8. La noche al desnudo

En circunstancias normales Nicolo se habría resistido, pero en el mundo de aquel sueño tenía sentido entregarse al abrazo de Carlo, cuyos dedos lo recorrieron con avidez. Su beso le quitó el aliento y el miedo que sentía se disolvió en una punzante ráfaga de placer.

Fue a partir de las caricias de Carlo que Nicolo fue descubriendo, poco a poco, qué tan distinto era su cuerpo en esa curiosa visión: lo blandas que eran sus caderas y sus muslos, lo diferente de su pecho, ahora mullido y maleable, cuando Carlo lo apretó contra sí. El cuerpo desde el que Nicolo experimentaba esas sensaciones no era el suyo, sino el de una mujer desconocida.

Era extraño y natural al mismo tiempo. Desde el interior de esa mujer, Nicolo no era más que un observador de la escena, sin voz ni voto, aunque percibiera el calor del cuerpo de ella como si fuese propio. Lo sintió entre sus piernas también, húmedo y pulsante cuando la mano de Carlo se aventuró hacia ese territorio.

—No imaginé que te asustaría tanto el comentario del fantasma de tu cuarto —murmuró Carlo con voz ronca, sus labios contra el cuello de ella.

—Por tu culpa no podré dormir —respondió la mujer en tono de reproche.

—Ven conmigo y podemos hacer algo mejor que dormir, ¿qué te parece? Así no piensas en eso.

La propuesta de Carlo llegó acompañada por una sonrisa ladina, con un dejo artificial que despertó en Nicolo una nueva punzada de miedo, pero no había nada que él pudiera hacer para controlar la voluntad de la mujer del sueño, que respondió:

—Suena interesante.

Carlo guio el camino hacia la salida del salón y por el pasillo que llevaba a la escalera. La única iluminación de la casa venía del exterior, cortesía de las luces que llenaban el cielo enrarecido y se colaban a través de los ventanales.

Las habitaciones que daban al corredor, en cambio, estaban sumidas en la más completa oscuridad. Cada arco frente al que pasaban se veía como el túnel hacia una profundidad infinita donde algo acechaba, observando su avance a la espera del momento justo.

Era como caminar al borde de un abismo. Nicolo entendió por qué la dueña del cuerpo se aferró a la mano de Carlo, sin soltarlo hasta que subieron al segundo piso, donde estaban los dormitorios, y él abrió la puerta de uno.

—No es el mejor cuarto —dijo Carlo—, me estoy quedando aquí mientras terminan las obras del mío.

La habitación tenía el tamaño de la de Nicolo, pero para su alivio, no parecía ser la misma: las ventanas estaban en otra dirección y la cama era con dosel. Le llamó la atención un enorme aparato de televisión apagado, en cuya pantalla se reflejaba la imagen brumosa de la mujer dentro de la que Nicolo estaba atrapado. Poco se veía de sus rasgos más allá de su voluminoso pelo enrulado.

Luego de arrojar la galera sobre un sofá con curvas elegantes al estilo art nouveau, Carlo fue despojándose de otras de sus prendas y se dirigió a la cama, siempre con la vista puesta en su invitada, a la que llamó con un movimiento de dedos que se vio como la activación de un hechizo.

Ella respondió subiéndose a la cama. Sonriendo, gateó por el colchón hasta llegar a Carlo, que estaba recostado boca arriba, y se sentó sobre él.

—No te rías, pero yo creo que sí hay presencias en esta casa —susurró ella, y miró a su alrededor, escudriñando las sombras del cuarto con su mirada—. Puedo sentir ese tipo de cosas desde que soy niña. Hay algo oscuro...

Carlo extendió el brazo hacia ella y puso una mano sobre su mejilla, para dirigir su atención de vuelta a él. Una vez que la tuvo, enroscó en el dedo índice uno de los rulos que enmarcaban la cara de la chica y le sonrió.

—Tiene sentido. ¿En qué casa vieja no hay fantasmas? —preguntó, mientras la atraía hacia sí.

Ella se dejó empujar hacia abajo y cerró los ojos, descartando la inquietud por unos momentos. En ese instante de oscuridad total, Nicolo sintió que se resbalaba y caía por un pozo, como si al fin se hubiera desprendido de ella.

Lo siguiente de lo que fue consciente fue una voz que decía su nombre con alarma:

—¡¿Nicolo?!

La exclamación lo despertó de golpe. Confundido, Nicolo abrió los ojos y se descubrió en la misma posición en la que había estado la chica de la visión: con las rodillas sobre el colchón y sentado en los muslos de alguien, solo que esa persona no era Carlo, y aquello ya no era un sueño.

Estaba despierto, aunque no tenía idea de lo que ocurría.

—¿Qué...? —balbuceó, desorientado.

Quien estaba debajo, acostado boca arriba y con los ojos desorbitados por la sorpresa, era Zarek. Al contrario que Nicolo, que vestía pijama, él no llevaba puesta camisa alguna.

