Uno, dos, ultraviolento - Parte 1

—M-Mayor García, sir Cars y el doctor Doppio se están acercando —dijo el sargento Fito muy preocupado.

El mayor García terminaba de atar un pedazo de su uniforme en su muñeca, para que la estrella no siga por todo su brazo.

—Maldición... —dijo el mayor García al ver como los dos hombres más letales de la ciudad estaban a quince metros de ellos—. Fito, Páez, escuchen muy bien lo que harán —se puso de pie aunque el dolor acrecentaba y empezaba a sudar de manera compulsiva—, irán al cuartel y traerán todo el aceite para las lámparas que están en los barriles de reserva. También deben traer el cañón y un mechero. Cuando vuelvan, rodeen de aceite a toda la biblioteca y prendan el fuego, yo estaré adentro junto a esos dos.

Los dos sargentos se miraron con bastantes interrogantes en la mente.

—¿Y el cañón para qué, señor?

—Lo que trato de hacer es crear una jaula donde estemos atrapados. Por obvias razones, no podré ganar por lo que si ven que alguien trata de escapar del incendio, disparen todo el arsenal. ¡No dejen que nadie salga con vida de esa biblioteca! ¡Ni siquiera yo!

—¡Sí, señor! —dijeron ambos sargentos, con sus manos en sus frentes.

—¡Ahora vayan!

Inmediatamente, los dos sargentos corrieron en dirección contraria a los enemigos que se acercaban. El mayor García subió las escaleras de la entrada de la biblioteca y giró para verlos.

—¡Ustedes! —los señaló con su regordete dedo—, ¡no podrán vencerme! ¡Si quieren la estrella, deberán venir por mí!

Cars y Doppio veían al mayor con una mirada llena de lástima y sorna. Rápidamente, el mayor entró a la biblioteca dejando las puertas abiertas.

—¿Acaso piensa que somos estúpidos? —dijo Doppio, formando una sonrisa llena de malicia—. Es obvio que tiene un plan en manos.

—Eso no debe impedirnos ir tras la última pieza del plan del Gran Maestro —dijo Cars—. Además, no debemos tenerle miedo a un hombre como ese.

—A estas alturas, ya debe ser un usuario de stand.

—Sí, pero no es algo que debamos temer —dijo Cars, subiendo las escaleras—. Iremos tras la estrella de cinco puntas —se sacó el sombrero de copa, dejando caer todo su cabello que tenía la apariencia de embravecidas olas de mar—, y daremos comienzo al Nuevo Orden.

—Ah, con qué vas a pelear en serio, je, je. —Doppio subió junto a él y ambos cruzaron el umbral de la entrada. Doppio cerró la puerta y la aseguró, doblando la manija.

—Señor García —empezó Cars, frente a las mesas y las hileras de estantes que contenían libros de diversos tamaños y colores—, ya debe saber la historia de nuestra logia, como también de la naturaleza del poder que tenemos. Sé que tiene en su poder una estrella plateada de cinco puntas que buscamos desde hace tiempo. Por su bien, será mejor que nos la dé, si lo hace de manera voluntaria, podré integrarlo a nuestra Sociedad, de otro modo, destruiré cada libro y cada estante de este lugar hasta encontrarlo.

Lo único que recibió fue el silencio como respuesta.

—Doppio —dijo Cars a su compañero.

—Claro que sí —dijo Doppio, escabulléndose en la oscuridad del cerrado lugar.

—La propuesta que le he hecho no muestra miedo alguno a lo que usted haya planeado antes de nuestra llegada, solo demuestra la lástima que tengo a personas de su clase y mi gran sentido de la solidaridad —luego de unos segundos de silencio, se exasperó—. ¡Responda! ¡Sé que está apuntándome con una pistola cargada con seis balas! ¡Listas para impactar contra mi cabeza! Y los únicos lugares que es posible apuntar a ese blanco es desde el estante de la izquierda, desde la mesa que está en el balcón del segundo piso que está frente a mí, desde alguna de las escaleras que están a la derecha y desde el mostrador que está al frente mío, justamente al lado de las escaleras que mencioné. No dude que iré a todos esos lugares para encontrar la estrella.

