Capítulo XII



Blackwood House resplandecía bajo la luz de innumerables velas y candelabros, creando una atmósfera mágica y elegante. Las melodías de la orquesta llenaban el aire con alegres valses, mientras las conversaciones animadas se entremezclaban con risas y susurros. Clarissa, tras bailar con varios caballeros a diferencia de su prima, se encontraba ahora junto a Isadora cerca de una de las altas ventanas que daban al jardín iluminado. La suave luz de la luna bañaba las rosas y los setos cuidadosamente recortados, creando un ambiente romántico que parecía sacado de un sueño.

—¿No crees que Lord Bellingham es un poco... pomposo? —susurró Clarissa, con una sonrisa divertida, mientras recordaba los elaborados y poco sinceros cumplidos del caballero.

Isadora soltó una risita, pero su tono no estaba tan ligero como en otras ocasiones.

—Un poco es quedarse corta. Parecía más preocupado por su propia imagen en el espejo que por la conversación —comentó, con una sonrisa algo forzada.

Las dos jóvenes compartieron una mirada cómplice antes de que un mayordomo, vestido con su impecable librea, se acercara a ellas con una reverencia.

—Lady Clarissa Sinclair, Lady Isadora Sinclair, —anunció con voz clara y resonante— Lord Ashworth solicita el honor de ser presentado.

El conde de Sinclair, que casualmente se encontraba cerca conversando con un viejo amigo, se giró al oír el anuncio. Una expresión de interés cruzó su rostro al reconocer el nombre.

—Ah, Lord Ashworth —dijo con una sonrisa, acercándose a sus hijas—. Un placer conocerlo. Permítame presentarle a mis hijas, Lady Clarissa e Isadora.

Lord Edward Ashworth, Duque de Hertfordshire, avanzó con una elegancia natural que era imposible ignorar. Su porte distinguido y su atuendo impecable hacían que su presencia se destacara entre la multitud. Su cabello castaño claro estaba cuidadosamente peinado, y sus ojos, de un intenso color azul, irradiaban una mezcla de inteligencia y amabilidad. Hizo una elegante reverencia ante las jóvenes, su mirada se detuvo un momento en Isadora, dedicándole una sonrisa cortés, antes de posarse finalmente en Clarissa.

—Es un verdadero honor, Lady Clarissa, Lady Isadora —dijo con una voz cálida que resonó suavemente en el tranquilo rincón de la ventana. Al dirigirle la palabra a Clarissa, un brillo especial iluminó sus ojos—. Lady Clarissa, me preguntaba si me concedería el honor de un baile.

Clarissa sintió un ligero rubor subir a sus mejillas ante la mirada de Lord Ashworth. Su corazón latió un poco más rápido. Él era, sin duda, uno de los caballeros más apuestos de la velada, y el interés que mostraba la halagaba. Recordando ese picor en su pecho en aquel tiempo que se conocieron antes de que ella por su inmadurez lo despreciara.

—Sería un placer, Lord Ashworth —respondió, aceptando su mano con una sonrisa.

Mientras Lord Ashworth la guiaba hacia la pista de baile, Isadora se quedó atrás, observando la escena con una expresión que denotaba algo más que curiosidad. La leve sonrisa de su prima se había desvanecido, reemplazada por una mirada fija y distante. Sus ojos seguían cada paso de la pareja, una intensidad que no pasó desapercibida para algunos de los presentes. ¿Era celos lo que se reflejaba en su rostro?

Lord Ashworth y Clarissa danzaban al compás de la música, deslizándose por la pista con gracia. La orquesta interpretaba una melodía romántica, y el suave movimiento de la danza parecía acercarlos y alejarlos en perfecta armonía. La conversación fluía con facilidad entre ellos, y Lord Ashworth se mostró como un conversador encantador y atento. Clarissa disfrutaba de su compañía, y no podía evitar sentir una admiración creciente hacia él, especialmente al ver la fascinación en sus ojos, que no se apartaban de su rostro. Los cumplidos que él le ofrecía eran sutiles pero sinceros, y Clarissa, halagada, respondió con su propio encanto.

Mientras tanto, Isadora permanecía cerca de la pista de baile, observando desde la distancia, su rostro grave y pensativo. Un caballero se acercó a ella y le ofreció su brazo para bailar, pero Isadora, con una excusa cortés, rechazó la invitación. Sus ojos, sin embargo, no dejaban de seguir a Clarissa y Lord Ashworth mientras danzaban, y un aire de frustración comenzó a invadirla. La alegría de la velada parecía haberse desvanecido para ella, reemplazada por una creciente incomodidad y una sensación de ser invisibilizada.

