9. La entrada al laberinto de las almas

La oscuridad de la noche intensificaba la percepción de todo lo demás: cada sonido sutil de las sábanas, cuando Zarek se deslizó entre ellas; la suavidad del colchón, que se hundió de forma distinta, ahora que sostenía a dos personas en lugar de a una; la respiración de los dos, que se sincronizó y aquietó un poco la ansiedad de Nicolo.

—Te debo un favor —murmuró Nicolo.

—En realidad me debes dos —respondió Zarek entre bostezos—. La lectura de tarot gratis, ¿recuerdas? Así que ahora son dos besos, no uno.

El comentario, aunque en tono jocoso, disparó la imaginación de Nicolo, que se visualizó incorporándose en la oscuridad para saldar la deuda. Apretando los labios, luchó contra un extraño impulso que lo urgía a actuar. ¿Cómo reaccionaría Zarek si lo hacía? ¿Lo apartaría o le seguiría el juego?

En un intento de dejar de lado el inoportuno pensamiento, Nicolo se puso de costado, dándole la espalda a Zarek.

—¡La lectura no cuenta! —dijo entre dientes—. Ni siquiera querías decirme lo que significaba la carta.

—No quería que te sugestionaras.

—Pero tenías razón en que no tengo muchas otras opciones. —Las palabras de Nicolo se humedecieron un poco, junto con sus ojos—. Tengo que aprovechar lo que sea que me ofrezcan, aunque sea lo contrario a lo que quiero hacer.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó Zarek.

La pregunta hizo que Nicolo diera un respingo. A pesar de estar envuelto en sombras, sintió el picor de la mirada curiosa de Zarek revoloteando sobre él.

No era algo sobre lo que se hubiera detenido a reflexionar demasiado. Siempre pensaba en negativo: no quería ver fantasmas, ni terminar como su madre, ni vivir con miedo. Era similar a tener un monstruo dentro de sí que se alimentaba de sus pensamientos negativos y crecía cada vez más, regodeándose en ellos. Nicolo había huido de su ciudad esperando que el monstruo se quedara atrás, pero este lo había acompañado.

—No sé, una vida normal. Me gustó trabajar en la cafetería, me gustaba ver a la gente alegrarse cuando les llevaba su pedido. Me hacía sentir útil, supongo.

—Si un día abres una cafetería, más te vale darme descuento —dijo Zarek, con la voz coloreada por una somnolencia que empezaba también a afectar a Nicolo.

A pesar de sus temores y de estar durmiendo en una cama donde ahora sabía que Carlo Catalano había dormido en el pasado, esa noche no volvió a soñar con él. En lugar de eso soñó que se encontraba en un laberinto de pasillos con puertas de madera que llevaban a nuevos corredores. En las paredes colgaban los retratos de desconocidos de distintas épocas, que seguían su avance con interés. Nicolo no tenía miedo, sin embargo: a su lado iba un majestuoso león que estaba seguro de haber visto en las cartas de tarot de Zarek. A lo lejos sonaba una vieja canción italiana que le resultaba terriblemente familiar.

Nicolo despertó enojado consigo mismo por no saber de dónde la conocía, con el eco de la melodía resonando en su cabeza y el pecho oprimido por una rara nostalgia que le apretaba el corazón.

Para entonces ya había amanecido. Zarek dormía como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo, entre un lío de sábanas arrugadas a medio caer de la cama. El sol de la mañana iluminaba el interior del cuarto con una luz amable, pero Nicolo tenía presente que esa noche sería la sesión espiritista.

Al levantarse de la cama e ir hacia la ventana, descubrió que la de esa habitación daba al frente. Desde allí se veía el camino rodeado de palmeras que llevaba a la salida del terreno, aunque la puerta no era visible. Nicolo se imaginó recorriendo ese camino y se le ocurrió que, a pesar de todo, todavía estaba a tiempo de huir de aquel lugar.

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—Interesante —dijo Lupe, mientras desayunaban alrededor de la mesa redonda de una esplendorosa sala oval—. Así que viste en tus sueños a una chica de rizos, como el fantasma

Nicolo y Zarek habían acordado contar lo que había ocurrido omitiendo la parte de la cama, pero aun así, la historia dejó al resto de boca abierta. Mientras Nicolo hablaba, nadie probó las delicias que poblaban la mesa del desayuno y Lupe tomó notas de cada detalle del sueño en una libreta.

