Speed Run - Parte 3

—¡No es posible! ¡No es posible! ¿Cómo que estoy en 1939? ¿Acaso acá hay nazis? No es posible.

—¿Nazis? —dijo Joe.

—Cálmate, Ray —ordenó Chayanne—. También está la posibilidad de que nosotros estemos en tu época. Busquemos una salida pronto.

Ray asintió.

Subió al caballo de Chayanne y se agarró de su cintura.

Los cinco caballos siguieron su recorrido, pero seguían siendo rodeado por más cerros. Todas esas estribaciones se veían idénticas por lo que no podían guiarse. Aunque dejaran una marca visible, no volvían a encontrarla.

Unos disparos se escucharon cerca. Los disparos eran continuos por lo que pensaron que era una pesada ametralladora, por lo cual, debía pertenecer a un ejército. En otras palabras, gente que conoce la zona mejor que ellos.

Cuando siguieron el sonido de los disparos, se encontraron con dos personas que llevaban una playera negra con la hoz y el martillo dibujadas con una pintura rojiza, parecida a la sangre. Llevaban pañuelos rojos que ocultaban sus rostros. Al ver a los jinetes, los apuntaron con sus fusiles.

—Digan dónde podemos llegar al pueblo más cercano y no los mataremos.

Los seis levantaron sus manos, pero Café Tacuba, Danza Invisible y D.LG. se acercaron a ambos chicos para golpearlos hasta dejarlos dormidos sobre el suelo.

—Pensé que eran soldados —dijo Dolton.

—Yo también —agregó Joe.

Cuando se alejaron, quisieron asegurarse de que esos sujetos no los seguían. Sin embargo, se encontraron con un cerro que atravesaba dicho camino.

—¡Me voy a volver loco! ¡Ya quiero salir de aquí! —exclamó Juan Gabriel.

Los caballos se agitaron y soltaron relinchos. El gruñido de un animal aumentaba su volumen por todos lados. Fue muy tarde cuando se dieron cuenta que un enorme lagarto con grandes garras se abalanzaba sobre ellos.

Felizmente, Café Tacuba respondió con un puñetazo en todo el hocico. Lo que les dio tiempo para escapar.

—¡Es un dinosaurio! —indicó Ray.

—Está feo, pero tampoco lo insultes —dijo Juan Gabriel.

El dinosaurio medía igual que los caballos y parecía que no había comido en varios días. Aún así, era tan rápido que estaba por alcanzarlos.

—¡Yo me encargo! —dijo Joe girando sobre la montura para ver al enorme lagarto. Creó dos ondas Hertz en sus dedos y los lanzó.

El dinosaurio pensó que era algo comestible pero al caer, las ondas hicieron que algunas partes de su cráneo se entumecieran por lo que se quedó convulsionando en el suelo.

Aprovechando esa desventaja, los caballos corrieron tan rápido como podían hasta que finalmente se alejaron.

—Oye, eso estuvo cerca. ¿Qué es lo que hiciste? —dijo Ray, pero antes que reciba una respuesta, uno de los cerros comenzó a absorberlo hasta que desapareció.

—¡Ray! —exclamó Chayanne. Saltó de su caballo hasta el cerro y lo impactó con una potente onda Hertz para escanearlo por dentro.

Aunque pensó que encontraría a Ray, la verdad es que solo vio rocas y piedras.

—Sucedió muy rápido. Estas montañas tienen demasiada vida —comentó Chayanne.

Redbone bajó de su caballo y tocó aquel cerro. Usando a Come and get your love, transformó su cuerpo en la tierra de aquella estribación.

Fue así que pudo verlo todo.

Los cerros se movían como gusanos constantemente. Sin ningún orden aparente, o un orden que su mente humana pudiera entender. Su cabeza comenzó a dolerle, pero pudo encontrar la manera de salir.

Explicó lo que sintió a los demás y estos escucharon atentamente sus instrucciones.

—Los cerros se mueven a gran velocidad todo el tiempo. Al parecer, este lugar es atemporal por lo que gente de diversas épocas pueden habitar en este sitio. Debemos correr en una misma dirección a gran velocidad para que los cerros se concentren en nosotros. Pero hablo de todos los cerros. Cuando todos estos se muevan a la vez, armarán una salida. Es lo que pasó con Ray. Eso creo.