El vals llegó a su fin, y con una última vuelta suave, Lord Ashworth condujo a Clarissa de vuelta al borde de la pista. Una leve brisa proveniente de las ventanas abiertas refrescó sus mejillas sonrojadas.

—Ha sido un verdadero placer, Lady Clarissa —dijo Lord Ashworth, su sonrisa iluminando su rostro—. Su gracia y vivacidad hacen que la pista de baile parezca un lugar mágico.

—El placer ha sido mío, Lord Ashworth —respondió Clarissa, devolviéndole la sonrisa, un poco tímida.

Después de una breve conversación cortés, Lord Ashworth se despidió de Clarissa y se acercó al conde de Sinclair, quien lo esperaba cerca. Isadora, que había permanecido observando desde su rincón, notó la seriedad en el rostro de su tío mientras hablaba en voz baja con Lord Ashworth.

—Conde, —dijo Lord Ashworth en un tono confidencial, apartándose un poco del resto de los presentes— le agradezco la presentación a sus hijas. Lady Clarissa es, sin duda, una joven excepcional. Permítame reiterarle mi admiración.

El conde asintió con una leve sonrisa.

—Agradezco sus palabras, Lord Ashworth. Clarissa es una joven de gran corazón.

Tras un apretón de manos, Lord Ashworth se despidió del conde con una última mirada hacia donde Clarissa conversaba brevemente con otras damas, antes de retirarse del salón. El conde regresó junto a su hija, pero Isadora ya se había alejado, visiblemente molesta. Al verla alejarse, el conde tomó el brazo de Clarissa con una expresión ligeramente seria.

—Clarissa, hija mía, necesito hablar contigo un momento —dijo, guiándola hacia un rincón más apartado del salón.

Una vez a solas, el conde se aclaró la garganta antes de hablar.

—He notado el interés que Lord Ashworth, Duque de Hertfordshire, ha mostrado hacia ti esta noche. Es un caballero distinguido, sin duda. Pero... —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas— también he notado la presencia del Duque de Blackwood rondándote.

Clarissa frunció ligeramente el ceño recordando estas mismas palabras que su padre le había conferido en su vida pasada. El Duque Blackwood, si bien era un hombre poderoso e influyente, no le resultaba particularmente atractivo. Y consideraba que era mucho mayor que ella y su conversación se centraba casi exclusivamente en sus vastas propiedades y su linaje. Sin embargo, Edward seria su esposo como en la otra vida a diferencia que esta vez sí sabría valorarlo.

—Padre, el Duque... —comenzó a decir Clarissa, pero su padre la interrumpió suavemente.

—Hija, entiendo tus reservas. Sin embargo, debes comprender la importancia de las alianzas en nuestro mundo. El Duque de Blackwood es un hombre de gran influencia y riqueza. Un matrimonio con él sería... un arreglo sumamente ventajoso para nuestra familia. Sin embargo, también está el Duque de Hertfordshire, quien tiene más prestigio y un legado antiguo honorífico.

Clarissa bajó la mirada, comprendiendo la lógica de su padre, antes la idea de un matrimonio por conveniencia la entristecía, pero ahora sabiendo quien es su futuro esposo estaba tranquila.

—Además —continuó el conde, cambiando de tema con una sonrisa más ligera—, Lord Berkshire me ha comentado algo fascinante sobre la historia del título de Lord Ashworth. Parece que no se originó de la manera habitual.

Clarissa levantó la vista, mostrando interés.

—Me contó que, durante la llamada Guerra de las Sombras, a mediados del siglo XV, su antepasado, Sir Gareth Ashworth, demostró un valor extraordinario. No fue una guerra común, hija mía. Se dice que se libró contra... fuerzas que escapan a nuestra comprensión ordinaria. Al parecer, Sir Gareth poseía una conexión especial con la naturaleza, un don que le permitió detener un avance de criaturas oscuras en la Batalla del Bosque de las Espinas, salvando así al ejército real. Por esta hazaña, fue nombrado Duque de Hertfordshire.

El conde hizo una pausa, observando la reacción de Clarissa.

—Es una historia fascinante, ¿no crees? —continuó—. Una historia de valor, lealtad y... quizás, algo más. Recuerda, Clarissa, ser atenta con el Duque Blackwood. Un matrimonio con él nos aseguraría un futuro próspero. Pero... —añadió con una mirada significativa— no descartes la compañía de Lord Ashworth. Observa con atención. A veces, las historias más inusuales esconden las mayores fortunas.

