16| Jardín de cactus
El clan de Jimin, al enterarse de su relación con el ángel se enfurecieron tan solo de pensar que uno de los suyos había traicionado a su raza y a su naturaleza. Consideraron que Jimin había cometido un pecado imperdonable al unirse con un ser de otro reino, y más aún, con otro varón. No podían aceptar que Jimin fuera diferente.
Lo consideraban una aberración, una deshonra, una amenaza. Lo querían someter y separar.
Decidieron que debían castigar a Jimin y separarlo de su amante. Enviaron al grupo de hadas de guerra, armados con espadas y cerbatanas. Su misión era capturar a Jimin y traerlo de vuelta al bosque, donde sería juzgado y condenado. Si Jungkook moría en el enfrentamiento, para ellos sería un alivio.
Siguieron el rastro que el hada y el alípede habían dejado tras su marcha al bosque de cerezos. A pocos metros de ingresar al Jardín Malva Rosa, donde Jungkook y Jimin consagraron un sublime y último acto de amor, fueron rodeados por los guerreros que atacaron a la pareja como si de delincuentes se tratara.
—¡Jimin, traidor! ¡Has mancillado el honor de tu clan y de tu raza!
Eran demasiados. Los guerreros hadas eran más fuertes y más numerosos. Los rodearon y los superaron. El círculo se hacía cada vez más pequeño y entre las lanzas que los apuntaban, Jungkook abrazaba a su hada y cantaba bajito a su oído para que Jimin no oyera las barbaridades que este grupo indolente les gritaba. Pero el líder de los guerreros levantaba su voz como si deseara que todo el reino lo escuchara.
—¡Has ofendido a la naturaleza y al bosque! ¡Has renegado de tu magia y de tu destino! ¡Has elegido mal tu compañero y tu camino!
Jimin levantó su rostro y miró a su ángel. «Te amo» le susurró en el mismísimo momento en que el abrazo fue roto de un tirón. Él fue arrastrado por un enorme hada de cedro que sujetó tan fuerte su brazo que creyó que se lo cortaría. Pero ni el dolor ni la desesperación impidieron que Jimin fuera testigo de ver caer a Jungkook tras el disparo certero de una cerbatana asesina que dio de lleno en su pecho. Y mientras era alejado del sitio donde su amor había caído, Jimin dejó allí, sobre el pecho de Jungkook su pobre corazón maltrecho.
Jimin fue cargado en hombros de uno de los guerreros y llevado directo al jardín de cactus. Al maldito jardín de cactus donde ningún hada ha salido de allí con vida.
¡Pero qué locura es esta! ¿No son las hadas los seres mágicos del bosque? ¿Cómo es que condenan sin juicio a uno de los suyos solo por ser diferente? Todas preguntas sin respuestas que el mismísimo bosque se hacía frente a los crueles hechos de violencia que a los que estaban siendo sometidos Jungkook y Jimin.
El jardín de cactus era un lugar espantoso, lleno de espinas y de dolor, si una sola de esas agujas lo tocaba él moriría en el acto. Era el lugar donde encerraban a los criminales y a los rebeldes, para que sufrieran y se arrepintieran de sus actos.
Pero Jimin no tenía de qué arrepentirse porque él solamente había cometido un error y era el de creer que pertenecía a una raza justa y noble que no emitiría juicio ante dos seres que se amaban profundamente.
Pero se equivocó su raza sí lo juzgó, sí lo condenó, sí lo sometió al peor de los castigos y no se trataba precisamente de arrojarlo de cabeza al círculo de cactus sino de haberlo separado del ser al que ama y por el que él daría su propia vida.
—Aquí te quedarás hasta que venga el sabio —Con desprecio dijo el líder de los guerreros— o hasta que mueras, lo que ocurra primero. Y no esperes clemencia, Otoño.
Y si algo no esperaba Jimin de esta horda de salvajes, era precisamente clemencia.
El guerrero se marchó dejándolo solo en esa jaula de cactus. Rodeado por un círculo infinito de espinas, Jimin sabía que sólo tenía una oportunidad para permanecer con vida, respirar profundo y entrar en un modo de meditación que alejara de su cabeza la imagen de Jungkook cayendo con su pecho herido. Y así quedó, quietito, con ojos cerrados y con sus brazos rodeando su cuerpo y disminuyendo respiración y latidos a lo mínimo y necesario que le permitiera permanecer con vida.
