Dímelo-Dímelo - Parte 1

Su bastón le ayudó a sentarse en aquella banca de madera la cual estaba despintada y lograba verse la superficie original. Bebió un sorbo de su café y soltó un profundo suspiro.

—¿El café peruano es mejor que el café colombiano?

—Para nada —respondió Joe Arroyo—. Pero por lo menos tiene un buen amargo.

El hombre del sombrero sonrió mientras pasaba las hojas del periódico que leía. Dicho periódico era tan largo como su torso y en primera plana mostraba el titular:

"PRESIDENTE FUJIMOTO PESCA EN EL RÍO SANTA"

—¿Esa mujer está ocultando algo?

Replegó el diario y se puso a ver los edificios que rodeaban aquel verde parque de Miraflores.

—No solo a ti, también a sus hijos. No hay ningún Josué Arroyo en las nóminas de algún parque de Disneylandia, ni de Estados Unidos ni de Japón.

A Joe se le secó la garganta y bebió otro sorbo de café caliente.

—Lo lamento, JoJo —dijo el hombre.

—Tranquilo, Snow. Sé de tu situación.

—Ya sabes. Si la Fundación no hubiera recortado mis recursos, podría averiguar más, pero como están las cosas es mejor evitar reclamar o me echarán a la calle.

—¿A dónde te mandarán?

—Oficinas. Tantos años en el campo y creen que pasar mis últimos años en una oficina es lo más adecuado —dijo Snow soltando una tosca tos.

Joe le pasó el café y Snow bebió con ganas.

—Por lo pronto, usaré algunos de mis contactos para averiguar sobre tu hijo —continuó Snow—. No prometo resultados pronto. He tenido que hacer muchos papeleos para saber sobre tus nietos...

—Y te vuelvo a agradecer por eso —dijo Joe—. Por cierto, algo que me tiene intrigado es que mi nieta me contó sobre las cartas que le manda su padre.

—¿Cartas?

—No pudo contarme mucho ya que había ido de hurtadillas hasta el teléfono de la familia que los acoge, pero eso fue lo que me dijo. La próxima carta llega mañana.

Snow se acarició el mentón, buscando alguna respuesta en las aves que sobrevolaban el parque Kennedy.

—Intentaré inspeccionar las cartas que le lleguen a la familia Meier. Si encuentro la de tu hijo, lo podremos encontrar a él. Espero que sí haya esa carta, si la Fundación me descubre, me despedirán de inmediato.

—Lamento todos los incovenientes, Snow. Hace muchos años que no veo a Josúe.

Snow soltó un suspiro.

—Tranquilo, Joe. Después de todo te debo la vida. Me salvaste muchas veces. ¿Recuerdas lo de Cuba o lo de Corea? Tampoco puedo olvidar lo de Yugoslavia ni...

—Entiendo, Snow —dijo Joe amablemente—. Pero ya no estamos en edad para que te pelees con media Fundación por mí.

—No me importa la verdad. Que la nueva administración esté conformada por los Joestars más cretinos no es mi problema. Hasta le cambiarán de nombre a la corporación.

—¿Blackstar, verdad?

Snow asintió mientras terminaba el café.

—Sus neuronas no les dieron para más. Ja, ja, ja, ja —dijo Joe soltando una carcajada que contagió a Snow.

—Hablando de asuntos médicos —indicó Snow—. ¿No viste algo raro en tus nietos?

—¿Por qué lo dices?

—Volví a revisar los documentos de aquella posta médica donde nacieron y noté que sus partidas de nacimiento están modificadas.

—Entiendo que ellos nacieron en un pueblo alejado. Seguramente quien estaba en ese entonces registrando los datos era alguien con poca experiencia.

—A eso iba. Ja, ja, ja —dijo Snow un poco nervioso—. ¿Qué clase de idiota pondría que ambos gemelos nacieron a la misma hora, al mismo minuto y al mismo segundo?

—Estúpido pelado cabeza de p...

Dejó de susurrar al llegar al departamento acádemico. Le tomó diez minutos llegar ahí, no porque estuviera tan lejos, solo que preguntó tantas veces que no se ubicaba en la facultad de derecho. Al ser un gran edificio de tres pisos, tan grande como un estadio, se la hacía difícil llegar hasta esa oficina.

—¡Hola! —saludo al encargado quien sacaba los tornillos de una impresora—. El profesor Copérnic...

