Anda, vamos. Ahí lo tenemos. Menuda foto más mala te hiciste, ¡eh! —se metió conmigo.

Echamos a andar el corto espacio que nos quedaba hasta la puerta de la autoescuela.

—¡Yo no tengo la culpa! Te la hacen con una web cam asquerosa. ¿Quién podría salir bien?

—Yo salgo bien —dijo Belén.

Genial, no podía hablar para defenderme pero sí para hundirme un poquito más.

—Tú eres asquerosamente fotogénica, no cuentas.

—Yo también salgo bien —comentó Diego, abriendo la puerta para que pasáramos.

—Tampoco sirves, tú eres... —me callé, sabiendo lo que venía a continuación y parando en el momento adecuado.

—Yo soy. Ahí te tengo que dar la razón —bromeó de nuevo.

Aquello era un no parar en él. La mayoría de las veces, al principio sobre todo, me sacaba de quicio. Pero luego me di cuenta de que, cuando estaba serio, o cuando estaba un poco más callado porque se había levantado algo regular, o cuando no las hacía, las echaba de menos. Aunque la mayoría del tiempo las echaba de más.

Saludamos a Antonio, que estaba allí en la mesa de la entrada, hablando con el secretario que yo pocas veces había visto. Casi siempre me encontraba con Luisa y ese muchacho ni sabía cómo se llamaba. Antonio nos saludó a ambas con dos besos y le dio un poco de conversación a Belén.

—Javi, ¿tienes por ahí los carnets? —preguntó Diego.

Bien, Javi se llamaba. Al menos no pasaría un mal rato si tenía que llamarlo por el nombre. Se agachó para sacar algo de un cajón del escritorio y le dio a Diego una caja, que este revisó rápidamente.

—Paloma Santamaría López —anunció Diego con cierta pomposidad. Levantando la pequeña tarjeta.

Sonreí y aplaudí rápidamente, aunque sin hacer ruido con las palmadas. Había gente por allí haciendo test y estudiando y no quería molestar a nadie. Él me lo tendió, sin abandonar su sonrisa.

Me giré hacia Belén y se lo enseñé, haciendo como que gritaba. Ella dio un par de saltitos y me abrazó.

—Esto hay que celebrarlo —dijo al separarse.

—¿Otra vez? Ya lo celebramos el día del práctico.

—¡Claro que otra vez! —insistió, con un tono de obviedad que casi rozaba lo ofensivo. Casi me estaba llamando idiota—. Esta noche nos vamos a tomar algo. ¿Te vienes, Diego? —añadió mirándolo.

Diego la miró interrogante, no se lo esperaba y se giró hacia mí. Yo solo me encogí un poco de hombros. Mi prima era muy metomentodo cuando quería.

—Te lo diría también a ti, Antonio pero...

—No, no. Quita —contestó riéndose quedamente.

—¿Entonces? —Volvió a mirar a Diego, apremiándolo.

—Belén... —la llamé, hablando entre dientes—. Déjalo tranquilo, que tendrá planes ya y lo estás incomodando.

—No... no te preocupes. No tengo planes —dijo él en su lugar—. Pero la verdad es que mañana tengo clase a las siete, así que... —añadió, haciendo una mueca de disgusto.

No me esperaba tener esa pequeña punzada de decepción que tuve en ese momento. Me convencí de que volvía a ser la emoción por tener mi carnet y poco más. Tal vez celebrarlo con él hubiera supuesto cerrar el ciclo, porque había sido de lo más paciente conmigo.

—Vaya —se lamentó Belén, pero lo que me dio miedo fue su sonrisa posterior—. No pasa nada. Lo celebramos el viernes, ¿te parece?

No daba crédito a aquello. Ya le había dicho que no, no hacía falta que insistiera. Con todo lo paradita que era en su vida, con la mía le encantaba hacer maldades y le gustaba como a la que más ponerme en aprietos.

Hizo un puchero con la cara. ¡Hizo un puchero! ¡Nadie se podía resistir a eso! Era su arma secreta para manipular a todo el que quisiera. Diego tampoco pudo, así que asintió con la cabeza. 

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