Bitter Sweet Symphony - Parte 3
Frente a la cama donde su madre yacía moribunda, Jonathan Joestar, o JoJo, no podía dejar de llorar por la mujer que lo acompañó durante su niñez.
El pálido cuerpo de Mary Joestar tenía úlceras en su piel, su cabeza rapada y sus profundas ojeras le daban un aspecto cadavérico que haría espantar a cualquier niño. Sin embargo, Jonathan estaba junto a ella con valentía.
Los médicos y los sirvientes se encontraban alrededor, sabían lo que pasaría por lo que decidieron acompañar a hijo y madre en esa última etapa.
—¿D-Dónde está mi papá? —preguntó Jonathan enojado y con lágrimas en los ojos.
—No se ha presentado, al parecer aún no ha llegado de su viaje, joven Jonathan —respondió uno de los sirvientes.
—¿Acaso no le importamos?
Las palabras del pequeño Jonathan enmudecieron a los presentes.
Su madre tosió. Esta se escuchaba seca y profunda, como si sus dos pulmones fueran motores desgastados dando todo de sí. Puso su mano sobre la mejilla de su hijo y sonrió.
—N-No llores Jonathan —dijo apenas con su delicada voz—. Tu padre lo hace por tu bien. Recuerda que él te quiere mucho.
—M-Mamá... —Jonathan tomó las manos frías de su madre y derramó más lágrimas—. Mamá... Él debería estar aquí. No debería dejarte sola.
—Han habido momentos en que me sentí como tú, pero cuando lo entiendas, sentirás mucha paz —terminó de hablar tosiendo.
—Joven Jonathan, no debería acercarse a su madre, puede ser contagios...
—¡Silencio! —dijo el pequeño Jonathan.
Los médicos y los demás sirvientes se sorprendieron.
—N-No olvides quién eres... —su madre señaló su corazón—... mi amado JoJo...
El último aliento de su madre fue como un insípido suspiro que enfrió la habitación entera. Jonathan vio a su madre sin poder asimilar su partida.
—¡Mamá! —se aferró a ella, pese a que los médicos trataban de alejarla.
—¡No se acerque demasiado, puede ser peligroso! —dijo el médico que trataba de retirarlo.
—¡Déjameee! —Jonathan dio una patada en la pierna del médico y saltó hacia su madre. Dos sirvientes avanzaron y cogieron a Jonathan de los hombros para sacarlo de la habitación.
—Comprenda que es por su bien.
—¡Ustedes qué saben! ¡Es mi madre! —exclamó el enfurecido Jonathan.
—Lo lamento, joven Jonathan —dijo el sirviente con mucho pesar.
Jonathan, quien no dejaba de llorar, salió corriendo de su casa hacia el campo. No paró de correr por más que sus piernas estaban agotadas. Se sentía muy solo. Ya no estaba su madre y de su padre no había noticias. Recordó todos los momentos vividos junto a su madre y la agonía que ella sufría por esa extraña enfermedad que le provocó la muerte. Lo único que quería era alejarse de todo. Dejar atrás su pasado e iniciar de nuevo. Esos pensamientos inundaron su mente de doce años. Aunque su estatura era la de un adolescente de catorce, sabía que el mundo iba a ser duro con él, pero estaba dispuesto a hacerlo con tal de no sufrir.
Había corrido tanto que no se dio cuenta que estaba cerca a un lago que embellecía la pradera en donde estaba. Notó que una persona estaba sentada en la orilla, moviendo sus pies en el agua. Jonathan sintió curiosidad y se acercó. Cuanto más se acercaba, podía ver el cabello blanco de la persona y sus delicadas facciones. Esta persona se dio cuenta y se ruborizó al ver a Jonathan tan cerca.
—¿Por qué usas ropa de hombre? —preguntó inocentemente Jonathan.
—Es porque lo soy —respondió el chico.
—¡Ah! Perdón. Pensé que eras una niña.
