Capítulo 1.

"You're so above me in the measure of beauty and I don't think it's fair that that should stop me."

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Quien le hubiera dicho al yo de veintitrés años, cuando salí recién licenciado a un mundo de lobos y depredadores, que llegaría a estar en la cima de los abogados más exitosos de todo el país, habría sido catalogado de demente. Ni siquiera yo mismo me lo podría creer. Pero ahí estaba, celebrándolo con mis amigos con unas copas. 

Con treinta y cinco años recién cumplidos, me sentía el rey del mundo porque tenía mucho más de lo que jamás habría pensado: una casa que para algunos sería una mansión, una esposa preciosa y, aparentemente, la vida resuelta.

Y mi amigo Jack estaba aquí conmigo para recordármelo. 

—Esto tenemos que celebrarlo por todo lo alto, Logan —me felicitaba mientras me pasaba otra copa bien cargada de whiskey—. Has sido capaz de ganar el caso con tan solo un puñado de pruebas circunstanciales, ni siquiera en Ley y Orden habrían sido capaces de crear semejante giro de los acontecimientos —estaba casi borracho y se notaba en la manera de arrastrar las palabras. Yo simplemente me reía de sus chorradas. Él jamás había visto esa serie para decir esas cosas.

—Sí, sí —le dije para que se callara, para después dar un buen trago a mi copa. Me levanté y le palmeé suavemente el hombro—. Voy a por algo más fuerte, aprovechando que no están nuestras esposas para controlarnos la bebida —le dije entre risas a Jack antes de bajar del reservado a la barra para pedir un licor más fuerte.

—Logan, eres un gilipollas, si Caroline te escuchara... —empieza él con la verborrea antes de dejarme ir, mientras veía que se aguantaba la risa, sin éxito alguno a causa de su embriaguez.

—Me mataría —terminé la frase, uniéndome a sus risas.

Mientras bajaba, pensé en Caroline. En los años que habíamos pasado juntos y cómo nos conocimos. Cuando se presentó en mi bufete a solicitar un abogado que le llevara su divorcio, jamás pensé que acabaría casándome con ella. Jack, siendo sincero, me dijo que no le caía bien y que nunca lo haría, pero que, al menos, la respetaría por mí.

Deshaciéndome de esos pensamientos, me concentré en el hecho de que estaba en la cúspide de mi carrera. No sabía qué hacer para mantenerme en ese estatus y, siendo sincero, tampoco quería preocuparme por eso en medio de la celebración. 

Mientras esperaba las bebidas, mi vista se desvió a unas luces que se dirigían explícitas a una zona del local con sillones de terciopelo rojos, iguales que los del reservado que teníamos los chicos y yo en la planta de arriba.

Una de las tantas chicas que había allí, me llamó la atención; estaba de pie alrededor de una mesa alta con sus amigas, creía, y bailaba de una manera tan sutil pero sensual al mismo tiempo, que me quedé embobado por lo que parecieron horas.

Un silbido a mi lado me sacó de la ensoñación, casi asustándome. Era Jack, que, no contento con esperarme, había bajado a buscarme. No tardó en poner su mano sobre mi hombro como siempre hacía y en un intento por sostenerse a sí mismo.

—Es impresionante, ¿has visto qué piernas y qué culo? Jesucristo, Logan, creo que me acabo de enamorar —decía Jack realmente impresionado. Yo no tuve el valor de darle la razón en voz alta. Simplemente, me tragué el nudo que tenía en la garganta, sin ser capaz de apartar la vista de ella. No le había visto la cara aún, pero su pelo dorado, sus piernas y su figura ya me tenían sudando. Esto no estaba bien.

—Jack, tío, eres un cerdo —él se rio, a pesar de que se lo he dicho serio. No debería dejarle beber más.

—Logan, joder, no seas aguafiestas —me reprochó—. Hoy es tu noche, ¿qué tiene de malo mirar?

No me parecía buena idea mirar, porque cuanto más miraba, más ganas tenía de acercarme y verla a ella. De verle la cara, de saber cómo era el tono de su voz. Me sacudí la cabeza en cuanto vi la dirección que estaban tomando mis pensamientos. No tenía sentido que tuviera esas ganas de saber quién era con tan solo haberle visto esa estrecha cintura y esas piernas bien formadas y largas.

Para.

Me obligué a apartar la mirada para salir del trance en el que estaba. Me estaba obsesionando con una chica que acababa de ver hace unos minutos. Le echaba la culpa al alcohol, porque era algo que jamás me había pasado. Estaba seguro de que, a ojos de la gente a nuestro alrededor, tenía pintas de acosador y baboso. Y Jack también. Él seguía mirando.

