Beach House

—Joe, no podré estar contigo toda la vida.

—¿Q-Qué dices, mamá? Si t-t-tú eres muy fu-fu-fuerte.

El anaranjado atardecer poco a poco se oscurecía debido a la ausencia del sol. El escaso brillo solar iluminaba el rostro de Juliana Arroyo y de su pequeño hijo de cinco años. Tenía los ojos humedecidos por la repentina frase que dijo, sin medir las consecuencias, pero para su suerte, Joe no entendió lo que quiso decir.

—¡Ay! Es cierto. A veces me desconcentro y digo cualquier tontería. ¡Ja, ja, ja, ja!

El vacío de su corazón pronto fue tapado por la sonrisa cómplice de su hijo. Agarro su pequeña mano y volvieron a casa mientras Joe lamía una paleta multicolor.

—Te prepararé una malteada caliente al llegar a casa, ¿suena bien, verdad?

—¡Síííí, malteada!

Al llegar a casa, los recibió el sonido de las olas y las gaviotas sobrevolando la playa. Juliana tardó unos minutos en abrir la puerta ya que la cerradura era vieja y estaba oxidada.

—M-M-Mamá... —dijo Joe una vez que entraron.

Juliana estaba encendiendo los faroles con mucho cuidado.

—¿Si, Joe?

—¿C-Cómo era p-p-papá?

La pregunta la heló por completo a pesar del calor nocturno. El fuego de la cerilla lo consumió hasta llegar a los dedos de Juliana. Con el dolor de la leve quemadura, pudo pensar en la respuesta.

—Bueno... eh... era... o mejor dicho, es muy guapo. Alto y fornido.

—¿Y n-n-nos quiere mu-mu-mucho? P-Porque el pa-pa-papá de Lorenzo q-q-quiere mucho a Lo-Lo-Lorenzo y a su m-m-mamá.

Juliana tomo aliento y se acercó a su hijo para verlo a los ojos.

—Todo lo que debes saber es que te amo mucho. No importa lo que te digan. Recuerda que tu mamá te ama.

Besó la frente de su pequeño hijo y acarició sus mejillas sonrojadas.

—Ya que tenemos cocina nueva, prepararé ese postre que tanto te gusta.

—¡Sííí!

Aunque haya dicho "cocina nueva", en realidad era una de segunda mano que había logrado conseguir en una jugosa oferta en una venta de objetos en desuso.

Dicha cocina sería primordial para Joe ya que fue con ella la que aprendió a cocinar durante varios años, ya que su madre salía todo el día a trabajar en una lavandería. Aunque actualmente las lavanderías usan las lavadoras eléctricas para hacer lavado, enjuague, centrifugado y otras funciones, en aquellos años el lavado de ropa se hacía a mano.

Es por eso que Juliana tenía las manos sumergidas en agua durante catorce horas diarias y, aparte, restregar la suciedad con unas escobillas poco prácticas para la mano, pero ningún esfuerzo era en vano si con ello podía conseguir dinero para mantener a su adorado Joe.

Como nadie estaba en casa, Joe debía llegar lo más rápido posible para cuidar de su hogar. Aunque en aquel entonces la educación era para muy pocas personas, Juliana hizo un esfuerzo para matricular a Joe en una escuela secundaria, la cual duraba solo cuatro años, pero eso le permitiría tener un empleo como abogado o juez. Por otro lado, estaba la escuela militar, pero Juliana se negaba a mandarlo ya que escuchaba de los abusos que cometían con los novatos. Se horrorizó cuando imaginó a su querido Joe dentro de la escuela militar, por lo que optó por una escuela secundaria de regular costo.

—Aquí aprenderás mucho, Joe. Harás muchos amigos, ¿verdad?

—S-Sí, m-m-mamá.

Dicha conversación la tuvieron el primer día de clases. Aquella vez, Juliana pidió permiso por un par de horas ya que no quería perderse el primer día de clases de Joe, quien tenía once años.

Luego de verlo entrar por la puerta con su pequeño libro de historia y una libreta, lloró de felicidad pensando en que Joe estaría en un buen lugar. Sin embargo, la escuela era demasiado estricta.

