El mundo no gira en torno a ti

No quería darle más vueltas, así que continué yendo hacia mi destino de cada mañana: la autoescuela. No estaba nerviosa por el examen teórico, no al menos hasta que llegara el día D, que seguro estaría como un flan. Pero en principio lo de estudiar lo tenía más que controlado.

Lo que más me tenía de los nervios, aunque sabía que me quedaba mucho tiempo para eso, era la parte práctica. Desde siempre he sido algo torpe. Los deportes no se me daban especialmente bien, no es que me tropezara con mis propios pies, pero no destacaba en ninguno. Bueno, el atletismo se me daba bien porque era echar a correr y ya. Pero no creía que sirviera solo con correr. No quería ni pensarlo.

Abrí la puerta sin ganas, como si fuera mi particular penitencia. Tan solo llevaba cuatro días, el quinto sería aquel viernes, y tampoco es que fuera tan malo, al menos hasta el momento, pues me estaba enterando de todo, pero volvía a mí la preocupación de qué pasaría cuando acabara lo que para mí era lo fácil.

Entré en la clase, que estaba a punto de empezar. Casi siempre íbamos los mismos a esa hora, por lo que, aunque se me habían pegado las sábanas y había llegado prácticamente la última, el sitio en el que me sentaba desde aquel lunes, estaba libre. Saqué el libro y me puse a hojearlo mientras Antonio llegaba.

Tenía que reconocerle a Belén que tenía razón en cuanto a lo bueno que era como profesor. Me estaba encantando. Era un hombre tranquilo, por momentos parco en palabras y que, aún diciendo lo justo y necesario, siempre lo mezclaba con alguna que otra anécdota que lo hacía mucho más llevadero todo. Desde luego, sabía bien de lo que hablaba y usaba las palabras precisas para llamar la atención.

Miré mi reloj de pulsera y fruncí el ceño. Me parecía raro que aún no hubiera llegado porque los días anteriores había sido de lo más puntual.

—Perdón, perdón, perdón.

No me lo podía creer. De nuevo esas palabras y esa misma entonación. Me giré hacia la puerta, solo para comprobar lo que ya sabía. Lo miré, mientras cerraba la puerta del aula una vez que hubo entrado del todo.

—Lamento el retraso —dijo poniéndose delante de la pizarra blanca, en la que había dibujadas algunas señales de tráfico que se dispuso a borrar—. Estaba haciendo algunas fotocopias y me he entretenido. Id pasándolas, por favor —añadió, dirigiéndose al final al que estaba en la primera fila.

Por un momento, mi mente quiso pensar que aquello era una broma. Que de pronto Antonio aparecería diciendo: "que noooooo, que ya estoy aquí", pero sabía que no. Que el idiota de Diego, que lo mismo ni tenía el título de profesor todavía, sería quien diera la clase.

—Me presento porque la mayoría no me conocéis más que de cruzarnos por aquí. Soy Diego, y desde hoy, voy a dar yo las clases de los viernes por la mañana, para darle un respiro a Antonio, que el pobre está mayor ya —bromeó.

La mayoría de la clase soltó una pequeña risa y, aunque reconozco que había tenido algo de gracia, aguanté estoica y seria. Me miró fijamente y levanté una ceja. O lo intenté, porque aún no me salía muy bien ese gesto. Pero él me entendió a la perfección, pues sonrió de forma irónica.

—Poco a poco me iré aprendiendo vuestros nombres, aunque muchos ya los sé porque he hecho los deberes, así nos ahorramos un paso.

Tenía cara de disgusto. No podía evitarlo, me salió solo al verlo aparecer, pero decidí que lo más beneficioso, era mantener la mejor actitud posible para poder aprender todo lo que tuviera que decir ese chaval. Si no me gustaba su clase no me lo iba a pensar demasiado y, simplemente, no iría los viernes. Mis clases con Antonio tendrían que ser suficientes.

Me sorprendí, y de forma muy grata, al comprobar que tenía también una manera sencilla de explicar, usando un humor muy particular y también comprobando que sí, el puñetero era gracioso también. Se me parecía un poco a Antonio, aunque tenía su propio método.

Tenía que reconocerme a mí misma que no parecía tan idiota como cuando me empujó, o cuando hablamos al apuntarme, claro que yo tampoco había sido una balsa de aceite. Pero es que yo no iba por la vida chocándome con la gente, y marchándome sin siquiera preocuparme de si la otra persona está bien o no.

Me di cuenta de lo tensa que estaba cuando casi atravieso el papel que usaba para los apuntes, así que traté de relajarme un poco. El descanso me vino bastante bien, y traté de concienciarme de que tenía que cambiar el chip.

