Capítulo XI
La mañana del baile llegó a Sinclair Manor con el bullicio habitual de una gran celebración. Criados corrían por los pasillos, doncellas ajustaban los últimos detalles y el suave murmullo de las costureras se escuchaba mientras daban los toques finales a los vestidos. En el tocador compartido, Clarissa e Isadora se preparaban juntas entre risas y confidencias. Clarissa luciría un vestido de un delicado color marfil, adornado con bordados de orquídeas de cristal que parecían florecer sobre la seda. Isadora, por su parte, había optado por un elegante diseño en tono verde esmeralda, que resaltaba el brillo de sus ojos color avellana.
Sin embargo, la atmósfera festiva se vio abruptamente interrumpida. Un grito ahogado resonó en la estancia, y Clarissa, con el corazón latiendo con fuerza, observó con horror una gran mancha de tinta carmesí que empañaba la perfección de su vestido, justo en el delicado bordado del escote. Las lágrimas amenazaban con brotar, pero Clarissa, con la serenidad que la caracterizaba, respiró hondo y buscó una solución.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Isadora, con la voz cargada de preocupación.
—Mi vestido ha sido arruinado —vociferó Clarissa, por fuera se veía angustiada, pero dentro de si daba brincos de felicidad.
—Tranquila, encontraremos una solución —exclamó Isadora, con tono decidido.
Justo en ese momento, Lady Eleanor, la condesa de Sinclair, entró apresurada por el grito de su hija.
—¿Qué sucede, hija? —preguntó Lady Eleanor, con el ceño fruncido por la preocupación. Su mirada recorrió la habitación hasta detenerse en el vestido de Clarissa. Un suspiro escapó de sus labios al ver la mancha. —¡Oh, cielos!
—Es tinta, madre. No sé cómo ha podido ocurrir —explicó Clarissa, con la voz temblorosa y los ojos llenos de lágrimas. —Es justo en el bordado. Madame Dubois tardó semanas en terminarlo.
Isadora se acercó a Clarissa y le puso una mano en el hombro en un gesto de consuelo. —Seguro que podemos quitarla. ¿Recuerdas el truco de la leche que nos enseñó la ama de llaves?
Lady Eleanor asintió, aunque su expresión seguía siendo de preocupación. —La leche puede funcionar en algunos casos, pero esta mancha parece bastante grande y la tinta es de un color intenso. Además, la seda es muy delicada.
—¿Qué vamos a hacer? El baile es esta noche —exclamó Clarissa, con la voz entrecortada por el llanto. La idea de no poder asistir a su propio debut en sociedad era devastadora.
Lady Eleanor se acercó a su hija y la abrazó con ternura. —Tranquila, querida. No permitiremos que esto arruine tu noche. Buscaré a la señora Hughes, nuestra doncella. Es muy ingeniosa y quizás conozca algún remedio. Mientras tanto, Isadora, ¿podrías buscar un paño limpio y agua fría? No frotes la mancha, Clarissa, solo presiónalo suavemente para que absorba la mayor cantidad de tinta posible.
Isadora asintió rápidamente y salió de la habitación en busca de lo que le había pedido la condesa. Lady Eleanor examinó la mancha con detenimiento. La tinta carmesí destacaba sobre la seda marfil, como una herida en la tela.
—Quizás también podríamos probar con un poco de alcohol —murmuró Lady Eleanor para sí misma. —Recuerdo que mi madre lo utilizaba para quitar ciertas manchas difíciles.
La tensión en la habitación era palpable. El tiempo apremiaba y el baile se acercaba rápidamente. La esperanza de que el vestido pudiera salvarse pendía de un hilo, pero la determinación de Lady Eleanor e Isadora de ayudar a Clarissa era inquebrantable. La noche, que había comenzado con tanta ilusión, se había convertido en una carrera contrarreloj.
En medio del caos, la señora Hughes, la doncella de la familia, llegó con una expresión decidida.
—Lady Sinclair, he traído lo que me pidió —dijo, mostrando un pequeño frasco con un líquido transparente y un paño de lino blanco—. He oído hablar de este remedio. Es una mezcla de alcohol isopropílico y zumo de limón. Dicen que es muy eficaz para las manchas de tinta, incluso en seda.
Con sumo cuidado, la señora Hughes aplicó la solución sobre un pequeño trozo de tela que había sobrado del vestido, en una zona poco visible, para probar su efecto. Al ver que no dañaba la seda, procedió a tratar la mancha con delicados toques, absorbiendo la tinta con el paño. Lentamente, la mancha carmesí comenzó a atenuarse, dejando un halo rosáceo casi imperceptible.