La próxima vez que Jimin abrió sus ojos, se encontró frente a frente con uno de los seres mágicos del bosque, un anciano de barba blanca y ojos azules que llevaba un bastón de madera. Era el sabio del bosque, el encargado de designar a las hadas a una casta específica según sus dones.
¿Qué hacía el sabio en el maldito jardín a donde lo habían confinado?
—Despierta, Jimin Otoño —dijo el sabio con voz grave, de pie al otro lado del circulo de pencas— ¿Estás listo para conocer tu destino?
Jimin se limitaba a observarlo sin hacer ningún comentario y sin moverse porque él aún seguía con mil espinas a su alrededor apuntando su ser.
—Sé que este no es el mejor sitio para hablar, Jimin, pero el concilio de hadas me ha convocado para que conozcas el mensaje del bosque antes que se dicte tu sentencia.
Jimin ni siquiera pestañeó al escuchar
esa palabra nefasta. ¿Sentencia? ¿Iban a sentenciarlo? ¿Sin juicio? ¿Y cuál era su delito? ¿Amar distinto? La preguntas se atiborraron en su cabeza sin escuchar lo que el anciano continuaba diciendo sin hacer pausa alguna.
— .. y como te decía, esa será la condición para que salgas de aquí.
—¿Condición? ¿Qué condicion?... espere, sabio espere, no escuché esa parte...
El sabio tampoco escucho a Jimin y prosiguió parloteando
—Tú sabes que fuiste enviado en invierno sin haber llegado a la edad de recibir tu designación.
El sabio esperaba respuestas pero Jimin no emitía sonido ya que había decidido no hablar hasta que el viejo regresará al relato y le contara todo desde el inicio.
—También, sabes perfectamente que las hadas deben cumplir con su deber y servir al bosque. No puedes negarte a tu designación. Es la ley.
—Me enviaron en invierno y soy un otoño— Jimin salió de su ostracismo para cuestionar— ¿Eso solo se trató de un error? ¿O yo soy el error para ustedes, Señor Sabio?
—Tú no eres un error, Jimin, tú eres el orgullo del bosque... Bueno, eras, ahora ya no estoy tan seguro.
—¿Era? Explíqueme, por favor, con lujo se detalles.
—No hay mucho que explicar, Jimin te uniste en carne con una criatura de otro reino. El concilio te ordena que lo abandones que hagas una purificación de tu cuerpo para que puedas hacer aceptado por la casta a la que perteneces.
—No quiero pertenecer a ninguna casta. Quiero ser libre de elegir mi propio camino.
—Eso es imposible, Jimin —replicó el sabio con severidad.
—¿Y qué pasa con el amor? ¿No tengo derecho a amar a quién yo quiera?
—El amor es un sentimiento peligroso, Jimin —advirtió el Sabio con desdén— Te hace débil y te aleja de tu propósito. Sobre todo si se trata de un amor prohibido, como el que sientes por ese alípede.
—¿Débil?
—Hemos visto tu traición al bosque.
—No es una traición, es amor —protestó Jimin al borde de las lagrimas. Él no podía creer lo que este hombre que se supone, es el "sabio" del bosque dijera tales barbaridades— Jungkook me hace feliz. No puedo vivir sin él.
—Pues tendrás que hacerlo, Otoño —sentenció el sabio con crueldad— Porque nunca más volverás a verlo. Te lo prohíbo. Y te ordeno que aceptes tu designación, o sufrirás las consecuencias.
Jimin Otoño sintió que se le rompía el corazón, no podía creer que el sabio fuera tan injusto y cruel, no podía aceptar que le arrebataran su amor y su libertad. No podía obedecer esa orden.
—No, no lo haré. No aceptaré tu designación. No renunciaré a Jungkook.
—Hablas de él como si siguiera vivo.
Jimin sintió que todo su universo se venía abajo.
¿Su ángel había muerto? Eso no era posible, él aún sentía conexión con él. Pero si era real lo que el sabio le estaba diciendo y Jungkook había muerto para él su mundo se acababa en este preciso momento.
—¿Jungkook... est-est- tá muerto? —tartamudeó.
El profundo silencio al que se llamó el sacerdote caló tan profundo en el corazón del hada que pudo sentir su crujido en el pecho.
Si Jungkook había muerto ya nada tenía sentido para él. Observó todos los cactus a su alrededor y eligió aquel que tenía el verde más brillante y la espina más filosa.
En cuestión de segundos Jimin había decidido que esa jaula de agujas sería el lugar donde él daría su ultimo respiro.
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