9
La fiesta se prolongó hasta altas horas de la madrugada.
A Jota aún le dolía la cabeza, esta vez no había sido por la ingesta desmesurada de alcohol, pero las secuelas del día anterior en el parque, aún permanecían recientes.
—Jota...
Se revolvió en la cama, ignorando a Javi.
—¡Oye! ¡Levanta! Tengo ganas de una hamburguesa.
Jota abrió un ojo y miró por la ventana. El cielo estaba gris oscuro y una densa cortina de lluvia no le dejaba ver los edificios colindantes.
—¿Pero qué hora es?
—Son las once de la mañana.
Soltó un gruñido.
—¡Vete a la mierda Javi! ¿Has visto el día que hace?
Javi miró por la ventana.
—Tormenta—contestó como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Y pretendes que me despierte un domingo, a las once de la mañana, con el temporal que hace, para ir a comprar una hamburguesa? ¡Estás loco! —Escondió la cabeza bajo la sábana, dándole a entender que no pensaba levantarse.
Javi luchó con él hasta descubrir su cara.
—Me gusta comer hamburguesa cuando llueve, es casi como una tradición, ¡así que vamos! —Presionó la nariz de Jota con los dedos para que no pudiera respirar y así espabilarlo.
—¿Quieres dejar de hacer eso? ¡Ve tú solo a por la tradicional hamburguesa! ¡A mí déjame en paz!
—Comer solo es muy triste, ¡vaaaaaamos! —Javi insistió, destapando nuevamente a su amigo.
—¡Eres un cabrón! —espetó irritado—. Déjame solo diez minutos más.
Fuera caía lluvia como chuzos. La corriente había formado improvisados ríos que arrastraban basura y hojas por la carretera. Realmente no era un buen día para coger el coche, pero tras escuchar varias veces a Javi describir la hamburguesa perfecta, le había entrado hambre.
—Ayer vi a tu padre... —empezó Javi dentro del vehículo—, parece que ha encontrado trabajo.
—Mira qué bien—respondió sin mostrar emoción alguna.
—¿Realmente no hay marcha atrás? ¿No podéis reconciliaros?
Jota mordió su labio inferior intentando contener la ira. Javi captó por su expresión que jamás podrían perdonarse el daño que se habían hecho mutuamente.
—No es que quiera entrometerme en tu vida ―continuó sin mirarle―, pero lo mío es inevitable porque mis padres están muertos. Ya no hay vuelta atrás, en cambio, tú aún tienes la oportunidad de...
—¡Javi, por favor! No insistas. No se trata de una discusión sin más... tú no podrías entenderlo. Preferiría que mi padre hubiera muerto a que hiciera todo lo que ha hecho. Así que no, no hay vuelta atrás.
Javi prefirió callar a discutir con Jota.
El coche se detuvo frente a la luz roja de un semáforo.
Sus labios se apretaron con fuerza tensando la expresión de su rostro. Se aferró fuertemente al volante con ambas manos y rascó con las uñas de los pulgares el revestimiento de cuero.
Javi percibió su tensión y buscó en el desolador paisaje algún elemento que pudiera utilizar para desviar su atención.
—¡Es increíble! Con el temporal que hace y todavía hay gente que se atreve a salir sin paraguas.
Jota miró distraído por la ventanilla y tras la densa cortina de lluvia vislumbró a Claudia resguardándose bajo el toldo de la gasolinera.
—¡Pero qué coño...!
—¿Qué pasa? —demandó Javi siguiendo la mirada de Jota.
—¿Ves esa loca? —Señaló hacia la gasolinera—. No me puedo creer que siga ahí. ¡Esto es increíble! —comentó indignado.
—¿El qué? ¿Qué pasa con esa tía?
—Ayer me dijo que me esperaría ahí para que la acompañara a por un vestido o algo así. Quería ir al centro. Naturalmente le dije que no. Pero ahí está, esperándome...
—¿En serio?
El coche de detrás le hizo luces para que reanudara la marcha, ya que el semáforo se había puesto en verde. Jota puso primera y continuó hacia delante.
—¡Esto es increíble! ¡Pues ya se puede quedar ahí todo el día si le da la gana! Yo no pienso ni acercarme.
—Pero ¿quién es?
—Déjalo, Javi, es una larga y patética historia... ¡qué fuerte me parece! ¡Está para que la encierren!