«Son unos monstruos —pensó el mayor García, que estaba escondido debajo de la mesa que estaba al costado del balcón del segundo piso y que la oscuridad del lugar, le daba un buen camuflaje»

Cars se cruzó de brazos. Su enorme porte y su extrema belleza lo hacía ver como una estatua tallada por un artista del renacimiento.

—¿No va a responder? —soltó un bufido de decepción—. No es de caballeros dejar a alguien hablando solo.

—Tampoco es de caballeros pelear dos contra uno y menos si es que ese uno es una persona indefensa —dijo Cerati, saliendo detrás de uno de los estantes.

—¿Cerati, verdad? Sospeché que estabas junto al mayor García —dijo Cars, sin dejar de cruzar sus brazos.

—No sé exactamente que es lo que pretenden hacer con las estrellas y con esa Piedra Eterna, pero no dejaré que la obtengan.

—Tal vez yo no, pero Doppio sí.

—¿Eh?

Por detrás del mayor García, como un animal sediento de sangre que va tras su presa, Doppio corrió hacia él, convertido en un ser tan rápido que no puede ser visto completamente por la oscuridad.

—¡No! —gritó el mayor, disparando todas las balas de su pistola a la oscura sala de lectura.

—¡Mayor García! —exclamó Cerati, dando un paso para ir por su mayor.

—¡Alto ahí! Tú peleas conmigo. Recuerda, uno contra uno —dijo Cars. De su inmenso cabello que llegaba hasta su torso, cayeron dos bolas de acero, luego cayeron otras dos y luego, también otras dos. Estas bolas tenían una especie de púas alrededor.

—¿Ese es tu stand? Patético.

—Personas como tú no merecen ver a mi stand ni saber su nombre. Además, no dudes en el poder de mis Slips.

—¿Slips?

Las mesas eran removidas, con un rechinido agudo y que hacían arder los oídos. El mayor García, pese al dolor de su mano, ahora sentía fiebre y todo su rostro y papada se encontraban mojados del sudor. Recargó su arma y disparó a todo lugar de donde oyera un ruido violento.

—¡Monstruo! ¡Probarás cada una de mis balas!

—¿Ah, sí? —dijo Doppio, en algún lugar del segundo piso de la biblioteca, entre los estantes que formaban largos pasadizos y que el mayor García no podía ver—. He probado muchas cosas en mi vida, pero nunca he probado balas. No creo que hoy sea la primera vez que lo haga.

La voz de Doppio se escuchaba en diversos lugares, rodeando al mayor García que perdía las fuerzas.

—Mis Slips se encargarán de ti —dijo Cars, sentándose cómodamente sobre una mesa. Cerati estaba incrédulo—. Si logras vencerlas, podrás ver a mi stand —terminó Cars, cruzando sus piernas. Las bolas del suelo comenzaron a rotar, rajando la superficie en la que estaban.

—¿Y yo para qué quiero ver a tu...?

—¡Slips!

Los Slips, aprovechando la fuerza de su rotación, saltaron hacia Cerati que aun no había acabado de hablar, pero al ver lo que se avecinaba activo su stand, en una pose defensiva.

—Es tu fin, Cerati —proclamó Cars.

Dos Slips se incrustaron en las muñecas de Soda Stereo, los otros cuatro bajaron antes de tocar al stand y corrieron hacia los pies y rodillas de Cerati, incrustándose en esas zonas.

—¡Aaaaahhhh! —exclamó Cerati.

El grito de Cerati se escuchó en toda la biblioteca, en el preciso momento que el mayor García, daba más disparos a los lugares por donde provenía la voz de Doppio. Una voz llena de burla al hombre indefenso.

—Dame la estrella y prometo que no devoraré tu cadáver.

