Kaikaharu

Día 3: Redención

Advertencia: Universo alterno ‖ K+ ‖Han pasado 10 años, ambos tienen 22 años ‖ Romance-Fantasía-Drama.‖ Short-fic que finaliza en el día 6.

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El sonido de las espadas chocando entre si con ferocidad asesina, los gritos de hombres lanzándose a la pelea y los lamentos de aquellos que habían caído derrotados. Era un espectáculo esplendido ante los ojos negros, tan dichoso como cada uno de sus enfrentamientos que no pudo evitar sonreír.

Jellal vio a los hombres de Qaislia cayendo ante sus pies, a una distancia prudente de su posición. Aquella violenta pelea estaba llevándose a cabo en un terreno despejado, los limites del sitio estaban más elevados que el centro, como si estuvieran subiendo a un cerro. El campo que se abria ante él estaba teñida por la sangre que se había derramado en todo el enfrentamiento. Se alzaban columnas de fuego cada determinados metros.

Pese a lo que cualquier soldado pensaría de que el rey se mantendría lejos de los enfrentamientos para salvaguardar su seguridad, él disfrutaba en demasía estar ahí, mientras sus ojos eran iluminados por el color carmesí. Siempre disfrutaba una buena pelea y ver a los soldados de Qaislia, que lograban pasar a sus hombres, llegar hasta él con el fin de matarlo para terminar con esa guerra. Jellal disfrutaba blandir su espada y ver la vida esfumarse de sus ojos, era esa su parte favorita.

Era un dulce recordatorio y pago por arrebatarle la vida al soberano de Deastoria.

Podía recordarlo como si hubiera sido ayer, a pesar de que habían transcurrido diez largos años. Cuando había llegado a casa, enfrascándose en sus clases de historia que había abandonado por ir a la montaña. Cuando terminó con sus deberes él había acudido al cuarto de su padre, como cada noche hacía, una costumbre que se había desarrollado entre los dos para conservar la cercanía.

Jellal había encontrado la gran habitación vacía y silenciosa, por lo que el pequeño de la cabellera azul se adentró al amplio clóset de su padre, para tomar su corona como príncipe, aquella que su padre guardaba con orgullo entre sus cosas. Él solía usarla en eventos o fiestas, sin embargo, el resto del tiempo se guardaba fuera de su alcanza. Jellal se la había puesto, mirándose al espejo, pensando en que en el futuro su corona cambiaría, hasta que escuchó la puerta de la habitación abrirse, cerrarse y a continuación, pasos y la voz de su padre

Animado por sorprender a su padre, se ocultó en la cortina que cubría el clóset, asomándose entre una pequeña apertura con el fin de buscar el momento justo para sorprender al rey de Deastoria. Alegrándose no haber encendido la luz de la habitación al ingresar, eso serviría como factor sorpresa. Solo la tenue luz de la luna que se colaba por el balcón del cuarto principal y las luces de las lamparas que brillan lo suficiente para poder distinguir algo.

Ese pequeño e inocente gesto había sido el peor error de su vida.

Contempló la sombra de su padre moverse en la oscuridad y como súbitamente de la nada una sombra salió por detrás, hundiendo un objeto afilado en el pecho de su padre quien había logrado gemir de dolor hasta que la sangre emergiendo por su garganta le impidió hablar. La sangre cayó ante sus pies, muy cerca del clóset y a pesar de solo ser iluminado por la luna el color carmesí era tan intenso junto con el olor a hierro.

Jellal se paralizó en su sitio, con las piernas temblando y el terror dominando todo su rostro ante lo que acaba de ver. La cobardía lo plantó en su sitio y sus labios temblaban en un intento de decir algo. Asustado por tal acto retrocedió un paso, pisando algo y cayendo al suelo, ocasionando que su corona se deslizara de su cabeza e hiciera ruido al estrellarse con el piso de madera.

Desde su posición en el suelo pudo ver aquella sombra acercarse hasta él, mientras era incapaz de moverse, sabía que no saldría vivo de eso, él moriría junto a su padre. Una mano tomó la cortina entre sus dedos y tiró de ella. Jellal había perdido la razón aquel día, pero de algo estaba completamente seguro. Cuando la cortina fue corrida por el intruso él pudo ver el símbolo de jabalí volador de Qaislia.

Ellos habían asesinado a su padre, le habían arrebatado a Deastoria su soberano.

