Dímelo-Dímelo - Parte 2
Los tres estaban sentados frente al escritorio de la decana. Diego no sabía porqué estaba ahí y José Joaquín quería agarrar a golpes al usuario de Akundún.
La decana bebió un sorbo de su taza de agua y se sentó, cruzando sus piernas cubiertas por la seda oscura de sus medias que llegaban hasta por debajo de su falda. Ladeó su cabeza, mirando a los tres jóvenes y un mechón de su cabello rubio cayó. Soltó un bufido y los señaló a los tres.
—¿Están concientes de lo que han hecho, verdad?
—¡Él empezó! —gritó José señalando al usuario de Akundún.
—¡Agarró mi cabeza! ¡Él lo hizo! —exclamó Diego señalando a José.
—¡Estaba buscando una solución! —reclamó José señalando a Diego.
—¡Pero me dolió!
Los ojos de la decana se posaron en el chico que estaba al lado de José.
—¿Y usted, joven Rosales?
José y Diego vieron a Rosales quien se mostraba avergonzado.
—Solo estuve jugando —dijo y levantó sus manos para mostrar inocencia. Algo que la decana no aceptó al fruncir la frente.
—¿Los tres lo tienen? —preguntó.
—¿Tener qué? —preguntó Diego con un tono inocente.
La decana soltó un suspiro y encendió un cigarrillo de color maíz que inhaló por varios segundos hasta soltarlo.
—Dime tu nombre, jovencito.
—Me llamo Diego Albújar.
—De acuerdo, Albújar. Puedes irte.
—¡¿Quééé?! —exclamó José—. Pero...
La decana lo cayó con un potente "shhhh" exhalando el humo del cigarro.
Luego de un par de segundos en silencio. Volvió a hablar:
—Les haré una propuesta que no podrán rechazar —comenzó—. De no apoyarme, enviaré un informe a la oficina de Comportamiento Estudiantil. Como lo que hicieron roza lo pornográfico, los expulsarán sin ningún miramiento.
—Eso no puede ser —dijo José, imaginando los castigos que su mamá le dará si se entera que fue expulsado el primer día.
—Sin embargo...
Esa palabra fue como el sol saliendo por el horizonte luego de una fría y oscura noche.
—Puedo pasar por alto si es que apoyan mi causa.
—¿Su causa? —preguntó José.
—Ya dije que no estoy interesado —dijo Rosales.
—No estás en posición de negarte —dijo la decana con un tono más pesado que el hierro—. Ambos me ayudarán a convertirme en la rectora de esta universidad. Junto a otros tres estudiantes con poderes similares podré tomar el poder de esta institución. ¡Todo estará bajo mi mando!
—¿Hay más gente con stand? Pensé que era familiar —indicó José.
—¿Stands? Así que sabes como se llaman...
Por un momento, José notó los ojos de la decana... ¡brillaron como si hubiera encontrado oro!
Ella se abalanzó sobre José, apoyando su pie al costado de sus piernas y acercando su rostro al de él. Su cuerpo se heló al tener a esa mujer casi tan cerca de su cuerpo.
—Mire, joven —dijo con voz maternal—. Si usted me ayuda, yo haré que apruebe todos los cursos desde ahora hasta el final de la carrera. Se quedará cinco años solamente. La mayoría se queda más tiempo, pero tú serás de los pocos egresados dentro de cinco años. Evita faltar, sino sería demasiado evidente que hay ayuda externa, ¿okey? —guiñó el ojo.
José no se pudo resistir y su cabeza se movió inconcientemente aceptando la oferta. Rosales no le quedó de otra que aceptar.
—¡Bien! —exclamó la decana volviendo a su escritorio. Una vez sentada sobre la mesa, cruzó sus piernas y expulsó humo de su boca rojiza—. Los espero a la hora de salida. Hay una guerra por luchar... ¡y ustedes serán mis perfectos peones!
Johana subió asustada las escaleras, asomando la cara para ver la puerta del salón. No vio nada. Inspeccionó unos segundos más y, al no ver a esa pequeña cosa con patas, corrió hasta la puerta. Tomó la manija, pero cayó de espalda cuando esa criatura salió del espacio entre el marco y la puerta para gritar frente a la pobre adolescente.
—¡Dímelo-Dímelo! ¡Dímelo-Dímelo!
—¿Qué te diga qué?
—¡Dímelo-Dímelo! —exclamó más enojado.
Arena Hash volvió a manifestarse, preparando sus puños para impactarlo sobre Dímelo-Dímelo. Un puño logró atravesar su cuerpo, pero este se deformó hasta hacerse a un lado y saltar al rostro de Johana.
—¡Haz algo, Arena Hash! —exclamó Johana apartándose unos metros. Su stand lanzó patadas, pero Dímelo-Dímelo lograba esquivarlas. Iba en dirección a Johana y no había nada quien lo pare.
—¡Señorita Arroyo! —exclamó el profesor Copérnico abriendo la puerta—. Deje de hacer ruido que estoy haciendo mi clase. ¿Ya trajo las tizas?
—N-No, profesor...
—Usted no entrará hasta que traiga al menos una, ¿entendió?