Diez minutos más tarde llegaron a McDonald's. Javi escogió el menú gigante, pero a Jota se le había cerrado el estómago. Esperaron a que la trabajadora les entregara la bolsa de cartón por la ventanilla y reanudaron la marcha.
—¡No me lo puedo creer! —espetó Jota incapaz de continuar con la rutina.
—¿El qué? —Javi se llevó una grasienta patata a la boca mientras se giraba para escucharle.
—¡Lleva esperando desde las nueve! ¿No es capaz de captar las indirectas o qué?
—Pero ¿aún estás con eso?
—Está loca. ¿Qué otra explicación podría haber para su comportamiento?
—¿Dónde la has conocido? Nunca me has hablado de ella, siempre te callas las mejores cosas...
—Nunca te he hablado de ella porque para mí no es nadie importante, tan solo una loca de personalidad versátil.
—Bueno... ya habló el intelectual...
—No, en serio, debe tener algún desequilibrio mental grave para ser así.
—¿Así, cómo?
—Tan... tan insistente y confiada. Me desquicia.
—Está bien, para un momento —le ordenó Javi.
—¡¿Qué?!
—He dicho que pares un momento, ¡detén el coche, joder!
—¿Para qué?
—Ahí está la casa de Mario. Así que para.
—¿Pero qué dices? ¿Quieres que vayamos a hacerle una visita precisamente ahora?
—No —contestó con calma al ver que Jota había reducido la velocidad considerablemente—. Yo voy a hacerle una visita, tú vas a recoger a esa chica y solucionar lo que tengas que solucionar con ella.
—¿Pero es que hoy todo el mundo se ha vuelto loco? ¡No tengo nada que solucionar con ella! ¡No me importa lo más mínimo! ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?
—Sí, sí, sí... lo he escuchado y ya he tenido suficiente. Para no importarte nada llevas media hora hablando de esa tía sin parar, y la verdad, no creo que pueda seguir aguantándolo todo el camino de regreso a casa, así que si tienes algo que aclarar o reprocharle, este es el momento. Yo iré a ver a Mario.
Jota detuvo el coche y miró a su amigo con expresión pasmosa.
—¿Estás seguro de lo que estás diciendo?
Javi se giró antes de abrir la puerta del copiloto.
—Pocas veces he estado tan seguro de algo. Por cierto, no apareceré hasta las nueve o así. Lo digo por si quieres llevarla a casa y reconciliarte con ella, ya sabes...
—¡Pero qué dices! Yo no... no tenemos ese tipo de relación, ella no... —se puso nervioso.
—Shhh... lo que tú digas, a mí no tienes que darme explicaciones de nada.
Salió del coche y corrió para refugiarse bajo los balcones de los edificios con la bolsa de McDonald's bajo el brazo.
Jota miró su reloj. Eran las doce de la mañana y se encontraba frente a un gran dilema moral: irse a casa y refugiarse nuevamente bajo sus sábanas, o ir al reencuentro de Claudia, aunque solo fuera por no dejarla tirada bajo la lluvia.
Y aunque parezca mentira, la última imagen que guardaba de ella había conseguido conmover su corazón de hierro.
Claudia corrió hacia el coche negro y cerró la puerta apresuradamente para que no entrara demasiada agua.
Estaba empapada. Jota la reprendió con la mirada nada más subirse al coche y puso la calefacción al máximo para que entrara en calor lo antes posible.
—¡Ya era hora! ¿No? —gruñó enfadada—. ¡Ya creía que no ibas a aparecer! Deberías ser más responsable y cumplir los horarios que acordamos...
Jota la miró con severidad.
—¿Crees que estás en condiciones de obligarme a hacer lo que te viene en gana? ¿Y encima te atreves a echarme la bronca? —gritó alterado—. ¡Yo no soy uno de esos peleles a los que posiblemente estás acostumbrada! ¡Yo hago lo que quiero y cuando quiero! ¿Te queda claro, niña?
—¡Que sepas que por mucho que grites no me intimidas ni lo más mínimo! ―contestó elevando la voz y frotando frenéticamente las manos para calentarlas—. Además, eres un incoherente.
—¡Esto es demasiado!
Jota giró bruscamente el volante y detuvo el coche en un aparcamiento para minusválidos.
—¿Qué me has llamado?