—¿Lo dices por mi rostro? —preguntó el chico, viendo su reflejo en el agua y tocando su rostro—. Me lo han dicho muchas veces.
—Veo que sí.
—¿Y tú por qué lloras?
—¿Yo? Ah... —Jonathan se apresuró a secar sus lágrimas con la manga de su camisa. No soportaba la idea de que otro chico lo vea llorar—. No es nada. Perdí algo... Y trato de buscarlo.
—¿Qué se te perdió? —preguntó el chico con mucha curiosidad.
—Nada —se sentía la tristeza en el tono de Jonathan—. No creo que pueda recuperarlo.
—Hmm... Entiendo.
—¿Cuál es tu nombre?
—¿Cómo crees que me llamo?
La pregunta del chico tomó por sorpresa a Jonathan.
—No estoy seguro, pero creo que te llamas Danny —respondió.
—¿Qué te hace pensar que me llamo así? —cuestionó el chico fríamente.
—Eeehhh... No lo sé, es algo que siento y no puedo explicar.
—Es normal en los humanos —respondió el chico divagando en sus propias palabras—. Es eso de lo que no podemos explicar que nos hace humanos y que condicionan nuestras acciones en el futuro.
Jonathan se sintió confundido con lo que decía el chico, por lo que decidió volver a casa.
—Mi nombre es Enrique.
—Ah. Es un buen nombre. El mío es Jonathan, es un gusto conocerte.
—¿Joestar? —dijo vagamente el muchacho.
—Sí, soy Jonathan Joestar. ¿Cómo lo sabes?
—Lo supuse. Eres de los pocos Jonathans que viven en la dirección por donde viniste.
—¿Me estabas viendo? —preguntó Jonathan.
—Puedo ver... Ver lo que pasó y pasará. Ese don me asusta —dijo meneando su pie en el agua tranquilamente.
—Sí, creo que sí —dijo Jonathan retrocediendo lentamente.
—Jonathan —dijo Enrique viendo el cielo—, ¿crees que Dios nos vigila?
—¿Dios?
—¿Crees que él esté viéndonos? Si fuera así, ¿por qué la gente sufre?
—Yo...
—Creo que nadie sufriría en este mundo si él vigilara a cada uno de nosotros. Después de todo, él sabe lo que pasará y puede estar en todos lados. ¿Con ese poder no evitaría que suframos?
—No comprendo —dijo Jonathan.
—Pienso que él creó el mundo y a nosotros, pero lo dejó a su suerte y fue a vagar por las estrellas.
—¿Por qué crees eso?
—Y si es así —continuó Enrique, ignorando a Jonathan—, alguien puede ocupar ese lugar vacío que él dejo. Yo quiero ocupar ese lugar...
Jonathan vio con extrañeza a Enrique que extendía su brazo hacía el cielo.
—Yo... quiero ser Dios.
—Pues yo creo que dices tonterías —dijo Jonathan—. Debo irme, hasta luego.
Jonathan salió corriendo de ahí, de vuelta a casa. Enrique se quedo viendo cómo se alejaba raudamente a través de la pradera.
Cuando llegó a su casa, ignoró a sus sirvientes y entró a su dormitorio, acostándose en su cama y tratar de olvidar lo sucedido con su madre.
Luego de algunos días su madre fue enterrada en el cementerio. Vistió de negro al igual que los sirvientes que lo acompañaban en su pérdida. No había rastro de su padre por lo que perdió las esperanzas de verlo pronto.
Unas semanas después, George Joestar entró a la mansión heredada por sus antepasados. Al enterarse de la muerte de su esposa, fue a buscar a Jonathan para poder consolarlo, sin embargo, la indiferencia de su hijo demostró que había perdido el cariño de su primogénito.
—JoJo —empezó George—, lamento no haber estado junto a tí cuando pasó. El barco se retraso ya que unos piratas lo...