Ese hecho, a sus doce años de edad, cambió por completo su vida. El consejero de su padre, Hades, le había tendido la mano desde el primer instante que lo vio, ayudándolo a sobrellevar su perdida y aún más, tomar el reino temporalmente. A fin de cuentas Jellal seguía siendo un niño a pesar de ser el heredero directo del reino. Aunque Hades, el hombre que había sido la mano derecha de su padre, llevó las riendas del reino durante seis largos años, Jellal jamás se alejó del trono. Él se mantuvo junto a Hades aprendiendo todo lo necesario para su futuro reinado, siguiendo cada decisión y él mismo aprendiendo la manera de gobernar.

A tomar decisiones que mantendrían de pie a Deastoria y junto a Hades había tomado la decisión más importante de todas. Vengar al Rey, por lo que las negociaciones de paz con Qaislia fueron desechadas y en cambio, una guerra inminente se desató.

Una guerra que en la actualidad estaban ganando, al tener un ejercito más despiadado y con fuerzas militares más grandes. Era de conocimiento publico que Deastoria era el reino más grande de toda la zona norte del continente. Y no hablaría de su fuerza militar. Con la muerte de su padre no podían dejar entrever a ninguno de los demás pueblos que estaban vulnerables, por lo que se habían mantenido lo más erguidos posibles. Aun así los reinos pequeños y las aldeas cercanas los habían atacado una y otra vez.

Hades le informaba de cada ataque y enfrentamiento que ocurría a las afueras de su territorio y como la victoria se alzaba en cada ocasión para Deastoria. Jellal no permitiría que su ejercito, su reino fuera vencido, por lo que una de sus prioridades había sido reforzar su poder militar. Reclutando a un sin fin de soldados y él mismo se había enfrascado en un duro entrenamiento durante varios años. Y ese entrenamiento cobró frutos seis años después, lo cual lo llevó a enfrascarse en los enfrentamientos que había contra las aldeas cercanas.

Jellal había disfrutado el masacrar a cada uno de los pobres infelices que se cruzaban en su camino, blandiendo su espada con maestría. Aquellos pueblos se habían atrevido a levantar sus armas contra Deastoria, se arrepentirían una vez que ellos tomaran posesión de sus tierras por la fuerza. Resaltando la supremacía de Deastoria.

Había sido una sorpresa lamentable el descubrir que una vez que el anterior soberano había muerto, todas esas aldeas que antes habían sido sus aliadas, se habían levantado contra ellos.

Por eso mismo, cuando hace cuatro años atrás Jellal ascendió al trono como nuevo Rey de Deastoria, se aseguró de mantener en su sitio a aquellos reinos y se aseguraría de lograr el objetivo que más ansiaba. Vengar a su padre, logrando destruir a Qaislia. Les haría pagar su sufrimiento. Y ante él en ese momento, estaba cumpliendo por lo que había esperado diez largos años. La venganza contra Qaislia. Veía caer a sus soldados en el suelo y no podía evitar regocijarse.

Observó el campo de batalla con jubilo, esperando que cualquiera de ellos se atreviera a acercarse a él y pudiera acabar con su vida de la misma forma que ellos acabaron con su padre. Siempre se había preguntado quien de esos infelices era el que se había colado al castillo con la suficiente agilidad para no ser detectado y salir vivo una vez logrado su objetivo.

Hades se lo había dicho, que habían jugado bien sus cartas haciéndoles creer que querían un armisticio. Pero que la realidad era esa, generar la suficiente confianza para actuar en su contra.

Sus ojos negros se aventuraron sobre el campo de batalla hasta que algo llamó su atención al otro lado del campo. Una cabellera roja agitándose con el viento y el resplandor de su armadura. Sonrió con arrogancia sin poder evitarlo, ante él estaba Titania, el soldado que se había atrevido a asesinar a un gran numero de sus hombres y que por su presencia aquella guerra se había alargado durante tanto tiempo. Era el as bajo la manga de Qaislia. El tenerla ahí era magnifico, porque una vez que derrumbaran a uno de sus pilares más fuertes, esa guerra tendría fin.

Negro con marrón hicieron contacto por primera vez luego de diez años.

Titania presionó con gran fuerza el mango de su espada que estaba envainada en su cintura, de tal forma que sus manos empezaron a doler. Había logrado llegar a ese momento luego de cuatro años. Cuando su entrenamiento había empezado y comenzó a asistir a peleas en primera fila, esperando encontrar al responsable de tanta sangre derramada.