—Suena como que tuviste una visión del pasado —dijo Jazz, al tiempo que se servía por fin una taza de té—. ¿Entonces Zarek tenía el dormitorio del señor Catalano, al final, o...?

A lady Sarah, que se veía confundida por lo que acababa de escuchar, le tomó unos momentos responder:

—Yo no di el habitación de Carlo a nadie —aseguró, llevándose una mano al pecho.

—Es que la habitación de Zarek no es la definitiva del señor Catalano —intervino Lupe, levantando su libreta de notas—. En el sueño de Nicolo, él dijo que era una temporal, porque la suya estaba en obras. ¿Suena esto como algo posible?

—Hace sentido —respondió lady Sarah, asintiendo—. Él hizo cambios cuando él compró la casa. Quería hacer un museo aquí, pero el proyecto tuvo problemas y puso el plan en pausa indefinida.

—¿Cuándo la compró? —preguntó Jazz.

Lady Sarah entrecerró los ojos mientras escarbaba en su memoria, pero Lupe consultó su libreta y se adelantó a responder:

—De acuerdo con mi investigación, fue hace más de treinta años, en 1990. El señor Catalano tenía 37 años. ¿Se veía como de 37, Nicolo?

Nicolo volvió a trazar la imagen de la cara de Carlo en su mente. Vio sus pómulos altos, su pelo castaño claro y sus ojos profundos con una claridad estremecedora. Lo vio moverse con sus ademanes felinos y sonreír. La edad sonaba correcta, sí.

Claro que la apariencia coincidía con la del retrato de la biblioteca, pero el comentario del cuarto en obras confirmaba que aquel sueño no había sido pura sugestión. Para no tener que decir más, Nicolo se limitó a asentir para responder la pregunta de Lupe y se llevó a la boca un croissant. A su lado, Zarek contemplaba en silencio su taza de té, casi llena.

—¿Tenía el señor Catalano alguna novia de pelo rizado que usted recuerde? —le preguntó Lupe a lady Sarah.

—¿Quién no tenía rulos en 1990? —rio Jazz.

Aunque mucho más sobria al expresarse, lady Sarah estuvo de acuerdo:

—Sí, ese tiempo los rizos estaban en moda y Carlo tuvo muchos romances cortos. No recuerdo alguien en particular.

—Creo que tenemos que considerar la posibilidad de que una de esas chicas haya muerto en esta casa y de que él lo haya ocultado —dijo Lupe, ajustándose las gafas—. Aunque usted visitara a Carlo, no vivía en este país. Puede haber mucho que no sepa. Quizás él se llevó el secreto a la tumba cuando murió el año pasado, y por eso la chica intenta comunicarse.

La posibilidad pareció perturbar a lady Sarah, que asintió con la cabeza y se retiró poco después, sin probar bocado.

Detrás quedaron Nicolo y el resto, perdidos entre el mar de porcelana fina y bandejas de delicias que Paulo les había traído. Estar allí se sentía irreal, como si aquel fuera el país de las maravillas y todos fueran Alicia, intentando descifrar acertijos imposibles.

—Me pregunto qué problemas le hicieron poner en pausa a Carlo su proyecto de museo —dijo Zarek, rompiendo el tenso silencio—. Sospechoso.

—Tal vez esa chica murió aquí y él no quería atraer atención al lugar, por eso nunca se quedó a vivir e inventó lo de que en realidad quería hacer un museo —propuso Jazz—. Y se quedó con la casa hasta el final para que ningún dueño encontrara evidencias mientras él vivía. ¿Qué les parece mi teoría?

Era posible, pensó Nicolo, pero les faltaban demasiadas piezas para poder armar el rompecabezas. Como si temieran represalias por parte de su fantasma, nadie mencionó la posibilidad de que Carlo Catalano hubiera matado a la chica, pero la idea flotaba en el aire, impregnando el aroma dulce de la comida con un dejo rancio.

El resto del día transcurrió en tensa calma. La casa entera aguantaba la respiración, expectante.