Joe le dio su cantimplora llena de agua para que el apache refresque su garganta.

—Intentarlo no nos hará daño, ¿o sí?

Los cinco se subieron a sus caballos y se dirigieron al sur a gran velocidad.

—¡Arre!

—¡Ajúa!

—¡Adelante!

—¡Vamos, Treasure!

—¡Hip! ¡Hip!

Los cerros que los rodeaban comenzaron a moverse. La luz del día también comenzó a variar. Pasando del día a la noche en cuestión de segundos.

El plan de Redbone estaba funcionando. Por delante de ellos, una V formada por dos cerros estaba brillando.

—¡La salida!

Ignoraron todo el bullicio producido por los cerros que se apresuraban a cerrarles el paso, pero como todos lo intentaban a la vez, no lo lograban debido a su tamaño y peso, por lo que el club de los Andes logró salir sano y a salvo.

—¡Estamos en la ruta! —dijo Juan Gabriel apuntando el mapa.

Habían llegado a un camino sobre una elevada montaña. A su alrededor solo habían nubes y algunas ramas que salían de la tierra.

Prometieron seguir el camino señalado en el mapa y siguieron su camino. Aunque siempre fijándose de que un cerro no los persiga.

Los días pasaban. Blades aún no encontraba la manera de descifrar el enigma de aquel cráneo de oro y la constante vigilancia de Hall y la Fundación Speedwagon lo tenían muy estresado.

Se encontraba en su estudio privado, el cual solo tenía una puerta y llave la tenía solamente él.

Volvió a inspeccionar el cráneo sin encontrar alguna pista. Abrió el cofre del violín y sacó la reliquia para tocar la punta contra el centro superior del cráneo.

No pasó nada.

Guardó la reliquia y siguió inspeccionado. Pensó que tal vez debía ponérselo, pero necesitaría mucho calor para derretir el oro.

Fue así que decidió salir para realizar dicho experimento. Ordenó a Griffin que vigilara el área circundante mientras encontraba una cueva para poder crear una fogata.

Faltaba poco para el mediodía. El calor estaba aumentando progresivamente, aunque era raro ya que el viento era gélido.

Al no encontrar ninguna cueva, se sentó al lado de unas formaciones rocosas y vio con mejor iluminación el interior del cráneo.

Es entonces que el cráneo comenzó a brillar. Blades se dio cuenta que el brillo era producido por la luz del sol. Por ello, elevó el cráneo por encima de su cabeza, sin poder prever lo que sucedería a continuación.

El cráneo de oro brilló con la luz del mediodía hasta que se derritió sobre la cabeza de Blades. Aunque quiso quitarse el oro derretido, era imposible. Había cubierto su cabeza por completo. Pero en vez de sentir dolor, sintió como su cuerpo se movía a gran velocidad. Moviéndose a todos lados. Hasta sentir plenitud.

—Lo lograste, hombre moderno —dijo una voz.

Blades abrió los ojos y se dio cuenta que estaba en un campo dorado. Frente a él estaba un anciano calvo con una vestimenta blanca con bordes dorados. Llevaba orejeras doradas y brazaletes brillantes.

—¿Lo he conseguido?

—Aún no. Te falta romper tres sellos más y la Sangre del Sol será tuya.

—Dígame dónde está el siguiente sello —ordenó Blades.

—Antes quiero que escuches lo que debo decirte.

—No he hecho un largo viaje para escuchar sus historias, anciano. Dígame donde está el siguiente sello o sino lo mataré.

—Pero ya estoy muerto.

Aquellas palabras sorprendieron a Blades.

—¿Quién es usted? —preguntó.

—Soy Qop Aya, uno de los sacerdotes incas que se ofrecieron a Cóndor Pasa para que resguarde una gran porción de la Sangre del Sol.

—¿Sacerdote? Ya veo. El conocimiento es sagrado y, por lo tanto, es muy importante. Por lo que este está por encima de cualquier hombre. Solo así pude acceder a este sello.

