Capítulo VI


Esa noche, mientras las sombras se alargaban en la habitación que ahora ocupaba, Clarissa permaneció sentada junto a la ventana, contemplando el cielo estrellado. Los días en la mansión de los Ashworth habían sido tensos, cargados de emociones encontradas y miradas juzgadoras. Pero lo que más la atormentaba no era el rechazo de la familia ni las sonrisas falsas de Isadora. Era el peso del arrepentimiento que la asfixiaba lentamente.

Había perdido a Edward Ashworth, el único hombre que alguna vez la amó verdaderamente, y ahora entendía que fue por su propia obstinación.

—Qué tonta fui... —murmuró, mientras las lágrimas surcaban sus mejillas.

Recordó aquellos años en los que su orgullo y su testarudez la cegaron. Edward había sido un esposo paciente y amoroso, aunque un tanto frio siempre dispuesto a apoyarla en sus momentos de duda y debilidad. Pero ella, consumida por la inseguridad y las expectativas que otros imponían sobre ella, había preferido alejarse antes de luchar por lo que tenían.

Edward era un hombre extraordinario: noble, generoso y justo. Incluso ahora, con la distancia de los años, Clarissa podía ver cómo su presencia llenaba cada rincón de la casa con autoridad, pero también con calidez.

—Era demasiado para mí... demasiado bueno. No supe valorarlo —se dijo, con la voz quebrada.

Pensar que ahora estaba casado con Isadora solo añadía sal a sus heridas. Su prima, siempre tan calculadora y ambiciosa, había sabido ocupar el lugar que Clarissa dejó vacío. Y aunque Edward era un hombre honorable que jamás rompería sus votos matrimoniales, Clarissa podía ver en sus ojos que una parte de él seguía atrapada en el pasado, en los recuerdos que compartieron.

La confesión de Ethan de que Edward la había amado profundamente, incluso después de su partida, la llenaba de una mezcla de esperanza y desesperación.

—Él merece ser feliz... aunque sea con ella —susurró, tratando de convencerse a sí misma. Pero no podía ignorar lo que había visto en los ojos de Edward cuando sus miradas se cruzaron esa tarde en el salón. Había algo más profundo que la cortesía fría y distante que intentaba mostrar.

El peso de su error era insoportable. Había huido, creyendo que estaba haciendo lo correcto, que estaba liberando a Edward de una mujer incapaz de cumplir con las expectativas que creía necesarias y buscando la dichosa libertad y el amor que creía solo Thomas podía dar. Pero en realidad, solo había huido de sí misma.

—Si pudiera retroceder el tiempo... —dijo en un suspiro.

Pero el tiempo no perdona. Ahora Edward era el esposo de Isadora, y Clarissa no tenía derecho a reclamar lo que había perdido por sus propias decisiones.

Sin embargo, en el fondo de su corazón, sabía que no podía permanecer indiferente. Si había algo que podía hacer para redimirse, para enmendar el daño que causó, lo haría. No por ella misma, sino por Edward y Ethan, quienes merecían una vida libre de las mentiras y manipulaciones de Isadora.

Mientras las estrellas parpadeaban en el cielo nocturno, Clarissa cerró los ojos y prometió en silencio que no permitiría que Isadora destruyera a la familia que ella había dejado atrás.

Clarissa sostenía la taza de té con ambas manos, disfrutando del aroma calmante mientras intentaba ordenar sus pensamientos. La habitación estaba en silencio, excepto por el tenue crepitar del fuego en la chimenea. De repente, la puerta se abrió, y su prima Isadora entró con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—¿Puedo acompañarte, querida? —preguntó con una dulzura que Clarissa sabía que no era sincera.

Clarissa asintió, aunque una sensación de incomodidad se apoderó de ella. Isadora se sentó frente a ella, sus movimientos eran deliberadamente lentos, como si saboreara el momento.

—Sabes, siempre he admirado lo perfecta que eras, Clarissa —comenzó, con un tono que parecía más una burla que un cumplido—. Todo lo que tocabas parecía volverse oro.

Clarissa frunció el ceño, desconcertada.

—¿A qué te refieres, Isadora?

Isadora soltó una risa baja y amarga, inclinándose hacia adelante.

—Me refiero a que toda tu vida fue un desfile de privilegios. Desde que éramos niñas, tenías todo lo que yo deseaba. Atención, belleza, e incluso la promesa de un título más alto. Mientras yo... —hizo una pausa, fingiendo compasión por sí misma—, yo era solo "la prima Isadora", siempre a tu sombra.

Clarissa la miró con incredulidad.

—¿Eso es lo que piensas? ¿Que mi vida fue perfecta?

—Oh, no lo pienso, lo sé. Una vida que me correspondía a mí. Yo debía ser la hija del conde, se supone era mi padre que debía tener ese título no el tuyo. —replicó Isadora, su mirada encendiéndose con una mezcla de resentimiento y triunfo. ¿Recuerdas esos pequeños "accidentes" que solías tener? Como el día que te caíste por las escaleras y te torciste el tobillo antes de la fiesta del duque de Norfolk. —Se carcajeo a voz en cuello, deleitándose de sus planes perversos llevados a cabo.

Clarissa sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Qué estás diciendo?

—Que no fueron accidentes, querida. Fui yo. Fui yo quien te empujó. Fui yo quien cortó el lazo de tu vestido para que se rasgara frente a toda la sociedad. Fui yo quien instruyó a la doncella para que arruinara tu vestido de presentación, el día más importante de tu debut.

