I. Memento mori
Memento mori: recuerda que morirás
Mi encéfalo
solo monta escándalo,
se cuela vaho
por mis huesos
y los deja tiesos.
No comprende,
no asiente
y si lo hace
gruñe.
Se siente prisionero
en este cuarto
lleno de cuadros
que estimulan su ingenio.
Árboles le chillan un:
vente con nosotros
no te haremos daño
solo abrázanos.
La nieve colapsa
mis entrañas
y quiero vomitar
cuando lágrimas veo pasar.
Expulso lo indebido
paladeo el manjar exquisito,
ando y tanteo
todo aquello
que me atrapa
como un imán
indeciso.
¿Qué te pasa?
¿Quieres jugar a las cartas?
Mi madre me consuela
y mi padre recoge la escopeta.
El estruendo me altera,
puedo pasar de estar contenta
a tan nerviosa,
que me meto en una cuneta.
Soy tan pequeña
y frágil
para cualquiera,
pero mi glándula pineal
se ha activado,
ya no hay quién me proteja
el salvavidas me lo alcanzo yo
aunque me tambalee
y resbale,
lo encuentro y sigo la avenida,
congelada, quemada,
insensible, negra
y sobre todo
compasiva
de la muerte.
Creí saberlo todo
que mi vida estaba resuelta
pero era mentira,
una falacia piadosa
que se coloca como tirita
ante una tempestad
agujereada y decorada
con telarañas.
Inestabilidad pronunciada
lluvia de sangre electrocutante,
titanes que me clavan puñales
y me desean las buenas noches
con sonrisas blanquecinas
como diamantes carbonizados,
observándome agonizar
cargar con el dolor
más demoledor
cuán Hércules,
y las venas de sus brazos
y cuerpo saliendo
como columpios,
para que tanto Ceuta
y la Península Ibérica
estuvieran satisfechas.
— Janny.
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