8 | Nace un Flor
Nacimiento de Jimin
La templada mañana en que dejaron a Jimin entre los plácidos brazos de su padre, fue sin dudas el día más feliz del joven papá. Besó la mollera de su primogénito e hizo una promesa que cumpliría así se cayera el mismísimo cielo sobre ellos.
—Tú serás mi luz, mi dulce flor, cuidaré de ti por toda la eternidad.
El diálogo entre el joven y su recién nacido se vio interrumpido cuando observó el murmullo entre todas las presentes mientras se abría paso a los codazos una morena y menuda mujer.
La dama mascullaba palabras inentendibles en lo que parecía ser un monólogo interno que reprimió en el instante que llegó hasta el lecho donde se hallaba la parturienta.
—¡Margarita! —el padre corrió hasta el lado de la mujercita— ¿Qué floreció? dímelo por favor ¿por qué tardaste tanto en llegar?
—Yo no tardé, hice el mismo recorrido de siempre. Es tu ansiedad, Galo, ya sabes, el jardín de los nacidos no está tan cerca pero tampoco lejos.
La mamá observaba con mucha atención la charla entre su enamorado y el hada de los nacidos, quién lleva sobre sus hombros ni más ni menos que la potestad de presenciar cuál es la flor que se abre en el mismo segundo que una madre da a luz.
Ella, más tarde anunciará a la pareja cuál será el brote que regirá en la vida del hada que acaba de llegar a este mundo.
Ese hecho, no solo determinará cuál es la especie que guiará sobre la vida del neonato convirtiéndose él en el protector de esa especie, sino que también va definir su género que por el momento será neutro. Sí, neutro, ambiguo, hasta el día que el hada llegue a la edad de reproducirse y entonces su cuerpo se presentará con un género u otro.
—¿Y bien? ¿Cuál es su flor? Repitió el padre de manera ansiosa.
—Jacinto. Un jacinto bello y vigoroso nació a la par que tu hijo.
—Qué hermoso.
—Y también una azucena...
—¿Qué? ¿Cómo es posible? Debes haberte equivocado. Nadie tiene dos flores distintivas.
—Pues, tu recién nacido, sí.
Observó al bebé y acarició su pequeña carita. Era la primera vez que alguien del clan llevaría dos flores como designio. ¿Esta es una buena señal? No tenían certeza pero lo que sí era seguro es que su retoño no sería un hada común.
Jamás se les cruzó por la mente que lo que el destino tenía preparado para su heredero, era exactamente un futuro que echaría por tierra todo aquello que era ley para el reino de hadas desde los siglos de los siglos.
Margarita con el consentimiento de madre y padre alzó al capullo y lo posó sobre su pecho, al oído, con el singular lenguaje de las flores, le susurró el mantra que la madre Tierra había concebido para el nuevo brote de jacintos y azucenas. Ese significativo rezo fue creado especialmente para él y solo Margarita, el hada de los nacidos, y el niño color caramelo tendrían la oportunidad de escuchar y pronunciarlo.
Pasó el tiempo y el capullo se desarrolló como un crío feliz en todos los órdenes. Radiante y desenfadado, Jimin sobresalía en el entorno que fuera. Era dueño de un carácter vivaz y curioso que lo llevaba a explorar sin límites cada rincón de la comarca. Lo criaron entre mimos y complacencias pero contrariamente a lo que pueda esperarse de una criatura a la que nunca se le negó nada, él no era ni caprichoso ni demandante, al contrario, era un ser generoso y lleno de magia.
Dotado de una belleza singular y exótica, todo en él se destacaba. Su cabello rubio lucía irreal al sutil contraste de la piel color caramelo y ojitos café.
Una impronta violeta, magenta y verde agua, reventaba sobre las alas tornasoladas del hada de jacintos y azucenas, allí estaban sus flores haciendo acto de presencia sobre el cuerpo del joven dorado
¡Todo él era un estallido de aromas y colores felices!
Su entrenamiento como protector de jacintos casi concluía y estaba a nada de comenzar el próximo que incluiría a las azucenas como plan de estudio. Las jornadas extenuantes al lado de las hadas matriarcas que se encargaban de capacitarlo eran cada día más exigentes pero él transitaba el proceso con actitud asertiva y madura.
A lo largo del periodo de formación, las matriarcas le enseñaron que las plantas aromáticas y los aceites esenciales son muy valorados por sus propiedades medicinales y terapéuticas, incluso formaban parte de la tradición y cultura ya que su clan solía usarlos en rituales y celebraciones. Sin embargo también le enseñaron el arte de la hechicería.
Él había aprendido a machacar las flores y las hojitas para más tarde colocarlas en un aceite vegetal tibio, logrando así un exquisito extracto de sus flores preferidas.
Su madre era la primera destinataria de sus ungüentos, ella era siempre materia dispuesta para prestarse como voluntaria a los experimentos y ensayos de su hijo. Y también era quién se ofrecía para que Jimin practicara sus hechizos de sanación sobre sus huesos cansados.
Con cada carcajada musical que su pequeño capullo daba, ella confirmaba que el universo la amaba por haberle regalado el don de crear a la flor más bella.
Y el universo no se privó de nada al crear esta bella flor y dotarla de magia y fascinación porque, aunque nadie lo supiera, Jimin Otoño levaba grabado en la memoria universal de su existencia un destino transformador de evolución y crecimiento.
El reino de las hadas no estaba listo para lo que vendría.
Jimin en poco tiempo se presentará como macho y se enamorará de otro.
Y no de uno cualquiera. No. Claro que no.
Él va transgredir una de las leyes más sagradas de su cultura.
Hadas y ángeles no se mezclan.
Jimin y Jungkook, sí.
Ay de Jimin, hada de otoño, ay de Jungkook, alípede sin reino.
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