|Cap ₁₂|Aprender a confiar.


Aquel señor de ojos oscuros y tes morena, me había llevado a una casona de apoyo, en la cual un conjunto de personas cuidaban de adolescentes con problemas, sin hogar, quienes necesitaban una mano.

Aquella descripción me definía firmemente.

Eran cuatro pisos. En el primero se hallaba la sala principal, un gran salón de juegos de mesa, además de un largo comedor, en el cual todos se sentaban a comer las tres comidas del día.

Seis meses llevaba aquí. Me habían dado ropa limpia, comida, y un techo en el cual refugiarme. Lo tenía todo y a la vez nada.

Todo lo necesario para seguir adelante con mi vida, mas mi mente no podía olvidar a aquel chico pelinegro, con mirada penetrante y labios rojizos. Aquel chico con falta de razón moral, del cual me había enamorado perdidamente.

Aquel chico que me dolía recordar, que inundaba mis pensamientos desde la última vez hace seis meses, cuando me acariciaba, cuando me besaba, cuando decía quererme de una forma extraña e inigualable ante la mirada del mundo.

Vestida con mi pijama de tela gris y delgada, a descalzas me acerqué al balcón de la habitación de niñas. Estaba lloviendo, los árboles se movían con el viento. Abrí las puertas, y con un llanto al borde de colapso, di un paso afuera.

La lluvia me inundó por completo, de inmediato, por completo. Traté de mirar el cielo, sólo veía nubes grises, grises como mi ropa, como la cadena de plata que tenía colgada en mi cuello, grises como mis pensamientos desde que no lo veo, como mi corazón al volverme dependiente a él y agonizar frente a su partida.

Nubes grises, como mi día a día.

Mi cuerpo se volvía débil, mi ropa pesada, unos pasos más a la orilla y podía saltar por la baranda que me separaba los pies del suelo, para caer por cuatro pisos y unirme al jardín de rosas rojas que mantenía una de las señoritas amables del lugar.

Pensar demasiado me mataba cada minuto, cada segundo de cada día. Se trataba como si cientos de cuchillos atravesaran mi cabeza sin piedad, como si aquel suceso viajara a mi pecho y me dejara sin aire, sin comunicación con el mundo, sólo yo y mi miedo a la soledad.

Así se sentía tener ansiedad.

—¡Todo es una mierda! —grité al cielo, a la nada.

Seguí gritando, mis lágrimas mezclándose con la abundante lluvia caer por los bordes de mi piel.

Me había prometido nunca más nombrar su nombre. Aquel nombre de mi ser amado, pero hermosamente incorrecto. Por paz mental, por paz que nunca llegaba, sin embargo, aún luchaba por aquello.

—¡Señorita ___! —gritó una mujer detrás de mí.

—¡D-déjeme en paz, por favor! —no me di la vuelta, sino avancé unos pasos más hacia la baranda.

—¡Necesito ayuda! —llama a más de las cuidadoras—. ¡Está pasando de nuevo!

Y, de pronto, entre dos mujeres me tomaron de los brazos y me arrastraron al interior de la habitación. Grité, traté de zafarme como tantas veces lo había intentado antes, pero era imposible, mi cuerpo era débil.

—¡Llamen al señor Seung! —gritó otra mujer.

—¡No pue-edo re...! —traté de decir, al sentir que mis pulmones explotarían.

—¡Rápido, traigan el oxígeno!

Y justo ahí, escuché al señor Seung gritar mi nombre. Apreció en mi campo de visión, se arrodilló en el suelo y tomó de mi cabeza, para luego pasarme oxígeno por la máscara facial.

—Estoy aquí, estoy aquí —dijo él.

Tan pronto como escuché esas palabras, con las pocas fuerzas que me quedaban traté de aferrarme a él. Poco a poco comencé a respirar mejor, no obstante, mis lágrimas seguían cayendo.

—Todo estará mejor, pronto lo hará —me calmó, mirándome a los ojos—. Lo prometo.

Él era una buena persona, de las cuales quedaban pocas en este mundo.






•••






—Han pasado meses desde que estás acá, y casi cada día tienes un ataque —negó con la cabeza, lamentando el señor Seung.

Nos encontrábamos almorzando pollo frito y ramen en un local situado en el centro de la ciudad. Todos los domingos hace tres meses hacemos esto. El buen hombre que me acogió en una casa repleta de comodidades que desconocía, y yo.

—Prefiero no hablar de ello —respondí.

—No puedo ayudarte sin saber lo que sucede en tu cabeza.

—Lo que hay en mi cabeza no tiene arreglo.

—Estoy seguro que existe algo que ayude a tus ataques de ansiedad.

Negué con la cabeza, y desvié ma mirada.

—O alguien —agregó.

Lo volví a mirar.

—¿Quién te ha hecho daño? —se atrevió a cuestionar.

Las personas.

Las personas que mienten.

Las personas que abusan de mí.

Las personas que me hacen daño.

Las personas que se aprovechan de mi vulnerabilidad.

Las personas que llevan mi sangre corriendo por sus venas.

—Nadie —respondí, y comí un pedazo de pollo.

