Dos hombres, dos caminos
Debajo de un árbol de manzanas, la joven muchacha abrazaba a aquel hombre rubio. Dejaba sus pechos a la altura de sus labios para que siga brindándoles cariño mientras ella soltaba suaves gemidos.
Era tanto el placer que sentía que ignoraba el hecho de que su padre estaba en camino.
—¡María! —exclamó su padre.
La guadaña que llevaba en la espalda pasó a su mano para atacar a aquel hombre que profanaba a su querida hija.
—¡Papá! —exclamó María. Cubrió su rostro por la vergüenza que sentía.
Antes que el hombre pueda dar otro pasó, unas alas de murciélago se extendieron a los lados de ese hombre que abrazaba a María.
Su cabello rubio alborotado por las manos de la chica caía por su rostro sudoroso.
—E-Es el diablo —dijo el papá de María.
Ella no se daba cuenta pues puso su rostro en el cuello del hombre rubio.
—Oye, tu —dijo Eminem—. ¿Tienes manzanas para mis mascotas? —indicó a un par de jaulas a veinte metros. Cerca de un riachuelo que pasaba por ahí.
El papá de María no respondió. Quería atacarlo, pero al ver esas alas se contuvo.
—Te estoy haciendo una pregunta.
—Ya no tengo. Al parecer te acabaste todas las que tenía.
Eminem sonrió.
—Tengo un apetito voraz —pasó su lengua por sus labios.
En cuestión de segundos, María y su padre cayeron inconscientes al suelo luego de que Eminem se pusiera de pie.
Tenía una jugosa manzana en su mano y voló hasta las jaulas de Mack y de Rednex.
Ambos estaban sucios y malolientes. El único que veía con enojo a Eminem era Mack quien tenía unas pesadas cadenas alrededor de su cuello. En cambio Rednex, dormía plácidamente.
—Esa mujer Shinobu te ha abandonado —dijo dando un húmedo mordisco a la manzana—. Si no se quedó por ti, es que solo tenía sentimientos por Yoshikage Kira.
Mack no mostró alguna emoción. Solo lo miraba.
—Date a respetar, amigo. Llevamos días buscándola. Si no la encontramos hasta ahora es porque huyó muuuuuuy lejos.
Lanzó la manzana a su boca y lo pasó de un solo trago.
—Seguiría buscando pero tengo que encontrarme con personas más importantes que una perra pelirroja que deja atrás al único hombre que la trataba como una mujer.
—Tú no sabes nada —dijo Mack.
—He sido un observador paciente, Mack —dijo Eminem señalando a su ojo derecho—. Y sigo siéndolo. Como buen observador puedo decir que te aferras a la idea de que esa mujer te quiere, o que por lo menos siente algo por ti, pero la realidad es que no te ve ni siquiera como una persona. Seguramente pensó que te moriste y no se preocupó por tu cadáver, ja, ja.
Mack apretó los dientes.
—Date cuenta, Mack. Cuando llegues a esa conclusión, las cadenas de tu mente desaparecerán y serás libre.
Eminem estiró su cuerpo, tronando algunos huesos. Tenía el torso desnudo y el pantalón desabrochado. Se fue a una esquina de la jaula y empezó a orinar.
—Pero para que veas que no te guardo rencor, te dejaré en libertad. Ya estas sufriendo mucho por pensar en esa mujer, ¿no?
Sacudió sus manos, salpicando a Mack con algunas gotas de orina.
Rápidamente, secó las gotas con su brazo.
Las alas de Eminem se estiraron y lanzaron un zarpazo a la jaula donde estaba Mack, rompiendo los barrotes.
—Eres libre, Mack —dijo sonriendo.
Mack se sostuvo de los barrotes, negándose a salir mientras miraba a Eminem con ojos inyectados de rabia.
—¿No quieres salir? Bueno, tu te lo pierdes.
Dio la vuelta y regresó al árbol de manzanas.
Viendo que estaba lejos, Mack se puso a gatas y salió rápidamente de la jaula. Corrió tan rápido como pudo sin mirar atrás hasta que llegó al riachuelo. Entró al agua para que su olor se pierda y evitar ser encontrado de esa forma.
