Capítulo II
Finalmente, llegó el momento del baile. Las debutantes fueron llevadas a una salita común, antes de su presentación donde la matrona Agnes daba sus inspiradores consejos para tener una noche arrasadora y encandilar de buena lid a los caballeros más pomposos, guardando las buenas costumbres y el decoro que se exige.
Cuando fueron anunciadas, El conde de Sinclair, con una mano en el brazo de Clarissa y la otra en el de Isadora, camino hacia el salón. La luz de los candelabros iluminaba sus rostros, resaltando la belleza de las jóvenes. Clarissa sintió una mezcla de nerviosismo y emoción al contemplar el salón donde sus sueños cobrarían realidad. La orquesta interpretaba un vals vienés, y la pista de baile resplandecía bajo la deslumbrante luz de las arañas de cristal. Isadora, a su lado, irradiaba una belleza tranquila y elegante.
Su llegada no pasó desapercibida. Los caballeros se apresuraron a solicitar su mano para bailar. Condes, marqueses, e incluso el apuesto Duque de Blackwood, se acercaron con galantería. Clarissa, olvidando el incidente del vestido, se dejó llevar por la magia de la noche. Bailó con el Conde de Rothwell, cuya conversación era tan brillante como sus condecoraciones, y con el Marqués de Sterling, un bailarín excepcional. Isadora, por su parte, cautivó al Vizconde de Elmsworth con su dulzura y su encanto.
Aquella noche, entre el destello de las joyas y el susurro de las conversaciones, Clarissa comprendió que la verdadera belleza residía en la fortaleza interior, en la capacidad de superar los contratiempos con gracia y en el valor de la amistad.
La velada continuaba con un brillo inusitado. El salón principal de Blackwood House resplandecía bajo la luz de innumerables velas y candelabros, las melodías de la orquesta llenaban el aire con alegres valses y las conversaciones animadas se mezclaban con las risas. Después de bailar con varios caballeros, Clarissa se encontraba conversando con Isadora cerca de una de las altas ventanas que daban al jardín iluminado. La suave luz de la luna bañaba las rosas y los setos cuidadosamente recortados, creando un ambiente romántico.
—¿No crees que Lord Bellingham es un poco... pomposo? —susurró Clarissa, con una sonrisa divertida, recordando los elaborados cumplidos del caballero.
Isadora soltó una risita. —Un poco es quedarse corta. Parecía más preocupado por su propia imagen en el espejo que por la conversación.
En ese momento, un mayordomo, con su impecable librea, se acercó a ellas con una reverencia.
—Lady Clarissa Sinclair, Lady Isadora Sinclair, —anunció con voz clara y resonante— Lord Ashworth solicita el honor de ser presentado.
El conde de Sinclair, que casualmente se encontraba cerca conversando con un viejo amigo, se giró al oír el anuncio. Una expresión de interés cruzó su rostro.
—Ah, Lord Ashworth —dijo con una sonrisa, acercándose a sus hijas—. Un placer conocerlo. Permítame presentarle a mis hijas, Lady Clarissa e Isadora.
Lord Edward Ashworth, Duque de Hertfordshire, avanzó con una elegancia natural, su porte distinguido y su atuendo impecable. Su cabello castaño claro estaba cuidadosamente peinado y sus ojos, de un intenso color azul, irradiaban inteligencia y amabilidad. Hizo una elegante reverencia ante las jóvenes. Sus ojos se detuvieron un instante en Isadora, dedicándole una cortés sonrisa, antes de posarse finalmente en Clarissa.
—Es un verdadero honor, Lady Clarissa, Lady Isadora —dijo con una voz cálida que resonó agradablemente en el tranquilo rincón de la ventana. Al dirigirle la palabra a Clarissa, un brillo especial iluminó sus ojos—. Lady Clarissa, me preguntaba si me concedería el honor de un baile.
Clarissa sintió un ligero rubor subir a sus mejillas ante la mirada de Lord Ashworth. Su corazón latió con un poco más de fuerza. Él era, sin duda, uno de los caballeros más apuestos de la velada.
—Sería un placer, Lord Ashworth —respondió con una sonrisa, aceptando su mano.
Mientras Lord Ashworth guiaba a Clarissa hacia la pista de baile, Isadora observaba la escena con el semblante ensombrecido. Su sonrisa habitual había desaparecido, reemplazada por una expresión que denotaba cierta tristeza y quizás... ¿celos? Sus ojos seguían cada movimiento de la pareja, con una intensidad que contrastaba con la ligereza del ambiente.
Lord Ashworth y Clarissa se movían con gracia al compás del vals. La orquesta interpretaba una melodía romántica y el suave movimiento de la danza los acercaba y alejaba en perfecta sincronía. La conversación fluía con facilidad entre ellos. Lord Ashworth demostró ser un conversador ingenioso y atento, y Clarissa disfrutaba de su compañía. Era evidente la admiración que Lord Ashworth sentía por ella. Sus ojos no se apartaban de su rostro, y sus palabras estaban llenas de cumplidos sutiles y elegantes. Clarissa, por su parte, se sentía halagada por su interés y disfrutaba de la conversación.
