Especial: La bailarina, la pirómana y la cazadora (IV)
“La bailarina” (IV)
En la caja musical, la bailarina “bailaba” con su tutú rosa de plástico o porcelana y una pequeña corona dorada, no le interesaba.
A Serena le parecía horrorosa.
Ese juguete no bailaba, sólo giraba sobre un mismo punto.
No entendía el chiste de que fuera una “bailarina”, si sólo iba a girar sobre su misma posición de extendida y formando un círculo con sus manos entrelazadas arriba de su cabeza.
Su tío Leo, el padre de sus medio-hermanos, Reiji y Reira, les había traído a Ray y ella un par de cajas musicales que además eran joyeros de un viaje por negocios al que su abuelo lo envió en su lugar.
“— ¡Si nació como alfa, y me dio un nieto de su misma jerarquía, entonces que sirva de algo y actúe como el mísero perro que es, ante esos paganos!”
Fueron las palabras que el omega Akaba Kaito, su abuelo materno y actual patriarca familiar, escupiera con enojo antes de mandar a llamar a su tío e informarle de su decisión de que fue elegido para representarlo ante unos perros.
Porque eso eran los alfas, unos míseros perros que buscan aparearse con el primer omega que ven, embarazarlo y después dejarle con la cría. Exactamente como lo hacían los perros.
Pero su madre, Himika Akaba, por alguna razón no opinaba así, de hecho ella le permitía a su primer esposo, Leo, a su primogénito, Reiji, y demás siervos alfas que no usarán una parte de su símbolo alfa.
Aquel bozal y collarín hechos de hierro y cuero que a Serena y Ray les molestaba ver.
Para la omega de ojos verdes ver usar a alfas ese espantoso bozal era casi como verlos ser torturados y en vivo, cosa que no se alejaba de la verdad.
Según algunos lugareños, como Akashi Tetsuya-san, el esposo alfa de Akashi Seijuro, ambos dueños de una librería a la que iba con Ray y Kiara a jugar ajedrez o comprar los libros que les pedían en la escuela, si parecía ser un objeto de tortura.
El hombre de cabello y ojos celestes solía contestar sus curiosas preguntas sobre su jerarquía, cuando Kiara se negaba a hacerlo, el alfa siempre contestaba la misma pregunta con paciencia y tranquilidad, pero cuando alguna mencionaba el bozal con el collarín en el cuello que casi todos los alfas en el pueblo usaban, incluyendolo, un dije de tristeza se mostraba en sus ojos junto a una sonrisa melancólica.
“— El bozal es para que no mordamos o ataquemos a los omegas, el collarín es para algo llamado “la voz”, es algo que solo los alfas tenemos y cuando tratamos de usarla, el collarín nos aprieta el cuello hasta dejarnos sin respirar”
Era tortura, claramente lo era.
Pero en un pueblo donde los alfas eran vistos como los culpables de la maldición eterna de los demonios, de seguro era y es algo normal torturar sin remedio a los perros.
— Serena —La mencionada salió de sus pensamientos, alguien la llamaba mientras golpeaba la puerta de su cuarto— Serena ¿Estás ocupada? Es hora de que vayas al templo.
— No… —La omega reconoció la voz de su tío al otro lado de la puerta— Deja me cambio de ropa y busco mi abanico.
Escucho la afirmativa del alfa antes de oír pasos alejándose, Serena suspiro antes de levantarse de su cama para buscar su kimono especial y abanico para baile.
Ella sí era una bailarina, aún si sólo bailaba el baile tradicional del pueblo de “Senbonzakura”.
Su sueño era bailar tan elegante, suave y encantadoramente lo hizo la madre de su amiga Kiara…
Cuando salió de su casa junto a su hermana Ray, ninguna noto por las calles al par de alfas de ojos ámbar que observaban asombrados cada estructura y edificio del pueblo.
El idiota alfa había ido en busca de la bella bailarina omega.
(...)
“La pirómana” (IV)
Ray observó entre excitación y temor la pequeña fogata donde la sacerdotisa, Kuromatsu Hanako, quemaba como si nada las muñecas de madera decoradas con flores que todos sus compañeros hicieron.
— Estos muñecos —La anciana mujer omega de largos cabellos blancos recogidos en un tomate, agarró con enojo otra muñeca y la enseño al grupo de omegas antes de arrojarla al fuego—, representan a sus familiares alfas; el fuego son ustedes ¡Ustedes son la nueva generación de omegas! ¡Ustedes serán los que carguen en su interior a la futura generación de omegas, betas, e incluso, esos miseros demonios alfas!
— ¡Nosotros somos los guardianes del sakura! ¡Somos los que detienen a los demonios!
— ¡Serán los próximos sacerdotes y sacerdotisas! Ustedes —La omega se levantó con algo de esfuerzo antes de tomar el abanico a su lado— son los que dominaran a esos malditos demonios. Ahora vamos es momento que practiquen su baile, y Ray-chan…
— ¿S-si?
— ¡Quítate ese inmundo collar! ¡No te denigres como omega niña!
Ray estaba harta, no le gustaba aquello. No estaba allí por órdenes de su madre, ella aceptaba su decisión de usar un collar, ella aceptaba su deseo de cocinar, ella… aceptaba que Ray esperará un supuesto príncipe, no importaba que fuera alfa o beta, quería un lindo chico príncipe que fuera a buscarla a ese pueblo tan clasista, tradicional y cruel hacia los alfas…
La omega de cabellos rojizos vio a una sacerdotisa pasar a su lado, su kimono de color blanco estaba bastante suelto, mostraba su abultado vientre, tras ella iba un beta junto a dos pequeños niños, uno con una diadema con flores y el otro no llevaba nada.
