32. Los Jacinto de Ercilla - parte V

Noviembre 2032

«Atento, Cristóbal: estamos saliendo al aire en quince segundos», le indicó el director del programa a través de la muela.

Cristóbal González le pidió al camarógrafo que no le lanzara más comentarios divertidos y que lo dejara concentrarse antes de comenzar. Sentía un temblorcillo en sus piernas pero se encontraba de buen humor. Era su debut como conductor. Más bien se trataba de un reemplazo porque el conductor oficial se había ausentado debido a una fuerte gripe, de esas en las que uno termina como pollo y ni siquiera se alcanza a tomar la patente del camión que pasa por encima. Allí estaba, comenzando el mes de noviembre. Impecable, natural, apuesto y con un metro ochenta y tres de estatura. Las cámaras lo apuntaron. Un joven periodista de veintiséis años daba inicio al programa de la tarde:

—Señoras y señores, hoy será una tarde especial —comenzó con sobriedad—, donde iremos a fondo con uno de los cracks de nuestra Selección Chilena: Paulo Rodríguez, «la Pantera», como lo apodaron desde las inferiores de Colo-Colo. El «Chocolito», como le llamaban los amigos de infancia. Y que hoy, sencillamente, la está rompiendo y se consagra como un ídolo en el Real Madrid —siguió hablando como si fuera parte de su rutina. Seguro—. Esto es... «Futboleros al Día».

Una vez terminada la jornada laboral fue directo al estacionamiento del canal y abrió la puerta del auto. Uno sencillo. Nada de marcas costosas.

—«¡Felicitaciones, mi Cri!», le llegó un mensaje de Francisco Álvarez al WhatsApp.

«Pucha que estás retro; el whatsapp lo ocupo pa' hablar con mi vieja y sería. Oye, es un reemplazo no más», le escribió una vez sentado y aún sin cerrar la puerta delantera.

—«Y? Te salió increíble! Erís seco como notero, también como conductor... Estoy orgulloso de ti. :) »

—«Gracias. Cómo te fue en la prueba?»

—«Salió bien. Uff!! Ingeniería Civil Industrial. ¿Quién me mandó? xD Pero ya lo termino. Queda poco. Oye... »

—«Qué?... qué po', Petiso?»

—«DISCULPA, SE ME CAYÓ LA TASA... TAZA... la taza. El Teclado. Ya, sí. Oye, te tinca una junta?»

—«No sé. O sea, vo' cachai.»

—«Sí te cacho, pero lo de la Sofía... ya no pudo ser ,po'. Te llamo pa' que nos juntemos el viernes. Unas cervezas y arreglamos el mundo, como siempre. Y aparte te presento a unas amigas. Te quiero, wn. Arriba el ánimo.»

—«Si estoy bien. Hoy me sentí bien. Tbn te quiero. Hablamos.»

Cristóbal sonrió, cerró la puerta, puso las manos al volante y se dispuso a emprender la marcha. Dos meses y medio atrás había cortado una relación de cuatro años con una colega de profesión, lo cual lo tenía inmerso en el trabajo para aliviar la pena. Vivía en Santiago, en un cómodo departamento de Providencia, a pasos del Metro Pedro de Valdivia. Esa misma noche recibió en sus redes el mensaje de doña Laura, su madre, felicitándolo por el debut como conductor. Al saludo proveniente desde la ciudad de San Romeo se unía don Roberto y, por increíble que parezca, también doña María que estaba a un año de cumplir el siglo. Ella aún mantenía la lucidez, pero sus piernas ya no le respondían. Ahora era Laura quien se ocupaba en visitarla y, por turnos con los familiares, también de cuidarla. Más tarde, a la una con treinta minutos de la mañana, recibió el mensaje desde el viejo continente por parte de Paulo. Y lo mismo: Cristóbal dando las gracias pero después le bajaba el perfil y escribía que no era más que un reemplazo. No era falsa modestia. Era su forma de ser un tipo realista. Positivo sin delirios. Sin embargo, en los últimos dos meses la tristeza lo estaba embargando. No era fácil para él enfrentar una ruptura.