Al salir del riachuelo, Eminem lo estaba esperando en la orilla.
—Qué fácil es atrapar a las bestias.
Agarró la cabeza de Mack con su mano de la cual salían garras en lo que antes eran sus uñas. Se elevó diez metros sobre el suelo, sosteniendo el cuerpo de Mack por su cabeza. Este soltó un grito de dolor al sentir la presión que Eminem ejercía con su mano.
—Realmente ya no te necesito, Mack. Gracias a ti pude encontrar a Rednex entre los escombros de la ciudad. Él aún tiene tatuado a esos hombres y caballos para los sacrificios. Pero tú no tienes mayor utilidad a partir de ahora, sin embargo, se me ocurrió una buena idea.
Soltó la cabeza de Mack, dejándolo caer hasta que llegó a dos metros del suelo y lo tomó de la pierna. Hizo un giro parabólico con su cuerpo, golpeándolo en el suelo sobre una roca.
—Tú te encargarás de un grupo de gente que conozco mientras yo me ocupo de mis padres —dijo Eminem acomodando su cabello rubio brillante.
—¿T-Te refieres a Chayanne y sus amigos?
—Por supuesteishon —sonrió—. Tuve algunos roces con ellos y no quiero dejar cabos sueltos, pero tampoco tienen tanto valor para mí como para dedicarles tiempo. A menos que la situación lo requiera.
—Pudieron con toda la banda, ¿crees que tú serás complicado para ellos?
—Eso es porque no los conocían a profundidad. En cambio yo, pude observarlos de cerca y sé cuales son sus debilidades y fortalezas.
Colocó su mano sobre la nuca de Mack, apretándolo con fuerza.
—Y por eso tú te harás cargo de ellos. Lo que quiero es que los lastimes, si es que puedes matarlos, mucho mejor. Pero con unas cuantas piernas rotas me conformo —guiñó el ojo—. Y por ello, te daré un poder.
Mack tembló al sentir unas pequeñas manos en su cuello. Vio de reojo a un pequeño ser humanoide con una enorme panza. Tenía el cuerpo amarillo y los ojos rojos de un grillo.
—No es exactamente un stand, pero funciona bajo ciertas reglas. Este ser se llama Thrift Shop. Activará su poder una vez que te encuentres con el club de los Andes. Si decides huir o tratar de sacarlo de tu cuello, Thrift Shop estallará. Eso creo. O tal vez derrita tu piel o tus huesos. Ya sabes. Algo bizarro, ja, ja, ja.
Mack ahora veía con miedo a aquel chico que semanas antes tenía encadenado a una esfera de metal.
—Si lo logras, serás libre, Mack Lemore —sentenció y se elevó en el aire. Fue por la jaula de Rednex y se fue volando hasta desaparecer en el horizonte.
Cuando dejó de verlo y dio un paso, se topó con unas prendas en el suelo. Se trataba de su vestimenta solo que más limpia. Entonces, Mack lo tomó y se lo puso encima de la ropa que tenía.
—Acabemos con esto —dijo seriamente.
El agua que lo rodeaba elevó su temperatura al punto que sentía su piel quemarse. Abrió los ojos y se levantó del charco de barro en donde estaba. Agarró unas hojas del suelo y trataba de secarse pero estaba demasiado sucio como para quedar limpio con unas simples hojas.
—Esto parece de varias horas —dijo Joe.
Tenía el cuerpo adolorido y un fuerte zumbido en los oídos. La visión no era muy clara pero notó algo desconcertante en el suelo.
—¡Dolton!
Se acercó hacia Dolton, quien estaba dentro de un charco acuoso con mosquitos alrededor.
—J-Joe, al fin despiertas.
Tomó sus hombros y lo sacó del fango hasta ponerlo en una superficie estable. Quedó boquiabierto al ver un orificio en medio de su estómago. La sangre se había secado, pero la herida era demasiado grave como para desinfectarla con Hertz. Rápidamente echó a Dolton sobre su espalda y comenzó a caminar.