—Logan, tengo que hablar con ella —me sobresaltó diciendo él. ¿Qué? Eso no era una buena idea, Jack era muy brusco hablando con las chicas y estaba casado, al igual que yo. Tenía que evitar que cometiera un error del que se arrepentiría toda su vida.

—No, Jack —le agarré del brazo, sujetándolo—. No es buena idea y estás borracho. ¿Acaso quieres arruinarle la noche a la pobre chica vomitándole en los zapatos? —Intenté convencerlo de esa manera. Ahora mismo él estaba pensando con la polla y no era buena señal.

—Venga, tío, seguro que tienes las mismas ganas que yo de hablar con ella —me rebatió, tirando de su brazo para que lo soltara—. Caroline no se va a enterar y, quién sabe, a lo mejor esa chica busca divertirse un rato esta noche. No estamos haciendo nada malo si vamos a hablar con ella, ¿verdad?

No quería admitir que me había casi convencido. Sabía que hablar con ella no era nada malo y que incluso podría beneficiarme si esa chica resultaba ser grosera o algo parecido. Maldición, incluso podría ser que ella no nos hiciera ni caso y viniera su novio a darnos una paliza monumental.

Suspirando, resignado, porque no podía creerme lo que estaba a punto de hacer, acepté. 

—Una noche es una noche —le respondí resignado, mientras él daba un grito de satisfacción, mientras que casi se cae por la borrachera—. Caro no tendría ningún problema, ¿verdad?

—Claro que n- Espera, ¿Caro? —Jack se empezó a reír a carcajadas—. ¿En qué coño estabas pensando cuando le pusiste ese apodo?

—Bueno, es que...

—Tendría sentido siguiendo la lógica de que le gusta todo lo más "caro" —me interrumpió Jack, haciendo comillas con sus dedos resaltando el adjetivo—, pero aun así suena muy retorcido. 

No pude evitar reírme, aunque en el fondo me sentía mal de haberle hecho confesión de mi apodo.

—Menudo idiota —me dijo, negando con la cabeza, volviendo, segundos después, la cabeza en dirección a dónde estaba la chica que había ocasionado esta conversación—. ¿Vamos a conocer a esa dulzura, o nos vamos a quedar aquí toda la noche como unos cerdos babosos mirando? 

Tragué saliva, sintiéndome tensar. Intenté buscarle la excusa de las bebidas, pero el barman parecía haberse olvidado de mi pedido. Pensé en la suerte de que no le hubiera pagado por adelantado.

Sigo a Jack camino a la mesa alta en la que estaba la dulzura letal, como la había apodado, que seguía meciendo sus caderas al son de la suave música de jazz que había en el local. Mi vista se perdía entre sus curvas ocultas bajo ese vestido de satén rojo cereza que abrazaba su cuerpo delicadamente. 

Por un momento tuve envidia de ese trozo de tela y quería arrancársela con mis propias manos. Pero quería que ella me lo pidiera.

Cuanto más nos acercábamos, empecé a sentir una fragancia un tanto dulce, un tanto cítrico, que no hacía sino hacerme perder en medio de una nublina que me tenía en una burbuja. Sólo podía ser de ella.

Creía que me había desmayado o estaba delirando, porque sólo oía, veía y sentía a esa chica, que seguía de espaldas a nosotros. 

Y, antes de que me diera cuenta, estábamos a apenas dos metros de ella. Suficiente distancia para que se hubiera dado cuenta de que tenía gente cerca.

Vi cómo sus dos amigas, que estaban enfrente de ella, se inclinaron hacia delante para susurrarle algo a la chica misteriosa, para retirarse nuevamente segundos más tarde.

Cuando se dio la vuelta, vi cómo una sonrisa se fue formando en su angelical rostro y sentí cómo se me trababa el aire, quedándome sin respiración. Su mirada de color zafiro se clavó en mí, y lo sentí como si un millón de dagas me atravesaran las entrañas.

No apartó la mirada de mí, cogiendo su vaso y dando un sorbo a la pajita de color negro, rodeándola con sus labios rojos, tan llenos, tan descarados.

Volvió a sonreír al tragar y entonces supe que ella no dudaba de que me tenía en un trance. Su belleza no era como me esperaba, era más devastadora aún. Me pregunté si ella sabría que, con sólo un movimiento de sus dedos, me tendría a sus pies haciendo lo que ella quisiera.

Por una vez esta noche, Jack me ayudó a salir del trance, rompiendo así el contacto visual con ella.

—Soy Jack —se presentó él, tan galán como hacía quince años, cuando salimos de copas después del trabajo y lo veía desplegar sus encantos con chicas.

