Capítulo V
Clarissa, con el corazón lleno de esperanza, se dirigió a la casa del Barón. Había recibido una carta de él, llena de amor y promesas de un futuro juntos. Al llegar, fue recibida con los brazos abiertos por el Barón, quien la besó con pasión y le declaró su amor eterno.
Clarissa, feliz y emocionada, se mudó a la casa del Barón. Se sentía libre, por fin lejos de la opresión de su exmarido y de la mirada de desaprobación de la sociedad. El Barón, aunque no era rico, la amaba y la cuidaba con ternura.
Unos meses después, Clarissa descubrió que estaba embarazada. La noticia la llenó de alegría, pero también de preocupación. ¿Cómo le daría la noticia al Barón, sabiendo que su situación económica era precaria?
El Barón, al enterarse de la noticia, se mostró inicialmente feliz. Sin embargo, su alegría se desvaneció rápidamente cuando se dio cuenta de las implicaciones económicas de tener un hijo. El dinero que Clarissa había recibido del Duque ya se había agotado y el Barón vivía al día, trabajando como abogado.
A pesar de sus preocupaciones, el Barón se comprometió a cuidar de su hijo. Trabajó más horas, ahorró cada centavo y buscó formas de aumentar sus ingresos. Clarissa, por su parte, se dedicó a cuidar de su hogar y de su hijo, encontrando satisfacción en su nuevo papel de madre.
Un día, mientras Clarissa estaba embarazada, el Barón regresó a casa borracho. Había perdido un caso importante y estaba desahogando su frustración. Clarissa, tratando de calmarlo, le habló con suavidad. Pero el Barón, en su estado de ebriedad, la empujó violentamente, haciéndola caer al suelo.
Clarissa, aterrada, se levantó y corrió hacia su habitación. Cerró la puerta con fuerza y se acurrucó en la cama, llorando. No podía creer que el hombre que amaba la hubiera golpeado. Su exesposo nunca le levanto la mano, a pesar de tantas cosas hirientes que le dijo, tampoco su padre después del escándalo.
Al día siguiente, Clarissa se despertó con un dolor agudo en el vientre. Llamaron al médico para que la revisara, y le mandaron reposo si no quería perder a su bebe. El dolor físico era insoportable, pero el dolor emocional era aún peor. Estaba en riesgo de perder a su hijo amado, el fruto de su amor con el Barón.
Clarissa se sintió traicionada y desilusionada. El hombre al que amaba había demostrado su verdadera naturaleza: un hombre violento e irresponsable.
Unos días después, Clarissa se encontró con su prima, la misma prima que la había apoyado durante su separación del Duque. Su prima le contó que había estado saliendo con un hombre, un hombre amable y cariñoso. Clarissa, al escuchar la historia de su prima, sintió una punzada de celos. ¿Por qué su prima podía encontrar el amor mientras ella solo encontraba dolor?
Una noche, Clarissa decidió visitar a su exmarido. Quería saber cómo estaba y si Ethan estaba bien. Al llegar a la casa del Duque, la recibió con la noticia de que pronto se casaría con Isadora, quien había quedado viuda cuando ella se separó del duque. Clarissa se sorprendió al ver que su esposo parecía feliz y sereno por su inminente boda con su prima.
Ahora sabia de quien su prima le estaba contado que había encontrado un nuevo amor, un hombre que la amaba y la respetaba. Sin embargo, nunca menciono que era el duque. Clarissa sintió un vacío en su pecho. ¿Por qué su prima podía encontrar el amor mientras ella solo encontraba dolor? Peor aún, ella desprecio a un buen hombre por una ilusión que termino siendo una pesadilla. Quien la había dejado en quiebra y quería que firmara unos papeles para vender la casa que su exesposo le dejo.
Clarissa se despidió de su exesposo y se fue, con el corazón roto. Caminó por las calles, sin rumbo, sintiendo que el mundo se derrumbaba a su alrededor. Había perdido tanto por un capricho y ahora estaba más sola de cómo había comenzado.
De repente, se encontró frente a la casa de su prima. Decidió entrar, con la esperanza de encontrar consuelo en su compañía.
Al entrar, encontró a su prima sentada en el sofá, riendo y charlando con un hombre atractivo. Clarissa se quedó paralizada, sin poder creer lo que veía. Su prima, la mujer que siempre la había apoyado, estaba riendo y coqueteando con el hombre que amaba.
Clarissa sintió un dolor agudo en el pecho. Se dio cuenta de que su prima nunca la había apoyado de verdad. Siempre la había despreciado, siempre había estado feliz de verla sufrir.
Clarissa salió de la casa de su prima, con los ojos llenos de lágrimas. Caminó por las calles, sintiendo que el mundo se había vuelto en su contra. Había perdido todo lo que amaba.