Pero tal parecía que su destino no era encontrarse. Cuando ella asistía en combate el rey de Deastoria no se presentaba, Cuando ella se quedaba en Qaislia, sufrían una gran cantidad de bajas al enfrentarse al nuevo soberano de Deastoria. Y finalmente, luego de cuatro largos años estaba ahí, ante ella.

A pesar de estar al otro lado del área de pelea, reconoció esa cabellera azul y como una sonrisa ruin formarse en sus labios. Y aquellos fue el detonante de todo lo que Titania había reprimido en todo este tiempo. La ira la gobernó, tomando posesión de todo su cuerpo y sin poder controlarse más, desenvainó su espada y se lanzó hacía el campo de batalla. Abriéndose paso entre los soldados que buscaban detenerla, blandiendo su espada, cortando, desarmando y repeliendo cada uno de los ataques que fueron hacía ella. Avanzó con rapidez por el campo de batalla, dejando en el suelo a cada uno de los soldados que se había atrevido a intentar detenerla.

Gritó enfurecida, haciendo eco a su alma rota y con la sed de venganza potencializandose ante cada paso que daba. Atacó con ferocidad y sin ninguna duda, mientras la sangre escurría de sus adversarios. Todo esto sin despegar la mirada más de 5 segundos de la figura masculina que la aguardaba al otro lado del campo. Si algo caracterizaba a Erza, que la había llevado a ser un teniente del ejercito de Qaislia, era su determinación y tenacidad. Ella no se detendría hasta lograr su objetivo.

Siguió avanzando mientras giraba, esquivaba y arremetía contra sus contrincantes, para después seguir avanzando mientras corría. Cada vez estaba más cerca, la adrenalina en su cuerpo estaba al limite y estaba controlando los latidos de su corazón. Si ella perdía la razón, toda esta espera no hubiera valido nada. Avanzó más, más y más, hasta que finalmente se deshizo de los últimos soldados que protegían al rey y saltó en el aire, con su espada en alto.

―¡Jellal! ― Gritó con ímpetu mientras descendía directamente hacía él.

Descendió con rapidez, con su espada dirigiéndose hacía su cuello, pero antes de alcanzarlo una espada se interpuso, bloqueando su ataque.

―Titania. ―Él le sonrió con arrogancia con sus espadas chocando y mirándose a través de ellas. ― O debería decir Erza Scarlet.

Escuchar que él pronunciara su nombre le enfermó por lo que se liberó de aquel bloqueo y se abalanzó sobre él, guiada por el odio y rabia que la habían acompañado durante todo este tiempo. La furia ascendiendo a niveles incontrolables en su organismo mientras lo atacaba y cada uno de sus ataques era repelido. Hasta que él, quien había estado defendiéndose la atacó, desarmandola.

Nunca nadie había desarmado a Titania en todo su tiempo como soldado. Ella se había ganado su apodo a pulso y era temida en cualquier campo donde se presentaba. Por lo que ese hecho dejaba en claro la fuerza de su contrincante. Saltó en el aire recuperando su espada y aterrizando a un poco de distancia de su adversario. Su mano se dirigió hacía la parte de atrás, desenvainando una segunda espada, una que había prometido que usaría exclusivamente para matar a Jellal.

De forma normal solía usar una que el ejercito le había proporcionado, mientras la espada de su padre la había guardado para esa tarea, de cobrar venganza.

―¡Jellal! ―Gritó nuevamente, sin despegar la vista de esa sonrisa arrogante del rey que la provocaba.

Sin esperar más se lanzó nuevamente hacía él, guiada por sus impulsos, con un gesto de odio en el rostro y blandiendo dos espadas en ambas manos. Lanzando un ataque seguido del otro, enseguida de una patada que servía de impulse para lanzar otro ataque. El filo de la espada intentando alcanzar la piel masculina sin éxito, siendo bloqueada en cada ocasión. Aún así, Erza no se dio por vencida y siguió atacando.

Estando tan cerca, Titania pudo detallar cuanto había cambiado Jellal con los años. En el pasado había sentido tanta curiosidad al respecto pero en ese punto, al tenerlo ahí, solo pudo sentir desprecio. De aquella mirada oscura que no se apartaba de su rostro, que en el pasado había sido cálida y que ahora era tan fría como hielo mismo. Sus labios curvados en una sonrisa de burla y de superioridad, en el que el pasado le había dedicado sonrisas que alteraban su corazón. Era mucho más alto que ella y su cuerpo dejaba en claro que ahora era todo un hombre. Sin embargo, el cambio más significativo en el Jellal era aquel tatuaje en su rostro.