Joe apenas sabía leer y los obligaban a leer varios libros de la biblioteca. El mínimo de libros que tenían que leer era de dos, pero Joe apenas podía llegar a la cuarta parte de uno, por lo que era castigado siendo colocado en la esquina con unas orejas de burro mientras que el resto, incluido maestros, se burlaban de él.

En las pruebas físicas, que eran trabajos forzosos, las mujeres eran obligadas a hacer quehaceres domésticos, mientras que los hombres eran llevados a la construcción de estructuras para expandir la escuela.

—¡Sigan! ¡Son hombres y deben trabajar como mulas!

La fuerza que tenía Joe apenas le permitía levantar una piedra de tres kilos, mientras que los demás lo hacían con cinco kilos de peso. Por su debilidad, era castigado a vestirse de mujer mientras seguía cargando piedras. Las risas y burlas aumentaron, como también apodos hirientes que lastimaban a Joe, pero no podía quejarse. Un solo reclamo haría que lo echen de la escuela y no quería que el dinero de su madre sea desperdiciado en vano, por lo que tuvo que soportar los cuatro largos años.

Al terminar el día, Juliana tenía las manos arrugadas y una congestión nasal con un leve resfriado, pero cuando llegaba a casa, dejaba de preocuparle esos síntomas al ver a su amado Joe, durmiendo tranquilamente en su habitación.

Se acercaba a él y besaba su frente para luego arroparlo con una sábana extra.

Cuando Joe terminó la escuela, su madre decidió que era buen momento para buscarle un trabajo, pero las noticias de que últimamente habían robos y redadas de militares para llevar a jóvenes a los cuarteles, la asustó y decidió que Joe estaría más seguro en casa.

—No abras la puerta a nadie. Solo abre la puerta cuando escuches mi voz. La ventana mantenla cerrada. Evita prender un farol, no quiero encontrar la casa en llamas. Haz las cosas que ya volveré comprando algo, ¿de acuerdo, cariño?

—S-Sí, m-m-mamá.

El mar llamaba mucho la atención de Joe, pero su madre le había prohibido entrar al mar por el miedo a que se ahogue, sin embargo, abría ligeramente la ventana para ver el atardecer y las olas chocar con la orilla mientras la gente pasaba y las gaviotas graznaban en el cielo.

Sentía una magia inexplicable al ver el sol esconderse en la bruma oscura del horizonte mientras su reflejo se veía sobre las aguas del mar. Evitaba desobedecer las órdenes de su madre, pero ver aquel momento del día lo llenaban de felicidad.

El tiempo pasó y cierto día, una mujer con arrugas en la cara y en las manos tocó la puerta. Joe respondió desde el interior de su casa. Se negaba a hacerle caso, pese a las palabras de la mujer.

—¡Es tu madre! ¡Juliana Arroyo! ¿Eres Joe Arroyo, verdad?

Joe dudó por varios minutos en abrir, mientras se asustaba por la insistencia de la mujer en que le abra la puerta.

—«¿Y s-si es verdad l-l-lo que di-dice?»

La mano de Joe temblaba mientras quitaba el pestillo de la puerta. Al abrirla vio a la mujer muy mortificada y triste.

—¿Q-Qué su-su-sucede?

Los años que Juliana había pasado en medio de la humedad, finalmente la afectaron. Un extraño virus estaba afectando su sistema respiratorio por lo que le impedía respirar bien. Aparte tenía la temperatura muy elevada y sudaba demasiado, perdiendo el agua de su cuerpo.

Los médicos le dieron algunos medicamentos que hacían poco efecto, ya que Juliana no tenía dinero para comprar los más sofisticados para infecciones y gripes. Dichos medicamentos eran tan caros ya que recién se investigaban los males respiratorios, además que se trataba de un hospital público, donde faltaba de todo, en especial el buen trato a los pacientes.

Joe llegó al hospital y encontró a su madre acostada sobre una camilla oxidada en un rincón del hospital. Tomó su mano y lloró desconsoladamente por verla en esa situación. Unas enfermeras le impidieron que siga con su madre ya que la enfermedad que tenía podía ser contagiosa.

—Mira, Joe —dijo el doctor que atendía a su madre y a otros cien pacientes más—, no tenemos los implementos ni medicinas para salvar a tu madre, pero, si nos das un monto especial, podría salvar a tu madre.