Cerró la puerta tan fuerte que las ventanas temblaron. Johana también temblaba sin entender lo que estaba pasando. ¿De quién era ese stand y qué tenía que decirle exactamente?
—Esa cosa desapareció cuando se abrió la puerta.
Se puso de pie y caminó despacio hasta la puerta. Su brazo estaba estirado hacia la manija, su corazón palpitaba pues en cualquier momento podría ver a esa criatura. Tomó la puerta y la abrió, saltando hacia la pizarra. Al caer, sus pies levantaron los restos de tiza que estaban en el suelo.
El profesor Copérnico agitó su libro para alejar el polvo, sin embargo, sus estornudos no se hicieron esperar hasta que su rostro se puso rojizo. Se alejó tanto como pudo mientras ahuyentaba el polvo que había creado Johana.
—¡Salga de mi clase!
Johana estaba fuera del salón de nuevo. A escasos siete minutos para el comienzo del examen de entrada, no podía encontrar una tiza. El tiempo se le reducía. Así también como la paciencia.
—¡Dímelo-Dímelo!
El stand saltó hacia la cara de Johana y ella pudo sentir sus bracitos tocar su rostro. Luego de un parpadeo, estaba en el primer escalón de las escaleras de la facultad.
—¿Qué? He vuelto aquí, ¿pero cómo?
Giró a todos lados para ver si esa cosa la seguía, pero no vio nada más que escalones y varandas. Subió las escaleras y corrió hacia la puerta. Dímelo-Dímelo apareció de nuevo. En su pecho apareció la cifra de 100 y nuevamente estaba fuera de la facultad, en pleno patio.
—¿Me regresa en el tiempo?
El reloj de su muñeca seguía avanzando. No había forma de que el tiempo haya sido alterado, pero entonces...
—La última vez apareció un 100. ¿Pero de qué es?
Se puso de cuclillas y sobó su mentón para ponerse a pensar. La gente que pasaba le lanzó unas monedas pues pensaban que estaba haciendo un montaje de arte contemporáneo. Tomó las monedas de mala gana, pero pensó que podía comprarse una Inca Kola para refrescar la mente.
Llegó al quiosco y pidió una pequeña botella de la bebida, a la cual apodaban "pirañita" por su pequeño tamaño y bajo costo. Bebió como si no hubiera un mañana. Como tenía otra moneda, pidió otra pirañita y la bebió con más paciencia.
—Mi nariz está roja, ¿verdad? —dijo un maestro con anteojos y cabello blanco. La profesora que lo acompañaba devoraba un pan con torreja del tamaño de un puño. Solo asintió y el profesor se limpió la nariz con un paño con bordes de flores—. Es por culpa de esa tiza de porquería. El viernes pasado pedí a la facultad tizas antialérgicas pero Copérnico ya había reservado las últimas.
La mención del apellido del profesor Copérnico encendió las alarmas de Johana quien se paró detrás del dúo para escucharlos mejor mientras fingía que bebía la gaseosa.
—¿Ya no hay? Justo tenía clases —dijo la profesora de cabello verde quien tenía los labios pintados con la grasa de la tortilla.
—No hay más. La facultad comprará más pero ya sabes cómo es —limpió la boca de la docente con su paño y esta sonrió.
Johana apretaba los puños y los dientes. Sus ojos estaban llenos de venas rojas apunto de reventar.
—«¡Ese pelado cabeza de pinga me ha hecho perder el tiempo! ¡Sabía que no había tizas antialérgicas y aún así me mandó a buscar! ¡Ahora me las va a pagar!»
Corrió tan rápido como pudo, subiendo los escalones de tres en tres y dando zancadas de metro y medio hasta la puerta. La presencia de Dímelo-Dímelo hizo que se detenga. Estaba furiosa así que lanzó tanto golpe como pudo, pero era igual que golpear el aire.
—¡Dímelo-Dímelo!
—¡Deja de joderme! ¿Qué mierda quieres que te diga?
Dímelo-Dímelo movió sus manos, haciéndole la señal para que le entregue algo.
—Hum... ¿no sería correcto decir Dámelo-Dámelo? Además, ¿qué te da...?
Como un relámpago, la conclusión llegó a su cabeza y el enojo recorrió sus venas como un río embravecido que podía tumbar las rocas más pesadas de la orilla.
—¡¿Es el stand del profesor?!
—¡Dímelo-Dímelo!
En el pecho del stand apareció un nueve mil y saltó hacia Johana.
—¡¿9 mil qué?
Cuando abrió los ojos estaba a varios metros de la puerta de la universidad.
—¡Puta madre! Volvió a pasar.
Esa cifra revoloteó por su cabeza. Faltaban cuatro minutos para el examen y no sabía dónde conseguir una tiza antialérgica. Además, ¿cómo podía ingresar si cada vez que se acercaba, la mandaban más lejos?
—¿Nueve mil qué? No creo que sea metros. No estamos tan lejos de la facultad ya que serían nueve kilómetros. Entonces...
Un chico pasó a su lado con su scooter. Para conseguir impulso tenía que pisar el suelo e ir hacia adelante.
—¡No son metros! ¡Son nueve mil pasos!
Próximo capítulo: Dímelo-Dímelo - Parte 3
1. Torreja: tortilla
2. Pinga: pene
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