Taisetsu


Día 2: Enemigos

Advertencia: Universo alterno ‖ K+ ‖Han pasado 6 años, ambos tienen 18‖ Romance-Fantasía.‖ Short-fic que continúa en el día 2, 3 y 6.

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Las nubes oscuras llenaban el firmamento, impidiendo que el sol tocara tierra. Algunas aves se arriesgaban en los cielos a cazar su alimento antes de que el agua que estaba acumulando cayera en la tierra como tempestad.

Sus ojos se alzaron al cielo recibiendo la primera gota en la mejilla derecha. Su atención se dirigió nuevamente hacia la entrada del reino, hasta que finalmente vio una mancha acercándose lentamente, hasta que la mancha estuvo más cerca y reconoció a los guerreros que ingresaban a Qasilia.

Entusiasmada al ver a los guerreros entrando se adelantó, siendo alcanzada por la lluvia torrencial que caía del cielo.Vio al último hombre ingresar al reino y su sonrisa esperanzada se transformó en la agonía misma al entender lo que eso significaba. Esos guerreros se habían enfrascado una pelea en los limites del territorio y esos eran los sobrevivientes que habían logrado regresar.

Y su padre no estaba entre ellos.

El dolor buscó consumirla mientras caminaba hasta su casa. Intentado encontrar la manera de comunicarle a su madre que era lo que había sucedido. No había manera agradable de decir que su esposo estaba muerto y mucho menos de una forma donde su voz no se rompiera. Y más aún cuando el ultimo recuerdo que ambas tenían sobre él era desayunar juntos y su padre prometiendo que volvería.

Llegó que su casa sin muchos ánimos, quedándose en la entrada mientras la lluvia la mojaba hasta la médula. Veía la manija de la entrada sin tener la intención de entrar, no podía hacerlo, no cuando eso significaba malas noticias.

Inesperadamente la puerta se abrió dejando ver a su madre, quien había salido cuando ella había demorado en regresar y con la lluvia arreciando. Solo una vista al rostro demacrado y transparente de su hija que estaba enfrente le hizo entender lo que sucedía, no se necesitaron palabras.

Erza vio a su madre gemir de dolor mientras regresaba a su casa. Su labio tembló incapaz de seguir a su madre. A fin de cuentas su madre había perdido a su esposo y ella a su padre. Un dolor que no le deseaba a nadie y que ese enemigo parecía haberse bufado de ese hecho.

Erza había alcanzado su mayoría de edad con prontitud por la guerra que había alcanzado a su reino. Algo que nadie esperaba y que llegó tan súbitamente que tomó con la guardia baja a todos los de Qaislia.

Todo eso había iniciado seis años atrás, en una situación que jamás pensó que estuviera relacionada.

Aquel día había esperado pacientemente en Heelinas a que Jerall apareciera como cada tarde. Esperó pacientemente hasta que el cielo se oscureció y se vio obligada a regresar a casa. Los días siguientes acudía a Heelinas con esperanza de verlo ahí. Pensaba que aquel día había sucedido algo y por eso no se había presentado. Y al día siguiente considero la misma excusa y el día siguiente y así durante una semana. Hasta que finalmente comenzó a pensar que algo verdaderamente malo había sucedido.

Jellal le había dicho que la vería ahí al día siguiente, mencionando que no podía esperar, que estaba emocionado de verla. Y esas palabras fueron lo que llevaron a Erza a esperarlo cada día, en ese que era su sitio, con el corazón cogelandose poco a poco.

Luego de una semana de asistir a Heelinas, cuando regresaba al reino fue cuando escuchó los cuchicheo de la gente y como susurraba mientras más avanzaba. Hasta que al llegar a su casa su madre la obligó a entrar con rapidez mientras su padre se alistaba. Erza pensaba que se estaba perdiendo de algo sumamente importante, sin entender a su corta edad que estaba sucediendo. Toda su vida había sido pacifica y feliz en Qaislia, hasta que su padre la sentó a su lado y pronunció entre sus labios la noticia que cambiaría todo su mundo.

Había sido levantada una declaración de guerra por Deastoria.