—Incoherente—respondió Claudia con serenidad.
—¿Me estás insultando? —preguntó incrédulo.
—No. Simplemente estoy constatando un hecho: eres-un-incoherente —remarcó acentuando cada palabra con las manos.
—A ver, quiero oírlo. ¿A santo de qué me llamas eso?
Sus cejas prácticamente se juntaron por la ira. Había elegido precisamente una palabra que dañaba profundamente su ego. En el primer asalto ya había conseguido encontrar su punto débil, pues él odiaba la incoherencia y la irracionalidad por encima de todas las cosas.
Su pulso se aceleró y aumentó la presión hasta enrojecer sus mejillas. Desvió la mirada hacia la puerta del copiloto y luego la centró nuevamente en Claudia, seguidamente, inspiró profundamente obligándose a mantener la calma.
Claudia sonrió y miró a Jota con ternura, eso solo sirvió para enfurecerle más.
—¿Te consideras una persona coherente y lógica? —preguntó con una gran sonrisa en los labios.
—Sí—contestó confuso—. ¿Dónde quieres llegar?
—Pues verás... antes has dicho que haces lo que quieres y cuando quieres; si no eres un incoherente... ¿debo interpretar que ahora estás donde quieres estar, conmigo?
Jota arrugó el entrecejo y solo pudo soltar un pequeño gruñido gutural en respuesta.
—Dime la verdad —consiguió decir transcurridos unos segundos—, ¿te estás quedando conmigo, no? ¡Admítelo!
—¡Para nada! Simplemente analizo todo lo que dices. ¿Sabes que en más de una ocasión tu lenguaje facial no va acorde con el verbal?
—¿Qué estás diciendo?
—Pues... que dices muchas cosas y si únicamente me quedara ahí, pensaría que no eres más que un capullo integral, sin embargo, tus ojos a menudo dicen lo contrario. Ese es el motivo por el cual hoy estamos aquí.
—Realmente estás loca —concluyó enfadado—,y no, no pienso dejar que me conviertas a mí también en un desquiciado. Así que voy a llevarte a casa y por mi propia salud mental, olvidaré para siempre que te he conocido.
Volvió a la carretera haciendo rechinar los neumáticos contra el asfalto.
Claudia rio y se recostó en el asiento del copiloto dando la espalda a la ventanilla para obtener un primer plano de Jota. Ahora más que nunca, no quería perder detalle de sus expresiones.
—Vuelves a mentir otra vez —añadió risueña.
—¡Oye, deja de intentar psicoanalizarme de una vez, además, no tienes ni idea!
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—No.
—Si tan loca estoy, si tanto te desquicio y te desespero, ¿por qué has venido a buscarme?
Jota sonrió maliciosamente mirándola de soslayo.
—Buena pregunta —admitió satisfecho—, lo que ocurre es que te he visto por casualidad en esa gasolinera y, como un perro al que acaban de abandonar, me has dado lástima. Nada más que eso.
Claudia borró en el acto la sonrisa de sus labios.
—¿En serio?
—¿Qué otra cosa iba a ser sino?
Los dos permanecieron en silencio.
—Está bien... para el coche.
—¿Por qué?
—Me bajo aquí.
Jota detuvo su vehículo invadiendo parte de la acera.
—¿Estás segura?
Claudia asintió con frialdad. Lo que realmente la consumía era haberse quemado con su propio juego. Presumía de leer en los ojos de Jota todo lo que omitía, pero justo en ese momento, sus ojos confirmaron que sus sentimientos eran ciertos: él no mentía.
—No necesito que nadie sienta lástima de mí —aclaró.
Hizo ademán de abrir la puerta, pero él se lo impidió.
—Deja al menos que te acompañe hasta tu casa. Está lloviendo muchísimo.
—No. Gracias. Ya me las apañaré.
Jota estuvo a punto de desbloquear el cierre centralizado para dejarla salir.
La única cosa que frenó sus intenciones fue el hecho de haber realizado el viaje en vano y volver a dejarla bajo la lluvia. Aun sin saber muy bien cómo, le mereció más la pena Claudia que su propio orgullo.
—¿Te ha sentado mal algo de lo que te he dicho?
Ella se encogió de hombros y clavó su mirada al frente, enfurruñada.
—¿Puedes abrir el coche, por favor? —pidió intentando mantener las formas.