Ella le devolvió la mirada, dejando su copa en la mesa, acercándose a Jack para darle un beso en cada mejilla como saludo. Aún no había hablado y no podía esperar a escuchar su voz. De camino a su mesa había escuchado su risa, tal vez por alguna broma de sus amigas, y me había encantado. Sólo tenía más curiosidad por su voz ahora.

—Brynne —dice, casi en un suspiro. Un nombre que sólo le aportaba más sensualidad a todo su ser. Maldita sea. Su voz era tan dulce como me la había imaginado, con el tono grave justo para darle madurez. No esperaba la oleada de deseo que me recorrió el cuerpo en cuestión de segundos después de que pronunciara su nombre—. ¿No me presentas a tu amigo? —Esta vez dirigió su mirada hacia mí, que estaba al lado de Jack como un pelele quieto, mirando.

Tuve que carraspear para aclararme la garganta, no queriendo que se me escapara un gallo que la espantara ni que me dejara en ridículo. Sabía que tendría que estar haciendo lo inevitable para que no me encontrara atractivo, pero no podía remediarlo. Mi cuerpo y mi mente no estaban de acuerdo en estos momentos.

—Soy Logan —le dije, ofreciéndome mi mano para que la apretara. No estaba seguro de si podría soportar que se me acercara tanto y, mucho menos, que me diera un beso en cada mejilla como había hecho con Jack. Temía correrme en los pantalones con tan solo el tacto de sus labios. Tan patético como sonaba.

—Logan —repitió, pronunciando cada letra con esos labios pecaminosos. No pude evitar que la mirada se me desviara a su boca tan llamativa. Ella sabía lo que estaba haciendo, pronunciando mi nombre de esa manera con ese pintalabios rojo, a juego con su vestido, que me estaba volviendo loco. El contraste con su piel era desquiciante, pero como buen masoquista no dejaba de mirarla.

Aparté la mirada un breve instante, dándome cuenta de que sus amigas habían desaparecido.

—Bueno, Brynne; Logan y yo somos abogados, ¿a qué te dedicas? —Jack intentó desesperadamente captar la atención de Brynne, pero ella no quería perder mi atención, al parecer, porque no apartó la mirada de la mía cuando le contestó. A pesar de que estaba a una distancia prudencial y había dejado mi mano a la espera de un apretón. Avergonzado, relajé el brazo. Internamente daba gracias a que no me había tocado.

 —¿Por qué no vamos al grano? —Su respuesta no entraba en ninguna de mis opciones. Me quedé tenso, a la espera de saber cuál era su propuesta—. Creo que puedo deducir que no te vas a quedar satisfecho hasta que te dé mi número, ¿verdad, Jack? —Lo miró a él esta vez, arqueando una bonita ceja, del mismo color que su pelo, y le brillaban los ojos por la picardía con la que nos estaba hablando. Estaba jugando con nosotros.

—Eres directa, me gusta —le dijo Jack, sonriéndole de una manera que no me gustó en absoluto. Apreté los puños a mis lados, inspirando aire profundamente, aguantando las ganas de darle un puñetazo delante de Brynne.

Ella encogió un hombro, dándonos la espalda brevemente para coger su copa de la mesa. Después se giró, ofreciéndonos la sonrisa más letal que nos habíamos encontrado en nuestra vida.

—No, querido. Simplemente voy conociendo mejor a los que son como vosotros. Con permiso —y tras darnos un último vistazo, se marchó delante de nuestras narices. Con unos andares que destilaban clase y elegancia, sin perder el aura de sensualidad que la rodeaba.

No sabía si la volvería a ver y que quisiera hacerlo sólo encendía alarmas en mi cabeza. Esto no estaba bien. Había cruzado más de una línea a pesar de que ni la había tocado. 

Aún.

No. Tendría que resistir la tentación que Brynne suponía. E, internamente, deseaba no verla nunca, a pesar de que mi cuerpo pedía a gritos que la buscara. No sabía cómo había llegado a perder los papeles por una chica que había visto hacía menos de una hora, sólo porque tenía un cuerpo de infarto, una sonrisa perfecta que no había caído ante mí como solían hacerlo otras mujeres y que, abiertamente, me había rechazado después de jugar con mi mente.

Lo peor no era eso, sino que, en esos momentos, lo único que me importaba era volverla a ver y hablar y que me siguiera embrujando con su voz y sus ojos. Me tenía medio loco con apenas unos minutos de interacción. Eso sí, estaba casado con Caroline y tenía la vida resuelta. No iba a arriesgarlo todo por una chica con cara de ángel que podría arruinarme la vida si hiciera algo con ella de lo que podría arrepentirme toda la vida.

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