Su pueblo, Qaislia, había asesinado al rey de Deastoria. El reino de junto no podía quedarse callados con esa falta de respecto a su soberano, por lo que la guerra explotó. No había habido ni una guerra en tantos años que todos lo habían olvidado. Los conflictos entre ambos pueblos eran cosas políticas que estaban llegando a un acuerdo mutuo. Ese hecho cambió por completo cualquier estatus de negociación y la tregua fue olvidada.

Lo primero que pensó Erza fue que esa era la razón por la cual Jerall no se había presentado desde aquel día donde había prometido que lo haría. Su padre había muerto, ella no podía imaginar un dolor como ese. Quiso poder verlo para decir algo que lo consolara, pensando en ir a Deastoria para buscarlo y darle la compañía que sabia que le faltaba. Hasta que la idea más importante la golpeó en la cara. Que su reino había matado al rey de Deastoria y que con la guerra entre ambos reinos solo significaban una cosa.

Que ellos de habían habían convertido en enemigos.

Y ese hecho, con sus doce años de edad, fue algo que la hizo sentir tan afligida. Porque aquel niño con la sonrisa tan cálida jamás podría verlo como un enemigo, no cuando lo conocía de tan cerca y sabía que era una buena persona. Quería creer que aquel niño consideraba los mismo, a pesar de que sus reinos se encontraban en guerra, los momentos que habían vivido juntos no desaparecerían.

Erza se aferró a esa idea durante todos esos años. Desde aquel día donde Jellal no había regresado a Heelinas, ella siguió yendo. Primero todos los días, después cada par de días, hasta que la frecuencia comenzó a disminuir. Y la Scarlet solo iba de vez en cuando, aún con la esperanza de volver a encontrar esa cabellera azul y los orbes negros esperando por ella. No podía evitar sentir dicha esperanza al caminar hacia el rio y que esa vez, al fin fuera sorprendida al ver al chico.

Los años transcurrieron rápidamente entre enfrentamientos y combates por fuera del territorio de ambos reinos. Erza iba cada determinado tiempo a Heelinas, con su esperanza congelada. No esperaba encontrarse a Jerall, solo iba a ese sitio cuando necesitaba estar sola, ese era su refugio a fin de cuentas, la tensión en el reino cada vez era más insoportable y la guerra comenzaba a dejar sus consecuencias. Escasez en los alimentos y el pánico creciente entre todas las personas y soldados que tenían que ir a pelear con el ejercito contrario.

Pero aquel día, aque día luego de seis años, cuando su padre no regresó de uno de los enfrentamientos más sanguinarios entre ambos reinos, el corazón de Erza se rompió. Durante todo este tiempo se había aferrado al hecho de que a pesar de que no hubiera vuelto a ver a Jellal, posiblemente él estuviera pensándola tanto como ella. Que se aferraba de la misma forma que ella a los momentos que habían compartido juntos y que ese corto tiempo había sido especial. Que en algún momento, cuando esa guerra terminara, tal vez, volverían a aquel lugar en medio de la montaña y se reencontrarían como si el tiempo no hubiera pasado. La llevaba a imaginarse como el tiempo había jugado en el físico del chico y si lo reconocería al verlo. Cada una de esas ideas se rompió, ideas que había congelado en su interior y que al no ver a su padre volver se despedazaron en pequeños cristales de hielo.

Porque esa guerra que se había llevado a su padre, era culpa de Deastoria.

La muerte de su padre era culpa de Jellal, un hecho que había estado ignorando todo ese tiempo. Al ser el heredero de la corona y con la muerte de su padre, era evidente que el subiría al trono, con ayuda de algún asesor a cargo. Podía intuir que los primeros años pudo haber un rey temporal por la corta edad de Jellal, pero ahora, ella lo había escuchado.

Cuando su padre estaba por partir esa ultima vez.

―¿Porque tienes que ir tu, papa? ―Erza quiso saber el porque del cambio.

En todo ese tiempo que estuvo la guerra vigente, su padre no había sido llamado en las filas para ir a pelear, al ser un simple guardia en el castillo.