—A ver... vamos a recapitular... —se colocó la mano en la barbilla a modo de reflexión—. Entonces tú puedes decirme todo tipo de cosas desagradables, tienes derecho a reprocharme, evaluarme y hacerme sentir incómodo constantemente, pero yo me permito el lujo de hacer una simple e inofensiva observación, ¿y ya soy el malo? No me parece demasiado justo, la verdad.
Claudia se giró y le contempló con dureza.
—En fin... tú ganas. Déjame bajar y prometo no volver a molestarte nunca.
Jota evaluó su expresión, curvó irónicamente sus labios hacia abajo y asintió a modo de aprobación.
—Tentador... pero no hay trato. Te llevo a casa y luego puedes hacer lo que quieras.
Arrancó el coche observando cómo ella cruzaba los brazos sobre el pecho de mala gana.
—Si no me dejas bajar porque te doy pena —pronunció las últimas palabras con asco—, puedes ahorrártela. Te aseguro que me las apaño muy bien sola.
—Está bien, está bien... no lo dudo —la miró de soslayo—. ¿En serio te ha molestado tanto ese desafortunado comentario mío?
Claudia se encogió de hombros con indiferencia, pero su expresión le hizo entender que él también había asestado el primer golpe en su talón de Aquiles.
Sintiéndose ahora empatado en el combate dialéctico, su cuerpo entero se relajó, sin embargo, no logró hallar la paz completa.
El incómodo silencio que había en el interior del coche le molestaba más que la voz taladrante y aniñada de la joven. Así que de sus labios salió una propuesta. No provenía de él, sino de una parte oculta de su subconsciente:
—Por cierto, ¿no tenías que ir a por un vestido o algo así?
Claudia le miró escéptica.
—¿Quieres que vayamos...?
No había acabado de formular la pregunta cuando la parte más racional de él le había dado un pellizco.
—Pues si vamos a por el vestido —comentó Claudia con indiferencia—, te has equivocado de camino.
Ella sonrió fugazmente y Jota se sintió extrañamente aliviado, la comisura de sus labios se curvó mostrando una sonrisa a medias.
—Bueno y cuéntame, ¿por qué vamos a recoger un vestido un domingo por la mañana?
Ella miró su reloj.
—Ya es mediodía, pero estamos de suerte, he llamado a la modista y me ha dicho que me esperaría. Lo del vestido... damos una fiesta de Navidad en mi casa. ¿Quieres venir?
Jota rio ignorando su pregunta.
—Vestidos, modista... suena muy distinguido.
—Sí, bueno... es una ocasión especial.
La lluvia empezó a cesar y Barcelona volvió a cobrar vida. Aparcaron el coche en zona azul y caminaron hacia la casa de la modista, amiga de la familia.
Tras la puerta del edificio 36 piso 3º-1ª apareció una mujer mayor con gafas muy gruesas. Jota aguantó la risa.
—¿La señora topo es la que te ha cosido el vestido? —susurró en el oído de la joven con maldad—. Eso tengo que verlo.
Claudia le dio un discreto codazo y abrazó cariñosamente a la mujer.
—¡Cariño! ¿Cómo estás?
—¡Muy bien! —contestó apresuradamente—. Siento mucho haber llegado tan tarde...
—No te preocupes, es normal en un día como hoy.
Jota las siguió mientras se encaminaban hacia una pequeña salita llena de manteles bordados a punto de cruz.
—Espéranos aquí, muchacho.
Él se sentó en el sofá intentado ocupar la menor superficie posible.
Miró hacia un reloj de péndulo que colgaba de la pared, luego se fijó en la televisión del siglo pasado y posteriormente en esas estanterías llenas de polvo y fotos de otra época. Se alzó del sofá con expresión sombría y caminó por la habitación, trazando líneas perpendiculares que le conducían a cada rincón.
Metió las manos en los bolsillos de la cazadora de forma ruda e inspiró profundamente mientras se perdía entre el penetrante olor a añejo y el papel floreado que revestía las paredes de la sala.
De detrás de una gruesa cortina granate irrumpió Claudia. Dio un divertido salto hacia delante para colocarse delante de él.
—¿Qué te parece? —preguntó mientras se giraba con gracia para que pudiera verla bien—. ¿Te gusta?
Jota la contempló unos segundos. El vestido era simple: de color azul, palabra de honor, se ajustaba a su cintura y luego caía con un poco de vuelo hasta los pies.