—No me importa —dijo Jonathan sombríamente—. Así como mamá y yo no te importamos.
—¡No digas eso, JoJo! —exclamó su padre.
—Vete —dijo Jonathan fríamente.
George salió de la habitación con mucho pesar. Jonathan sintió más pesadez en su entorno, por lo que solo durmió.
Las semanas pasaron y ambos no cruzaban palabras. Aunque George se esforzaba en entablar conversación con Jonathan, la indiferencia de este mataba cualquier intento de que la relación de ambos mejore. Casi un dos meses después, George recibió la visita de su amigo Alecto Bunbury. Este se veía más demacrado que de costumbre. Sus ojeras eran marcadas y su cabello alborotado daban indicio de que no se aseaba muy seguido.
Jonathan pudo verlo a penas, pero lo ignoró cuando se enteró que su padre se iría de casa nuevamente.
Los años pasaron rápidamente. Jonathan seguía distanciado de su padre, quien intentaba recuperar la confianza de su hijo pero sus constantes viajes acababan con alguna posibilidad. Al ver que no tenía ninguna supervisión, comenzó a asistir a festivales de primavera, donde bebía alcohol en enormes cantidades y a pasar la noche con alguna chica que se cruce por su camino.
A los 15 años, se pasaba semanas fuera de casa y solo volvía para dormir o llevar más dinero para gastar. En las cantinas que visitaba, acostumbraba a apostar mucho dinero. A veces perdía y otras ganaba. Cuando alguien intentaba atacarlo, siempre devolvía el golpe hasta hacerlo sangrar.
Pese a que llevaba una vida bastante libertina y desenfrenada, nada podía llenar el vacío que la partida de su madre dejó en su corazón. Por lo que cuando estaba solo, lloraba por ella y por el destino en el que se dirigía.
Cuando tuvo 16, bebió tanto que fue hasta la tumba de su madre y abrazó la tierra donde ella estaba. Ahí lloró desconsoladamente mientras la lluvia caía. Es entonces que recordó las palabras del niño que había conocido hacía 4 años y que, desde aquel entonces, no había vuelto a ver. ¿Acaso Dios permitió que su madre muriera? Jonathan comenzó a sentir rabia por su padre, por Dios y por todo el mundo. Finalmente, quedó dormido.
—¡JoJo, despierta!
Jonathan abrió los ojos y se dio cuenta que era de día y el sol brillaba fuertemente. Vio a un lado a su padre quien lo reprendía con los ojos.
—¡Levántate, JoJo! No pensé encontrarte en ese estado tan...
—Cállate —dijo Jonathan con la voz ronca.
—Soy tu padre, JoJo. Ten más respeto.
Jonathan se puso de pie e ignoró las palabras de su padre.
—No digas nada frente a la tumba de mi madre —lo señaló enfurecido—. No tienes derecho a hacerlo.
—Volvamos a casa, JoJo —suplicó su padre.
—No, no volveré hasta que te vayas de nuevo —dijo Jonathan mientras se alejaba.
—Vuelve, JoJo —volvió a suplicar—. ¿Quieres dinero? Te daré todas las libras esterlinas que quieras, pero es necesario que vuelvas a casa.
Jonathan dejó de caminar y volteó a ver a su padre.
—Dame dos mil libras e iré. Solo lo hago porque debo pagar a unos bribones que me ganaron en el póquer. Los mandaría a comer mierda si no fueran los únicos que me dan bebida de calidad.
—JoJo... —susurró George al ver cómo se comportaba su hijo—. De acuerdo, creo que es hora de que sepas la verdad.
—Vamos viejo, no tengo todo el día —reclamó Jonathan.
Ambos caminaron en silencio. Al llegar, los sirvientes se sorprendieron al ver a padre e hijo llegar juntos después de mucho tiempo. Subieron las escaleras y entraron al despacho de George, el cual estaba lleno de libros y adornos como candelabros de plata. A un lado estaba una especie de piedra del tamaño de un niño, pero esta tenía un grosor y figuras que daban escalofríos.