Volvió a entrar a sus redes sociales. Por un momento pensó en retomar el contacto con alguna de sus antiguas amigas con ventaja, la que estuviese soltera. Tampoco era un picaflor que iba de galán y sin medir daños a terceros. No le gustaba provocar infidelidades. Decía que lo encontraba poco práctico; aunque la verdad, la que no confesaba para ahorrarse que lo tacharan de iluso, era que no dejaba de pensar en los sentimientos de los demás. Evitaba darle un sentido valórico. Sí, con el sexo opuesto no le iba nada de mal. Su estirpe de hombre bueno, contenedor, atraía a las mujeres que siempre lo buscaban para una relación seria. Entonces con mayor razón procuraba ser cuidadoso y en muchas ocasiones, para no herir, directo y claro desde el principio. Franco.

Era un excelente pololo, y en su curriculum de relaciones que, hasta ese entonces llegó a considerarlas como serias, existían apenas tres mujeres. La segunda detestaba el fútbol. Mientras que la primera, la más importante, era una hincha de Universidad de Chile.

«¿Cómo llegué hasta acá?», se preguntó frente a la pantalla, sentado en la silla giratoria y apoyando los codos en el escritorio, entretanto se frotaba las sienes con los dedos pulgares. En ese trance la mente le comenzó a viajar hacia el pasado, a su infancia, a los inolvidables días de «Los Jacinto de Ercilla». De súbito, su viaje se detuvo en un recuerdo que apareció con nitidez:

—No, Camila, ese nombre le va a gustar solo a los de la U —decía el Chocolito Paulo, acostado de guata sobre la alfombra del living de su casa.

—O sea, suena bien, pero tiene razón —opinó Cris—. No le viene al canal.

—¿Pero entonces cómo nos vamos a llamar? —preguntó Camila, desmotivada—. Soy la que más propone.

—Estamos todo el rato riéndonos —continuó Paulito—. Que sea algo como «Los jaja».

—¡Tiene que ser algo sobre fútbol, po'! —exclamó Cristóbal.

—Esperen —Camila tuvo una epifanía—. Cristóbal, ¿dijiste que Jerónimo se hacía llamar Jacinto de Ercilla Rivera y... no me acuerdo qué más, pero que abreviado quedaba en Jerónimo?

—Sí.

—¡Lo tengo! Lo que dice el Chocolito no es mala idea: ¡seamos «Los Jacinto de Ercilla»! 

«Los Jacinto de Ercilla». No era el título apropiado para un canal de reacciones con temática futbolística, más bien parecía el nombre de una banda alternativa de rock chileno de los años noventa. Pero tenía un estilo que terminó por convencerlos.

Comenzaron tímidamente a grabarse en los partidos. En un principio no captaron un buen número de suscriptores. No reciban muchos likes ni visitas, y más de una vez les tocó leer algún insulto por parte de chicos de su misma edad. Salvo para Camila que despertaba el enamoramiento en los pocos que pasaban a verlos. El papá de Paulo comenzó a notar lo que la niña provocaba. Las escasas reproducciones eran gracias a ella. Además, pudo ver que Camilita guardaba un ocurrente sentido del humor aún sin explotar, y que también era una bullanguera que daba cátedras sobre fútbol. Sabía mucho: la historia de este bello deporte, los nombres de jugadores imborrables, datos de campeonatos mundiales. Certera en sus comentarios. Manejaba el lenguaje, incluso mejor que Paulito y Cristóbal. Era un almanaque, ¡era un diamante en bruto de la era de los Youtubers! Así que el señor Rodríguez no hizo más que ayudarlos a sacar adelante el canal.

Pronto Camila se convirtió en el alma del grupo. Y su sentido del humor, a veces con propuestas locas del papá de Paulo (para lanzarles bromas a los chicos y sacarlos de quicio mientras miraban los partidos), fue creciendo como la espuma. La amistad de Cristóbal también tenía mucho que ver en que ella se mostrara chispeante.

De la nada las visitas se dispararon. Los pulgares arriba se multiplicaron. ¡El canal se volvió popular! Y más rápido de lo que uno se podría imaginar, en los comentarios empezaron a pedir, a rabear, las bromas ingeniosas por parte de la niña. Camila tenía embobados a los adolescentes, y ya contaba con el aprecio de las bullangeras que en ella veían reflejada su pasión por el fútbol.

En ocasiones invitaban al Petiso Álvarez, que desde los cinco años decía ser un fiel seguidor de Santiago Wanderers porque le encantaban los viajes familiares a Valparaíso. «Los Jacinto de Ercilla» se habían ganado un lugar en el corazón de los hinchas del balompié. Y en una de esas tardes de domingo, mientras Paulo con su padre se encargaban de editar el video, el del clásico universitario que terminó en un empate de veras reñido, Camila y Cristóbal, abrazados en el sillón del living, se dieron el primer beso en los labios. Ambos daban su primer beso de amor.