Finalmente, carraspeó y asintió con seriedad, volviendo rápidamente la vista a sus grandes ojos azules.
—Te queda bien —reconoció secamente sin mucho entusiasmo.
—Yo diría que más que bien. ¡Mira qué culo me hace, no parece que todo esto sea mío! —dijo para volver a captar su atención.
Pero no obtuvo respuesta. El rostro de Jota pareció crisparse mientras se resistía a mirar cualquier otra parte del cuerpo de Claudia que no fuese el mar de sus ojos claros.
A ella le divirtió su expresión. Empezó a reír a carcajadas al tiempo que caminaba hacia el otro extremo de la habitación y desaparecía tras la cortina de terciopelo.
Jota respiró aliviado.
Se despidieron de la modista.
Claudia sonreía sin parar. Era tan fácil hacerla feliz... hace un momento parecía que iba a bajarse de un coche en marcha; ahora, un simple vestido lo había cambiado todo.
Jota la miraba y correspondía tímidamente a sus sonrisas. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender, le daba miedo estropear el momento diciendo algo que pudiera deshincharla lo más mínimo, por lo que prefirió permanecer callado mientras ella hablaba sin parar de su familia y lo importante que eran sus tíos y primos para ella.
—Bueno, ¿qué te parece si ahora me invitas a comer? —preguntó la chica sin dejar de sonreír.
—¡¿Cómo?!
—Te has llevado mi paga de la semana. Dos veces —le recordó—, así que no te queda otra.
Jota la miró pasmado. Últimamente tenía la sensación que no hacía más que sorprenderse por todo cuánto le sucedía.
—Jamás he invitado a una chica a comer y ten por seguro que tú no serás la primera. ¿Por quién me tomas?
—¡Está bien! ¡No te lo tomes así, hombre! Algo barato, ¿una pizza?
Él también tenía hambre, no podía negarlo, pero su orgullo no le permitía flaquear en esto.
—Solo si pagas tú.
Claudia asintió con un suspiro y ya no hubo nada más que hablar. Se encaminaron hacia la pizzería más cercana como si fueran amigos de toda la vida. Por un instante, podían aparcar sus diferencias y centrarse únicamente en las conversaciones amenas y dispares.
—Pues yo creo que un chico lo tiene mucho más fácil. Físicamente un chico feo pero extrovertido y gracioso puede conquistar a cualquier chica que se proponga. En cambio, si esa conquista proviene de una chica, si no tiene un cuerpo impresionante, solo pierde el tiempo.
Como punto final a su argumento, Claudia dio un bocado a su porción de pizza.
—Creo que te equivocas —discrepó Jota—. Verás, en lo referente al físico tienes razón, si la chica en cuestión es un clon de Irina Shayk lo tiene todo ganado, al menos sexualmente hablando; sin embargo, si ese chico busca una relación seria, alguien afín con quien compartir su vida, no elige al clon de Irina; esa clase de chicas, a la larga, traen problemas.
—¿Me estás diciendo que en el caso de que decidieras apostar por una relación, elegirías a una chica del montón?
Jota vaciló.
—En primer lugar, yo jamás apostaré por una relación, no soy "hombre de una sola mujer" —alegó entrecomillando con los dedos—, en segundo... sí podría estar satisfecho con una chica normal y que reuniera otro tipo de cualidades personales... no sé si me entiendes...
—No del todo —confesó—. Pero lo primero que has dicho me intriga; ¿Nunca has tenido novia?
Él negó con la cabeza.
—¿En serio? —Quiso asegurarse.
—No te miento.
—Pero sí relaciones...
Jota se echó a reír.
—La duda ofende.
Claudia asintió y volvió a dar un mordisco a su porción de pizza.
—¿Y qué hay de ti? ¿A cuántos tíos has roto el corazón?
—A ver, déjame que piense... —Claudia empezó a contar con los dedos—, a ninguno —bufó repentinamente triste.
—¿Bromeas?
—Bueno, sí he estado con chicos... pero en fin... la cuestión es que no soy una de esas chicas que a primera vista lo tienen todo ganado.
Jota la miró con incredulidad.
—Me sorprendes. Te considero una persona muy observadora, al menos a mí eso me has demostrado, sin embargo, acabo de darme cuenta de que se te pasan cosas importantes por alto.