La omega, con kimono rojizo de crisantemos naranjas estampados, observó con tristeza a ambos niños… acababa de ver a un futuro sacerdote y a otro siervo en el santuario.
Sólo los omegas, que nacían o entraban por compromiso, de la familia Kuromatsu pueden aspirar a ser sacerdotes o sacerdotisas, los betas de la misma eran expulsados o puestos para vigilancia, cuidado o servicio de los omegas en general y los alfas… eran abandonados en el bosque donde morían o de hambre y sed o bien devorados por los lobos.
Tenían tantas reglas en aquel templo, como que ningún alfa sin bozal y collarín entraba, cualquier omega que entre negará ser marcado (de todos modos sin alfas es casi imposible ser marcado), no permitirás que un alfa de imponga ante ti, etc, etc… tanto ella como su hermana y madre estaban en contra de esas absurdas reglas.
Las menores por saber que no todos los alfas eran perros o demonios, como la maestra sacerdotisa decían que eran… Kiara y su padre no actuaban los describía esa maldita anciana.
Y su madre por la amistad que tuvo con ambos padres de su mejor amiga.
Tal vez el mismo alfa de mechones rojos que la buscaba en el pueblo, le permitiría tener esa misma amistad con su amiga. Después de todo ella era una pirómana con una cercana amiga alfa ¿eso estaba mal?
(...)
“La cazadora” (IV)
La escuela fue el infierno de siempre.
Los profesores omegas humillandola, los betas ignorándola y los alfas sorprendidos por su actitud tan positiva a pesar de todo.
Aún así no tenía tiempo para pensar en aquello, iba a llegar tarde a su trabajo y Kiara no planeaba arriesgarse a eso.
La dueña de la tienda, una omega de nombre Akari Yukimura junto su primer, y actual pareja, una alfa llamada Megu Kataoka, habían accedido a darle trabajo cuando Akari quedó encinta de su segundo bebé.
— ¡Llegas tarde, demonio!
— P-pero si… estoy a tie-
— ¡No quiero excusas! ¡Llegaste tarde a trabajar! —La omega de negros cabellos se acercó a Kiara que miraba cabizbaja el suelo— Voy a descontarlo de tu sueldo, alfa estúpida.
— ¿¡Eh!? P-pero señorita Yukimu-
— ¡Callate! Mejor agradece que no te he despedido aún. Ahora ve a limpiar alfa, quiero el piso de la tienda tan limpio que mis bebés podrán comer en el.
La albina asintió antes de dejar su bolso detrás del mostrador, tomar una escoba y pañuelo para comenzar a limpiar todo el lugar.
La mayor tenía razón, si quiera tenía suerte de haber conseguido el trabajo y mantenerlo aún después de cuatro meses.
Su madre murió cuando cumplió los 6 años, desde entonces ha sido su padre, un alfa, quien la ha cuidado pero… en un pueblo donde los omegas son los que dominan el terreno es algo difícil para un padre alfa soltero cuidar de una cachorra de su misma jerarquía, por suerte Akaba Himika solía contratar a su padre para conseguirle algunas hierbas o animales en las montañas, aunque solía pagarle un poco más de lo usual a la mujer no le interesaba, y ella misma se desempeñaba en tantos trabajos consiguiera, aunque al final la corrieran de estos casi al mes de comenzar… sólo por ser Alfa y la causa de que él falleciera.
Cuando terminó de limpiar el lugar, que quedó lo suficientemente decente para la omega, fue a entregar los pedidos de algunos clientes que no podían ir por diferentes motivos.
De los cuatro pedidos, tres la insultaron a ella y a su padre antes de exigirle usar un bozal, que aunque fuera hija de su mejor sacerdote eso no le quitaba lo demoníaco.
Al menos ya no le decían perra asesina y rastrera, era algo bueno ¿no?
Para el atardecer su trabajo se dio por completado y Akari casi la echaba a patadas del lugar antes de tirarle unas cuantas monedas y billetes.
— Mañana te quiero aquí puntual y a tiempo ¿Entendiste?
— Pero… mañana yo no…
— ¿Ah? ¿Que dijiste? —La omega se acercó intimidante a la alfa que veía algo decepcionada la poca cantidad que la mujer le lanzó— ¿Que me dijiste, demonio alfa?
— Mañana no trabajo… es el aniversario de la muerte de mi mad-
Kiara no completó la oración por la fuerte cachetada que recibió por parte de la omega, su enojo era tanto que parecía expulsar humo por las orejas.
— ¡Eres la menos indicada para lamentar su muerte! ¡Por tu culpa murió! ¡Porque eres un demonio asqueroso! —Kiara observó a la omega entrar al domicilio, vigiladas por la alfa con bozal que trataba de calmar a un pequeño niño de casi dos años— Si mañana no planeas aparecerte, entonces considerate despedida, alfa.
La menor observó aterrada a la azabache que cerró de un portazo la puerta, Kiara no dijo nada. La alfa sólo busco en su bolso un pequeño monedero y contar el dinero que tenía junto al que había ganado.
Suspiro aliviada al notar que le alcanzaba justo para comprar algunas cosas mañana para la alacena e inciensos para su madre.
Era una desgracia que ya no tenía empleo… bueno, al menos eso le daría oportunidad de volver a cazar junto a su padre, eso era divertido junto a ayudar a las chicas en sus clases de biología, en sus prácticas solitarias de baile o en sus prácticas de equitación.
Ellas al menos, junto a unos pocos compañeros de escuela, la trataban como una chica común.
La pobre cazadora cometió el error de no notar al hombre de ojos amarillos que la veía con asco y burla.
El inteligente alfa no esperaba que la bella cazadora de cabello níveo bajará tan sumisamente su cabeza.
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