—¿Qué estás haciendo? —exclamó Zarek, incorporándose un poco para apoyarse en sus codos—. Entiendo que te invité, pero no creí que serías tan directo...

Todavía desorientado, Nicolo no reaccionó de inmediato. No terminaba de entender por qué estaba allí. A través de las sábanas sintió el calor palpitante de Zarek contra sus piernas, y este subió hasta sus mejillas en la forma de una ola que lo sofocó.

—¿Qué? ¿Qué haces aquí? —preguntó Nicolo. ¿Acaso se había atrevido Zarek a meterse en su cuarto sin permiso? Aunque si ese era el caso, ¿cómo era que Nicolo estaba encima de él y no al revés?

—¿Como que qué hago? —replicó Zarek—. ¡Este es mi cuarto!

—¿Eh...? ¿Cómo? —Nicolo sacudió la cabeza en un intento por despejarse, pero terminó más mareado que antes.

En efecto, esa habitación no era la suya, ni tampoco lo era la cama, que aquí tenía un techo y cortinas. La distribución y la mayoría de los muebles eran los mismos del sueño y la puerta estaba abierta, porque él había entrado por ella minutos atrás.

Él era el intruso, no Zarek. La revelación desbarató a Nicolo, que se echó hacia atrás apenas lo entendió, y cayó al suelo en su intento por alejarse lo más pronto posible. Terminó en el piso, contra la pared, demasiado aplastado por la humillación como para poder ponerse de pie.

—¡Perdón! —exclamó, hundiendo la cabeza entre las manos, con la esperanza de que eso lo volviera invisible. ¿Era demasiado pedir que eso también fuera parte del sueño?

Zarek se quitó el pelo de la cara como pudo, y salió de la cama cubriendo la parte inferior de su cuerpo con una sábana.

—¡No, está bien! Creo que estabas sonámbulo. Solo espera un momento —suplicó Zarek, y luego de encender una lámpara de pie, comenzó a revolver entre una pequeña pila de ropa acumulada en una silla cercana.

Nicolo cerró los ojos con fuerza, deseando despertar de nuevo en su propio cuarto, pero no fue así. Lo que estaba viviendo era real, y al abrirlos se encontró en el mismo lugar. Al levantar la vista captó por accidente un vistazo del atlético cuerpo de Zarek, justo antes de que este terminara de ponerse una bata.

—¡¿Duermes desnudo?! —La pregunta se escapó de la boca de Nicolo, aunque desvió la vista inmediatamente después de hacerla.

Ya cubierto por la bata, Zarek se volteó hacia él. En su mirada enorme todavía se veían las huellas de la conmoción inicial, y no había conseguido acomodar del todo su pelo, que estaba a medio peinar.

—Es mucho más cómodo, lo recomiendo. Claro que puede ser inconveniente en emergencias, como este caso...

—¡Perdón de nuevo! —Nicolo escondió de vuelta la cabeza, esta vez entre las piernas—. No sé qué pasó, estaba soñando que era otra persona, no sé cómo llegué aquí...

Cuanto más se despejaba, más horrorizado se sentía por sus acciones. No tenía cómo justificarlas. Zarek se arrodilló frente a él y le habló con voz calmada:

—Está bien, está claro que fue un episodio de sonambulismo. Incluso dijiste algo... ¿Te ha pasado antes?

—¡No! ¿Qué dije?

Zarek tragó saliva. Antes de responder, respiró hondo.

—Dijiste que había algo oscuro —dijo por fin—. Tu voz sonaba distinta, además, como si no viniera de ti, sino de una mujer...

Nicolo se animó a levantar la cabeza y mirar a Zarek. Él sonrió un poco, aunque el gesto, desganado, quedó a medio camino. A pesar de que Zarek intentaba aparentar entereza y ocultar que estaba temblando, el pelo que caía sobre su frente, desordenado, lo traicionaba.

—En el sueño yo era una chica de pelo enrulado —explicó Nicolo, abrazando sus propias rodillas—, me encontraba con el señor Catalano y veníamos a esta habitación.

—Ah, ya veo. —La sonrisa dura de Zarek se ablandó, dando paso a una genuina, casi traviesa—. Y supongo que se subían a la cama y...

—¡No hables más! —lo cortó Nicolo, levantando la vista—. No llegaron a hacer nada, ahí fue que desperté.

Desde el suelo donde Nicolo estaba hecho un ovillo, el cuarto se veía enorme y lo hacía sentir como un niño pequeño, abandonado a su suerte luego haberse perdido en un lugar desconocido. Al menos, el ambiente ya no tenía el aire lúgubre del sueño, o tal vez fuera que la imagen de Zarek, arrodillado en bata frente a él, era tan surrealista que bordeaba lo cómico y ayudaba a aliviar el miedo.

—No te preocupes —dijo Zarek—. En serio, no es tu culpa. Así que una chica de pelo enrulado, ¿eh? Como el supuesto fantasma del que habló Lupe Santana. ¿No será que soñaste con eso porque ella lo mencionó y te quedó en la cabeza?