—¿Cómo qué?
—Si fueses más observadora, habrías advertido que en la tercera mesa empezando por la izquierda, hay un grupo de tres chicos. Uno de ellos se ha girado y casi se desnuca viéndote pasar, luego ha llamado la atención de su amigo, el calvo de la camisa a cuadros, para que confirme su teoría y, posteriormente, ambos te han mirado y han asentido.
Claudia se echó a reír, esta vez con ganas.
—Me estás tomando el pelo.
—Créeme, no lo hago.
Miró hacia la tercera mesa de la izquierda y vio a los tres chicos de los que hablaba Jota. Miró uno a uno y en cuanto cruzó la mirada con uno de ellos se echó a reír de nuevo.
—Serán imaginaciones tuyas. Es imposible que esos chicos hayan reparado mínimamente en mí. Fíjate, voy contigo, seguramente les has intimidado y te señalaban a ti...
—Está bien, si no me crees, ve a comprobarlo.
—¿Qué quieres que haga?
—Acércate a ellos, coquetea un poco a ver qué pasa.
—¡Pero qué dices! ¡No digas tonterías!
—Es una apuesta. Apostémonos algo —intervino de repente más animado.
Claudia se lo pensó. Sus ojos iban de su plato a Jota y de Jota a la mesa de los tres chicos. No se veía capaz de hacer algo así, pero, por otro lado, el asunto de la apuesta llamaba su atención.
—Vale —aceptó—. ¿Qué nos apostamos?
Jota miró a su alrededor.
—Si yo tengo razón... me das tu paga semanal durante todo un mes.
—¿Todo un mes?
—Sí.
—¿Y si gano yo?
—¿Qué quieres?
—Asistirás a la fiesta de Navidad en mi casa.
—¡Ni hablar! Eso es demasiado...
—No tienes nada que perder, confías mucho en tu criterio, ¿no?
—Sí, pero...
—¡Pues ya está! Trato cerrado. Ahora concentrémonos en cómo voy a hacerlo...
Jota volvió a mirarla sorprendido.
—¿Es que no sabes coquetear? Serías la única mujer en la faz de la tierra que no supiera.
—Pues creo que en mi caso... —arrugó la nariz por la incomodidad que le suponía admitir su torpeza frente a las relaciones amorosas. Jota rio de su expresión—. ¿Vas a darme unas pequeñas instrucciones o no?
—¿Hablas en serio? —Rio de nuevo—. Me gustaría ver cómo te desenvuelves tú solita...
—¡Oh, vamos! Podrías echarme un cable, seguro que tienes experiencia de sobra en esta materia... además, teniendo en cuenta que tendré que darte mi paga del mes...
—¡Está bien! —Jota carraspeó—. Vamos a ver... podrías acercarte con sutileza, sentarte en la silla vacía y mirar directamente al chico que te gusta.
Claudia miró a la mesa de la izquierda y arrugó la nariz.
—¿Y cuál de ellos se supone que me gusta?
—¡Y yo qué sé! ¡No me hagas decidir eso también, por Dios!
—Pero es que no sé cuál... a ver, ¿cuál de ellos es quien me miró primero, según tú?
—El de la camisa azul.
—Bien, entonces le miro fijamente y luego, qué.
—Pues luego le hablas.
—¿Y qué le digo?
—¡A mí qué me cuentas, no sabes nada de él! Pregúntale cualquier cosa.
—Vale. Enseguida vuelvo —se levantó y se arregló un poco la camiseta—. ¿Estoy presentable?
—Quítate la goma del pelo.
—¡Claro!
Se quitó la goma y sacudió un poco su cabello con los dedos, intentando recolocárselo.
—Mejor —confirmó Jota guiñándole un ojo—. ¡A por ellos tigre!
Claudia rio.
—No te vayas, ¿eh?
—Tranquila —Jota bebió un poco de Lambrusco de su copa—, esto no pienso perdérmelo por nada del mundo...
Claudia se encaminó hacia la mesa de la izquierda con paso lento y seguro. No avanzó más de tres metros cuando ya había encontrado algo con lo que tropezar. Jota rio de su torpeza, pero se contuvo para indicarle con la mano que continuara, que nadie salvo él había notado nada.
—Hola... —saludó Claudia tan pronto llegó a su destino—. ¿Os molestaría que me sentara un momento?