—¡Es increíble! —exclamó Isadora, con los ojos brillantes.
Después de varios minutos de minucioso trabajo, la mancha había desaparecido casi por completo. Un ligero rastro rosado permanecía, pero era tan tenue que apenas se notaba a simple vista.
—Madame Dubois podrá disimularlo con un poco de bordado adicional —dijo Lady Eleanor, aliviada—. ¡Rápido, llamadla!
Clarissa se encontraba sumida en sus pensamientos mientras las criadas apresuradas corrían por el pedido de su madre. En su mente, pensaba que debía permitir a Isadora sentir que había triunfado, que era ella quien destacaría esa noche. Solo así, pensaba, podría demostrarle que el verdadero triunfo sería suyo. No permitiría que su prima se apropiara de la atención, ni por un instante. Por eso, Clarissa ideaba sus pasos cuidadosamente, con la tranquilidad de quien sabe que, aunque las cosas parezcan estar a su favor para otros, ella siempre tendría la última palabra.
Mientras esperaban a la modista, Clarissa no pudo evitar sonreír por dentro. La situación, aunque tensa, le daba una sensación de control. Sabía que, a pesar del desliz de su prima y la mancha en su vestido, todo se resolvería y su victoria sería aún más dulce. Era como si las piezas del juego se estuvieran alineando perfectamente, justo como ella lo había planeado.
Lady Eleanor, por otro lado, no podía sacudirse la extraña sensación que la había invadido desde que vio la mancha. Algo no le encajaba. No parecía un accidente. La forma y la intensidad del color sugerían que la tinta había sido vertida intencionalmente. Decidida a llegar al fondo del asunto, comenzó a interrogar a las doncellas que habían estado cerca del vestido.
Tras una breve investigación, todas las miradas se dirigieron a Elara, una joven doncella que había llegado hacía poco a la casa. Al principio, Elara negó cualquier implicación, pero ante la insistencia de Lady Eleanor y la evidencia circunstancial, terminó confesando entre sollozos.
—Lo siento, milady —dijo con la voz temblorosa, profiriendo la excusa que su ama le había dado—. Estaba celosa de Clarissa. Siempre es tan amable y hermosa, y yo... yo solo quería arruinarle la noche.
Clarissa, al escuchar estas palabras, no mostró ningún signo de sorpresa. En su mente, todo encajaba. Mientras Lady Eleanor miraba a Elara con severidad, Clarissa mantenía una expresión tranquila, disfrutando de la quietud que precede al desenlace de su plan.
Lady Eleanor la miró con severidad, pero también con cierta compasión. Comprendía la envidia juvenil, pero no justificaba sus actos.
—Elara, lo que has hecho es muy grave —dijo con firmeza—. Has puesto en peligro un evento muy importante para Clarissa y has causado una gran angustia a toda la familia.
Justo en ese momento, Madame Dubois llegó con su maletín de costura. Al ver el vestido, exclamó con su característico acento francés:
—¡Mon Dieu! ¡Qué horror! Pero no se preocupen, mis petites. Con un poco de mi magia, este vestido estará listo para deslumbrar esta noche.
Con la habilidad que la caracterizaba, Madame Dubois añadió unas delicadas flores de seda en el escote, estratégicamente colocadas para ocultar el tenue rastro de la mancha. El resultado fue incluso mejor que antes. El vestido lucía ahora aún más hermoso y único.
Mientras Madame Dubois trabajaba, Lady Eleanor se encargó de hablar con Elara. Le explicó las consecuencias de sus actos y le impuso una sanción. Aunque sentía cierta lástima por la joven, era importante que comprendiera la gravedad de su error.
Finalmente, cuando Clarissa se probó el vestido terminado, una sonrisa iluminó su rostro. El alivio y la felicidad la inundaron, pero en su interior, también había una satisfacción mayor. Todo había salido como ella lo había planeado. Esta noche, su debut sería aún más grandioso, y Isadora, por mucho que lo intentara, nunca podría opacar su brillo. Clarissa instó a su madre a que fuera junto a Isadora al baile, asegurándose de que no se hiciera tarde para ambas. A diferencia de su vida pasada, cuando su madre enfermó de último momento debido a algo que le había dado Isadora y no pudo asistir, esta vez Clarissa logró resolver la situación con antelación. No permitiría que los planes se vieran alterados. Necesitaba que su madre y su prima se adelantaran, para que todo siguiera su curso sin interrupciones. Cada paso estaba cuidadosamente calculado y debía garantizar que el desarrollo de los eventos continuara como ella lo había previsto. Además, de resguardar la vida de su madre.