Por desgracia el canal no duró demasiado. Todo ocurrió en el periodo de un año y medio. Los chicos se retiraron en la cúspide, de golpe, antes del natural declive. Ni hablar de lo mucho que los subscriptores les escribieron para que continuaran. Los padres de Camila, por asuntos laborales, eran personas que viajaban constantemente. La clásica niña nueva que altera los días del protagonista y al final debe cambiar de hogar. Qué cliché más doloroso en las historias de primeros amores. No poder ser adulto y seguir el camino de quien te vuela la cabeza. Quedarse con el bello recuerdo, como si eso a uno lo dejara preparado por completo con los futuros embistes de la vida. «Cristóbal, te escribiré cuando llegue a los Estados Unidos. He vivido por casi todas las regiones de Chile, pero San Romeo es la ciudad que siempre llevaré conmigo. Te amo», se lo dijo al darle el último abrazo, segundos antes de subir al auto que la llevaría al aeropuerto.

En los meses siguientes Cristóbal continuó la amistad con Paulito y con el Petiso que, por cierto, se volvía cada día un chico más simpático; y también, como dato extra, comenzó a limpiarse el bigote. Tenían dieciséis años cuando en el aniversario del Colegio San Romeo, siendo la carta futbolística más importante de la alianza roja, Paulo Rodríguez fue descubierto. El nuevo profesor de Educación Física mantenía una amistad de años con uno de los integrantes del área de captación de Colo-Colo. Lo invitó a presenciar el juego, solo para que observara al chico unos minutos ya que nada se perdía con hacerlo. Pues la respuesta fue inmediata: debían hablar cuanto antes con los padres de Chocolito. Ellos no estaban dispuestos a que él viajara y se quedara en casa de algún familiar porque les resultaba lo mismo que dejarlo solo, de modo que no dudaron en empezar a ver los arreglos para trasladarse a la capital.

Paulo ingresó a las inferiores donde recibió el apodo de «la pantera» por su manera felina de moverse, además de ser el dueño de una técnica pocas veces vista y de la que había que pulir. A los diecisiete años ya estaba dando que hablar en la Selección Chilena sub 17. A esa misma edad marcó su primer gol por el equipo adulto del cuadro albo. Levantó copas con el cacique, y después siguió cosechando éxitos en el fútbol internacional y también con la camiseta de la selección. Un delantero felino y letal. Un asesino en el área. En suma, un súper crack. Jamás perdió el contacto con los amigos de infancia. Y si en algún momento de su carrera fue criticado por Cristóbal, ya sea por jugar un partido con bajo rendimiento, lo asumió con humildad. Años antes habían dialogado sobre cómo debían proteger su amistad en un medio en el que muchas veces, tanto periodistas como deportistas, parecieran declararse la guerra. Otra cosa, aparte, es que a los veintiocho años contrajo matrimonio con su kinesióloga personal.

Después de aquellas separaciones Cristóbal no se sintió solo. Por supuesto que en el colegio extrañó a Paulo, mal que mal se conocían desde que ensuciaban los baberos. Era como si le hubiesen arrebatado a su hermano del alma. Por fortuna, como era un chico sociable, no tuvo problemas en mantener una buena relación con sus compañeros de clase; y cada vez que pasaba por esos días en que todo sale mal, le bastaba con volver al condominio y encontrarse con los chicos que siempre le levantaban el ánimo, partiendo por Francisco Álvarez con el que comenzaba a ser uña y mugre. Durante el resto de la etapa escolar se le conocieron nada más que pinches, pero ninguna niña con la que se pudiese hablar de pololeo. Eso llegó a ocurrir una vez en la universidad, en la Región Metropolitana y en el segundo semestre de la carrera de Periodismo. La relación duró un año. Ella estudiaba Agronomía y llegaron a conocerse por medio de amigos comunes. Tenían grandes diferencias, pero de igual modo la consideró entre las tres mujeres con las que de veras se sintió enamorado. Al poco tiempo inició un pololeo con Sofía, la colega de la que ahora buscaba olvidarse.

