No me apetece ser ya tu profesor

Había recibido un mensaje de Paloma esa mañana para confirmar dónde iban a estar por la noche. Había sido muy bonito por su parte dejarme claro que era su prima la que me invitaba a salir ese viernes. No me fuera a equivocar.

«Belén me ha dicho que te diga...» empezaba el mensaje. Precioso.

Había dudado incluso de que ella quisiera verme, y por eso estuve dudando bastante si ir o no, por lo menos hasta que mi hermana entró en acción.

—No sé ni por qué te lo piensas, empanao.

—¿Qué sabrás tú, niñata?

—¿Alguien en esta casa podría hablar sin insultarse? —se metió en la conversación mi madre, que entraba en el salón en ese preciso momento.

—Mamá, díselo tú —pidió refuerzos mi hermana.

La miré con los ojos muy abiertos, y comencé a hacer aspavientos con las manos, tratando de que mi madre no me viera para que se callara. Cosa que, obviamente, no ocurrió.

—¿Qué tengo que decirle?

—La chica que le gusta le ha invitado a salir.

—¡Marta! —le llamé la atención. Mi mirada matadora no le estaba afectando. Bendita juventud que te hace creer inmortal.

Mi madre me miró, con su cara de: "aaaaanda, no me digas".

—Aaaaanda, no me digas. —Pues eso—. ¿Y qué haces que estás aquí?

—Son las siete de la tarde, mamá —dije con tono de obviedad, aunque ella hizo un gesto con el brazo restándole importancia a tan brutal argumento—. Y además, no me ha invitado ella, me ha invitado su prima. ¡Y que no me gusta! —renegué, pero ya era demasiado tarde.

Mi madre negó con la cabeza y comenzó a farfullar cosas ininteligibles mientras salía de nuevo del salón. Ni siquiera me había dado tiempo de averiguar a qué carajo había ido. Me pareció que hablaba algo de la juventud de hoy en día, pero no podía asegurarlo. Tampoco mi madre era tan mayor como para andar diciendo chorradas así, pero a ella le encantaba meterse con nosotros cual si fuera una ama de casa de las pelis de los cincuenta.

—Hermano —me llamó Marta llamando mi atención de nuevo—, tú hazme caso a mí.

Bufé, no estaba tan loco para eso.

—Que sí, en serio. Llevas una semana mustio. Y tengo un púlpito, Diego.

Mi vista seguía en ella, y comencé a parpadear lento. ¿En serio había dicho púlpito? Solté una carcajada.

—¡Es pálpito, so loca!

—Son las gilipolleces de Jaime, que es idiota perdido. Al final me pega sus tonterías.

Dudaba de que ese Jaime fuera buena influencia para ella, una persona que confundía una parte de la iglesia con una corazonada no podía serlo. No pensaba decírselo, ya que lo que más le gustaba a Marta era llevarme lo contraria.

—Pero no por decir la palabra incorrecta tengo menos razón. No te he visto bostezar más en toda mi vida, pero también es cuando más simpático has estado y menos por saco has dado nunca.

—¡Eeeh! —me quejé tirándole un cojín del sofá en toda la cara—. Eso no es verdad y lo sabes. Menos lo de bostezar, eso sí que es verdad —añadí, haciéndola reír.

—Te lo digo en serio, melón. Tienes que ir esta noche.

Me quise hacer el ofendido por el apelativo, pero ella tan solo me devolvió el golpe con el cojín. Me miró con cara de pena, como si ella tuviera algún interés particular para ablandarme como lo estaba haciendo.

No podía soportarlo, siempre había conseguido todo de mí con esa cara, desde que con dos años me pedía galletas con su media lengua, y yo subía hasta el mueble donde mi madre las guardaba para darle alguna.

—¡Vaaale! Iré —cedí finalmente—. ¿Me vas a decir qué ropa ponerme también? —pregunté irónico.

Tuve que retirar lo dicho porque vi su cara de ilusión y no, por ahí no iba a pasar. La despeiné un poco, ganándome su mirada de reproche y su manotazo, pero tan solo me reí y salí del salón.

Me había dicho dónde iba a cenar y dónde tomarían algo luego. No me parecía bien presentarme en la cena, porque no estaba seguro de que ella quisiera verme allí y, de esa manera, no estaría incómoda tanto tiempo. Comí algo en casa y fui directamente al bar donde supuse que estaban, no sin antes confirmarlo.

