Él es así de payaso

Toda la tarde me había llevado taladrando la tecla F5 de mi ordenador para ver si habían subido las notas del examen teórico pero no, en ningún momento lo habían hecho y yo ya estaba que me subía por las paredes. Por más que refrescaba la página me seguía saliendo lo mismo, así que me tuve que esperar al día siguiente.

A las ocho de la mañana ya se me abrieron los ojos, como si fuera la mañana de Reyes y yo una niña de cinco años a punto de abrir mi regalo, solo que mi regalo no era una paquetito, sino aprobar.

Me levanté de un salto y encendí el ordenador. Ya solo tenía que esperar los quince minutos que tardaba en arrancar, así que, mientras tanto, fui al baño y también me aseé un poco. No podía desesperarme porque ya sabía que mi ordenador era más lento que el caballo del malo, tenía que sacar la paciencia, que sabía no solía tener, y esperar.

Por suerte para mí, aquel día mi ordenador quería cooperar y solo tardó diez minutos en iniciarse y en darme la posibilidad de entrar en internet.

—¡Sí! —grité sin poder contenerme, cuando vi el aprobado en la pantalla.

De repente, mi madre abrió la puerta, apareciendo con cara de sueño, despeinada y asustándome en el proceso, porque no me la esperaba allí.

—¡Joder, mamá! —me quejé, notando el corazón a mil por hora.

—¿Qué ha pasao? —me preguntó ignorando mi queja y mirando alrededor de mi cuarto con aprensión.

Parecía que había pensado que había entrado un ladrón o algo, por la cara que tenía. Lo que no sabía yo es qué clase de ladrón pensaba que había entrado para que gritara "¡Sí!". No quise pensarlo demasiado y le conté la buena noticia, mientras la abrazaba y daba saltos con ella.

—Menudo el susto que me ha dado la niña esta —farfulló cuando por fin la solté y pudo salir de mi cuarto—. Ayúdame que vamos a hacer el desayuno, anda. Que para eso me has despertado.

Me dio igual, no iba a poder dormirme y por lo menos así haría tiempo para llamar a Belén y darle la noticia. Estaba muy emocionada, era un paso más hacia mi: «¿Dispone de carnet de conducir? ¡Sí! ¡Para que te enteres, payaso!». Bien, estaba claro que eso no lo iba a decir en una entrevista de trabajo, pero seguro que lo pensaría.

No tardamos nada en preparar unas tostadas y el café, de hecho yo le servía de muy poco a mi madre porque ella ya tenía como ocho manos para hacerlo todo, pero le gustaba que estuviera por allí dándole cháchara. Total, tampoco eran tantas cosas porque era solo para las dos, ya que mi padre se iba más temprano a trabajar el pobre mío.

Estaba a mitad de mi tostadita con aceite cuando escuché el teléfono, que resultó que continuaba en mi mesita de noche. Imaginé, por la hora, pues aún eran las ocho y media de la mañana, que eran Belén para preguntarme qué tal me había salido. Me sorprendí al ver un número fijo que no reconocía de nada.

—¿Dígame? —pregunté con cierta formalidad.

—¿Paloma? ¿Paloma Santamaría? —contestó una voz masculina, que me resultó muy familiar.

—Sí, soy yo. ¿Quién es?

—Soy Diego —me respondió después de carraspear un poco—. De la autoescuela —aclaró innecesariamente.

No conocía a ningún otro Diego y además, una vez que me dijo su nombre, caí en que tendría que haberlo reconocido por su voz. Claro que por teléfono sonaba muy distinto.

—¿Cómo que me llamas a esta hora?

—¡Uy, perdón! —comentó. Parecía que pedía mucho perdón este chico. Menudo desastre—. Pensé que estarías despierta.

—Sí, lo estaba. Yo pensé que tú no —respondí mordaz.

—Pues no entiendo por qué, señorita, si soy quien da las clases los viernes.

No sabía ni en qué día estaba, pero tenía razón. Al menos por esa vez, por lo que me hizo reír y se lo tuve que conceder. Hizo un sonido como de gente aplaudiendo y no pude más que imaginármelo haciendo un estúpido baile de la victoria. Nunca lo había visto haciendo algo así, pero me lo imaginaba de aquella manera, era mucho más divertido.

—Como ya no tienes que verme más en las clases te olvidas de mí, ¿no? —continuó de broma.