—¿Qué es eso? —señaló Jonathan.
—Es la causa de que no esté en casa. Eso es la Piedra Eterna.
—¿Piedra Eterna? ¿Cuántos años tiene? ¿Infinito? —Jonathan se rió de las palabras de su padre.
—Lo que yace en el interior de esa piedra, es un ser que jamás debe ver la luz del sol.
—Sí, claro —dijo Jonathan en tono de burla.
George suspiró y continuó.
—Escúchame bien, JoJo. Esa piedra fue robada a tu abuelo, Joffrey Joestar, hace muchos años. Él junto a Benedict Bunbury guardaron el secreto de la piedra. Sin embargo, ellos también anhelaban el poder, por ello, se aliaron junto a otros tres hombres para formar una sociedad secreta con hombres de Francia cuando la revolución en ese país estalló. Ellos pensaban que al acabar con el sistema monárquico, era la oportunidad para instalar un nuevo sistema en el que ellos manden. Pero sus planes acabaron cuando esos tres hombres se enteraron del poder de la Piedra Eterna y las reliquias con la que se activaba. Hablo de las estrellas de cinco puntas —George sacó una estrella y la mostró frente a Jonathan.
—Si vendes esa cosa, te darán mucho dinero por ella —dijo Jonathan guiñando el ojo.
—¡No, JoJo! En manos equivocadas, esto es peligroso. No solo sirve para activar el poder de la Piedra Eterna, sino que otorga habilidades especiales cuando una de las puntas entra en tu cuerpo. Hace años pasó eso contigo, cuando tenías seis años entraste a este mismo despacho y como eras muy curioso, encontraste esta estrella. Por cosas de la vida, te hiciste un corte con ella y cuando me di cuenta, estabas desmayado en el suelo con una fiebre que había vuelto tu rostro como un tomate. Pasaron días en las que no podía dormir sabiendo que estabas en ese estado por mi culpa, hasta que un día despertaste sonriendo como siempre. Ese día prometí que no te metería en este asunto sobre la Piedra Eterna, no hasta que tengas la suficiente madurez. No quiero que te veas envuelto en esto, JoJo —terminó George con un rostro afligido.
—Sí, como sea. Dame el dinero viejo, me aburre estar en este lugar.
—Aún no termino, JoJo.
—Vaya —dijo Jonathan—. No tengo tiempo para escuchar más de tus tonterías. Si esa estrella da habilidades especiales como tú dices, ¿por qué no he podido usarlas, eh?
George enmudeció.
—Según mis observaciones, solo aparecerá cuando el usuario lo requiera. Si llega a pasar, no te asustes por lo que vayas a ver. Es una parte de ti y debes aprender a usarla como es debido.
—He estado en aprietos muchas veces y no he usado ningún tipo de magia, viejo. Lo que has dicho son solo puras mentiras de un tipo que se olvidó de su hijo y de su esposa.
—Te recuerdo que lo hice por tu bien. Todos estos años me las he pasado viajando constantemente por casi todo el mundo para poder vengar la muerte de mi padre y arrebatar las estrellas a esos tres hombres.
—Estás delirando, viejo. Son solo delirios —Las lágrimas de Jonathan empezaron a correr por su rostro—. Y por esos delirios nos abandonaste por mucho tiempo.
—Entiéndeme, JoJo. Si las estrellas estaban dispersas, el daño que podían acarrear iban a llegar hasta ti. Lo hice por protegerte.
—No quiero escuchar más. No importa si me das el dinero, me iré.
—¡JoJo, no te vayas! Aún falta una estrella, puedes venir conmigo al imperio de Japón para conseguirla.
—¡No me importa! —exclamó Jonathan.
—¡Vuelve, JoJo!
—¡Dije que no!
