5 | Tres madres y un charco de sangre
Latita Jiho
Las mujeres ante el temor de que Jungkook fuera descubierto por los alfa de su manada, le dejaron crecer el cabello y lo vistieron con la ropa de Nari durante demasiado tiempo.
Cuando el niño dejó de ser un niño y comenzó su tránsito por la pubertad, los vestidos y su voz gruesa no combinaban y en lugar de sentirse seguras con el disfraz, se sintieron ridículas.
Soomin y Minah decidieron que ese no era un buen lugar para criar a sus hijos.
Minah, consideraba que Nari y Jungkook eran parte de ella aunque no los hubiera concebido.
No sólo estaba el tema de los alfas, también existía el peligro de que los hombres regresaran a buscar a su hijo, y eso las hacía temblar.
Así fue que de un día para el otro, las dos mujeres habían embalado los objetos necesarios de su hogar y emprendieron viaje hacia el bosque de hadas. Donde con suerte, los humanos no se atreverían a entrar.
Antes de la partida, Soomin caminó hacia el cenagal donde yacían los restos de su infante difunto. Tomó un puñado de lodo y sin dejar que se le escapara de sus dedos, colocó lo que más pudo en una cajita de lata a la que envolvió con pañuelos de encajes amarillentos,
«Latita Jiho» la llamó y la guardó en su morral.
Ya estaba lista para irse. Dejaba atrás carne de su carne que para estas alturas de seguro debía ser pura brea.
Sintió nostalgia por lo que abandonaba pero con ella se llevaba la esperanza de proteger y amar a sus dos criaturas.
Se establecieron lejos de todo y a la vista de nadie. Construyeron una casita austera pero cálida y llena de luz en las afueras del bosque de flores.
No fueron tan audaces para meterse en zonas donde no son deseados.
¡No señor!
Alípedes y hadas no conviven.
Y el inexorable paso del tiempo se hizo huella en cada uno de ellos.
Jungkook creció bajo el cuidado amoroso de sus dos madres que le enseñaron a usar sus alas y a montar vuelo aprovechando las corrientes ascendentes de aire.
El hermoso Jungkook de dieciséis años ya era capaz de mantenerse en vuelo durante largos períodos y cuando sus madres no lo veían, él hacía peligrosas acrobacias en el aire. ¡Era feliz!
Ya no usaba vestidos ¡claro que no! pero el cabello largo lo mantuvo y lo ataba en una sola trenza que caía al costado de su cabeza. El contraste de su piel blanca con su pelo negro, hacía ver a Jungkook como un espécimen único y bellísimo.
Una mañana como tantas otras, él salió a cazar para traer algo de sustento proteico y renovar la despensa. Había pasado varias horas muy entretenido pescando ya que cazando era un verdadero fracaso. Con una escueta pesca de tres pescaditos azules, se dispuso a retornar.
Conforme avanzaba hacia su hogar, su pecho le hizo sentir que algo andaba mal y aceleró sus pasos y cuando estos no fueron suficientes, batió sus alas y se echó a volar.
Llegó en el preciso momento en que uno de los humanos de aquellos cuatro que violaron a su madre-hermana, había invadido la vivienda y a los gritos y empujones sacaba a sus madres a las rastras y de los pelos. Cuando el cuarteto nefasto divisó a Jungkook en los cielos, él descendió de manera veloz para correr a defender a sus madres.
Ese ser alado, bello, fornido, era el hijo de una de estas bestias y por extraño que pareciera, se sentían orgullosos de haber dejado preñada una cría de doce años.
Jungkook no alcanzó a tocar el suelo cuando uno de los violentos sostuvo entre sus brazos a Nari, pasó su lengua por el rostro de la joven y en el acto comenzó a ahogarse con su propia sangre tan pronto Soomin, rebanara desde atrás, el gaznate del infeliz con un corte limpio y profundo que casi lo decapita.
—No bajes, Jungkook —Le ordenó Soomin a su hijo— Huye, hijo, huye lejos. ¡Ahora! Es una orden.
Jungkook aleteaba para mantenerse en el mismo lugar mientras trataba de entender qué mierda estaba pasando y si debía obedecer a su madre, o no.