—¿Usted no sabe saludar? Aléjese y vuelva a saludar.

El menudo hombre volvió a fijar su vista en el tornillo que sacaba con mucha precisión.

Johana soltó un hondo suspiró. No le quedó de otra que girar sobre sus pasos y volver a la puerta.

—Buenos días, el profesor Copérnic...

—¿Buenos días, quién? ¿Buenos días aire? ¿Buenos días puerta? ¿Ah? Vuelva a entrar y salude correctamente.

Apretó los labios y giró para regresar a la puerta del departamento.

—«¿Cómo se llama este viejo estúpido?» —Johana trataba de recordar pero no le salía el nombre.

Se apoyó en la entrada, fingiendo estar relajada pero el apretón que le dio al marco de la puerta mostraba lo contrario.

—Buenos días señor del departamento académico, el profesor Copérnic...

—¿Así me llamo? ¡Váyase y vuelva cuando sepa mi nombre! —exclamó—. Cuánta falta de respeto por parte de estos mocosos.

Mientras el encargado hablaba para sí mismo, Johana se alejaba apretando los puños y los dientes junto a un tic en el ojo que la hacía parpadear.

Al llegar a su salón, abrió la puerta de forma intempestiva, sorprendiendo a sus compañeros y al mismo profesor Copérnico.

—¿Cómo se llama ese vie... el señor del departamento acádemico?

Los estudiantes estallaron en risas mientras que el profesor veía como su clase se volvía un festival de carcajadas. Su mirada ensombrecida se fijó en la de Johana, pero vio la misma intensidad en los ojos de la muchacha.

—Señorita Arroyo, estuvo fuera de mi aula por diez minutos y al parecer no trajo la tiza. Para colmo, viene de esa manera tan grosera a interrumpir la cátedra que imparto a sus compañeros. Parece que a usted no le importa mi curso ni la educación de sus compañeros. Aparte, ¿qué clase de abogada quiere ser si no recuerda datos importantes como los nombres? Gente como usted no debería graduarse de abogado —dijo de forma tan tajante que hasta sus compañeros sintieron ese golpe—. Que Dios me dé la fuerza necesaria para evitar que personas como usted ejerzan esta gran profesión.

Las venas de los ojos de Johana estaban tan encendidos que parecía tenerlos llenos de sangre. Cada palabra que soltaba el profesor era un puñete que quería estamparle en toda la cara.

—Usted...

—Le pido de forma amable que traiga esas tizas para poder anotar en la pizarra. Sus compañeros se hubieran beneficiado con eso para anotar en sus libretas y resolver el examen que daré al finalizar mi clase. Además, me interrumpió en una parte de la clase que vendrá sí o sí en la prueba, pero ya no repetiré lo que dije.

Los abucheos y silbidos de desaprobación no se hicieron esperar. Incluso algunos retumbaron las carpetas con sus manos para mostrar su enojo.

—¿Pero cómo se llama el viejo de la oficina? —preguntó Johana entre dientes.

—¿Alguien con ese vocabulario quiere ser abogado? —dijo el profesor Copérnico con más acidez que un limón.

—¡Es el señor Ícaro! —exclamó Ena levantando los brazos.

Copérnico y Johana la miraron.

—Parece que... —comenzó a decir el profesor, pero Ena lo interrumpió con su dulce voz.

—Para esta profesión debemos ayudarnos entre colegas profesor. Tal vez Johana está nerviosa por su primer día y demoró ese tiempo al tratar de recordar el nombre y encontrar esa oficina. Así que dije el nombre para que pueda ir por las tizas y así usted pueda dar su cátedra de la manera más óptima —dijo Ena corriendo con las palabras y sus brazos levantados.

Johana sonrió satisfecha. Estaba por correr cuando la voz del profesor la detuvo.

—Han pasado quince minutos desde el comienzo de mi clase. Tomaré la prueba diez minutos antes de terminar. Así que solo tiene quince minutos para regresar y tomar la prueba —el rostro del profesor se oscureció por completo—. Si no toma este examen, afectará un tercio de su promedio general de este curso. Además, si no vuelve, aunque sea con una tiza, no volverá a entrar a mi clase hasta que acabe este primer ciclo, ¿ha entendido, señorita?

Palabras duras e hirientes disfrazadas con un poco de elegancia. Eso era lo que Johana sentía en su corazón. No dijo nada y corrió hasta las escaleras. Se deslizó como Pedro Picapiedra gritando "Yabba-dabba-doo" antes de aterrizar.