—JoJo, lo hice para que tengas una buena vida. ¡Eres mi hijo! ¡Todo el sacrificio que hice lo hice por ti! ¡JoJo, vuelve por favor!
Jonathan regresó hasta su padre y plantó su puño en su rostro. El golpe hizo que George caiga sobre el suelo, enmudecido por el repentino ataque de su hijo.
—¡Odio que me digas JoJo, padre! ¡Lo odio! ¡Te odio a ti! ¡Nunca más vuelvas a llamarme así!
Jonathan salió enfurecido del despacho y salió de la mansión tan rápido como pudo.
Trataba de soportar las lágrimas y el enojo. Sentía tanta rabia que quería destruir todo a su alrededor, pero prefirió ahogar su pena bebiendo hasta desmayarse. Entró en una cantina y se sentó en la esquina más fría y oscura del lugar, bebiendo una enorme botella de alcohol, donde nadie pudiera verlo llorar ni sentir pena por él.
No sabía cuantas horas pasaron cuando vio que a unos metros, un hombre desaliñado estaba tocando a una mujer, mientras besaba su cuello. Esta ponía resistencia y mostraba una cara de asco y desesperación. De pronto, otro hombre más grande y peludo entró ferozmente y al ver a la mujer, la jaló del cabello y pateó al hombre que la tocaba.
—¡Maldita perra! ¡No te burlarás de mí!
Jonathan estaba confundido al ver que la mujer recibía los golpes que el hombre desaliñado se merecía. Luego de dejar a la mujer con moretones, el hombre peludo cogió el pie del hombre desaliñado y lo torció, provocando que este suelte un alarido de dolor.
La mujer se arrastró hacia Jonathan implorando por ayuda. Él no quiso entrometerse, pero el rostro de desesperación lo conmovió.
—¿Otra vez engañándome, perra? —preguntó el hombre peludo, jalando sus cabellos.
—Suéltala —dijo Jonathan rudamente—. O sufrirás las consecuencias.
—¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! —rió el hombre—. Si tu quieres.
Cogió a Jonathan por el cuello y este lanzó un puñetazo hacia el estómago de este. El efecto no se hizo esperar, pero la resistencia del hombre fue mayor por lo que resistió el golpe.
—¿Qué?
—Mi turno.
El hombre lanzó a Jonathan por los aires hasta caer sobre unas mesas. Cuando se deshizo de él, cogió a la mujer por el cabello y la arrastró por el suelo hasta la salida.
—¡Ahora es mi turno! —exclamó Jonathan con la mitad de una botella. Saltó hacia el hombre y plantó el vidrio en el cuello de este.
El hombre comenzó a desangrarse. No podía hablar pues la botella había penetrado su garganta por completo. Los que estaban en la cantina vieron cómo el hombre peludo moría lentamente. La mujer abrazó la pierna de Jonathan y la besó en forma de agradecimiento.
Jonathan estaba nervioso pues el hombre murió unos segundos después sobre un charco de sangre. Abrió la puerta y salió de la cantina, pero para su mala suerte, unos guardias chocaron con él y al ver el cadáver lo tomaron como testigo del asesinato. Cuando preguntaron a los demás sobre lo que había pasado, culparon a Jonathan por la muerte del hombre. Él no sabía qué hacer pues era la primera vez que se metía en un problema parecido. Tampoco tenía la suficiente voluntad para escapar de ahí.
—Es posible que te manden a la horca, niño —le dijo uno de los guardias mientras lo subían a la carroza de la prisión.
—¿A dónde me llevan? —preguntó desesperado.
—Al calabozo. Es posible que recibas un juicio o tal vez no. Nunca se sabe.
—Por favor no. No me lleven. Llamen a mi... —evitó decir la última palabra y solo quedó en silencio mientras la carroza se movía gracias a los caballos que la jalaban.
La libertad era difusa para él que lo veía a través de los barrotes de la carroza.
Próximo capítulo: Bitter Sweet Symphony - Parte 4
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