Cuando Clarissa instó a su madre y a Isadora a que se adelantaran al baile, ambas aceptaron sin dudar. La condesa, decidida a disfrutar de la noche y sin darle demasiada importancia al incidente del vestido, se mostró conforme con la idea de partir antes. Isadora, sin embargo, permaneció en silencio, visiblemente frustrada. La mancha en el vestido de Clarissa seguía rondando en su mente, junto con la sensación de fracaso que la había acompañado desde el momento en que había visto desaparecer la tinta sobre el escote. Aunque su rostro mantenía una expresión serena, en su interior una tormenta de emociones la consumía, y la idea de ver a Clarissa deslumbrando en el baile mientras ella se desvanecía en la sombra le revolvía las entrañas.
—Vamos, Isadora, será una noche maravillosa —dijo la condesa, sin sospechar en absoluto la tensión que se ocultaba en su sobrina.
Isadora asintió sin ganas, y ambas se dirigieron a la fiesta, sin saber que Clarissa tenía ya todo bajo control. Ella necesitaba que su madre y su prima se adelantara para que todo siguiera el curso que había planeado. El tiempo estaba de su lado, y estaba decidida a hacer que su noche de debut fuera perfecta.
Mientras tanto, en la mansión, Madame Dubois aprovechó el tiempo a solas para dar rienda suelta a su magia. Llamó a su asistente, quien entró con el vestido que había creado en secreto, siguiendo el diseño de Clarissa. El vestido era todo lo que había imaginado: elegante, sofisticado, y con un toque único que resaltaba la esencia de la joven. Elara y Maya la ayudaron a vestir a Clarissa, quienes también colaboraron en un peinado que complementaba perfectamente el conjunto. Los delicados rizos dorados se recogieron con una tiara de perlas, y el resultado fue tan impresionante que Clarissa apenas se reconoció al mirarse en el espejo.
Cuando finalmente descendió por las escaleras, la belleza de su figura sorprendió a su padre y los sirvientes que estaban cerca. Su padre, quien había estado esperando con impaciencia, la vio llegar y sus ojos se iluminaron con orgullo.
—¡Clarissa, te ves maravillosa! —exclamó el conde, acercándose para abrazarla. —Estoy tan orgulloso de ti, hija.
Clarissa, emocionada, lo abrazó con fuerza, sintiendo una calidez que hacía mucho tiempo no experimentaba. Este abrazo era diferente, lleno de cariño y de la promesa de una relación renovada. Sentía que esta vez, su relación con él sería distinta. No más secretos ni frialdad, solo apoyo y amor genuino. Mientras se separaba de su padre, él le dio un comentario que la hizo sonreír.
—Recuerda lo que te dije siempre serás mi niña —le susurró, antes de verla alejarse con paso firme.
Clarissa asintió, sabiendo que esa noche marcaría el inicio de una nueva etapa, no solo en su vida, sino también en su destino.
...
Finalmente, llegó el tan esperado momento del baile. Mientras Clarissa hizo su entrada a la salita común donde las debutantes fueron llevadas, exclamaron en sorpresa y felicitando a Clarissa por tan hermoso vestido, a la vez que Isadora moría de envidia. La matrona Agnes con una sonrisa serena y una serie de consejos sabios profirió: "Recuerden, mis queridas, esta noche se trata de proyectar todo lo que una dama debe ser: gracia, elegancia y, sobre todo, decoro", les dijo, su voz llena de una autoridad suave pero firme. "Es su oportunidad de brillar, así que no dejen que nada las haga tambalear."
Cuando finalmente fueron anunciadas, el conde de Sinclair, con una mano posada en el brazo de Clarissa y la otra en el de Isadora, las condujo hacia el salón. La luz de los candelabros iluminaba suavemente sus rostros, resaltando la belleza de las jóvenes, sin embargo, Isadora fue opacada por su prima. Clarissa sintió cómo la emoción y el nerviosismo se mezclaban mientras contemplaba el grandioso salón que representaba todo lo que había soñado y lo que había vivido. La orquesta comenzó a interpretar un vals vienés, y la pista de baile brillaba bajo el resplandor de las arañas de cristal. Isadora, a su lado, se veía tranquila y serena, pero por dentro estaba por explotar su elegancia natural atrayendo todas las miradas a su paso.
