¡Pero soy tu profesor!
Me reí, no podía evitarlo cuando lo que hacía era estrechar los ojos y esperar que, de ellos, salieran unos pequeños rayos rojos que me hicieran explotar la cabeza. Pareció debatirse consigo misma entre mandarme a donde picó el pollo o mandarme al carajo, pero lo bueno fue que, al final, lo que hizo fue preguntarme si quería ese café o no.
No era tonto, así que pillé su tono a la primera: no descartaba mandarme al carajo. Así que cuando echó a andar, simplemente la seguí, me daba igual a dónde me llevara.
—Eres un poco bipolar, ¿lo sabías? —le pregunté poniéndome rápidamente a su lado.
—Pues si es porque ahora me estoy arrepintiendo de invitarte a un café pues sí, lo soy.
Me quedé callado, no tentando mi suerte, porque al parecer, con todo lo dulce que parecía en ocasiones, yo lograba sacar lo peor de ella, y además en tiempo récord. Tampoco es que yo hiciera nada extraordinario, solo que ella parecía más estresada de la cuenta y yo... bueno, yo tenía mucha experiencia en sacar de quicio a Martita sin esfuerzo alguno, así que al parecer era un don natural que también funcionaba con ella.
Llegamos a la cafetería en la que desayunaba la mayoría de las veces, que era una de las más cercanas al trabajo, y que además tenía unos pitufos muy ricos. La más cercana trataba de evitarla si quería tomarme un café tranquilo.
—A veces soy un poco insoportable, lo sé —reconoció, cuando ya estábamos sentados en una mesa y habíamos hecho nuestro pedido.
Se frotaba la frente en señal de cansancio, o tal vez de estrés, aún no tenía muy controlados sus gestos, porque siempre la veía con las manos en el volante, aunque ya por suerte para ella, no se le ponían blancos los nudillos.
—Pues como todos, mujer —contesté restándole importancia con un gesto de la mano—. Y quien diga que siempre es un pan de dios, como dice mi madre, miente como un bellaco.
Sonrió con lo que le dije, sin tratar de esconderlo con una mueca o con una falsa queja. Sonrió abiertamente y puede que en ese momento, me sobreviniera un microinfarto. El camarero vino a salvarme cuando apareció poniéndonos el desayuno delante y, por un momento, ambos nos dedicamos solo a él.
—Esto es un poco raro —me atreví a comentar tras un momento de silencio.
Me miró con una mueca extraña. Desde luego no tenía idea de lo que le estaba hablando, así que, aunque me daba algo de vergüenza, me vi obligado a aclararlo.
—En fin, estar los dos fuera del coche, es como que esto está totalmente descontextualizado. No sé siquiera si puedo estar aquí.
—¿Por qué no ibas a poder? —comentó con una suave risa—. Se supone que no tienes clase ahora porque el chico este...
—Rubén —completé por ella.
—Eso, Rubén, no ha venido, ¿no?
No sabía qué tenía que ver Rubén con aquello. Él no suponía ningún problema, de hecho era uno de esos alumnos que activaban mi vena homicida, no porque no supiera conducir, que sí que sabía. Pero no tenía ningún respeto por el código de circulación, y me ponía malo cada mañana. Ese sí que se lo habría endosado a Juan sin dudarlo.
—¡Pero soy tu profesor! —dije para aclararlo, alzando un poco la voz, y arrepintiéndome enseguida de ello.
Pasó todo seguido. Primero me miró, parpadeando un par de veces seguidas; después dobló un poco la cabeza, analizándome; y, por último, soltó una carcajada.
—¡Oye! No te rías —le reproché, pero solo conseguí hacerla reír aún más.
Estuvo un rato con un ataque de risa, que nunca le había visto o intuido. Siempre parecía de lo más seriota, pero ahí estaba: descojonándose de mí. No me quedaba otra cosa más que esperar a que se le pasara.
—¿Sabes que "profesor" de autoescuela no entra en el criterio de profesor, no? —comentó cuando se calmó un poco.
No me pasó desapercibido que acompañó mi título de profesor con el gesto de las comillas. Ya no sabía si podía ser o no más ofensiva.
—¿Cómo que no? —pregunté. Estaba claro que mi indignación le resultaba aún más graciosa—. ¡Que dejes de reírte! —insistí.
Me enfurruñé. Sí, me enfurruñé como un niño pequeño, mientras ella lo único que hacía era apretar los labios, como si eso fuera a conseguir que dejara de reírse. Me gustaba hacerla reír, no me gustaba que fuera a mi costa, pero parecía que no tenía más remedio que aceptarlo.
—Vale, vale... ya paro —comentó, respirando hondo para conseguirlo—. De cualquier forma, señor profesor, solo estamos desayunando, circunstancialmente en la misma mesa —añadió cuando se hubo calmado.
Estaba de lo más avispado esa mañana, porque tampoco me había pasado desapercibido el tono sarcástico al decir: "señor profesor".