Era su primera experiencia como conductor, ni siquiera lo guardaba entre sus planes o sueños. Esa noche Cristóbal González quiso apartarse de la pantalla, de sus redes sociales y luego lanzarse a la cama para continuar desde el amanecer con la siguiente jornada laboral. Lo habría logrado, de no ser por una publicación que tomó el primer lugar en su bandeja de noticias. Era una foto de Camila, posando natural y sofisticada para una revista nacional sobre arte y cultura. La bullanguera que nunca pudo olvidar se había convertido en una pintora que empezaba a destacarse después de finalizar los estudios en la Escuela de Artes Visuales de Nueva York. Aún conservaba la belleza frágil. Y sus facciones adultas, de cara cuadrada, sumado un metro setenta de estatura, acababan por acercarla aún más a una Audrey Hepburn. Cristóbal pensó en aquel parecido razonable y al instante se acordó de Jerónimo, de su cualidad como fisonomista de la que tal vez nunca se percató.

Dicen que las almas gemelas experimentan situaciones similares, aun a kilómetros de distancia. González no creía en eso: le parecían burradas, creencias pueriles y absurdas, pese a haber vivido un cuento de hadas en su infancia. Incluso así, no dejaba de considerar como «coincidencias locas» el que ellos dos vivieran situaciones parecidas desde tan lejos. Camila también dio a conocer dos parejas por medio de las redes sociales. La primera perduró tres semanas más que la de Cristóbal. La segunda fue una relación de, nada más y nada menos, cuatro años; y para más remate acabó en la misma tarde (un par de horas antes) en la que él había cortado con Sofía. Podríamos hablar de eso y mencionar otras situaciones con la que fácilmente ambos podían conectarse. Claro, siempre que ellos dos se reencontraran y compartieran sus experiencias.

Por esos días la pintora Camila Videla se mostraba reservada frente a su ruptura y dedicada por completo al trabajo. La entrevista era para hablar sobre su paso por Chile y de la exposición que realizaría en la Casona Waddington, la misma que años atrás fuera habitada por el Doctor Cupido. Un riesgo de tamaño mayúsculo para ella debido a que venía exponiendo en lugares de personas con gustos sibaritas y esnob; y eso, sin duda, podía afectarle la reputación. A decir verdad, le importaba la nada misma. La idea de mostrar su arte en la ciudad de San Romeo fue un propósito que se impuso apenas decidió convertirse en una artista.

De ser el hogar del Doctor Cupido, la casona había pasado a ser ocupada como un centro artístico. Era bastante concurrida; estar situada casi en el corazón del bosque le daba el toque mágico y siempre se le veía rodeada de autos estacionados más allá del jardín. Obras de teatro, exposiciones de pinturas de artistas locales; talleres, cursos o charlas, daban vida a lo que antiguamente fue uno de los centros de reunión de la elite del país. Ahora renacía como un lugar para el teatro, el arte y la cultura, tal como lo habría deseado el distinguido John Waddington.

Cristóbal, mientras contemplaba la foto de la pintora, sintió el paso inexorable del tiempo. Inmutable, despiadado y con retazos grises. Los inolvidables días de «Los Jacinto de Ercilla» le habían traído hermosos recuerdos a su vida, lo que lo llevaba a sentirse el hombre más afortunado por haber recibido aquel invaluable regalo. Sin duda que lo mejor que le había ocurrido estaba ahí; aunque en una pantalla pero... de igual modo frente a él. Y solo una verdad apareció en su corazón: él, con honestidad, amaría a Camila por siempre.

Nada más por esa noche para González; aunque a ella por poco le escribe con la idea de juntarse y charlar. Al final apagó su computadora y se fue a dormir.

Sábado. Fin de semana sin fútbol (salvo un partido pendiente de Deportes San Romeo que, después de más de un decenio jugando en segunda división, pudo finalmente recuperar la categoría). Cristóbal no tenía nada interesante que hacer. No había visitado a sus padres en un mes y pretendía hacerlo al siguiente. De todas formas se comunicaba con ellos a diario. Tampoco logró ponerse de acuerdo con Álvarez para una cerveza, por lo tanto buscaría llamarlo a la semana siguiente con el fin de verlo. Y lo de acudir al gimnasio para liberar endorfinas por un rato no era su panorama favorito en una jornada sabatina. Así que, presa del aburrimiento, no le quedó más remedio que caminar cerca de las librerías de Providencia que gustaba frecuentar. Mover las piernas, tomar aire (respirar smog), despejarse... olvidar.

Allí se encontraba, ojeando un poco de literatura española y averiguando qué libro podía llevarse al departamento para leer en la noche, cuando de pronto una delicada mano le tocó el hombro izquierdo. Volteó y lo primero que hizo, con la sorpresa, fue comprobar si acaso el tiempo se había detenido. Miró de reojo al chico de la caja que ocupaba el teclado con absoluta normalidad, por lo que con eso reafirmó su pensamiento respecto a lo de las almas gemelas: definitivamente era una estupidez.