Mientras tanto, Isadora permanecía cerca de la pista de baile, observando a la pareja con una intensidad que no pasó desapercibida para algunos de los presentes. Su semblante ensombrecido contrastaba con la alegría que reinaba en el salón. Era evidente que la atención que Lord Ashworth dedicaba a Clarissa la afectaba profundamente. Un caballero se acercó a ella y le ofreció su brazo para bailar, pero Isadora, con una excusa cortés, declinó la invitación, sus ojos fijos en Clarissa y Lord Ashworth mientras continuaban su vals. La semilla de la duda y quizás del resentimiento comenzaba a germinar en su corazón.
El vals llegó a su fin, y con una última vuelta suave, Lord Ashworth condujo a Clarissa de vuelta al borde de la pista. Una leve brisa proveniente de las ventanas abiertas refrescó sus mejillas sonrojadas.
—Ha sido un verdadero placer, Lady Clarissa —dijo Lord Ashworth, con una sonrisa que iluminaba su rostro—. Su gracia y vivacidad hacen que la pista de baile parezca un lugar mágico.
—El placer ha sido mío, Lord Ashworth —respondió Clarissa, devolviéndole la sonrisa.
Después de una breve conversación cortés, Lord Ashworth se despidió de Clarissa y se acercó al conde de Sinclair, quien lo esperaba cerca. Isadora, que había permanecido observando desde una prudente distancia, notó la seriedad en el rostro de su padre mientras hablaba con Lord Ashworth en voz baja.
—Conde, —dijo Lord Ashworth en un tono confidencial, apartándose un poco del resto de los presentes— le agradezco la presentación a sus hijas. Lady Clarissa es, sin duda, una joven excepcional. Permítame reiterarle mi admiración.
El conde asintió con una leve sonrisa. —Agradezco sus palabras, Lord Ashworth. Clarissa es una joven de gran corazón.
Tras un apretón de manos, Lord Ashworth se despidió del conde con una última mirada hacia donde Clarissa conversaba brevemente con otras damas, antes de retirarse del salón.
Cuando el conde regresó junto a sus hijas, Isadora ya se había alejado, visiblemente molesta. El conde tomó del brazo a Clarissa con una expresión ligeramente seria.
—Clarissa, hija mía, necesito hablar contigo un momento —dijo, guiándola hacia un rincón más apartado del salón.
Una vez a solas, el conde se aclaró la garganta.
—He notado el interés que , Duque de Hertfordshire ha mostrado hacia ti esta noche. Es un caballero distinguido, sin duda. Pero... —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas— también he notado la presencia del Duque de Blackwood rondándote.
Clarissa frunció ligeramente el ceño. El Duque, si bien era un hombre poderoso e influyente, no le resultaba particularmente atractivo. Era mucho mayor que ella y su conversación se centraba casi exclusivamente en sus vastas propiedades y su linaje.
—Padre, el Duque... —comenzó a decir Clarissa, pero su padre la interrumpió suavemente.
—Hija, entiendo tus reservas. Sin embargo, debes comprender la importancia de las alianzas en nuestro mundo. El Duque de Blackwood es un hombre de gran influencia y riqueza. Un matrimonio con él sería... un arreglo sumamente ventajoso para nuestra familia. Sin embargo, también esta el Duque de Hertfordshire, quien tiene más prestigio y un legado antiguo honorifico.
Clarissa bajó la mirada, sintiendo un peso en el pecho. Comprendía la lógica de su padre, pero la idea de un matrimonio por conveniencia la entristecía.
—Además —continuó el conde, cambiando de tema con una sonrisa más ligera—, Lord Berkshire, me ha comentado algo fascinante sobre la historia del título de Lord Ashworth. Parece que no se originó de la manera habitual.
Clarissa levantó la vista, mostrando interés.
—Me contó que, durante la llamada Guerra de las Sombras, a mediados del siglo XV, su antepasado, Sir Gareth Ashworth, demostró un valor extraordinario. No fue una guerra común, hija mía. Se dice que se libró contra... fuerzas que escapan a nuestra comprensión ordinaria. Al parecer, Sir Gareth poseía una conexión especial con la naturaleza, un don que le permitió detener un avance de criaturas oscuras en la Batalla del Bosque de las Espinas, salvando así al ejército real. Por esta hazaña, fue nombrado Duque de Hertfordshire.
El conde hizo una pausa, observando la reacción de Clarissa.
—Es una historia fascinante, ¿no crees? —continuó—. Una historia de valor, lealtad y... quizás, algo más. Recuerda, Clarissa, ser atenta con el Duque Blackwood. Un matrimonio con él nos aseguraría un futuro próspero. Pero... —añadió con una mirada significativa—, no descartes la compañía de Lord Ashworth. Observa con atención. A veces, las historias más inusuales esconden las mayores fortunas.
Con estas palabras, el conde dio por terminada la conversación, dejando a Clarissa con una mezcla de emociones y pensamientos dando vueltas en su cabeza. La historia de Lord Ashworth la intrigaba profundamente, pero el consejo de su padre sobre el Duque la preocupaba. La noche prometía ser mucho más compleja de lo que había imaginado.
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