—Sí, claro, convéncete de ello —dije, cogiendo mi café con toda la parsimonia del mundo, y haciéndome el interesante.
—¿Qué estás insinuando?
Todo matiz de broma en su cara se fue en cero coma. No iba yo muy desencaminado al decir que era bipolar.
—Que está claro que te molo —volví a hablar, de nuevo de la manera más tranquila posible—. Lo que pasa es que lo ocultas tras esa pose de indiferencia. Pero no tienes posibilidad alguna porque soy tu profesor y me lo tomo muy en serio, así que no te preocupes si ya quieres parecer encantadora.
Abrió la boca, para hacerse la ofendida, pero no fue capaz, y solo sonrió, aunque trató de esconderlo tras sus manos. De cualquier forma, no hacía falta conocerla demasiado para saber que no se iba a quedar callada.
—Me alegra que te lo tomes tan en serio, no me gustaría tener que rechazarte, imagina la de clases incómodas que podríamos tener.
—Perfecto —volví a hablar con toda la calma del mundo—. Habiendo dejado claro este punto, te digo que te voy a apuntar al siguiente examen.
Vale, era definitivo: le había vuelto a dar un parraque. La vi verde y, por un momento, pensé que vomitaría ahí mismo, aunque me contuve de decírselo porque no quería empeorarlo.
Puse la mano sobre la suya para tratar de infundirle algo de ánimos. Ella tan solo miró nuestras manos.
—Tranquila. No te diría eso si pensara que no lo vas a hacer bien.
Vi como negaba con ganas, no quería creerse lo que para mí era tan claro.
—Paloma —la llamé, y eso fue lo que hizo que por fin me mirara y pareciera ya enfocarme—. Es en serio, yo sería el primero que querría tener más clases contigo, a pesar del madrugón que haces que me dé. Pero es que estás preparada, solo tienes que confiar un poquito en mi criterio.
Aún hoy no sé cómo lo conseguí, pero la vi asintiendo, y sonriendo levemente a lo que le decía, porque no había una verdad más absoluta.
Cuatro días después, aquella verdad absoluta me supuso una sensación nueva. Siempre estaba tranquilo con mis alumnos, un leve toque de inquietud tal vez sí que tenía, pero cuando los proponía a examen era porque estaba seguro de ellos y de que lo podían hacer.
Pero aquel simple asentimiento en la cafetería, supusieron unos nervios que iban un poco más allá, porque sabía que, si no aprobaba, me lo echaría en cara el resto de sus días, al menos de sus días de clases.
Como si la escuchara: "¡Te lo dije, te dije que no estaba preparada!" y me miraría con el ceño fruncido y con cara de no perdonarme en lo que le restara de vida. Probablemente incluso pediría el cambio de profesor por uno que ella consideraría más competente, o más prudente tal vez.
Pero no, eso no podía pasar porque estaba perfectamente preparada para ello, no juego nunca con esas cosas. Obviamente, en la carretera todo podía pasar, y un mal día lo podía tener cualquiera, pero eso no iba a significar que mi decisión fuera precipitada.
No me lo podía creer, le estaba dando demasiadas vueltas a la cabeza y, sin duda, estaba siendo demasiado obvio, porque por el rabillo del ojo la vi observarme inquieta. Ese día había tenido ya tres examinados y, solo uno de ellos, no había sabido controlar sus nervios y se había saltado un ceda el paso, justo cuando venía un coche por nuestra derecha. Tuve que pisar el freno yo, lo que supuso el suspenso inmediato. Una pena, porque el resto del camino lo había hecho impecable. Estuve a punto de matarlo con mis propias manos.
Conseguí quitarme las ansias homicidas durante la comida, y ya estaba de nuevo preparado para mis dos chicas por la tarde. Paloma, la que me odiaría a mí si fallaba algo, iba a ser la primera. Ya estábamos esperando a que apareciera el examinador.
—No os preocupéis —les dije a las dos a la vez—. Estáis preparadísimas.
Susana, la otra chica, me miró blanca como el papel. Ya lo hacía genial, se había quitado la manía de mirar hacia atrás cuando quería adelantar, como lo hacía cuando iba en moto... al menos la mayoría de las veces. Lo que más le costaba era mirar por los espejos, sin duda, pero ya había establecido con ella un sistema: le haría una señal para que los revisara de vez en cuando, y no era otra cosa que, con las manos en mi regazo, donde el examinador no podía ver, haría como que la estrangulaba, que era lo que iba a hacer si echaba la cabeza hacia atrás.
Cuando desvié la vista hacia Paloma, vi que me estaba mirando con el ceño fruncido. Si aprobaba, que lo haría, le pensaba regalar una crema antiarrugas para la frente. Solo de imaginarme esquivando el tarro cuando me lo tirara a la cara me hizo sonreír.
—Vale, me queda más que claro que no soy tu chico favorito —comenté irónico.
—No lo dudes. —Fue lo único que contestó.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top