De repente, se detuvo en seco. Frente a ella, estaba el Barón. La miraba con una expresión de tristeza y arrepentimiento.
—Clarissa —dijo él, con la voz temblorosa—. Sé que te he hecho daño. Lo siento.
Clarissa lo miró con incredulidad. ¿Cómo podía perdonarlo después de todo lo que le había hecho?
—No puedo perdonarte —dijo ella, con la voz fría—. Me has roto el corazón.
El Barón bajó la cabeza, sin decir nada. Clarissa se dio la vuelta y se fue, sin mirar atrás.
Los días y las semanas pasaron, y Clarissa se acostumbró a su nueva vida. Vivía sola, trabajando como maestra en una escuela. Tenía amigos, pero no confiaba en nadie. Su corazón estaba cerrado, protegido por un muro de dolor.
...
Pasaron los años, y Clarissa siguió adelante con su vida. Crió a su hijo sola, enseñándole a ser una persona fuerte y compasiva. Sin embargo, la sombra de su pasado la perseguía constantemente. Su exmarido, el Barón, la humillaba y despreciaba, esparciendo rumores sobre ella y su hijo.
Clarissa se esforzaba por mantener a su hijo fuera de la influencia de su padre, pero no siempre lo lograba. Su hijo, al crecer, comenzó a creer los rumores que circulaban sobre su madre. La humillaba y la despreciaba, acusándola de ser una mujer fácil y una mala madre.
Clarissa se sentía destrozada. Había perdido todo lo que amaba: su amor, su dignidad y su propia felicidad. Se sentía atrapada en una vida de dolor y soledad.
Su hijo Adam, encolerizado la humillo en el parque empujándola de tal manera que con estrepito cayó al suelo.
—Señora, ¿está bien? —le preguntó el joven, con una voz suave.
Clarissa asintió con la cabeza, incapaz de encontrar palabras.
—¿Puedo ayudarla? —insistió él.
Ella lo observó por un momento, indecisa. Había algo familiar en sus ojos, algo que no podía identificar. Pero su mirada le inspiraba una extraña confianza. Finalmente, tomó aire y decidió hablar.
—No creo que nadie pueda ayudarme ahora —murmuró, con la voz quebrada—. He perdido tanto...
El joven permaneció en silencio, escuchando con atención. Clarissa se sorprendió al encontrar las palabras fluyendo de sus labios. Le contó su dolor, su soledad, y la desesperación que sentía desde que todo en su vida se había desmoronado.
Cuando terminó, el joven le sonrió con una calidez inesperada.
—No está sola —le dijo con firmeza, pero con ternura en su voz—. Estoy aquí para ayudarla.
Clarissa lo miró con incredulidad.
—Ethan... pensé que te había perdido para siempre. No me merezco tu ayuda, yo te abandoné —dijo Clarissa, las lágrimas rodando por su rostro.
Ethan negó con la cabeza, con una expresión de ternura y determinación.
—Nunca, madre. Estoy aquí, y no voy a dejarte sola. Todos merecemos una segunda oportunidad. Mi padre nunca me habló mal de ti, al contrario, siempre te tuvo presente. No te ha olvidado... fuiste su gran amor.
Las palabras de Ethan resonaron en Clarissa, llenándola de un dolor mezclado con esperanza.
—¿Tu padre? Pensé que era feliz con Isadora —susurró, con la voz temblorosa. La imagen de su prima, siempre impecable y aparentemente perfecta, cruzó por su mente. Había pasado tanto tiempo convencida de que ellos habían formado una familia feliz sin ella.
Ethan suspiró, su mirada se oscureció un poco mientras sus pensamientos viajaban al pasado.
—Padre se casó con ella para darme una madre, pero nunca la amó. Lo hacía por mi bienestar... o eso pensaba. Pero, madre, Isadora no es una buena persona. Nunca lo fue.
Clarissa lo miró con sorpresa, buscando en sus ojos alguna señal de rencor, pero solo encontró una tristeza contenida.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, su voz apenas un murmullo.
Ethan tomó aire, como si estuviera juntando fuerzas para decir lo que había guardado por tanto tiempo.
—Ella nunca me trató con cariño. Al principio fingía, pero después mostró su verdadero rostro. No solo me lastimó con sus palabras, sino también físicamente. Y lo peor es que... —hizo una pausa, su mandíbula se tensó— recientemente descubrí que ha estado engañando a mi padre con varios hombres casados. Entre ellos, con el hombre que...
Se detuvo, mirando a su madre con cautela, como si no quisiera herirla más de lo que ya estaba.
—¿Con quién, Ethan? Dime la verdad —insistió Clarissa, su corazón temiendo lo que estaba por escuchar.