—¡No morirás, Dolton! —exclamó Joe poniendo todas sus fuerzas en sus piernas para no desfallecer.
Dolton se aferró al cuerpo de Joe, sintiendo un enorme dolor. Cada vez se sentía más débil.
Había pasado más de una hora caminando y solo veían montañas y cerros a su alrededor. Ninguna pizca de un ser humano. Incluso el frío era seco, tanto que sentían la piel pelarse como si fueran papas.
—D-Déjame aquí, J-Joe —pidió Dolton con su voz débil.
Joe se resistía a detenerse pese a que su cuerpo también estaba debilitado. Escuchaba crujir algunos de sus huesos y en su espalda sentía hincones como agujas calientes.
—N-No. Encontraremos a alguien y te pondrás bien, Dolton.
—Es en vano, Joe —recalcó Dolton—. Déjame aquí y ve por los demás para que te puedas curar. Sino tú también morirás.
Joe cerró los ojos e ignoró las palabras de Dolton para seguir avanzando. La irregular geografía de los Andes lo agotaba mucho más, debido a las pendientes inclinadas que tenía que escalar y además, sentía que el aire se agotaba.
—P-Por favor, Joe. Deja de cargarme y busca ayuda para ti —dijo Dolton en un susurro frío.
—¡Cállate! —exclamó Joe enojado y triste a la vez—. No te voy a dejar, ¿de acuerdo? Te sanarás y podremos seguir cabalgando hasta llegar a la meta final. Pon de tu parte, por favor. ¡No te abandonaré!
—¿C-Crees que entré a esta carrera para llegar a la meta final? —cuestinó Dolton sonriendo—. Solo quería despejar mi mente, Joe Arroyo.
Joe siguió avanzando.
—Hace dos años yo perdí a mi amada Marta...
»La conocí en un barrio pobre de Lima. Tenía 16 años y mi familia había perdido su fortuna debido a un trato comercial que nos perjudicó bastante. El gobierno embargó la compañía y nuestras casas junto a nuestro dinero por lo que quedamos en la calle. Solo teníamos dinero para comprar una casa en un distrito que recién se había fundado.
La vida de pobre era horrible para mí, mi madre apenas sabía lavar los platos y mi padre hacía varios trabajos desde carpintero hasta pintor para mantenernos, pero las carencias hicieron que se incline por la bebida por lo que desaparecía varios días y venía solamente a dormir. Mi madre no soportaba esa actitud, pero se las apañó para seguir en casa.
Detestaba a las vecinas, por su color, dinero, casa, mascota o lo que tuvieran. No había un día en que no diera una crítica de a gratis.
Así que como ya no era un niño, tenía que lustrar zapatos en las avenidas centrales de la ciudad. En uno de esos días, conocí a Marta quien estaba en una pandilla de niños huérfanos. Uno de ellos quiso robarme, pero me resistí y terminé golpeándolo en el suelo. Rápidamente, la pandilla vino y me golpeó. Al final vino ella y me escupió. Salieron corriendo y riéndose.
Al día siguiente evité ir por esa avenida por lo que fui por otra calle. Sin embargo también los encontré ahí. A toda calle que iba del centro de la ciudad, los encontraba. Por lo que regresaba llorando a casa y sin dinero.
Los días pasaron y decidí enfrentarme al peligro. Me puse en una esquina y comencé a lustrar zapatos. Ellos se acercaron y trataron de expulsarme. Imploré para que no me echarán, incluso me arrodillé en el suelo. No pararon hasta que Marta se los ordenó. Usaba unos zapatos viejos por lo que me pidió que se los lustrara. Lo hice de inmediato y sonrió. Era la sonrisa más hermosa que había visto en mi vida. Al día siguiente vino con otros zapatos viejos y se los lustré. Estuve haciendo lo mismo por una semana hasta que ella se acercó y me invitó a formar parte de la pandilla. Mi respuesta fue un sí rotundo. Si viviría una vida de carencias, por lo menos que sea emocionante. Con el pasar de las semanas me hice amigo de todos ellos, hasta de la misma Marta quien me tomó como su mano derecha. Robábamos en mercados, tiendas y a la gente que pasaba. Dormíamos en los parques. Bebíamos agua de la fuente de la Plaza de Armas. Orinábamos en el Congreso y la municipalidad. Era tan emocionante ese mundo que me sentía demasiado vivo.