—Exactamente. Me entiendes ya que este lugar te hace entenderlo. Aunque eres igual de necio que esos hombres de hojalata.

—Buena observación —dijo Blades—. ¿Puede decirme dónde se hallan los otros tres sellos?

—Y lo repito: eres muy necio. Accediste aquí por conocimiento y eso te daré...

»Desde el inicio del Imperio, los sacerdotes nos hemos encargado de resguardar e investigar lo místico y sagrado de los Andes. Evitando que el pueblo lo sepa y que solo los gobernantes puedan usarlo para expandir el Imperio. Pero con el pasar de los años, los gobernantes solo se enfrascaban en guerras y traiciones, por lo que los sacerdotes nos encargábamos de almacenar la información sobre nuestro pasado estudiando los astros y hablando con nuestros dioses.

—Fue ese conocimiento lo que les permitió hacer un pacto con Cóndor Pasa —sostuvo Blades.

—Estás en lo cierto, pero también nos enteramos de muchas cosas...

El campo dorado se volvió árido de repente. Las montañas desaparecieron y solo se vio una desértica llanura. Las nubes eran rosas y hacía demasiado calor.

—¿En dónde estamos? —preguntó Blades.

Se fijó en el cielo ya que una estrella brillante era todo lo que había en él.

—Esta es la cordillera antes que exista. Digamos que días antes —indicó el sacerdote—. ¿Ves esa estrella?

Ambos se elevaron por los cielos hasta llegar a 2 mil metros del suelo. Blades tambaleó por la repentina elevación de su cuerpo.

—¿Eso que tiene que ver con los Andes?

—Esa estrella viene de un lugar muy lejano y tiene mucho poder, pero su ruta no estaba trazada para llegar a nuestro mundo.

Subieron rápidamente hasta conseguir salir del planeta. Blades quedó asombrado al ver que todos los continentes eran solo uno.

—Antes de los Andes, solo había una gran masa de tierra en este mundo. Pero la tierra quería tener más poder por lo que...

Bajaron rápidamente hasta frenar en las primeras capas de la atmósfera.

—... los Andes surgieron de un día para otro.

Miles y miles de montañas se elevaron del suelo hasta desaparecer esa llanura y convertirse en una monstruosa cordillera.

—¡Maldición!

Blades sintió un vértigo al presenciar ese descomunal poder de la tierra.

—Esto no solo provocó que la gran masa de tierra se fragmente, sino que lo hizo para atraer la estrella brillante del suelo.

Blades estaba nuevamente fuera del planeta. Pudo ver la aparición repentina de la Cordillera. Además que la inclinación de la tierra se alteraba. Los continentes se formaron y se produjeron grandes tsunamis.

La luna también cambió su inclinación. Varios planetas se movieron de sus órbitas. Esta sacudida cósmica hizo que el trayecto de la estrella cambie y caiga hacia la Tierra.

—Aunque los Andes provocaron ese desplazamiento, esa estrella no cayó sobre ella. Se alejó en el horizonte y luego hubo oscuridad por millones de años —siguió contando el sacerdote.

»Cuando volvió a brillar el sol, los lagartos gigantes habían desaparecido. Luego aparecieron animales diferentes. Hasta que llegaron nuestros antepasados. Pasaron miles de años para que un pueblo del sur, trayendo un fragmento de esa estrella, funde un Imperio haciendo un pacto con el espíritu de los Andes con la condición de que inserten ese fragmento en el suelo. Y así, el primer monarca Inca, se alió con los Andes creando a Cóndor Pasa. Desde ese entonces, el Imperio del Sol se hizo cada vez más grande hasta que una disputa entre hermanos los distrajo del verdadero peligro: los hombres de hojalata.

—Europeos —dijo Blades luego de escuchar el relato del sacerdote y de haber visto pasar millones de años frente a sus ojos.

—Ahora que tienes el conocimiento, ya sabes dónde está el siguiente sello por romper.

Volvieron al apacible campo dorado luego de unas caóticas visiones.

—Aquel lugar donde inició el Imperio... Cuzco.

Próximo capítulo: Speed Run - Parte 4

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