—Con el hombre que te hizo tanto daño, madre. El que destruyó todo.
Clarissa sintió que el suelo bajo sus pies se tambaleaba. Sus peores temores habían cobrado vida.
Ethan, viendo la conmoción en su rostro, se apresuró a tomarle las manos.
—No te lo digo para lastimarte, sino porque quiero que sepas que no estás sola. No permitiré que sigas creyendo que eres la culpable de todo. Tú mereces ser feliz, madre.
Clarissa sollozó, dejando que las palabras de su hijo aliviaran parte del peso que había llevado durante años.
—¡Oh, Ethan! Lo siento tanto... No sabía que al abandonarlos sufrirían tanto por culpa de ella. Pensé que estaba haciendo lo correcto, que ustedes estarían mejor sin mí...
Ethan negó con firmeza, sus ojos brillando con determinación.
—Lo único que necesitábamos era a ti, madre. Pero ahora estás aquí, y eso es lo único que importa.
Clarissa lo abrazó con fuerza, como si al hacerlo pudiera reparar los años perdidos. Ethan, con su corazón puro y amable, reflejaba el hombre que su padre había sido, y al mismo tiempo, traía consigo la promesa de un nuevo comienzo.
Ethan condujo a Clarissa hasta la imponente mansión familiar. Había informado previamente a su padre de lo sucedido, y aunque el duque no había mostrado abiertamente sus emociones, su aprobación para que Clarissa se quedara en la casa revelaba mucho más de lo que sus palabras podrían expresar.
La habitación que Ethan eligió para su madre era una de las mejores, con ventanales que ofrecían una vista serena del jardín y decorada con detalles que reflejaban elegancia y comodidad. Clarissa no pudo evitar sentirse abrumada al pisar un lugar tan lujoso, muy diferente de la vida humilde y solitaria que había llevado en los últimos años.
—Quiero que estés cómoda, madre. Esta es tu casa ahora, y nadie tiene derecho a hacerte sentir lo contrario —le aseguró Ethan con una sonrisa cálida antes de dejarla descansar.
Sin embargo, no todos compartían la misma disposición generosa. La madre y la abuela del duque, mujeres de espíritu rígido y orgullosas de las tradiciones familiares, dejaron claro desde el primer momento que no aprobaban la presencia de Clarissa.
—Esto es inadmisible, Edward —dijo la duquesa viuda, mirando a su hijo con severidad cuando supo de la llegada de Clarissa—. Esa mujer nos abandonó hace años. No tiene derecho a volver.
—Madre, no vamos a revivir el pasado —respondió el duque con un tono neutral, aunque la tensión en sus ojos delataba sus verdaderos sentimientos—. Es nuestra invitada, y mientras esté aquí, será tratada con respeto.
—Respeto que no se ganó —interrumpió la abuela del duque, una anciana entrada en años y de mirada afilada que pocas veces ocultaba sus opiniones.
—Eso es suficiente —dijo el duque, cortando cualquier otro comentario.
A pesar de las tensiones, Clarissa intentaba mantener un perfil bajo. Pero había una persona cuya aparente amabilidad escondía un propósito siniestro: Isadora.
Isadora se mostró encantadora, sonriendo con dulzura cada vez que estaba cerca de Clarissa, incluso ofreciéndose a cuidar de ella.
—Qué bueno que hayas vuelto, querida —dijo con voz melosa una tarde mientras le servía té—. Todos necesitamos cerrar heridas, ¿verdad?
Clarissa sintió un leve escalofrío. Algo en la actitud de Isadora le resultaba inquietante, pero prefirió ignorarlo, pensando que quizá era solo su imaginación.
Sin embargo, en el fondo, Isadora hervía de ira. No podía permitir que Clarissa permaneciera en la casa, mucho menos ahora que la atención de su esposo parecía centrarse en su antigua esposa. Había soportado años de ser una sombra para Edward, viviendo bajo el peso de su amor por otra mujer. Lo peor era que, en momentos de distracción, Edward la había llamado "Clarissa". Ese desliz era suficiente para encender su odio más profundo.
—No va a quedarse aquí —murmuró Isadora en privado, mientras recorría su habitación, planeando su próximo movimiento.
Había tramado muchas cosas para destruir a Clarissa en el pasado, y no dudaría en hacerlo de nuevo. Esta vez, tendría que ser definitivo. No podía permitir que Edward la perdonara ni que se reavivara el amor que siempre había sentido por ella.
A medida que los días pasaban, la tensión en la casa se volvía más palpable. Clarissa trataba de mantener la distancia, mientras Ethan la apoyaba en todo momento. Pero sabía que la verdadera batalla aún no había comenzado, y que los secretos, las mentiras y los resentimientos ocultos pronto saldrían a la luz.
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