Sin embargo, las cosas cambiaron. Ya éramos muy grandes como para hacer robos pequeños. Así que decidimos robar algo grande: un banco. Conseguimos cartuchos de dinamita y empezamos a planear los golpes. Entrábamos al banco con máscaras en la cara, cada uno portando un arma y para crear más pánico, Marta se enrollaba los cartuchos en el cuerpo con un encendedor en la mano. Ese método resultaba efectivo pues teníamos todo el dinero en menos de un minuto. Los otros tres robos fueron igual de exitosos, sin embargo, en el cuarto banco todo salió mal.
Uno de los clientes tenía un bebé en brazos que era muy inquieto. Este rozó el brazo de Marta cuando pasó cerca por lo que ella se sobresaltó y se preparó para atacar, pero ese movimiento hizo que el encendedor pase muy cerca del cartucho de dinamita, encendiendo la mecha. A los pocos segundos, Marta se quitó los cartuchos del cuerpo y los lanzó a la calle. El estallido provocó una gran conmoción que no nos dimos cuenta de la llegada de la Guardia Civil. Al identificarnos, dispararon sin previo aviso, matando a mis amigos. Yo estaba detrás del mostrador, por lo que no resulté herido de gravedad. Pero al ver a Marta recibiendo disparos hizo surgir un poder dentro de mi ser. Hasta ese entonces no sabía que tenía habilidades especiales, pero los usé en ese momento para escapar con mi amada Marta.
La puse sobre mis hombros y corrí tan rápido como pude. Su vientre y su espalda estaban sangrando, por lo que corría para llegar al hospital más cercano.
—D-Déjame aquí, mi amado Dolton.
—¡No te dejaré!
—Si llegamos al hospital, te atraparán.
—¡Eso no importa! Tengo que salvarte, no importa lo que me pase —dijo Dolton con lágrimas en los ojos.
—Hemos pasado por mucho en estos años y ha sido maravilloso —dijo Marta con la voz cada vez más débil.
—¡Ya casi llegamos, amor! —dijo Dolton al voltear en una esquina y ver el enorme hospital.
—Nunca te cierres a tener aventuras con amigos, Dolton. Es lo que te pido. Te amo, mi amor —dijo terminando en un susurro.
Dolton sintió sus cuerpo enfriarse y perder peso. Al dejar de sentir su respiración en su nuca, no aguantó más y cayó de rodillas al suelo. Tomó el cuerpo de su amada y comenzó a llorar, implorando a Dios que la devuelva.
—¡Martaaaaaa!
La Guardia Civil llegó y lo rodeó apuntándole con sus fusiles. Fue identificado como el asaltabancos y lo llevaron a prisión.
»Estuve varios años en la cárcel. Cuando salí, lo primero que supe es que habría una carrera internacional que cruzaría los Andes. Vi la oportunidad de poder quitar la amargura de mi corazón y de poder tener buenos botines. Tenía en mente llegar hasta Perú y luego volver a Lima, pero ustedes hicieron que continúe más allá de lo que tenía planeado.
Joe pasó saliva al sentir un frío extraño proveniente del cuerpo de Dolton.
—Mi terca actitud casi me hace romper la promesa que le hice a Marta —sonrió Dolton—. Al final de cuentas, lo más valioso que pude conseguir en esta carrera fueron ustedes.
Los ojos de Joe se llenaron de lágrimas que no tardaron en caer por sus mejillas.
—Adiós, Joe. Cuídate y cuida muy bien de... tu... mamá...
Joe cayó de rodillas al suelo y lloró desconsoladamente en medio del frío de los Andes. Su cuerpo y su corazón quedaron helados por la terrible perdida de Dolton.
Chayanne abrió los ojos y se sentó. Revisó sus bolsillos para encontrar su billetera, pero recordó que no tenía billetera y tampoco bolsillos.
