34. La llamada del vacío

—¡Vamos! —gritó Zarek tomando del brazo a Nicolo, cuyos ojos estaban clavados en las gárgolas, una de las cuales se lanzó en picada hacia ellos.

Detrás de ellos, alguien gritó, alguien corrió, y así fue como de un instante a otro Zarek perdió noción de dónde estaba cada uno. Apenas llegó a ver, por el rabillo del ojo, las siluetas del resto desperdigándose en distintas direcciones.

Tuvo que tirar de Nicolo, que parecía en trance, para forzarlo a moverse y apartarlo del lugar en el que el monstruo de piedra aterrizó con tal fuerza que sus garras se hundieron en la tierra blanda de la orilla del lago. Una vez frente a ellos, la gárgola abrió las fauces dejando a la vista sus dientes afilados, a través de los que se asomó una lengua bífida, y rugió con una intensidad que hizo vibrar el aire y lo llenó de olor a azufre. Su enorme cuerpo, que bloqueaba el camino, era una amalgama de humano con reptil y simio de cuya cabeza brotaban cuernos.

—¡Por aquí! —gritó la voz de alguien a espaldas de Zarek. ¿Quién era? Con la atención centrada en la amenaza más inmediata, no pudo reconocerla.

A falta de mejores opciones, y sin soltar a Nicolo, Zarek corrió hacia la voz.

Así es que los dos terminaron de vuelta en el interior del bosque que habían recorrido para llegar al lago, ahora sin ningún tipo de guía que les indicara la salida.

Corrieron y corrieron, chocando contra ramas y esquivando árboles que se levantaban como gigantes en su camino, siempre en dirección opuesta al terrible rugido de las gárgolas. Zarek se preguntó si ellas intentarían adentrarse en el bosque también para ir tras ellos, tumbando troncos hasta encontrarlos. No tenía idea de dónde estaba Lupe, cuya brújula hubiera sido útil, ni ninguno de los otros. Tampoco sabía a quién pertenecía la voz de antes. Su único consuelo era no haber perdido a Nicolo, a quien todavía sostenía del brazo.

No había tiempo de preguntarse nada, solo de correr para alejarse todo lo que el bosque les permitiera. En la noche, por supuesto, no podía ser tan simple. Un desnivel en el terreno los hizo tropezar, y los dos cayeron al suelo enredados en un lío de brazos y piernas que terminó con Zarek preguntándose si se habrían fusionado el uno con el otro. Tampoco ayudó que las raíces de los árboles sobresalían de la tierra en esa zona y Zarek tuvo que aguantar un grito de dolor al aterrizar sobre ellas.

Estaba vivo, era lo que contaba, y Nicolo también. Lo único que les faltaba era morir por una caída luego de haber sobrevivido a una casa encantada, un lago maldito y unas gárgolas desbocadas. Se consoló con eso. Apretó los dientes y a Nicolo mientras respiraba hondo, con la esperanza de que cada exhalación se llevara un poco del dolor de la caída.

—¿Estás bien? —preguntó Nicolo, en un susurro tan bajo que más que sonar en voz alta, sus labios dibujaron las palabras contra el cuello de Zarek.

Zarek asintió e intentó sonreír.

—Por esto es que dicen que hay que tener cuidado con lo que deseamos —respondió en voz igualmente baja—. Así no es como quería que se cumpliera mi deseo de terminar enredado contigo.

—¡Qué idiota! —exclamó Nicolo. El comentario de Zarek parecía haberle hecho olvidar la situación, porque su voz se elevó en la noche con la intensidad de un trueno. Casi al mismo tiempo, el suelo en el que yacían tembló, y a la distancia sonó una especie de graznido infernal—. ¡Ah...!

Zarek cubrió la boca de Nicolo con una mano y la mantuvo allí mientras trataba de identificar la dirección de la que venía el sonido, que pronto se convirtió en el de pasos pesados que se arrastraban, aplastando ramas y piedras. Se movían en distintas direcciones, pero al prestar atención, Zarek notó que se alejaban en lugar de acercarse y agradeció haberse quedado donde estaba, sin hacer ruido, en lugar de volver a correr. El silencio parecía despistarlas.

Nicolo, sin embargo, no parecía estar de acuerdo con la estrategia de Zarek. Para su desconcierto, en lugar de mantenerse callado trató de gritar y se retorció bajo el agarre de Zarek, que tuvo que posicionarse detrás de él para sostenerlo mejor.

—Por favor —suplicó Zarek, murmurando en la oreja de Nicolo—. Nos perderán el rastro si no hacemos ruido.

Nicolo emitió un intento de lamento que quedó ahogado bajo la presión de la mano del otro. Fue allí que Zarek notó que lloraba, cuando las lágrimas le mojaron los dedos. A Zarek se le revolvió el estómago.

—¿Te estoy lastimando...? —Sus propios ojos se humedecieron.

Nicolo negó con la cabeza y dejó de moverse, pero siguió sollozando hasta que al fin consiguió calmarse, luego de un minuto que se sintió como una hora. Así, en silencio e inmóviles, acostados en el suelo uno contra otro, esperaron a que los ruidos de sus perseguidores se disolvieran del todo en la noche.

Cuando Zarek aflojó la mano con la que cubría la boca de Nicolo, este respiró hondo, se tocó los labios y se enjugó las lágrimas mientras se colocaba de vuelta frente a él. Ver sus ojos llorosos y la forma en que intentaba recuperar el aliento le encogió el corazón a Zarek, que susurró:

—Perdóname, Nico...

—No, perdóname a mí —respondió Nicolo en un hilo de voz—. Casi dejo que nos encuentren. ¿Qué me pasó?