—¡Buenos días, señor Ícaro! —exclamó, luego recobró la compostura—. El profesor Copérnico me dijo que pida tizas ya que las necesita para su clase.

El señor Ícaro la vio a través de sus anteojos y esbozó una ligera sonrisa.

—Ahí hay tizas, pero el profesor Copérnico usa las antialérgicas. Esas ya no tengo. Son caras y la facultad apenas tiene para comprar desarmadores.

—No importa. Démelas... por favor.

—Él no usa esa tizas ya que es alérgico, niña. El mismo nombre lo dice: antialérgicas. Si le llevas las tizas normales, el profesor estornudará tanto que se les saldrán los pulmones y enviará un oficio contra ti para que no entres a su clase hasta que termines la carrera.

Las esperanzas de Johana se derrumbaron como los glaciares de la Antártida en pleno verano.

—¿Eso es verdad?

—Ah, sí —respondió Ícaro desarmando una radio—. Ya lo ha hecho varias veces. En tu lugar, yo iría a comprar esas tizas en las librerías que están fuera de la universidad. Incluso las que están dentro del campus no tienen ese tipo de tizas ya que son demasiado caras. En la universidad Católica o la Metropolitana tal vez que sí tengan, pero esas están a una hora de aquí.

—Carajo —soltó Johana.

—Esa boquita...

Johana ignoró las palabras del señor Ícaro y subió las escaleras para volver a su aula. Estaba más nerviosa que enojada. Aunque no volvía con la tiza, por lo menos tenía la coartada de que no había tizas antialérgicas en el departamento académico y salir fuera de la universidad no era una opción pues tardaría veinte minutos en ir y venir a pie.

Soltó un suspiro y siguió caminando hasta que la figura de un pequeño ser en la puerta la detuvo.

—¿Qué carajos es eso?

Se trataba de un pequeño ser cuadrado que tenía cinco casilleros blancos en medio del pecho. Sus ojos eran grandes y su boca era una malla dura y blanca. El cuerpo compacto combinaba con los pequeños piecitos y bracitos que la criatura movía mientras exclamaba:

—¡Dímelo-Dímelo! ¡Dímelo-Dímelo!

—El hijo de alguien dejó su juguete. Que fastidio. ¡Chaíto!

Lanzó una fuerta patada para sacarlo del camino, pero su corazón se aceleró al ver que su pie traspasaba al pequeño ser.

—T-Traspasé esa cosa... —dijo Johana titubeando y retrocediendo unos pasos.

La criatura se mostraba enojada. Mientras daba brinquitos de furia, en su pecho, los casilleros se movieron junto al sonido de un tragamonedas. Apareció el número cero a la izquierda, luego otro cero y la tercera casilla mostró un uno. ¡Era un cien!

—¡Dímelo-Dímelo!

La criatura saltó hacia Johana. Esta no esperó más tiempo y activó a su stand Arena Hash, sin embargo, Dímelo-Dímelo se apoyó del brazo de Arena Hash para escabullirse hasta la cabeza de Johana.

Cuando sintió el toque de los bracitos, Johana parpadeó varias veces hasta darse cuenta que estaba fuera del departamento académico.

—¿Ah? ¿Eh?

—Oye, niña. Pensé que ya te habías ido —dijo el señor Ícaro cerrando la puerta del departamento con llaves—. Si pierdes clases con Copérnico, jalarás su curso.

—P-P-Pero...

—Allá tu. Yo me voy a cagar —dijo el señor Ícaro caminando como pingüino.

—«¿Acaso eso era algo como Arena Hash? —Johana estaba sudando de los nervios—. ¿Hay más gente como nosotros en esta universidad? ¡¿Acaso hay más... stands?!»

Próximo capítulo: Dímelo-Dímelo - Parte 2

1. Blackstar: hace referencia a la canción Blackstar de David Bowie

2. Dímelo-Dímelo: el nombre del stand hace referencia a la canción Dímelo Dímelo de Miki Gonzalez.

1. Posta médica: pequeño centro de atención médica.

2. Jalar: acto de desaprobar un curso/materia.

3. Pelado: apodo coloquial para referirse a una persona calva.

4. Coco: normalmente en Perú a quienes se llaman Jorge se les apoda como Coco.

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