A pesar de que tendría que estar avisada por el mensaje que le mandé, se sorprendió bastante cuando me vio, o esa fue mi impresión.

—¡Profesor! —gritó Paloma, que al parecer había empezado la fiesta pronto.

—¡Hombre, has venido! —me dijo Belén sonriente.

Se acercó a mí para darme dos besos. Paloma se acercó también justo después, dando además un abrazo. Por suerte no le quedaba mucha bebida o el escalofrío por el líquido recorriéndome la espalda habría sido mucho mayor. Lo que hubiera en ese vaso, algo con naranja, parecía estar delicioso a juzgar por cómo lo agarraba, justo como cogía el volante el primer día de clases.

—No has querido venir a cenar, ¿no? —preguntó Paloma divertida.

—Prefería que estuvierais tranquilas.

La música en el bar no era desagradable, pero estaba a un tono lo suficientemente alto como para que se pudiera bailar. De hecho, ninguna dejaba de mover los hombros al ritmo. Justo después, Belén me presentó a su compañera de piso, quien al parecer llegaba de una lucha encarnizada en la barra.

Después de las presentaciones, y de unas cuantas palabras de cortesía, decidí excusarme para ir yo a por una bebida. Tenía la impresión de que necesitaba una copa para dejar atrás esos nervios que tenía. El alcohol no era la solución, pero ayudaba un poco.

Yo ya era un hombre hecho y derecho, no entendía a qué se debían esos nervios absurdos de adolescente. Y además, tampoco estaba muy claro el hecho de que ella quisiera verme allí, estaba de fiesta con sus amigas y no tenía que aparecer yo a cortarles el rollo. Nunca tuve que hacerle caso a Marta.

Apoyado por fin en la barra, esperando que alguno de los camareros me hiciera caso, me arrepentí mil y una veces de haber ido allí. Miré hacia atrás, ya que los camareros me ignoraban les iba a pagar con la misma moneda, y miré a las chicas. Seguían bailando y riendo, pero Belén no paraba de empujar a su prima en mi dirección. Yo ya había preguntado antes si querían algo, no entendía la bulla que les había dado en ese momento.

Era muy divertido ver lo que Belén llegaba a hacer para librarse de ir ella a por la copa. Me parecía divertido a mí, y a su amiga Nuria también, quien estaba descojonada.

—¿Te pongo algo? —Escuché desde la barra, así que me giré.

—Un ron con limón, por favor —pedí.

Hizo un asentimiento y se puso manos a la obra. Y a mí me pareció de lo más hipnotizante seguir los distintos pasos de cómo poner mi copa perfecta. En absoluto iba a ser perfecta, pero en ese momento era lo que necesitaba.

—¿Todo bien, profe?

Me giré a mi derecha, desde donde había provenido la voz de Paloma. Sonreí y asentí tranquilo.

—¿Quieres una copa? —le ofrecí—. O Belén, que parecía que quería una a toda costa.

Ella frunció el ceño, por lo visto no me había entendido. Pero le dio igual y siguió a lo suyo, lo genial era que no dejaba de moverse al ritmo de la música.

—Aquí tienes —interrumpió el camarero la explicación—. ¿Algo más?

Volví a mirar a Paloma, elevando las cejas. Era raro verla tan deshinibida, siempre se había mostrado en absoluto control. Eran los pros y contras del alcohol.

—Ron con naranja —contestó ella.

El camarero dijo algo, ininteligible para mí, pues no le estaba prestando atención alguna.

—Te veo rara —le dije finalmente. Tal vez esa no era la palabra que buscaba, pero fue la primera que salió—. Tal vez no tendría que haber...

—¡No! —casi gritó, interrumpiéndome.

Sonreí ampliamente. Era justo eso lo que necesitaba saber, porque sentí un alivio que no sabía ni cómo explicar. Abrí la boca...

—Aquí tienes —dijo de nuevo el camarero, al que empecé a odiar un poquito.

Me recompuse, le pedí la cuenta de las dos bebidas, haciéndole un gesto a Paloma para que ni pensara en negarse, y pagué. Le di un gran buche a mi copa. Estaba fuerte, pero no me venía del todo mal.