Clarissa se quedó sin aliento, la taza tembló en sus manos.

—¿Por qué...? —susurró, incapaz de creer lo que estaba escuchando.

Isadora se inclinó aún más cerca, su sonrisa ahora era fría y cruel.

—Porque lo tenía todo planeado. Estaba harta de que todos me miraran como si fuera inferior. Me aseguré de que Thomas, ese encantador barón, te deslumbrara. Claro, él no te amaba, nunca lo hizo. ¿Quieres saber por qué te buscó? Porque yo se lo pedí.

Clarissa dejó caer la taza, que se estrelló contra el suelo.

—¿Thomas...?

—Oh, sí. Él siempre fue un peón en mi juego. Sabía exactamente qué decir para que te convenciera de que Edward no era lo suficientemente apasionado para ti, de que él sería más emocionante. Era tan fácil manipularte, querida.

Clarissa estaba sintiendo el peso de la traición, un dolor indescriptible sobre su corazón. La visita de Isadora la había dejado con un dolor profundo, pero también con una determinación renovada. Sin embargo, esa tarde, cuando Isadora volvió a entrar en su habitación, la tensión alcanzó un nivel insoportable.

—¿Otra vez tú? —dijo Clarissa con cansancio, mirando a su prima con una mezcla de desdén y tristeza.

—Oh, querida, no he terminado contigo —dijo Isadora con una sonrisa helada mientras cerraba la puerta tras de sí.

Clarissa trató de mantenerse tranquila, pero algo en la expresión de Isadora le puso los nervios de punta.

—¿Qué más podrías decirme después de todo lo que confesaste? —preguntó Clarissa con voz temblorosa.

Isadora se inclinó ligeramente, disfrutando del momento.

—Algo que he guardado para mí durante años —dijo, su voz goteando veneno—. ¿Recuerdas aquel incidente con aquel obrero? Ese "accidente" que te dejó marcada, rota... y enferma.

El estómago de Clarissa se revolvió. Su cuerpo se tensó al escuchar esas palabras.

—¿Qué estás diciendo?

—Que nada de aquello fue un accidente, querida. Thomas y yo lo planeamos. El sujeto fue contratado por nosotros... bueno, lo que pasó después solo fue un pequeño empujón de mi parte para asegurarme de que nunca pudieras levantarte del todo.

Clarissa sintió que su respiración se volvía errática.

—¿Tú...? —susurró, horrorizada—. ¡Eres un monstruo!

—No termines aún —continuó Isadora, imperturbable—. ¿Recuerdas a tu hijo? El que amaste y criaste como si fuera tu salvación. Bueno, lamento decirte que ese niño no es tuyo.

El mundo de Clarissa se detuvo.

—Eso es mentira... —dijo, pero su voz temblaba.

—¿Mentira? —Isadora soltó una carcajada amarga—. ¿Realmente creíste que podrías conservar algo tan puro después de todo? Tu hijo... el verdadero, fue eliminado. Lo hice yo. Y para completar el cuadro, me aseguré de que el niño que criaste nunca pudiera amarte. Thomas y yo trabajamos juntos para sembrar el odio en su corazón. Que ironía que tu verdadero hijo, Ethan, lo abandonaste por un hombre, y ese mismo hombre cambio el hijo amado que esperabas.

Clarissa se puso de pie de golpe, los ojos llenos de rabia y lágrimas.

—¡Cómo te atreves! ¡Arruinaste mi vida!

—Tú sola te arruinaste —replicó Isadora, dando un paso hacia ella—. Yo solo me aseguré de que nunca volvieras a ponerte de pie.

La discusión se intensificó. Clarissa levantó la voz, gritando su indignación y su dolor, pero Isadora, fría y calculadora, no retrocedió. De repente, en un arranque de furia, Isadora la golpeó con fuerza, haciendo que Clarissa cayera al suelo.

—¿Qué te pasa? —jadeó Clarissa, intentando levantarse, pero el aire parecía faltarle.

Isadora se inclinó sobre ella, con una sonrisa sádica en el rostro.

—¿Te sientes mal, querida? Es normal. Has estado bebiendo religiosamente esos tés que tanto te gustan, ¿verdad?

Los ojos de Clarissa se abrieron de par en par.

—¿Qué... qué has hecho?

—Solo añadí un pequeño ingrediente especial —respondió Isadora, susurrando como si compartiera un secreto íntimo—. Un veneno lento, casi indetectable. Quería que sintieras cada momento.

Clarissa comenzó a temblar, sus manos apretando el suelo mientras la realidad la golpeaba.

—Eres... eres una asesina... —susurró, sintiendo cómo el mundo a su alrededor se desvanecía.

Mientras el veneno hacía efecto, Clarissa empezó a reflexionar sobre su vida. Los recuerdos de Edward, de Ethan, y de todas las decisiones que había tomado la invadieron.

—Si pudiera volver atrás... —murmuró, las lágrimas corriendo por su rostro—. Lo haría todo diferente. Nunca habría huido... nunca habría permitido que el miedo gobernara mi vida.

Pero ya era tarde. Su cuerpo se debilitaba, y la oscuridad comenzaba a envolverla.

Isadora la miró con desprecio, pero antes de salir de la habitación, le susurró:

—Esto es lo que pasa cuando te interpones en mi camino.

Cuando la puerta se cerró, dejando a Clarissa sola, lo único que quedaba en la habitación era el eco de sus pensamientos y el peso de un arrepentimiento que ya no podía corregir. O eso era lo que ella pensaba.

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