Se llevó la mano a la frente, notando una temperatura normal.
—¡Joe! ¿Dónde está Joe?
Giró a todos lados, dándose cuenta que estaba en las orillas de un río. A su lado estaba Juan Gabriel durmiendo.
—¡Oye, despierta Juan Gabriel! —exclamó Chayanne alarmado, pero Juan Gabriel no reaccionó.
Fue entonces que recordó lo que sucedió y fue consciente del dolor de su cuerpo.
En ese momento llegó Redbone junto a Blondie. Ambos llevaban vasijas de barro llenas de agua.
—Me alegra ver que despertaste, Chayanne —dijo Redbone.
—¡Aaaahhh! ¿Qué hace ella aquí? —señaló a Blondie.
—Ya no es la persona que conocías —dijo Redbone. Blondie estaba sonrojada—. Ha cambiado y ya me lo demostró.
Chayanne no supo qué más decir así que creyó en Redbone.
—Espera, ¿si mataron a ese tipo que se hacía pasar por otros verdad?
Redbone y Blondie asintieron.
—Ah, sí. Sí eres tú, Redbone —suspiró Chayanne aliviado—. Dime, ¿en dónde está Joe?
—Lo hemos estado buscando durante una semana pero no lo encontramos.
—¿U-Una semana? —Chayanne se puso de pie pero sintió un mareo que lo obligó a sentarse.
—Las lianas de piedra nos lanzaron tan fuerte que nuestros cuerpos fueron lastimados —dijo Redbone—. Para nuestra suerte, caímos en una laguna, pero sobre Joe, Dolton y los agentes no tenemos la misma certeza.
Chayanne se llevó las manos a la cara apretando sus mejillas.
—Ya dormí suficiente. Iré a buscar a Joe.
Cuando se puso de pie, sus piernas no resistieron su peso y se flexionaron, haciendo que caiga de espaldas.
—Entiende, Chayanne —intervino Blondie—. No te encuentras bien.
Volvió a intentarlo, pero su cuerpo no le respondió.
—D-Debo buscar a JoJo. Por favor, Redbone.
El apache negó con la cabeza.
Cerca a Chayanne estaba un hombre con un fleco sobre su calva cabeza. Chayanne se percató del cuerpo y se sobresaltó.
—¿Ese no es el amigo de Blades?
Redbone se acercó al cuerpo de Hall Oates y puso un paño húmedo sobre su rostro.
—Sea como sea, lo rescatamos. Estaba en la copa de un árbol y lo bajamos pues algunos buitres estaban a punto de devorarlo. Si te sirve de consuelo, puede ser una inmensa fuente de información.
Chayanne asintió.
—Una vez que lo interrogue, iré por JoJo.
JoJo...
JoJo...
JoJo...
JoJo...
Esa palabra resonó varias veces en la mente de Hall Oates que hizo que se despierte.
—¡Ah! ¿Dónde estoy? Señores Joestars, ¿dónde están? —dijo con la voz agitada.
Blondie se acercó a él y lo tranquilizó.
—No te preocupes, ya estás en mejores manos —dijo la chica rubia dándole un vaso con agua.
Hall bebió todo de un solo sorbo, mojando su cuello.
—Debemos conseguir un videófono. Un teléfono o algo. Solo los Joestars pueden solucionar esto. ¡Debo llamar a JoJo!
Chayanne se acercó y lo increpó.
—¡Silencio! Te haré algunas...
—¡Estamos perdiendo tiempo! ¡Ellos no saben la magnitud del peligro que representa Blades!
Redbone y Chayanne se vieron las caras.
—¿Y quién puede acabar con Blades? —preguntó Blondie.
—En estos momentos, el agente Wham y JoJo. Debo ubicarlos para que se hagan cargo de Blades —dijo de forma desesperada.
—¿A quién te refieres como JoJo? Últimamente es un apodo que está de moda —indicó Chayanne.
—Al JoJo que conozco y respeto, al único que le encargaría mi vida y que sé que solucionará todo este problema es el señor Joestar... ¡Joseph Joestar!
Próximo capítulo: Thrift Shop - Parte 1
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