—¿E-En serio? Hágalo, p-p-por favor, doctor. ¡S-Salve a mi madre!

—Espera, mulato —una sonrisa maliciosa se formó en el rostro del doctor—. Sé que no tienen dinero para pagarlo, pero hay una alternativa. Conozco a alguien que te dará un jugoso préstamo si hipotecas tu casa.

—¿M-Mi casa?

Fue así como Joe fue donde el prestamista, quien curiosamente tenía un parecido con el doctor del hospital, y firmó varios documentos a cambio de dinero.

Con el monto recolectado, pudo pagar los gastos del hospital y su madre salió del peligro, sin embargo, los cobradores acosaron a Joe para pagar las cuotas durante los seis meses.

Joe no tuvo otra alternativa que pedir préstamos bancarios para pagar la deuda al prestamista y evitar el acoso. De todos modos, la mamá de Joe siguió en peligro, pues tosía saliva con sangre y no lograba respirar bien.

Cada día era un martirio, pues el poco dinero que quedaba solamente alcanzaba para un panecillo y los medicamentos necesarios para mantener estable a su madre.

Tenía mucho miedo de salir de casa y dejar a su madre, por lo que la acompañaba todo el día. Incluso dormía en el piso de su habitación para auxiliarla si estaba por ahogarse.

Cuando veía un oscuro horizonte en su futuro, un cartel curioso llamó su atención. Había sido colocado en la fachada de su casa sin que le pidieran permiso, pero la imagen lo asombró.

Se trataba de una carrera de caballos por toda la cordillera de los Andes durante cinco meses aproximadamente. El ganador sería acreedor del premio mayor: 100 millones de dólares.

Un calor intenso se extendió por su pecho hasta sus brazos. Sus ojos brillaron por un momento al ver el reto que consistía la carrera, pero rápidamente sintió una sensación de miedo y terror por el desafío extremo.

—«¿Q-Qué de-de-debería hacer? ¿Q-Q-Qué debo hacer? Mamá m-m-morirá sino obtengo di-di-dinero» —metió su mano en el bolsillo y solo sacó una moneda oxidada. Era todo lo que quedaba para la semana.

Al día siguiente, fue hasta el lugar de las inscripciones. Previamente había pedido prestado algo de dinero a una de las vecinas, con lo que pudo comprar un caballo e inscribirse.

Lo demás no fue fácil. Se despidió de su madre mientras esta dormía, para evitar quedarse llorando sobre su cama. Había pedido como favor a la amiga de lavandería de su madre que la cuide en su ausencia mientras estaba en la carrera.

Tenía fe de que ganaría. Después de todo, la cordillera de los Andes era demasiado pequeña en los mapas, así que tendría casi el mismo tamaño en la vida real, ¿no?

—«N-No debí venir. N-No d-debí ve-venir» —se decía a sí mismo.

Luego ver el número de competidores, las enormes montañas que lo rodeaban, el calor incesante, el viento furioso y demoledor, tuvo tanto miedo que decidió regresar.

—No, no. Quiero regresar a casa. Quiero regresar a casa con mamá y cenar mariscos. Que ella esté bien. No quiero que muera. ¡Oh, Dios mío! Por favor, no quiero que nadie muera por mi culpa. Que mi mamá se recupere, eso es todo lo que pido y que el señor Chayanne, el señor Redbone, Juan Gabriel y Stroheim derroten a Rasputín.

Joe abrió los ojos y estaba sobre la arena del mar. De pronto, el sonido de las olas y las gaviotas se hizo presente, pero todo estaba más calmado.

—¿V-Volví a casa?

A unos metros detrás de él estaba su casa. La ventana estaba abierta pero no podía ver a nadie, se puso de pie y giró para ir hacia allá, pero la melodía de una voz llamó su atención.

No se había dado cuenta que a unos metros de él, estaba sentado un hombre con cabello blanco y con un palo en la mano con el cual dibujaba estrellas sobre la arena.

—Tienes una linda vista desde tu casa, Joe Arroyo.

—«Esa voz... la he escuchado antes, pero... ¿dónde?» —la mente de Joe trataba de recordar la voz del hombre que estaba sentado. Se le hacía familiar, pero igualmente cercana.

