25. En el Palacio de los Elementales - parte III

Turion no se quedó sin hacer nada. Era cuatro veces más ágil que Cemendur, con lo que pudo quitarle el arma en un abrir y cerrar de ojos. Acto seguido, lo pateó en el estómago. El capitán cayó de espaldas al suelo, quedando a merced del enemigo que preparaba el golpe final. Afortunadamente, cuando la punta de la espada caía contra su pecho, el silbido de un palillo en vuelo le salvó la vida.

El utensilio hecho de acero se clavó en el dorso de la mano de Turion, así como se clava una jabalina en el pasto. Entonces el elfo miró por sobre su hombro para descubrir quién había tenido la valentía de arruinarle la estocada letal, y se encontró con lo que menos esperaba: a cinco metros de distancia Sadronniel le daba una rápida atusada a su cabello teñido que caía tan suave como cae el velo de una novia. ¡Sorpresa! Turion no se lo imaginaba ni en sus peores pesadillas. La dama de compañía torpe y despistada se mostraba finalmente como la guerrera que era. De igual manera la subestimó con la mirada. «Una punzante herida en la mano derecha no será un problema», pensó. Acabaría con ella en un corto enfrentamiento; y después, continuaría con el capitán.

Sadronniel no se intimidó. Le pidió la espada al guardia que tenía más cerca. Luego les dio la orden de no intervenir en la pelea y, se lanzó como un ave de rapiña contra su adversario. Lucharon sin dar tregua. Los dos eran demasiado veloces. Turion se movía con fría elegancia, en cambio Sadronniel parecía volar y atacar como un águila asesina. Varios, incluida Tenanye, la miraban atónitos.

Por desgracia, en un momento la elfa tropezó y se golpeó en la cabeza. Era la oportunidad que Turion esperaba. Una vez listo para ejecutarla, un piedrazo le dio de lleno en la sien, evitándole por segunda vez acabar con una vida. Era Cristóbal que embestía como una locomotora y se lanzaba con ímpetu para darle un gran empellón. Turion cayó en los adoquines pero no soltó la espada. Luego se incorporó, tomó al niño por la solapa, lo soltó y en una fracción de segundo le propinó una bofetada con tal fuerza, que lo mandó a rodar dos metros de distancia.

«¡A mi amigo no lo toca nadie!», Jerónimo gritó como un energúmeno, al mismo tiempo en que Tenanye acudía a socorrer al niño.

El chimpancé tampoco se quedó de brazos cruzados. Arrebató a Jerónimo de las manos del guardia enclenque. Después tomó vuelo y lo lanzó directo a la cara de Turion, con la potencia de un beisbolista que lanza la mejor recta del campeonato. El testarazo entre ambos sonó como cuete. El fantasma cayó al suelo con el ojo izquierdo mirando a las alturas, y el derecho bailando sin punto fijo. Pero este sacrificio no fue en vano porque el elfo terminó con la nariz rota y sangrando a borbotones.

Sadronniel logró reponerse en esos pocos segundos. De inmediato se aproximó a Turion que aún no volvía del aturdimiento. «¡Es ahora, Doctor!», gritó a Cupido. Y al instante se paró frente al elfo, inmóvil como una estatua. Por su lado Turion, al recuperar el foco, y ver que su oponente se mantenía firme, preparó el golpe de gracia. Tomó impulso, sin imaginar que Sadronniel comenzaría a parecerle lo más hermoso que nunca antes había visto. Sin pensárselo abortó toda intención de ataque. Soltó la espada y esta rebotó dos veces en el suelo. El corazón le latía mucho más rápido. Su pupila se dilató. Sintió ganas de abrazarla, besarla con suavidad y declararle amor eterno. Posteriormente intentó acariciarle la cara, pero ella lo detuvo por la muñeca y con fuerza lo redujo hasta tenerlo de rodillas.