―Hubo una nueva organización en el reino enemigo ―Su padre tomó su espada y la colgó de su cintura. ―Hay un nuevo rey en Deastoria, el único heredero del antiguo rey.

Erza simplemente se había quedado callada. Su padre pensó en esa ocasión que era por el miedo de verlo partir. Pero la realidad es que Erza sabía de quien estaba hablando. Y había tenido la esperanza de que Jellal, el chico más bondadoso que conocía, una vez en el trono terminaría con ese absurdo enfrentamiento.

Sin embargo, cuando el tiempo que pensó que su padre tardaría en regresar se prolongó, cuando el último soldado vivo ingresó por la entrada de Qaislia, toda la imagen que tenía sobre Jellal se rompió. Ese calor en su abdomen se transformó en el más puro sentimiento de la ira y odio. Una ira que salia por sus ojos en forma de lagrimas por la frustración de haber perdido a su padre y no poder hacer nada al respecto. Podía escuchar a su madre sollozando en la sala y ella era incapaz de decir nada. No podía hacer nada, ella solo podría ver que aquella guerra siguiera sin una fecha de termino.

Miró su reflejo en el espejo de piso que tenía en su cuarto y como las lágrimas descendían por su rostro . Todo su sufrimiento era por culpa de Jellal y de su reino, ellos le habían quitado a su padre. Y Erza no podía quedarse con las manos cruzadas, no cuando su mente clamaba por venganza. Ella vengaría cada gota que su padre había derramado en batalla.

Contempló su imagen fijamente y sus ojos marrones se detuvieron en su cabello, de rojo escarlata y un recuerdo se desató en su mente.

"Tu apellido encaja contigo, Scarlet, me encanta"

Ella había llegado a la conclusión, en sus antiguas tardes en la montaña mientras esperaba que Jellal apareciera, que había mencionado aquello por el color de su cabello. Y tal hecho, de poseer algo que le recordara al infame hombre que le había arrebatado a su padre, la impulsó a tomar las tijeras del cajón que tenía en su habitación y cortar sin ningun cuidado su cabello.

Los mechones de cabello descendieron hasta alcanzar el suelo, en un intento de eliminar ese recuerdo.

Ella se encargaría de vengar a su padre y a su reino y destruir a Deastoria, lo juraba por ser Erza Scarlet.

Por lo que sin esperar más, al día se dirigió sin dudar hacía el castillo de Qaislia, con una espada de su padre atada a su cintura y se presentó voluntaria en el ejercito del reino. Al inicio los hombres ahí protestaron, no podían aceptar a una mujer y mucho menos a alguien menor entre sus filas. Debido a la situación actual bélica del reino, cada uno de los soldados que estaban alistando debían tener en cuenta que la guerra no tenía fecha de termino y que estaban ofreciendo sus vidas por el bienestar de Qaislia.

La rechazaron durante una semana, sin intención de aceptarla. Erza simplemente los miró con gran furia antes de darse la vuelta y salir de ahí.

El día de entrenamiento de los soldados, su primer día, en el que evaluarían a todos los voluntarios para saber por donde empezar con el entrenamiento llegó con rapidez, no había tiempo para desgastar. Un hombre robusto y rubio los obligó a ponerse en linea recta y organizó parejas para enfrentarse entre ellos, para poder medir que era lo que habían conseguido con el reclutamiento.

Apenas había veinte de ellos, pero muchos de ellos eran jóvenes. Varios de sus soldados experimentados estaban heridos o habían perecido en el combate. El ejercito enemigo tenía una fuerza demoledora, por lo que si ellos no querían perder, debían obtener más fuerza de la manera que fuera.

Un hombre de cabellera castaña y una capa rodeándolo miraba todo desde un sitio apartado con gran interés. Era el capitán a cargo, Gildarts. Su trabajo ese día no era pelear para destrozarlos ni originar el miedo, cosa si sucedía si él peleaba contra ellos. Él era el elemento más fuerte entre todos los del reino, por lo que su tarea era más importante. Entrenar a esos debiluchos y volverlos soldados funcionales. Por lo que simplemente se acercó, para mirar a cada uno de los nuevos y evaluarlos.