—Ven, Joe. Siéntate. Debemos hablar.

Joe, tímido y asustado, se sentó lentamente al lado del hombre quien llevaba unas gafas oscuras y jugueteaba con el bastón sobre la arena.

—¿Q-Quién es u-u-usted? —preguntó.

—La verdadera preguntas es: ¿qué quieres tú?

—¿Y-Yo? Yo q-quiero... yo quiero volver a casa.

—Entonces ve, Joe. Ahí está tu casa.

—P-Pero...

—P-Pero qué. ¿Qué es lo que te impide volver a casa?

—Si q-quiero regresar, p-p-pero necesito ganar la carrera.

—En ese caso, ve hacia adelante —levantó el bastón y señaló el mar. Joe vio el horizonte y las olas que se movían irregularmente.

—P-Pero tengo miedo. M-Mucho miedo.

—Lo lamento, Joe. Tomar una decisión siempre causa incertidumbre ya que no sabemos las consecuencias, pero te diré algo. Si regresas a casa, nunca podrás cambiar. Esta es la única oportunidad que tienes para cambiar todo lo que eres.

—N-No es fácil, señor...

—Llámame JoJo.

—Oh... A m-mí también me llam-man J-JoJo.

—Qué extraña coincidencia —dijo JoJo riéndose. Joe también sonrió.

—Escucha atentamente Joe. Los sucesos que te han llevado hasta este punto están por una razón. Si retornas, todo habrá sido en vano. Pero si continuas adelante, verás que será diferente para siempre.

—Pero t-tengo muchas ganas de huir... Soy un cobarde. No tengo fuerza para vencer a nadie.

—Joe, ningún hombre puede escapar de su propia historia. Si regresas, serás el mismo niño cobarde que haz sido, pero si avanzas, tendrás un futuro brillante. Los obstáculos serán más complicados, pero ten por seguro que los podrás pasar.

Joe tragó saliva. Vio nuevamente a su casa. Imaginó que dentro estaba su madre, horneando galletas y preparando una refrescante bebida, y luego vio el mar, con las olas más violentas y bravas que antes.

—«¿Esto depende de mí?»

Cerró su mano en un fuerte puño y tomó aire. Avanzó lentamente, pero al querer despedirse del anciano JoJo, no lo encontró. No esperó más y continuó su caminó hasta llegar al mar. Las olas chocaron con su cuerpo y lo llevaron de regreso a la orilla. Joe no se lamentó y se puso de pie. Esta vez corrió y chocó con una ola de tres metros, pero no se detuvo y se sumergió en el agua.

—«Recuerda lo importante, JoJo. Inhalar y exhalar» —recordó la voz de Chayanne mientras estaba dentro del agua. Movió sus brazos y piernas hasta llegar a la superficie donde tomó todo el aire posible y lo retuvo, flotando en el agua.

—«Miedo... miedo... ¡No me detendrás!

El cuerpo de Joe brilló y una enorme onda lo propulsó a través del mar.

—¡Monje perverso, nunca ganarás! —exclamó Redbone.

—¿Ah, no?

Boney M apareció y partió el brazo de madera de Redbone, para que su usuario acabe con el apache con una patada en el mentón.

Agarró el pedazo de madera en su pecho y lo sacó, para incrustarlo en la pierna de Redbone, provocándole un abundante sangrado. Su stand apareció y cerró la abertura de su pecho con su habilidad.

—¡Yo he ganado! —exclamó Rasputín mientras reía estruendosamente.

Unos pasos sobre el suelo llamaron su atención. Se trataba de Joe, con algunas gotas de sangre cayendo por su barbilla y sus brazos.

—No, aún no haz ganado —dijo.

—¡Ja, ja, ja, ja! —la risa burlona de Rasputín se escuchaba bastante confiada—. Ya los derroté a todos, Joe Arroyo.

—Te equivocas —repuso Joe—. No haz ganado. ¿Sabes por qué? —JoJo se irguió para hacer una pose—. Porque yo aún estoy de pie.

Próximo capítulo: I'm still standing - Parte 1

1. Beach House: el título del capítulo hace referencia al nombre del dúo estadounidense de dream pop Beach House.

https://youtu.be/RBtlPT23PTM

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