El dolor de Turion, ante el rechazo de la elfa, no era físico, sino que era un desconsuelo que lo partía en mil pedazos. Prefería sentir una aflicción en cualquier otra parte de su cuerpo antes que tener que soportar la herida que se le habría en el alma. Ver a Sadronniel desde abajo y tan esplendida, tan fascinante, solo lo llevó a inclinar la cabeza y rendirse ante el enamoramiento. Luego quiso besarle los pies. Ella retrocedió. Y allí, en esa posición, casi idéntico a un empalagoso que no siente vergüenza alguna al arrastrarse, dejó ver cómo en el centro de su espalda se desvanecía, en el aire, la flecha encantada lanzada por el Doctor Cupido.

Esta vez no era una broma del anciano, aun cuando también era parte de su modus operandi. En realidad se trataba de la última etapa del plan tejido por Sadronniel y que le explicaron de camino al palacio. Algo con lo que él estuvo en completo acuerdo. Y es que un corazón roto haría cambiar a Turion. Lo más seguro es que con el paso del tiempo lo convertiría en un mejor elfo. Independiente de aquello, Cupido sabía que tenía que salir de la casona con las flechas y con el arco nacarado oculto bajo sus ropas.

Sadronniel dio media vuelta y comenzó a alejarse del lugar. Turion, cegado por el dolor, volvió a tomar la espada tirada en los adoquines, dispuesto a terminar con su propia vida. Ubicó la punta contra su pecho. Bastaba empujarla desde la empuñadura para atravesar su corazón y desaparecer. Pero de pronto, sin que nadie lo imaginara, la mano derecha de Cristóbal se lo impidió. Ahora la mirada del pequeño era distinta: transmitía seguridad, amor propio. Incluso cuando el dolor de la bofetada lo tenía un poco mareado, él no se rindió. Había logrado apartarse de los brazos de Tenanye, todo para detener al elfo de cometer una locura. Al segundo empezaron a forcejear. Turion estaba abatido, prácticamente sin fuerzas, por lo que en esta oportunidad el niño pudo darle pelea.

«¡Apártense!, ¡no intervengan!», ordenó Cupido cuando Tenanye, Sadronniel y los guardias, acudían en auxilio de Cris. «¡Esto es entre él y Turion! ¡El elfo ya no intenta lastimarlo! ¡El chico puede hacerlo!»

Fueron segundos de tensión. Turion insistía en cometer suicidio, hasta que Cristóbal consiguió arrebatarle la espada y finalmente pudo lanzarla lejos. Ambos quedaron de rodillas, frente a frente, contándose la vida a través de los ojos.

—No te rindes —dijo el elfo—. Veo que a ti también se te ha partido. ¿Un corazón roto hablándole a otro? —observó un tanto más. La mirada de Cris lo había estremecido— No, espera: el tuyo es más blando y al mismo tiempo más fuerte que el mío. ¿Qué clase de humano eres?

—Hablas mal de otros para quedar bien tú —la voz del niño sonó más firme que nunca. Ya nada le impedía expresarse con lo que pensaba y sentía—. Mientes, y así es cómo has logrado separar a quienes se aman. Eso no es de hombres. Pero no te puedo odiar —su sonrisa demostraba alivio—. No puedo.

El pequeño se lanzó a rodearlo con sus brazos cargados de amor y de compasión. ¡Por fin se estaba amando a sí mismo! Era lo que el Doctor había esperado a que ocurriera durante el transcurso de la tarde. Sin flechas, sin forzarlo. Con Cristóbal no recurriría a la magia porque el cambio debía ser natural, de adentro.

Turion no respondió el abrazo. Nada más cerró los ojos y sintió las primeras lágrimas rodar por sus mejillas. Luego vio cómo al chico lo apartaban de su lado. Jamás imaginó que llegaría a tener el corazón roto, mucho menos que un humano le viniese a colocar el primer parche. El elfo quedó hincado, derrotado en los adoquines. Solamente esperó a que los guardias se lo llevaran.

Y así terminamos la historia de este farsante, como al Doctor le acomodaba llamarlo. Incluso Tenanye tuvo una desilusión del porte de un buque cuando a las horas siguientes la informaron sobre lo que este individuo tramaba para ella y también para el bosque. «¡Pero qué canalla! Turion vale callampa», comentó con un sentimiento de asco.


-------------------------------------------------------

DICCIONARIO CHILENO

-Vale callampa: algo sin valor. De poca importancia.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top