Su llegada no pasó desapercibida. Inmediatamente, los caballeros se apresuraron a solicitar ser presentados para solicitar su mano para bailar. Condes, marqueses, e incluso el apuesto Duque de Blackwood, se acercaron con una cortesía impecable. Clarissa, esta vez agradeciendo el incidente con el vestido, se dejó llevar por la magia de la noche. Se sentía como si flotara en la pista, rodeada por los caballeros que se habían disputado su atención. Sin embargo, estaba deseosa de ver aparecer a Edward.
Bailó con el Conde de Rothwell, cuya conversación era tan fascinante como recordaba como sus muchas distinciones, y con el Marqués de Sterling, un bailarín excepcional que la hizo sentir ligera como una pluma. Isadora, por su parte, cautivó al Vizconde de Elmsworth con su dulzura y encanto engañoso, dejando una estela de admiración tras cada paso.
Sin embargo, mientras disfrutaba de la velada, Clarissa no pudo evitar observar a Isadora de reojo. Su prima había estado callada, y aunque sonreía educadamente, había algo en su mirada que reflejaba una leve frustración. Clarissa sabía que era por su plan frustrado, pero decidió centrarse en el presente.
Fue entonces cuando, durante una breve pausa para beber algo, Clarissa escuchó un suspiro ahogado de Isadora a su lado.
—No sé qué me pasa —murmuró Isadora, sin mirarla. —Es que... no puedo dejar de pensar en todo lo que ha sucedido hoy.
Clarissa, alzó la vista hacia ella, curiosa. Justo antes de que pudiera preguntar qué sucedía, Isadora la interrumpió, algo sorprendida y, por un momento, un tanto avergonzada.
—Clarissa, ¿qué... qué le pasó a tu vestido? —preguntó con voz titubeante.
Clarissa frunció el ceño y miró a su prima.
—¿Qué quieres decir? —respondió con una leve sonrisa, aunque con algo de confusión.
Isadora no pudo evitar mirar de nuevo el vestido de Clarissa, ese vestido no era el mismo. No el marfil con bordados delicados que había previsto para esa noche. El vestido de Clarissa ahora era un tono lavanda suave, con detalles en tonos plateados que resaltaban la seda como un espejo de luna. El diseño era más intrincado, con encajes finos que caían en cascada desde sus hombros, y las flores de cristal en su escote se habían sustituido por pequeños destellos plateados que daban un brillo etéreo al conjunto.
Clarissa notó la sorpresa en los ojos de Isadora y sonrió por dentro. Se dio cuenta de inmediato que su prima había notado la diferencia, y sabía que eso sería suficiente para ponerla en su lugar.
—Este es el vestido que Madame Dubois hizo para mí, después de que el otro se estropeara —dijo con una suavidad que ocultaba un toque de satisfacción interna. —Creo que se ve mejor, ¿no crees?
Isadora, visiblemente sorprendida, intentó disimular su incomodidad, pero no pudo evitar un leve gesto de frustración. El vestido de Clarissa era absolutamente deslumbrante, mucho más que el suyo. Mientras su prima brillaba en el centro de la atención, Isadora se sintió cada vez más desplazada.
Clarissa, observando la reacción de su prima, pensó en la fortaleza interior que necesitaba para triunfar esa noche. Sabía que Isadora tenía sus propias inseguridades, pero no podía dejar que eso interfiriera con su propio éxito. Para ella, lo más importante era que todo saliera bien, y esta noche era solo el comienzo. Sabía que, al final, su prima debía sentirse como si estuviera triunfando, para que ella pudiera demostrarle con sutileza que sería la verdadera vencedora.
En ese momento, la música volvió a llenarse de melodías alegres, y las parejas comenzaron a bailar nuevamente. Clarissa, con una sonrisa brillante y llena de confianza, tomó la mano de su padre, quien la miraba con una expresión orgullosa. Mientras tanto, su madre y su prima comenzaron a conversar con otros miembros de la alta sociedad, dejando que la noche continuara su curso.
Para Clarissa, la velada era mucho más que una fiesta. Era la prueba de su capacidad para sobresalir, y todo lo que había pasado hasta ahora le había demostrado que el camino hacia el éxito estaba lleno de desafíos. Sin embargo, esa noche lo tenía todo: la gracia, la elegancia y, sobre todo, la sensación de estar a punto de conquistar su lugar en la alta sociedad.
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