No supe por qué, dejé de reír inmediatamente, y traté de excusarme. No quería que creyera que no me gustaban sus clases, porque hubiera sido una mentira. Si hubiera sido así se lo habría soltado a la primera de cambio. Sin embargo, casi era lo mejor de los viernes, y decía casi porque los viernes eran muy buen día por lo general, la antesala del magnífico fin de semana.

De cualquier forma, no quería que se lo tuviera muy creído, así que no le dije que en realidad le iba a echar un poco de menos, aunque sabía que así iba a ser.

—Bueno, ya en serio —retomó, suponía que porque había notado que me había quedado demasiado tiempo en silencio—. Te llamo desde aquí, que estamos repasando las notas, y era para decirte que ¡has aprobado! —completó en un tono más alto y festivo.

—¿Sí? —pregunté, como si fuera la primera noticia para mí.

—Así es. Y eso que al principio solo venías a por mortadela, ¿eh? No está nada mal.

Solté una carcajada. No me esperaba aquello y no la pude reprimir.

—Nada mal, no —concedí.

—Bueno... era solo para decirte eso. Yo ya sabía que lo ibas a hacer, pero es bueno que lo confirme un examinador ajeno, así te lo crees más —siguió bromeando y yo volví a reírme. Aquella mañana parecía que no me costaba ningún trabajo estar contenta.

—Muchas gracias por avisarme, Diego —dije sonriente, aprovechando que no podía verme—. Así me ahorras los nervios de la mañana.

—De nada. Bueno, te dejo que tengo clase, y hay que llamar a los demás. Te llamará Luisa en cuanto haya un hueco libre para las prácticas.

Se lo agradecí una vez más y colgamos. Me quedé un rato mirando a la nada, aún con el teléfono en la mano. No sabía por qué, pero no quise decirle que ya lo sabía. Por alguna extraña razón, quería que no sintiera que no había sido él quien me había alegrado el día, porque en parte lo había hecho.

Él sabía que las notas estaban en internet, y seguramente sabía que todos teníamos acceso a ellas, pero al parecer se había dado prisa, arriesgándose a despertarme, para ser él quien me lo hubiera dicho. No me apetecía robarle esa ilusión que había demostrado en su voz.

Sonreí, casi sin darme cuenta, casi de forma inconsciente, y solo dejé de hacerlo cuando pude visualizar mi cara de idiota. Sacudí mi cabeza para hacerme volver a la realidad y regresar a la cocina, donde seguro que mi madre me regañaría por dejar que la tostada y el café se me enfriaran.

Me dio exactamente igual y me lo bebí tal y como estaba. Asqueroso.

—Te lo dije —me reprochó mi madre—. Pero como eres una cabezona no me has hecho caso. ¿Quién te ha llamado? ¿Tu prima?

No hubiera sido nada extraño porque no podía vivir sin ella, y ella casi sin mí tampoco.

—Un profesor de la autoescuela, para decirme que he aprobado.

—Yo creía que ya eso lo sabíais por el guguel ese.

—Internet, mamá —la corregí—. Google es un buscador.

—Sí, sí, sí —dijo sacudiendo la mano como si le diera igual.

Bueno, en realidad le daba igual, ella iba a seguir diciendo lo que le diera la gana.

—Y sí, por ahí lo sabíamos. Pero él ha querido llamarme. Él es así de payaso —añadí.

—Sí que tiene que ser un buen payaso, porque te he escuchado reír a carcajada limpia.

Mi madre sabía perfectamente cómo ponerme en evidencia, y eso se lo tenía que reconocer. No quería escuchar más y que siguiera riéndose de mí, sobre todo porque sabía que, en un momento, estaría roja como un tomate, así que recogí mis cosas y las puse en el fregadero, avisándole de que las fregaba un poco después para que no se pusiera a echarme la bronca.

También eso le dio igual porque me la echó de todas formas, pero yo conseguí escabullirme a mi cuarto. Tenía muchas cosas que hacer aquel día, y una juerga que preparar para celebrar que la primera parte de mi castigo estaba cumplida, así que me dispuse a mandarle un mensaje a Belén para decírselo.

Muchos iconos de palmas y de la gitana bailando después, me dijo que por supuesto que íbamos a quedar aquella noche, así que no tenía nada de qué preocuparme. Primer día en casi dos meses que no iba a tener clase por la mañana aquel viernes. ¡Si es que era el mejor día de la semana!

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