Cuando volví a mirarla, se había bebido la mitad de su vaso. Y eso que yo creía que me había pasado de rápido.

—Te va a sentar mal, chiquilla —le dije en tono chistoso, pero no dejaba de ser verdad.

—No soy una chiquilla —comentó con genio, alzando además una ceja.

—¡Eh! Te sale bien —observé señalando su cara—. ¿Has practicado?

—Pues lo cierto es que sí —confirmó haciendo una mueca burlesca y llevándose de nuevo el vaso a los labios.

Solté una carcajada. No entendía bien por qué tenía que practicarlo, pero la verdad es que ahora su gesto autoritario era más potente. Le ofrecí salir de allí, aún estábamos apoyados en la barra, pero éramos empujados más de una vez por aquellos que se querían abrir paso. Por lo demás, el local no estaba tan lleno como parecía ahí.

—Que sepas... que me ha molestado que no vinieras a cenar.

Aquello no me lo esperaba. Fruncí el ceño porque no entendía gran cosa.

—¡Uuuuoooooo! —Se escuchó de pronto el grito de Belén. Habíamos llegado hasta donde estaban sin que apenas me diera cuenta—. ¡Vamos prima, bailad un poco!

Paloma le hizo caso y comenzó a moverse al ritmo de la música. Me quedé un poco rezagado, pero ella no me dejó y se acercó para cogerme la mano e instarme a moverme. No era un experto bailando pero tampoco hacía demasiado el ridículo, aunque no podía seguir su ritmo.

—Eyyyyy, profesor. No te mueves mal, pero te queda mucho por aprender —me dijo con sorna.

Negué con la cabeza, divertido.

—No me apetece ser ya tu profesor —comenté.

A pesar de que no creía haber dicho nada malo ella frunció el ceño, le dejó a Belén su vaso, aunque tenía menos de la mitad del contenido y se fue a paso ligero hacia el lado contrario, al parecer hacia la puerta.

Miré a las otras dos, me veía un interrogante en la cara al más puro estilo Chicho terremoto, pero ellas tan solo se encogieron de hombros e hicieron una mueca. Belén me hizo además un gesto con la cabeza para que la siguiera. Sí, casi que era lo mejor, así me enteraría si había dicho algo mal.

Salí fuera y noté enseguida el aire fresco, lo que me dio un respiro. A veces esos sitios eran agobiantes. Ella estaba alejada unos metros de la puerta, casi mejor, no molestábamos demasiado y no nos llegaba tampoco tanto ruido.

Se puso delante de mí y se cruzó de brazos.

—En serio, no entiendo esto —comenté con total sinceridad—. Si querías que fuera a cenar habérmelo dicho. Parecía que te estaban apuntando con un arma para mandar un mensaje.

—No, quería que vinieras, pero no que te vieras obligado. Igual que te has visto obligado a ser mi profesor —contestó cruzándose de brazos.

Solo tenía dos opciones: o me salían canas verdes, o me salían arrugas en la frente antes que a ella, porque volví a fruncir el ceño. Suspiré, y me armé de paciencia, o de valor, o de lo que fuera. Si tanto me jactaba de lo adulto que era tendría que demostrarlo.

—No me siento obligado a nada, Paloma —dije con toda la serenidad que pude reunir—. No suelo hacer cosas que no me gusta hacer.

Ella bufó y yo de nuevo me sorprendí por ello.

—Te obligaron a llevarme al examen, o a darme clases, o...

—Vale —interrumpí riendo, no sabía lo que venía después, pero no era necesario que continuara o iba a conseguir que me sintiera avergonzado de más cosas—. Eso se llama trabajo. Viene con la obligación ya inherente —añadí para ganar un poco de tiempo.

—Claro, es cierto. —Seguía con su pose digna—. Ya no tienes por qué seguir, no te apetece, ¿no? Pues estás liberado de tu cargo.

Eché la cabeza hacia atrás y miré al cielo, despejado en ese momento pero como siempre con pocas estrellas visibles. Buscaba la estrella Polar para que me guiara o algo así, pero nunca supe encontrarla, así que no creía que ese fuera a ser el día. 


¿Qué tal? Aquí tenéis el penúltimo capítulo. ¿Listos para el final? Lo subo en un momentito. Espero que me digáis qué os parece, ¿eh?

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