Se sentó y empezó a hablar con el grupo, parecían intrigados porque ella estuviera ahí.
Jota la observaba desde la distancia. Vio cómo se retiraba el pelo con la mano hacia un lado mientras se esforzaba, sin mucho éxito, en sostener la persistente mirada del chico de la camisa azul. Su rostro de porcelana se contrajo en una extraña mueca y estalló en carcajadas. Las amortiguó con la palma de la mano mientras sus mejillas se tornaban carmesí.
Sus manos parecían haber adquirido vida propia, pues las movía de un lado a otro con cierto nerviosismo. En uno de sus irrefrenables impulsos, colocó su mano derecha sobre el brazo del chico que, en un acto de inmensa confianza, la cubrió con la que le quedaba libre.
Jota no quitó ojo al incesante movimiento de sus labios, pero le resultó imposible descifrar la conversación.
Pasaron diez largos y arduos minutos para Jota, cuando al fin Claudia se despidió de esos chicos y regresó risueña a su mesa.
—¿Y bien? —empezó Jota mientras su pierna izquierda se movía de arriba abajo con impaciencia.
Claudia no dijo nada y bebió un poco de su copa.
—¿No vas a decir quién ha ganado la apuesta? —insistió, al ver la tranquilidad con la que había regresado.
Claudia sonrió y sacó de su bolsillo un pequeño trozo de servilleta para dejarlo en la mesa frente a él.
—¿Te ha dado su número de teléfono?
—¡Sí! ¿Te lo puedes creer? —Sus ojos se abrieron desmesuradamente por la sorpresa—. ¡Es más! Mañana hemos quedado en el centro comercial de Castelldefels.
Jota lo examinó y volvió a depositarlo sobre la mesa.
—¿Y crees que es buena idea?
—Has sido tú el que me ha animado a hacerlo, yo jamás me hubiera atrevido.
—Me refiero a que no le conoces de nada. ¿No te has preguntado si podría ser un asesino en serie?
Claudia negó risueña.
—No tiene pinta de eso...
—Tú verás... lo único bueno de todo esto es que me debes... unos ochenta euros, más o menos, ¿no?
—Pues espero que él me invite mañana o de lo contrario haré un ridículo espantoso; no me queda ni un céntimo.
—No te preocupes, seguro que mistergominitas tiene dinero —sonrió con malicia.
—¿Mistergominitas? —preguntó sin parar de reír.
—¿Te has fijado en su pelo? ¡Parece de plástico!
—¿Es que vas a empezar a meterte con él?
Él se encogió de hombros.
—Por cierto, ¿no te ha preguntado por mí?
—Sí.
—¿Y qué le has dicho?
—Que eras mi hermano, obviamente. Lo de un amigo no iba a colar...
Jota le dedicó una mirada escéptica.
—Siento ser yo quien te lo recuerde, pero ni siquiera somos amigos.
—¿Y qué somos?
—Yo soy el atracador y tú la víctima, no olvides eso. No soy tu amigo, ni tu consejero, ni tu chófer. Solo estoy aquí para sacarte todo lo que pueda y luego largarme.
—¡Jo! Suena fatal. —Claudia estalló en carcajadas—. ¿No será que estás un pelín molesto?
—¿Molesto, yo? ¡¿Por quién me tomas?!
—Estábamos la mar de bien charlando de las armas de seducción y todo eso hasta que... ha sido comentar que he quedado mañana con él y tu actitud ha cambiado —Claudia rio de nuevo—. Aunque la verdad es que te pones muy atractivo cuando te enfadas.
—Bueno, ¡ya está bien! —Jota se levantó de la silla—. Paga esto que nos largamos. Por cierto, que sepas que no me he enfadado, si lo hubiese hecho lo habrías notado, te lo aseguro. ¡Así que venga!, vámonos que tengo prisa.
—¡Vale! Cuánta prisa de repente... —sonrió—, definitivamente: muy sexy —le susurró por la espalda.
Mientras se encaminaban hacia la barra, Jota tuvo tiempo de lanzar una mirada fulminante al chico engominado de la camisa azul. No tenía nada en contra de él, tal vez fue su sonrisa de autosuficiencia la que le sacó de sus casillas; si estuviesen en la calle, no hubiera dudado en borrársela de un solo golpe por el mero hecho de existir.
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