El salón de Blackwood House estaba lleno de risas y música, pero en un rincón apartado, lejos de las multitudes, el conde de Sinclair y su hija Clarissa se encontraban en una conversación más seria. La luz cálida de las velas iluminaba sus rostros mientras el murmullo del baile se desvanecía a medida que se adentraban en su charla.

El conde, con una expresión tranquila pero firme, observaba a su hija esperando una respuesta. Había algo en su postura, una madurez inesperada, que le decía que Clarissa estaba lista para comprender el peso de las palabras que le iba a decir.

—Clarissa —comenzó el conde, su voz grave—, sé que no te resulta fácil. El matrimonio es un tema delicado, pero debo ser honesto contigo. Debes comprender que las decisiones que tomes no solo afectarán tu futuro, sino el de nuestra familia. Las alianzas, los matrimonios... todo eso forma parte de lo que somos.

Clarissa, con el rostro sereno, asintió lentamente, entendiendo las palabras de su padre, aunque sus propios sentimientos sobre el asunto seguían siendo complicados.

—Lo entiendo, padre —respondió, con una voz suave pero firme—. Y sé que mi deber es pensar en lo que es mejor para todos.

El conde la observó fijamente, evaluando su respuesta. No era común que Clarissa mostrara tal disposición, pero había algo en su tono que lo sorprendió y, al mismo tiempo, lo llenó de orgullo. La joven estaba aceptando lo que su mundo le exigía, y eso demostraba una madurez que quizás no había esperado de inmediato.

—Entonces, ¿aceptas lo que te propongo? —preguntó el conde, su tono de voz reflejando tanto esperanza como una ligera preocupación.

Clarissa respiró hondo antes de hablar, y por un momento, su mirada se desvió hacia la pista de baile, donde los caballeros seguían cortejando a las demás debutantes. La danza, los vestidos brillantes, los rostros sonrientes, todo parecía tan lejano de la conversación que estaba a punto de tener con su padre. Pero sabía que era un paso que debía dar.

—Padre, tiene razón —dijo finalmente, su voz serena—. Haré lo que usted me ha pedido. No será fácil, pero entiendo que no hay muchas otras opciones si quiero lo mejor para nuestra familia.

El conde, aunque ligeramente sorprendido por la rapidez de la respuesta, sonrió con satisfacción. Clarissa había mostrado una madurez que superaba lo que él mismo había anticipado. Se acercó a ella, colocando una mano en su hombro con afecto.

—Te felicito, hija mía. Has tomado una decisión sabia. —Su sonrisa se suavizó—. Estoy orgulloso de ti. Nadie dijo que este camino sería fácil, pero tienes el valor para caminarlo.

Clarissa asintió, sabía que las expectativas de su padre eran altas, pero también se daba cuenta de que la felicidad personal no siempre coincidía con las decisiones tomadas desde el corazón. A veces, el deber y la conveniencia pesaban más que los deseos personales. Eso lo aprendió de su pasado.

—Si debo elegir entre uno de los dos —continuó Clarissa, mirando directamente a los ojos de su padre—, me gustaría que fuera Lord Ashworth. Él parece... más acorde con lo que busco. Tiene una mente brillante y una educación que admiro.

El conde asintió, satisfecho con la elección. No era una sorpresa, después de todo. Lord Ashworth era un partido excelente, mucho más apropiado que el Duque de Blackwood para los intereses familiares.

—Lo entiendo —dijo el conde, asintiendo con aprobación—. Lord Ashworth es un hombre de renombre y prestigio. Pero recuerda, hija mía, no apresures nada. Permite que las cosas sigan su curso. Todo debe fluir como se espera. La corte, los bailes, las conversaciones... Esos son los momentos que nos guiarán hacia lo que debe ser.

Clarissa sintió una mezcla de alivio y resignación. Sabía que, a pesar de su preferencia, las cosas seguirían un curso determinado por las circunstancias.

—Lo haré, padre —respondió con una ligera sonrisa, mirando con determinación a su padre—. Seguiré su consejo y dejaré que todo fluya naturalmente.

El conde asintió una vez más, satisfecho de ver que su hija había llegado a un entendimiento tan profundo y maduro.

—Eso es todo lo que puedo pedir —dijo, su tono suavizándose—. Confío en ti, Clarissa.

Y con esas palabras, la conversación terminó, pero Clarissa sabía que su vida, de alguna manera, acababa de cambiar para siempre. Ya no se trataba solo de una joven que deseaba encontrar su lugar en el mundo, sino de una mujer que debía tomar decisiones por el bien de su familia.

Con estas palabras, el conde dio por terminada la conversación, dejando a Clarissa con una mezcla de emociones y pensamientos dando vueltas en su cabeza. La historia con Lord Ashworth, su esposo, sería diferente.  

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