Vio a las parejas de voluntarios pelear entre si y finalmente Laxus, su mano derecha y el teniente del ejercito, quien era el que estaba en mayor contacto con los futuros soldados, que quiso hacer alarde de sus habilidades. Organizando un enfrentamiento de uno a uno, para ver quien de ellos, de los que estaban ahí podía desarmarlo. Algo imposible, él era el relámpago de Qaislia. No existía nadie en el ejercito que pudiera con su velocidad, dejándolo de lado a él.

―Bien, empecemos con esto ―Laxus caminó enfrente de los soldados que estaban parados en fila. ―Quien logre derribarme o al menos desarmarme, podrá estar en las primeras filas del siguiente batallón.―Lo dijo en todo autoritario y burlón.

No tenían demasiado tiempo para el entrenamiento, a penas un mes antes de que partieran a un enfrentamiento real. Podía ver el miedo reflejado en alguno de los nuevos soldados, sabía que realmente ninguno de ellos quería estar ahí pero eran necesarios para mantener en pie a su reino.

Uno a uno fueron pasando los soldados, los primeros fueron demolidos sin la menor oportunidad, lanzados con fuerza hasta estrellarse en el árbol más cercano. Otros se quedaban paralizados al ver la figura imponente de Laxus acercándose con una espada de madera que dolía tanto como una real al alcanzar su cuerpo. Hubo un hombre, que habían divertido a Laxus temporalmente. Bloqueó su ataque dos veces y habían logrado darle con la espada en el abdomen. Solo que su ataque fue tan débil. Laxus pudo ver la duda en los ojos de su adversario. Por lo que lo tomó del cuello, alzándolo y tirándolo al suelo con fuerza .

―Regla numero uno ―Laxus levantó su dedo mientras caminaba alrededor del cuerpo inerte en el suelo. ―Jamas duden o sientan piedad por su enemigo o eso será lo ultimo que harán en su vida. ―Tomó su espada y la dirigió con fuerza al cuello del hombre en el suelo quien se paralizó de miedo. ―Mientras el enemigo les corta el cuello.

Una vez de ver el miedo reflejado en el chico, se alejó, dándole la espalda al ultimo soldado en pie que quedaba. Su complexión no era nada alentadora , aunque no podía ver el miedo en su rostro debido a la capucha que tenía. Lo primero en lo que tenían que trabajar era el el vestuario lamentable que todos esos soldados había traído. Pero ese era su primer día, no era nada relevante.

Laxus disfrutaba aquellas clases instructivas, porque una vez que los nuevos soldados veían una mínima parte de su fuerza, el miedo era claro en sus ojos. El miedo de que eran conscientes a que se enfrentarían en batalla. Darles un adelanto y prepararlos de esa forma. Algo que él disfrutaba en demasía hacer.

―Tú, debilucho, acercate y dame tu mejor golpe. ―Laxus se quedó de pie, cruzando los brazos y sonriendo con arrogancia. ―Eso si puedes.

Vio al soldado acercándose y como levantó el rostro lo suficiente para ver el color marrón en sus ojos ocultos junto con un sentimiento: determinación. El soldado se movió tan rápido que Laxus apenas tuvo tiempo de tomar la espada de madera e interponerla entre su cuerpo y la espada que casi tocaba su cuerpo. Orgulloso como siempre, se sintió insultado por tal acto y sin contenerse, como llevaba haciendo todo ese rato, blandió su espada con ferocidad, con la intención de alcanzar el cuello de aquel soldado y enseñarle su lugar.

Sin embargo, cada uno de sus ataques fue bloqueado con maestría y súbitamente aquel soldado se liberó de su ataque e inició un ataque contundente contra él, moviendo la espada y haciendo retroceder al gran relámpago de Qaislia por primera vez en tanto tiempo. Laxus apenas podía interponer su espada. Hasta que cometió el peor error, pestañear. Un simple parpadeo fue suficiente para que aquel soldado deslizara su espada de tal forma y con tanta fuerza que la espada de Laxus retumbó tan fuerte que salió volado y la espada de su contrincante pasó rozando su cuello. Laxus anonadado por tal hecho, estiró la mano para recuperar su espada en el aire.