No era un descanso como tal, pues era el final de la primera clase, pero excepto unos cuantos, nos quedábamos a la siguiente, por aprovechar la mañana. Por suerte, la segunda hora se me pasó bastante rápida y sin que me diera apenas cuenta, pues trataba de absorber todo lo que Diego decía mientras lo apuntaba en mi libreta.

—Perdona, Paloma —me dijo cuando estaba a punto de salir de la clase junto a los demás.

Me giré para mirarlo y que continuara hablando.

—He notado un poco de acritud hacia mí. ¿Te he hecho algo que pueda cambiar?

Fruncí el ceño, porque era interesante cómo había usado el lenguaje para su beneficio, ya que sí que me hizo algo, pero no que pudiera cambiar.

—Porque ya no puedo evitar el hecho de que choqué contigo —continuó—. Así que sería interesante que no sintiera que me quieres lanzar rayos con tus ojitos durante las clases.

Traté de no sonreír por aquello, pero apenas pude disimularlo. Era verdad que todo se me notaba, no lo podía evitar. Trataba de mantenerme lo más neutral posible pero al final mi cara me delataba.

—Lo intentaré —fue lo único que dije.

—Vale, me voy a tener que conformar con eso. Por un momento pensé que tratarías de no venir a mis clases, y la verdad es que te perderías lo mejor.

Bufé una sonrisa, que hizo que él sonriera aún más. Lo curioso era que parecía haberme leído las intenciones desde lejos, pero con su manera de hablar me estaba retando en cierta forma, y no iba a dejar que él ganara.

—¿Cómo voy a dejar de venir a clases? El mundo no gira en torno a ti, chaval —contesté, dejándolo allí plantado.

Me fui con una sonrisa, disfrutando de la cara sorprendida que se le había quedado, y solo giré la cabeza cuando estuve a punto de salir de la autoescuela, viendo a través del cristal como borraba la pizarra para preparar una nueva clase.

Después de aquella primera clase con él, decidí tratar de darle una tregua y no mirarlo tan mal. Él, por su parte, trató de no ser tan idiota, o por lo menos fue lo que me pareció. Tal vez lo habría prejuzgado porque, con el pasar de los días, me veía con ganas de que llegara el viernes. Aunque me seguía encantando las clases de Antonio, las de Diego me resultaban más cercanas, más sencillas. La mayoría de las veces, los viernes me quedaba una tercera hora que, aunque se me hacía un poco más pesada, me ayudaba a avanzar a mejor ritmo.

Me había puesto a estudiar tan intensamente, que llevaba poco más de mes y medio apuntada, cuando Antonio me dijo que, por los test que iba realizando, ya podía presentarme a examen cuando quisiera. Y precisamente era eso lo que me tenía de los nervios.

—¿Pero podrías parar un poco? —me dijo Belén.

Había venido a verme, seguro que a pedido de mi madre, que ya estaría harta de escuchar mis pasos errantes por mi habitación.

—No puedo, tía. Mañana tengo el examen y no me lo sé —contesté con cierta desesperación, sin dejar de hojear el libro del teórico.

Vi como Belén se levantó y me quitó el libro de las manos, obviando por completo mi queja.

—Te lo sabes todo. No se trata de saber, sino de sentido común.

—No tengo ni idea de las señales de tráfico, ni de la normativa... —dije aún con mi tono de histerismo—. ¡Ni siquiera sé si se puede adelantar en un cambio de rasante!

Noté como mi prima trataba de sentarme, y la verdad es que me dejé hacer sin ningún tipo de resistencia. Me dejó en la cama y me dio algunas palmaditas condescendientes en el hombro, supuse que para tratar de calmarme.

—Se pueeeeede —volvió a hablar—. Siempre y cuando el cambio de rasante tenga buena visibilidad, chiquita. En serio que lo sabes todo. Una vez que te pongan el examen por delante verás como no dudas.

La miré con cara triste y Belén volvió a sonreírme. En esa ocasión sí que tranquilizó un poco. Me obligó a dejar el libro atrás y desconectar un poco. Tenía razón, había estado mes y medio sin parar de estudiar y posponiendo todo lo demás, con tal de finalizar cuanto antes con mi trámite curricular.

Le prometí que lo iba a dejar estar y que iba a descansar, pero no se fiaba del todo de mí, así que se llevó mi libro y apuntes al irse de vuelta a casa, lo que me hizo reír bastante, pues podía buscar lo que fuera en el ordenador, aunque contra eso ella no podía hacer nada.

Me acosté pronto, esperando descansar algo y ser capaz de despertarme temprano y estar lúcida para la hora del examen. Lo cierto es que no tenía muchas esperanzas de poder dormir, pero la realidad fue que al poco de echarme en la cama, se me cerraron los ojos de puro cansancio.

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