Aquella versión adulta y ruin de Jellal tenía un tatuaje de color rojo que atravesaba su ojo derecho.

No le importaba que era lo que significaba o que era lo que podría pretender al tenerlo en ese ojo, lo único en lo que podía pensar es que debía asesinarlo si quería que la paz fuera instaurada en Qaislia y en el resto de las aldeas que estaban alrededor y que Deastoria había dominado.

Jellal se regocijaba internamente ante los ataques de Erza, eran tan fuertes que en varias ocasiones la fuerza empleada lograba que sus brazos retumbaran al contenerlo. Podía estar seguro que si se dejaba alcanzar por uno de ellos podría ser de las ultimas cosas que haría. No por nada era conocida como Titania, el soldado que era mucho más fuerte que el titanio, que nadie podía derribar u oponerse. Jellal había estado tan fascinado cuando escuchó que ella estaba detrás de aquel nombre.

Porque las imágenes que él tenía con respecto a ella eran de una niña amable, feliz, que solía avergonzarse con facilidad. Era una chica débil y ahora le estaba demostrando lo contrario.

Al menos era mucho más fuerte que cualquier otro soldado ahí. Pero ella no era más fuerte que él. Podía percibirlo en cada golpe que le propiciaba y en sus intentos de alcanzarlo con la espada. En algún momento se confió tomando menos distancia del ataque de Titania y fue alcanzado por su espada. Solo la punta del arma de la fémina alcanzó su pecho y terminó abriendo su ropa haciendo que la sangre escurriera. Una herida menor. Jellal no usaba ningún tipo de armadura en batalla, nunca había sido necesario.

¿Qué era lo que había llevado a Erza a ese punto? No tenía ni idea, pero él se encargaría de que esa fuera su ultima pelea. Era la piedra angular del poder ofensivo de Qaislia, no podía dejarla ir con vida. Por lo que, dejando de jugar y recibir los ataques de Erza, contraatacó. Blandiendo su espada con tal fuerza que Titania apenas pudo bloquear su ataque. Su espada alcanzó su cuello, viendo descender la sangre y siguió atacando, haciendo retroceder a la Scarlet. Su espada alcanzó el cabello rojo, realizando cortes por toda la piel que pudo alcanzar de la fémina.

Se agachó para esquivar un ataque de Erza e intuyó que aprovecharía esa posición para volver a atacarle. Por lo que terminó saltando en el aire y girando sobre su cuerpo para esquivar y propinarle una patada lo suficientemente fuerte que la hizo retroceder, sin esperar más tiempo Jellal se abalanzó sobre ella, atacando con ferocidad y la sed de venganza presente en sus manos. Sin dejar ni una apertura ni oportunidad a Titania de defenderse y en un limpio cortó la piel de su pierna, golpeó su abdomen y la pateó.

Titania cayó al suelo, perdiendo ambas espadas de su mano.

Jellal se colocó encima, aprisionando sus muñecas con sus manos y sonrió con altanería.

―A esto queda resumido Titania. ―Estiró su mano, acariciando con el filo de su espada la mejilla de la mujer. ―Y pensar que en algún momento te quise.

Aquellos momentos que habían compartido juntos, recuerdos que él había dejado de lado cuando su padre había caído a manos de un soldado de Qaislia. No podía confiar en nadie de ese reino. Logró sujetar ambas manos de la chica con solo una de las suyas y con su mano libre, tomó entre sus dedos el cabello rojo y se lo llevó a los labios.

―Matame Jellal o yo te mataré. ―Erza lo miraba con el odio impregnado en cada uno de sus gestos.

Erza lo veía desde abajo, con la resolución abriéndose paso en su organismo. Ya no tenía fuerza para moverse, y más ahora que estaba siendo aprisionada. Ella... había perdido al entregarse a su ira. Algo que Gildarts le había advertido hasta el cansancio. Ella le había fallado a todo Qaislia y no podía permitirse volver con vida.

Jellal sonrió fascinado ante la idea de ver correr la sangre de la chica que había querido en el pasado. Sería aún mejor de lo que había imaginado. De esa forma su sufrimiento terminaría. Levantó su espada y colocó el filo contra el cuello femenino. Solo debía descender y cortarle la cabeza.

El filo de la espada presionó la garganta e hizo que la sangre corriera.