Decidió que no. No dejaría a las tres mujeres de su vida, solas entre estos animales.
Ante la casi decapitación del primer hombre por obra de Soomin, se le sumó la muerte del segundo a manos de Minah. Pero el tercero y el cuarto portaban armas de fuego y contra eso, nadie podía.
El primer disparo perforó el pecho de Minah y cayó muerta en el acto.
Soomin abrazó a su hija y les dio la espalda a la espera del fogonazo que llegó perforando el cuerpo de madre e hija. Soomin cayó de rodillas pero no soltó el cuerpo sin vida de su niña amada. Cerró los ojitos de la joven y se abrazo a ella a la espera de su propia muerte.
Jungkook llegó por detrás del tercer asesino y lo apuñaló más de cien veces, quedándose con la carne pegada en sus nudillos y la piel del hombre salpicada en su cara. Nada pudo hacer ese ser inmundo frente a la furia desbordada de un joven que acababa de perder, de la manera más violenta y feroz, todo lo que tenía en esta vida.
El cuarto alcanzó a huir.
Bañado de sangre de la cabeza a los pies, se arrodilló delante de su madre que aún se aferraba a la vida tan solo para decirle lo más importante que Jungkook oiría en toda su existencia.
Acercó su oreja a la boca de su madre
—Escúchame bien, hijo amado, no queda mucho tiempo, volverán por ti. Uno de esos hombres, es tu padre. Quizás, con suerte sea uno de los que yacen muertos pero uno alcanzó a huir. Y volverá. No llores, sé fuerte.
—¿Mi padre? ¿Qué dices, madre?
—Ellos violaron a Nari hace dieciséis años atrás, exactamente tu edad Jungkook.
Los enormes ojos del chico no cabían en su cara.
—Sí, ella es tu verdadera mamá, Jungkook. Esta niña ausente, te parió y te dio de mamar. Yo suplí su lugar porque ella... bueno, bien lo sabes...
—Mamá...
—Jungkook amado, te he amado y cuidado como si te hubiera llevado en mi vientre.
—Lo sé, mami.
—Tenías derecho a saber la verdad.
Con sus últimas fuerzas giró su rostro buscando a Minah. Jungkook alzó a su otra madre y la acercó hasta Soomin que tomó la mano de su hermosa amada y lloró.
—Ella también fue tu mamá.
—Lo sé y por eso la amo.
—Ahora huye hijo mío, ve al bosque de las hadas y no regreses nunca, nunca más por aquí. Vete. Vete ya.
Por supuesto que él no obedeció. Con sus largos brazos las abrazó a las tres y esperó hasta que el último latido de Soomin se apagara tímido y sutil.
Tres madres y un charco de sangre. Jungkook perdió a sus tres madre en pocas horas.
Las fue llevando una por una a la cama de Soomin y Minah.
Las acomodó para que Nari al medio de ellas dos, descansara por toda la eternidad entre los brazos de sus madres.
Buscó leña y papeles, encendió un inclemente fuego a su hogar y se quedó hasta que las llamas se tragaran todo, todo lo que él amó. Lloró sin consuelo por horas, eternas horas que no lograron calmar el ardor de su alma.
Se deshizo de los cuerpos de las tres basuras que acabaron con su familia, arrojándolos por el acantilado y se quedó observando casi con morbo, cómo reventaban en el fondo contra las rocas.
Ahora sí, cumpliría con lo que le había prometido a su madre.
Antes de que todo ardiera, había levantado una muda de ropa, la guardó hecha un bollo en el morral que Soomin llevaba siempre consigo. En él se encontraba envuelta entre encajes amarillentos, la latita con el barro seco que su madre había recogido del fango detrás de su antigua casa y que para ella simbolizaba a Jiho, su hermano/tío muerto, del que por cierto, Jungkook ignoraba de su existencia. Pero pensó que esa latita le uniría a su madre sin tener ideas de porqué. Seguramente nunca lo supiera, pero para él, la latita era ella. Latita Jiho.
Huiría al bosque de flores para tratar de encontrar un poco de paz... o la muerte.
Lo que ocurriera primero para él estaba bien.
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