—Lo que importa es que estamos a salvo ahora. —Zarek acarició con la yema de los dedos el contorno de la boca de Nicolo, quien se acercó a él como si el gesto hubiese sido una invitación.

A eso le siguió un beso delicado, que empezó tembloroso y poco a poco ganó más intensidad. Zarek dejó que Nicolo liderara a su ritmo, y se limitó a pasar la mano por el pelo de este y deleitarse en el calor húmedo de su boca, que le hacía preguntarse cómo se sentiría el resto de su cuerpo. Lo había podido adivinar un poco bajo su ropa y por la forma en que se movía, con gracia y elasticidad, pero trataba de no pensar en eso.

Ahora, que lo tenía encima, era imposible no hacerlo, no olvidar el estúpido bosque con su estúpida casa embrujada e imaginar a Nicolo en el cuarto que tenía en la trastienda de su consultorio, esperándolo entre las alfombras persas y los almohadones de seda que decoraban la habitación, entre velas que iluminarían su piel con un resplandor cálido, entre perfumes frutales y música suave.

El fin del beso puso punto final a su escapada imaginaria, y lo que dijo a continuación Nicolo lo estremeció:

—Algo está mal conmigo, ¿sabes?

—No seas tonto. —Zarek acomodó un poco el pelo alborotado que enmarcaba el rostro de Nicolo.

—No, escúchame —replicó Nicolo, con urgencia—. Cuando nos estaban persiguiendo, yo quería gritar. Quería que me encontraran. Quería que vinieran por mí. —Miró hacia atrás al terminar de hablar, su mirada perdida en la oscuridad—. Algo me está llamando.

—¿La casa? —preguntó Zarek—. ¿El fundador?

—No sé. ¿Crees que debería responder?

—Tal vez quiere guiarte hacia su tumba. —Zarek frunció el ceño, considerando por primera vez la posibilidad de que las gárgolas hubieran estado allí para ayudarlos de alguna forma retorcida. Si la casa quería que devolvieran el collar, ¿cuál sería el punto de matarlos?

Nicolo suspiró, asintiendo, y abrió la mano donde sostenía la piedra. Tenía la cadena de la que colgaba colocada alrededor de la muñeca. Le había dado vueltas varias veces hasta convertirla en una especie de brazalete, para que no se le perdiera.

—¿Dónde estarán los otros? —preguntó Nicolo—. ¿Crees que estén bien?

—No sé, pero sé que tenemos que seguir adelante —murmuró Zarek, que se puso de pie con cuidado y ayudó a Nicolo a hacer lo mismo—. Aunque no sé dónde está adelante —admitió, mirando a su alrededor.

Si antes sabía hacia dónde huir, gracias al sonido de las gárgolas, ahora no tenía idea de dónde estaban parados. Todo se veía igual, un mismo laberinto de paredes de tronco y copas tan altas que apenas era posible distinguir las estrellas.

—Creo que yo sí sé —dijo Nicolo, y luego de detenerse unos momentos se paró mirando en cierta dirección—. Si me concentro en la voz que me llama, sabré cómo llegar. Pero no está clara, ahora mismo, algo interfiere...

—¿Algo interfiere?

Zarek se acercó a Nicolo, que lo miró con ojos tristes y estiró la mano para mantenerlo a una cierta distancia.

—Tú busca a los otros —dijo Nicolo, sin bajar el brazo—. Mientras, yo voy a arreglar todo este lío.

—¿Qué dices? No, no pienso dejarte solo otra vez, la última casi te mueres... Somos un equipo, ¿no habíamos acordado eso?

—Tu hermano me dijo que tienes el poder para desterrar espíritus y cerrar puertas. Quizás por querer ayudarme lo estés haciendo ahora, sin darte cuenta, quizás el fundador no pueda comunicarse conmigo.

La mención casual a su hermano descolocó a Zarek. ¿Cuándo le había hablado de él? ¿Era posible que Nicolo realmente...?

—¿Mi hermano?

Nicolo asintió y esbozó una sonrisa melancólica.

—Me dijo que te dijera que él ganó.

Las lágrimas cegaron a Zarek antes de que pudiera siquiera pensar en qué responder, demasiado abrumado. Allí estaba, contra toda lógica, el mensaje que su hermano había acordado enviarle en caso de morir antes de él, de haber un más allá.

—Espera, ¿cómo...? —consiguió decir, a duras penas.

Nicolo no respondió. En vez de hacerlo, empujó a Zarek hacia atrás y corrió en dirección opuesta, para luego ser engullido por la oscuridad del bosque.

Continuará.

Próximo: siguiente sábado.

¡Hola! ¿Qué tal? Capítulo intenso, pero aún así con tiempo para mimos. 

Veremos qué pasa con el plan de Nicolo. ¿Será que las gárgolas eran buenas?

¿Dónde andarán los personajes perdidos?

Pronto lo sabremos.

A propósito, esto es algo así como lo que imagino para la trastienda del consultorio de Zarek y su habitación de almohadones. ADORO este tipo de espacios desde que los vi en una cafetería de estilo turco: 

¿Te imaginas qué lindo echarse una siesta ahí? 😭 Sé que Zarek no pensó en una siesta, pero yo sí.

Cumpleaños de la semana: yeonjunnie_3, feliz cumpleeee 💖 Y también a la hermana de Nombrerandom3.

¿Alguien cumple entre el  18 y el 24 de abril o cumplió antes y no llegué a felicitar?

¡Gracias por apoyar la historia con tus votitos, comentarios y recomendaciones! Abrazoooo, luego andaré respondiendo comentarios aquí y en otros capítulos, como siempre 💖💖


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