La ira misma de ser acorralado de esa forma enfrente de unos simples aldeanos y más el que fuera desarmado por ese tipo encapuchado debilucho lo hizo enfurecer. Por lo que se lanzó sobre él, agitando su espada con la velocidad que le era reconocida y en un cambio de situación aquel soldado no podía controlar sus ataques y terminó en el suelo, con Laxus encima suyo y presionando la punta de su espada de madera en su cuello.

Todo el enojo de Laxus se paralizó cuando la capucha cayó al suelo, revelando una cabellera roja y unos ojos marrones grandes. Piel de porcelana y una sonrisa ladina, de burla. Lo cual dejó salir la frustración de Laxus pero drenando parte de su enojo. Aquel soldado era una mujer.

Y no cualquier mujer, recordó aquella cabellera roja que día con día acudía a enlistarse en el ejercito y él mismo la había rechazado, recordando las palabras que le había dicho el día anterior.

―Una mujer no nos sirve en el ejercito, tú no serías capaz ni de desarmarme.

Sabía que esa sonrisa ladina era porque había demostrado que si podía hacerlo, a pesar de ser una mujer. Con el orgullo dañado se levantó, guardando su espada y la fulminó con la mirada mientras la veía levantarse.

―Yo te dije que no podías....―Fue interrumpido.

―Y yo te he demostrado que si puedo hacerlo, que puedo pelear mejor que cualquier nuevo recluta y hasta mejor que tú.

Laxus encolerizado se acercó con la intención de demostrarle modales, hasta que una mano en su pecho lo detuvo. Al girar el rostro pudo ver a Gildarts con los ojos brillantes. Laxus recordó esa mirada de años atrás, cuando el capitán lo había encontrado entre todos los nuevos reclutas. Como si hubiera encontrado una piedra preciosa entre una torre de carbón.

―Sabes usar la espada muy bien ¿quien eres?―Gildarts se acercó con interés, evaluando a la chica que tenía enfrente.

Sabía que el campo del ejercito era exclusivo para hombres pero él ni nadie podría negar el talento natural que aquella mujer tenía con la espada. Podía intuir que apenas había cumplido la mayoría de edad, lo cual era más que suficiente.

―Erza Scarlet.

―Nosotros te necesitamos aquí, tú eres expendida, no recuerdo a nadie vivo que pudiera desarmar a Laxus. ―Soltó una carcajada.

Laxus se soltó del agarre de contención del viejo capitán y se alejó de ahí, indispuesto a seguir presenciando ese intercambio de palabras.

Erza por su lado vio al rubio alejándose, tal vez se había pasado un poco con él, pero quería demostrarle a él y al capitán que había visto de lejos que ella era mucho capaz que cualquiera. No por nada su padre le había enseñado todo lo que sabía una vez que la guerra empezó. Esa fue una de las razones por la que la Scarlet dejó de ir a la montaña. Prefería pasar ese tiempo con su padre.

Sabía que su padre solo le estaba enseñando eso por simple precaución ante un ataque inminente al reino. Algo que día con día temían y razón por la que su padre había aceptado a ir en primera linea a pelear. Su padre no era tan bueno con la espada, lo suficiente para ser guardia del rey. Sin embargo, le había enseñado cada cosa que sabía a su hija. Y Erza, en sus visitas a Heelinas, practicaba, descubriendo al poco tiempo que era muy buena con la espada, perfeccionando sus ataques y superando cualquier cosa que su padre le había enseñado.

Erza siempre había admirado a su padre cuando lo veía blandir la espada y defender a su reino, por lo que ser buena con la espada la hacían sentir cerca de su padre cuando no estaba. Ahora cada que tomaba una espada se sentía tan vacía al saber que jamás podría mostrarle a su padre su poder con la espada. Pero se encargaría que cualquiera que se enfrentara a ella lo viera.

A fin de cuentas ese era el legado que su padre le había dejado y se encargaría de defenderlo aunque tuviera que cortarle el cuello al rey de Deastoria.

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