—Tus ojos hablan más rápido que tus palabras, mucho más rápidos que tus pensamientos. Mientras calculas una respuesta corta y agresiva, tus ojos piden ayuda a gritos, quieren hablar pero te retienes a la idea de expulsar la verdadera causa de tu dolor.

Siempre acertaba en todo, como si se metiera en mi mente y jugara con mis verdades, para pronto hacerlas salir a la luz.

—¿Por qué es así conmigo, señor Seung? —cambié el chip de la conversación.

—Trabajo para ello. Trabajo para darles una mejor vida a personas como tú.

—¿Y por qué a mí?

—No logro entender tu punto.

—¿Cómo me encontró aquella fría tarde en aquel paradero?

—Así es como se encuentran a las personas vulnerables, con anhelos de ser ayudados.

—¿Y a todos los chicos que recoge de la calle, los trae a almorzar los domingos?

—Eres especial.

—¿Especial? ¿Quiere decir que tengo algún problema mental y por ello trata de indagar en mi mente?

—Soy psicólogo, ___ —se acomodó en su asiento, frente a mí—. Sé cuando alguien realmente necesita ayuda. Requieres de mi tiempo y atención, y yo quiero dártela.

Apreté mis labios y asentí con la cabeza. Me costaba confiar en las personas.

—¿No tiene familia? ¿No tiene hijos a quienes llevar los domingos a comer, en vez de a mí?

—Tengo cincuenta y dos años, ___. ¿Eso es lo que te sorprende? ¿Que sea tan viejo y no tenga familia con quien almorzar los domingos?

—La soledad no me sorprende. Yo estoy sola desde que nací, señor.

—¿Entonces?

—Lo que me sorprende es que alguien quiera pasar tiempo conmigo, sin tocarme o levantar mi falda. Lo que me sorprende es que alguien tan bueno como usted me cuide como un padre promedio, cuando realmente ni mis propios padres lo hicieron. Me sorprende que exista alguien que no espere nada a cambio, aunque no tenga ni un peso para darle yo a usted. Aprendí a desconfiar de la persona que más he amado, así que... —me hundí de hombros—. Así que, no es fácil para mí.

Él quedó mirándome, y casi pude presenciar el brillar de sus ojos.

—Yo no me alejaré de ti, ___. No te preocupes por lo que pasará mañana, no te preocupes de lo que harás fuera de la casa de ayuda. Porque, las puertas de mi casa siempre estarán abiertas.

Pasé mis dos manos por encima de la mesa y tomé de sus manos, mirándolo, esbocé una sonrisa.

Así que, así es como se siente el cariño paternal.






•••






Nos devolviamos a casa, estaba atardeciendo, el cielo se pintaba de naranja y morado. El señor Seung y yo caminábamos por el parque, él me iba hablando del amor de su vida.

Decía que había conocido al amor de su vida, pero no era para su vida. Decía que todos tenemos aquellas dos personas en nuestras vidas:

El amor de nuestras vidas, y el amor para nuestras vidas.

Son cosas totalmente diferentes, y eso es lo que la mayoría de las personas no entienden.

También dijo que a veces, el amor de nuestras vidas, también es el amor para nuestras vidas, pero aquello sólo lo vas a saber cuando te des cuenta de sus defectos, y cuando esos defectos los aprendas a convertir en virtudes, y aprendas a vivir con ellos. Y, al último te preguntes; ¿quiero vivir caminando a su lado toda la vida, ahora que sé todo de esa persona?

—Y esa, es una de las decisiones más difíciles que puedes tomar en tu vida —agregó.

—¿Quiere decir que la mujer que usted amaba, no era buena para usted?

—Era mala —suspiró—. Cada beso dado se transmutaba en veneno para mi alma. No quería ser como ella.

—¿Como ella?

—Explicarlo parece mucho más complicado. Sin embargo, algún día seguiremos esta plática, jovencita —sonrió—. ¿Quieres que pasemos a tomar un chocolate caliente?

—Claro —le devolví la sonrisa.

Él era muy alto, por lo que tenía que levantar mucho la cabeza para verlo a los ojos.

Al cruzar la calle, unas luces se pegan con potencia en mi lado derecho de la cara, y unos frenos se hacen escuchar por toda la cuadra.

—¡___! —grita el señor Seung, abrazándome y dejándome detrás de su cuerpo.

Por suerte, el auto había parado a escasos metros de nosotros. Mi corazón latía con rapidez, y mis sentidos dejaron mi cuerpo, al escuchar el abrir de la puerta del auto, para pronto...

—Lo siento mucho —dijo el chico.

Salí de la espalda del señor Seung, para confirmar mis dudas.

—Tae Hyung...

___________
Sep, volví  😈 Cambiando de tema, le leí parte del capítulo a mi mamá y dijo que estuvo profundo 🙏🏻

Por todas las plataformas me estaban pidiendo nuevo capítulo de esta historia, así que bueno, aquí estoy ❤. Estuve ocupada y preocupada por temas familiares, por ello no actualizaba desde enero 🙏🏻

Gracias por leer ❤ Love u Parkmy's 🥰

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