Mientras Lupe consultaba qué aparatos serían permitidos en la sesión espiritista y Jazz se probaba posibles atuendos para la velada, Nicolo volvió al cuarto de Zarek y le pidió ver sus mazos. Sentado en la cama que habían compartido la noche anterior, buscó entre las cartas al león de su sueño y lo encontró en una llamada La fuerza, donde una mujer sostenía con gentileza las fauces del animal. Sobre ella estaba el símbolo del infinito, el mismo que había visto en la carta El mago.

—Es muy positiva —dijo Zarek, al notar el interés de Nicolo en ella—. Es una carta de poder, sobre conquistar nuestros miedos y ganar control de nuestra vida.

—Espero que no estés sumándole a mi deuda por cada vez que me dices lo que significa una carta —respondió Nicolo.

—Buena idea. —Zarek le guiñó un ojo—. Pero puedes adelantar parte del pago con uno de tus cafés.

Sus dedos se rozaron cuando Nicolo le devolvió la carta. Las manos de Zarek estaban tan tibias como en el recuerdo de la noche anterior.

¿Tres besos, entonces?, se preguntó Nicolo más tarde mientras ayudaba a Paulo a la hora de la merienda, preparando cafés. Esta vez dibujó en la espuma la figura de una cabeza de león, y Zarek se la quedó mirando por un largo rato antes de probar el primer sorbo.

Lady Sarah los evitó por buena parte del día, al parecer incómoda por la sugerencia de que su viejo amigo pudiera haber estado involucrado en la muerte de alguien a sus espaldas. Cuando cayó la tarde y se acercó la hora de la sesión, sin embargo, volvió a aparecer ante ellos arreglada para la ocasión. Vestía un elegante atuendo que rivalizaba con el de Jazz, quien había vuelto a canalizar un estilo vintage a través de perlas y un vestido de tul que lo hacía verse como una especie de hada de los años veinte.

—Creo que debería ser abierta a todos los posibilidades, incluso si es difícil —murmuró lady Sarah, con una sonrisa lánguida, mientras se dirigían al lugar de la reunión.

La médium guía, Amatista, custodiaba la puerta del cuarto donde se haría la sesión. Se trataba de la misma sala ovalada en la que habían desayunado, ahora acondicionada con decenas de velas. En esa curiosa burbuja, que aparentaba pertenecer a una dimensión distinta a la del mundo real, la luz de las llamas se reflejaba en los espejos y adornos de porcelana que colgaban de las paredes, multiplicando el efecto al infinito.

—Esta es su última chance de arrepentirse —dijo Amatista con solemnidad—. Quien atraviese esta puerta debe tener la mente despejada y abierta a ver y sentir más allá de nuestra realidad. Si alguien considera que no está listo para la experiencia, este es el momento de decirlo.

—Es bien si alguien prefiere no entrar y esperar afuera —aseguró lady Sarah—. Voy a entender.

Nicolo tragó saliva. Allí tenía, servida en bandeja, una última oportunidad real de echarse atrás. Pero escapar era lo único que había hecho hasta aquel momento, y era hora de cambiar. Pensó en el león que lo acompañaba en su sueño, apretó la turmalina de Jazz en su puño y caminó junto a Zarek para atravesar el umbral.

Continuará.

Próximo: siguiente sábado o el que le sigue (ver notas).

¡Hola! ¡Muchas gracias por leer! Entre octubre y noviembre tengo unas semanas complicadas en que tendré que encargarme de unos trámites del mundo real relacionados con mudanzas y reparaciones 😭

Así que quizás no pueda actualizar el sábado que viene con un capítulo y traiga otra cosa (ej: un especial de memes, como hice una vez durante El príncipe de las hadas). También quizás algún fin de semana tenga que actualizar domingo en lugar de sábado, pero avisaré. No es seguro, pero gracias por la comprensión 🥺❤️

En el siguiente capítulo empieza la sesión espiritista, ¿qué pasará? ¿Vos hubieras entrado luego de la advertencia de la médium? 

Muchas gracias por compartirme todas sus teorías, no diré quién puede acercarse a la verdad, pero me parece bien que vayan tomando nota.

Creo que no hay cumpleaños esta semana de gente al día, pueden decirme si alguien cumple entre el 17/10  y el 23/10 💞

Por último, ¿qué dibujo le pedirías a Nicolo en tu café o chocolate? Esta es una foto del IG  peoplebrewcoffee de cómo imagino más o menos la figura de león que Nicolo dibujó en el café:

¡Un abrazo! Más tarde estaré respondiendo comentarios.

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