Capítulo 11

La vida de Suni no había sido sencilla, desde que tenía memoria había vivido en una enorme casa con más de cuarenta niños de diferentes edades y con personalidades que en muchas ocasiones chocaban y explotaban, por lo mismo tuvo que aprender a defenderse, a ser egoísta con las pocas pertenencias que poseía; tres cambios de ropa y una muñeca a la cual le faltaba un brazo porque uno de los niños lo había cortado con una tijera en una noche que estaba ella profundamente dormida como venganza por no haberle dado el postre a la hora del almuerzo.

No conocía otra vida que despertar cada mañana llena de reglas y normas de las cuidadoras que debía seguir al pie de la letra si es que no quería recibir un castigo.

Pero por ser la más pequeña de la casa muchos abusaban de ella, culpándola de sus travesuras para que la regañaran, haciendo lo posible por sacarla de sus casillas y hacerla llorar, era duro y muy difícil pero Suni no tuvo otra opción que formar una coraza donde nadie pudiera entrar a hacerle daño.

Porque ya había llorado lo suficiente.

Ya había recibido suficientes golpes.

Suficientes regaños.

Suficientes castigos y no quería sentir otra bofetada en su mejilla.

Las veces que las recibió aguantó las lágrimas, la directora del orfanato dijo que debía hacerlo, que era una mujer hecha y derecha, que la vida afuera era mucho peor y que debía estar agradecida por el pan que ponían en la mesa para ella.

A pesar de que muchas veces la dejaron sin comer, o sin bañar.

Fue creciendo y madurando antes de tiempo, viendo como iban matrimonios jóvenes al orfanato para ver a los pequeños, veía cómo se llevaban a los demás y jamás a ella, el sentimiento se angustia y tristeza aparecía y no entendía la razón por la cual no merecía tener una familia.

Hasta que aquella duda fue aclarada de la peor forma posible.

"Nadie va a querer a una mocosa tan fría y fea como tú".

Las palabras de la directora quedaron grabadas no solo en su mente, fue como si lo hubiese escrito en su frente, en cada centímetro de su piel para que nunca las olvidara y caminara por la vida con esa carga llena de tristeza que había colocado en su espalda.

Suni no sabía lo que pasaría con ella, no sabía si saldría de ese hospital, si volvería al orfanato o terminaría en la calle, lo cual estaba segura que sería mucho mejor que regresar a esa casa, tal vez moriría.

Tampoco sonaba como una mala idea.

Gritaba y nadie la escuchaba.

No tenía una razón para luchar, ¿Qué sentido tenía vivir cuando no tenía de qué aferrarse?

El escaso oxígeno en sus pulmones era una clara prueba de que la vida poco a poco estaba abandonando su cuerpo y su corazón no tardaría mucho en dejar de latir.

Quizás no merecía una familia, quizás en otra vida hizo algo tan terrible que en esa lo único que podía recibir era el desprecio de los demás.

—¡Son burbujas!

—¡Qué lindas!

Escuchó los chillidos y risas infantiles afuera de su habitación, se quitó la mascarilla y se levantó, el frío del piso le provocó una corriente por el cambio de temperatura, se mareó por lo que se afirmó en la cama al caminar y se acercó a la ventana asomándose con cuidado de no ser descubierta.

Ahí estaba MinKi y DoYeon jugando con algunos niños en el jardín de la fundación, todos tenían el rostro pintado de diferentes tipos de animales, hacían burbujas y los menores corrían a reventarlas, algunos en sillas de ruedas y otros con la ayuda de los paramédicos para que no cayeran los porta sueros.

Era un juego estúpido y sin sentido.

Pero ella quería salir y probar un poquito de la felicidad que ellos sentían.

Los adultos reían y en un momento se tomaron de las manos, MinKi dejó un sonoro y fugaz beso en la mejilla de DoYeon y se miraron a los ojos, no había que saber mucho para darse cuenta del amor sincero que se tenían.

Soltó un suspiro mientras los observaba, pronto se casarían y formarían una familia.

Bajó la mirada pensando en la suerte que tendría el niño que llegaría a sus vidas, se volteó para volver a la cama pero la falta de oxígeno la hizo caer al suelo.

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