Miró los ojos marrones en busca de un ápice de miedo, aquel que tanto disfrutaba ver en sus victimas cuando les arrebataba la vida. Ese era su momento favorito, el ver como la vida se esfumaba de los ojos de sus contrincantes. Pero él no encontró miedo ni cobardía en los ojos de Titania. Ella lo miraba con resolución y determinación, como si no temiera a su muerte.

"Jellal"

Una voz resonó en su cabeza seguido de una dulce risa y los recuerdos comenzaron a llegar.

Aquella primera vez que la había encontrado en el sitio que descubrió en la montaña. Como esa niña de cabello rojo lo había mirado y su corazón se detuvo al pensar que alguien como ella, debía pertenecer a ese sitio al ser tan irreal. Con esos ojos marrones grandes y resplandecientes y aquel cabello rojo, que jugaba perfectamente con la calidez e inocencia de su mirada.

Él había regresado cada día desde el momento en que se encontraron, no por el sitio en la montaña, sino por ella, para verla. Él podía dejar ir ese sitio y privarse de ese maravilloso mundo si Erza podía estar en su vida, en Deastoria. Cada día no podía resistir la espera y partía lo más temprano posible hacía Heelinas para encontrarse con la fémina. El verla llegar corriendo hacia él, con las mejillas sonrojadas y dedicándole aquella sonrisa paralizaban a su corazón.

Su voz, su mirada, aquel cabello particular, el tono de su piel y esa sonrisa que iluminaba todo a su alrededor, Jellal quería todo de Erza.

Aquella imagen de una niña pequeña y delgada fue remplazada por la mujer que tenía enfrente. Con una mirada fría, tenaz y osada. La fuerza de su espíritu y su fortaleza. Y lo irremediablemente hermosa que era. Jellal sintió su pecho agitarse con una calidez asfixiante, como si su corazón hubiera latido por primera vez luego de diez largos años. Ese calor comenzó a extenderse por todo su cuerpo y pronto estaba en llamas.

Gimió de dolor, soltando la espada y retrocediendo hasta que sus piernas perdieron las fuerzas y terminó en el suelo, retorciéndose de dolor, mientras reprimía los gritos que buscaban abrirse paso en su garganta. Estaba quemándose, todo su cuerpo se incendiaba y las ráfagas de dolor se intensificaban segundo a segundo mientras sujetaba su ojo derecho, con las incontrolables ganas de querer sacárselo.

Erza se levantó del suelo realmente confundida al ver al rey de Deastoria revolcándose en el suelo ¿qué era lo que había pasado? Él la había vencido pero de la nada se había alejado, parecía que...estaba sufriendo. Dio un par de pasos hacía él, hasta que finalmente vio el cuerpo masculino quedarse inerte. Titania se quedó en su sitio, observando el cuerpo durante unos largos segundos. Hasta que finalmente se acercó hasta él ¿era una clase de juego? No podía detenerse a pensar, necesitaba actuar.

Por lo que se arrodilló y colocó el filo de la navaja en el cuello masculino. Jellal tenía los ojos cerrados y por un momento Erza pensó que no estaba respirando ¿Acaso estaba muerto? Se sobresaltó cuando de la nada los parpados del rey se abrieron, dejando entrever aquellos robes negros como la noche. Él miró hacia su alrededor hasta que finalmente esos ojos negros se encontraron con los marrones. Y Erza pudo presenciar como el tatuaje, el signo más representativo del cambio del masculino, había desaparecido de su rostro.

―¿Erza? ¿Realmente eres tú?

Erza sintió su pecho contraerse y sus músculos se paralizaron, evitando que terminara su trabajo ¿Acaso él estaba jugando con ella? Lo estaba haciendo, él había visto la derrota e intentaba jugar con su mente. Aún cuando sabía eso, dudó, incapaz de hundir su espada en el cuello masculino. Actuó antes de pensar, levantándose de encima del rey de Deastoria, alejándose unos pasos.

―¿Qué es lo que sucede? ―Jellal se sentó, mirando todo a su alrededor.

Erza lo miró con un nudo en la garganta y dejando caer la espada de sus manos, mientras una tempestad de emociones se desataba en su interior, pero una sola idea se alzaba con fuerza.

¿Acaso... Jellal había sido manipulado todo este tiempo?

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Y el enfrentamiento entre ambos llegó, con un retroceso, una redención! En el día 6 veremos la resolución de esta trama.

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