—Eres bueno conduciendo un programa y comentando, pero nunca podrás superar el cómo se apasiona una bullanguera al momento de hablar sobre fútbol —dijo Camila.

—Guerra perdida. No te lo discuto —y devolvió el libro a su sitio.

—Qué rico verte —sonrió—. Es más, pensaba en escribirte por si nos juntábamos. Créeme que mi día en el hotel ha sido demasiado... pero demasiado... aburrido. Y sentí que no me quedó otra que salir a caminar y ver si me compraba un libro para leer en la noche.

—¿Un café? Invito yo —y con eso evitó pensar en bobadas.

—Oye, pero primero un abrazo, po'. ¿Desde cuándo que no nos veíamos? Siglos.

Camila lo rodeó con sus brazos. Intangible, etérea. Cristóbal cerró los ojos, quiso sentirle el cálido aroma, el que recordaba de años pretéritos y, después de siete segundos, los volvió a abrir. Un frío le caló hasta los huesos. A su derecha, en la sección de infantiles, una señora buscaba el regalo indicado para su nieto. Luego giró la mirada hacia la izquierda y vio cómo el cajero atendía a una pareja de estudiantes universitarios. Y al centro, sin que nadie la abriera, se encontraba la puerta de entrada.

Qué romántico habría sido que dos supuestas almas gemelas volvieran a unirse gracias al trabajo sucio del destino. Exageradamente cómodo para su existencia si en ese preciso momento Camila se hubiese dejado ver en la librería. Lo cierto es que la realidad era distinta: nadie vendría para sacarlo de la tristeza. Nadie le tocaría el hombro y le enseñaría, poco menos, el verdadero sentido de la vida. Algo no estaba haciendo, algo había dejado en el olvido. «¡Luchar!», exclamó fuerte y de golpe. «¡No he luchado nada!» Las personas a su alrededor lo miraron como si fuese un bicho raro, mas no le importó.

Luchar. Simple y directo. De pronto sintió que las palabras del Doctor Cupido volvían a cobrar fuerzas y le limpiaban el parabrisas. Otra vez podía contemplar el horizonte con nitidez. ¡Qué bofetada! En todos estos meses no había sido más que un hombre pasivo, dejando que las cosas simplemente ocurrieran. Y de esa forma, claro está, no saldría del dolor. Los astros no se alinearían por él mientras se dejara consumir por la pena.

Cristóbal cambió el plan, cambió de chip. Salió raudo de la librería, sin comprar la novela con la que planeaba matar la noche. Una vez en su departamento preparó el bolso para realizar un viaje sorpresa. Ligero, iría con lo justo y necesario. El objetivo era asistir a la exposición de pintura en la Casona Waddington. Si se reencontraba con Camila, pues... ¡maravilloso! Si no lograba verla durante su estadía en Chile, entonces compraría un vuelo a Nueva York. Ahora, si ella lo seguía recordando tal como él lo hacía, que era lo esperado, sería un regalo. Pero de ser lo contrario, el joven periodista continuaría luchando por todo aquello que amaba. Las cosas simples... y directas.

Cristóbal bajó al estacionamiento, abrió la puerta de su auto y, con una amplia sonrisa en el rostro, la más aliviada después de mucho tiempo, se dispuso a iniciar la marcha con dirección a la ciudad de San Romeo.


Fin


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DICCIONARIO CHILENO

- Vieja: se utiliza para reemplazar a "madre", "mamá".

- Wn: abreviatura de "Huevón". Los chilenos acortamos la palabra y decimos "won". El "huevón (won)" lo ocupamos prácticamente para todo, incluso para decir "amigo". No siempre se utiliza como un término peyorativo. Depende del contexto, la entonación y muchos otros factores.

- Metro: tren subterráneo. En Argentina es "subte". En ingles es "subway".

- Pinchar: ligar, coquetear, enamorar. Seducir a alguien.

- Pololeo: mantener una relación seria de pareja, pero sin estar casados.


PALABRAS DEL AUTOR

¡Y se acabó "Jerónimo sin cabeza"! :D

Agradecimientos en la parte siguiente. ¡Gracias, gracias, gracias!... Muchas gracias por haber leído la novela, pero esto va en la siguiente parte. xD

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