Esa justificación, aunque improbable, le permitió a Nicolo respirar un poco mejor. Mientras él tomaba aire, Zarek se puso de pie, fue hasta una esquina donde había una pequeña heladera y volvió con una botella de agua fría sin abrir, que le ofreció a Nicolo.

—Gracias. —Nicolo aceptó la botella y la apoyó contra su nuca. Luego hizo lo mismo sobre su pecho, y la angustia que lo oprimía bajó junto con la temperatura—. Ya me voy.

Claro que no tenía pensado volver a dormir. Quizás le convendría pasar la noche sentado en algún rincón, escuchando música y con todas las luces de su cuarto encendidas. Cualquier cosa menos volver a su cama embrujada.

Al tratar de ponerse de pie maldijo para sí al descubrir que sus rodillas todavía estaban flojas. Zarek reaccionó de inmediato cuando lo notó: se acercó a Nicolo y extendió una mano hacia él, junto con una invitación adicional:

—Mira, puedes quedarte aquí, si quieres. Me voy a vestir mejor y puedes usar la cama. Yo puedo dormir en el sofá. ¿Qué te parece?

Dubitativo, Nicolo tomó por fin la mano de Zarek y dejó que este lo impulsara hacia arriba. Quedaron parados frente a frente, contemplándose en intenso silencio mientras recuperaban el aliento. Nicolo no estaba tan seguro de que quedarse allí fuera la mejor de las ideas, pero ¿qué otra opción tenía?

Así que aceptó, y se sentó en la cama de espaldas a Zarek, mientras este dejaba de lado la bata y se vestía con prendas más apropiadas. En el suelo se proyectaba la sombra de su silueta.

Nicolo apoyó la botella fría contra sus mejillas, tomó un poco de agua y se obligó a desviar la vista del curioso teatro de sombras. Tendría que hablar con el resto sobre la visión de Carlo por la mañana, para confirmar si había algo de verdad en ella. En realidad tenía la certeza de que no había sido solo un sueño, por más que quisiera creer que así era, pero de momento no quería pensar en eso. Al día siguiente sería la sesión espiritista, y allí le tocaría sincerarse.

Ya vestido, Zarek se presentó ante él y reclamó su atención con una pregunta:

—¿Necesitas algo más?

Ahora llevaba puesto un pantalón y una camisa floja de estilo anticuado, digna de los poetas trasnochados de siglos anteriores. El escenario que lo rodeaba, iluminado por la luz mortecina de la lámpara, ayudaba a potenciar el efecto. Detrás estaba el sofá de curvas elegantes en que Zarek había mencionado que dormiría, el mismo donde Carlo había dejado su galera en el sueño.

Por unos momentos, Nicolo se quedó mudo, hasta que respondió por fin:

—Estoy bien. Perdón de nuevo.

—Ah, no te preocupes por eso —dijo Zarek—. No parecía que quisieras matarme ni nada así. No dudes en despertarme si necesitas algo.

Apagaron las luces poco después, y cada uno se acomodó en su lugar.

La oscuridad era cómoda como pocas veces sabiendo que no estaba solo allí. Quizás por eso, Nicolo encontró que esa cama también era más suave que la suya, aunque dormir se le hacía difícil al saberse un intruso.

—¿Zarek? —llamó Nicolo.

Tenía la certeza de que el otro no conseguía dormir tampoco, por los constantes movimientos que se escuchaban y por el ritmo de su respiración. Se sentía equivocado que tuviera que pasar la noche incómodo por su culpa.

—¿Sí?

Nicolo hizo una pausa y pensó bien lo que decir antes de susurrar:

—No me molestaría que durmieras en la cama también. 

Continuará.

Siguiente: próximo sábado.

¡Hola! Se viene la sesión espiritista 👀 

 ¿Tenés alguna teoría sobre Carlo y la chica de rulos? Felicidades a quienes notaron que Nicolo estaba viendo las cosas desde la perspectiva de otra persona.

¿Ustedes son de hablar en sueños o conocen a alguien con sonambulismo? Yo sí conocí gente que hablaba en sueños. Algunos han puesto una grabadora toda la noche a ver si pueden captar algo que digan, pero eso me da mieeeeeedo, porque hay gente que luego escucha cosas que no desearían no haber escuchado en las grabaciones, jajaja. Hay quienes dicen cosas medio creepy, así que PASO. 

Cumpleaños: Felicidades a pau_jhtayloqr, y asdfandibv 🎂

¿Alguien cumple entre el 10/10 y el 16/10?

¡Hoy traigo dos picrews! Paulo y Carlo (aproximación xD):

También traigo unos ejemplos de la "camisa de poeta", porque me super imagino a Zarek comprándose cosas así todas dramáticas. PD: Quiero una (???).

¡Gracias por leer, un abrazote! Estaré contestando comentarios más tarde.

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