—¡Patrañas! —exclamó el mayor, corriendo por los pasadizos hasta el otro extremo de la biblioteca. Justo cuando estaba por saltar a una mesa, unas garras dieron un feroz zarpazo en la pantorrilla del mayor, lo que ocasionó que cayera por las escaleras hasta el primer piso.

Doppio salió de la oscuridad, a pocos metros, un haz de luz era lo único que los separaba. El mayor apenas podía ver al pelirosado, pero lo que poco que veía, eran dos puntos verdes brillantes donde deberían estar los ojos. Doppio bajó lentamente por las escaleras, sonriendo con sus monstruosos dientes. El mayor apuntó al pelirosado, pero cuando disparó, ninguna bala salió. La mano del mayor comenzó a arderle y la fiebre le quitaba fuerzas, con lo que apenas pudo mantenerse de pie.

—E-Eres un monstruo —dijo el mayor, que estaba inclinado sobre el suelo, con el sudor que corría por todo su cuerpo y su rostro enrojecido.

—¿Monstruo? —dijo Doppio, acercándose al haz de luz proveniente de la entrada del techo—. Te equivocas, soy el mismo diablo.

Su rostro iluminado por el haz de luz, generaba unas sombras espectrales en su rostro, resaltando sus ojos verdes y sus dientes afilados junto a su enorme lengua que relamía sus voraces dientes.

—No dejaré que la estrella caiga en tus manos. Mi hijo no volvió con vida por culpa de esta estrella —el mayor estaba de rodillas sobre el suelo, con menos fuerzas que antes. Su voz se escuchaba resquebrajada y dolida—. ¡Por culpa de esta estrella que está dentro de mi mano!

De su cuerpo comenzó a escapar vapor, con un chirrido parecido al del agua hirviendo en una tetera. Su mano empezó a brillar, sin darse cuenta, una silueta de una estrella de cinco puntas se había formado en su mano, pero él no se daba cuenta. Doppio estaba viendo la escena con bastante confusión.

—¿Acaso...? —pensó el pelirosado.

—¡TODO POR ESTA ESTRELLA! —prosiguió el mayor—. ¡POR CULPA DE SUS AMBICIONES! ¡DE SUS GUERRAS! ¡ME UNÍ AL EJÉRCITO PARA IMPEDIR QUE MIERDAS INVADAN MI NACIÓN! —El vapor empezaba a salir de manera profusa, chirriando fuertemente—. ¡PERO LA VERDADERA MIERDA ESTABA DENTRO DE MI NACIÓN! ¡GOBERNÁNDOLA!

La silueta de la estrella tenía un brillo verde tan fuerte que Doppio tuvo que taparse los ojos.

—¡AHORA PAGARÁN... TODOOOOOS!

Con la exclamación del mayor García, el vapor de su cuerpo escapó por todo el lugar, formado una neblina densa de color verde por el brillo de su mano.

—¡Maldición! —gritó Doppio, retrocediendo unos pasos por el impacto del vapor. Luego de unos segundos, la neblina comenzaba a disiparse. Doppio tenía una expresión de preocupación pues él sabía que lo que había pasado, no era nada bueno—. ¡El maldito tenía la estrella dentro de su cuerpo! ¡Era lo que nos advirtió el Gran Maestro! —pensó el pelirosado.

La neblina se disipó rápidamente y Doppio pudo ver a un hombre muy delgado y fornido, con un cabello largo y ensortijado haciendo una pose con la ropa bastante holgada.

—¿Q-Qué es esto? —dijo el mayor García, con un mostacho más poblado, de color negro y blanco.

—¡También cambió de forma! —dijo Doppio, bastante enojado.

El mayor García sintió como la estrella salía de su mano y caía al suelo. Vio todo su cuerpo para luego quitarse su saco y su camisa, quedándose solo con su pantalón, que colgaba con tirantes entrecruzados. Su penetrante mirada se clavó en el demoníaco rostro de Doppio.

—¡Ahora, somos iguales! —exclamó, haciendo una pose, apuntando con su dedo a su enemigo.

Próximo capítulo: Uno, dos, ultraviolento - Parte 2

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