24. En el Palacio de los Elementales - parte II

—¡Reina Tenanye! —llamó a la puerta Cemendur, el elfo capitán de los guardias— ¡Tiene que venir! ¡Es urgente!

Tenanye, Sadronniel y el capitán, bajaron las escaleras y corrieron por los pasillos hasta llegar a las puertas traseras del palacio. En el exterior, iluminados por las antorchas medievales ancladas en las paredes, los guardias mantenían con las cabezas gachas a un grupo de rebeldes capturados en una emboscada. Entre los prisioneros se encontraba el Doctor Cupido, Cristóbal, las cuatro hadas liliputienses y el chimpancé. Y también Jerónimo que intentaba liberarse, a mordiscos, de las manos del guardia más enclenque.

Tenanye, seguida por Sadronniel y el capitán, bajó por la escalera curvada de su mano derecha y no vaciló en ordenar que los soltaran. Los guardias no acataron: esperaban la orden del elfo que asomaba como una sombra desde el jardín, por sobre los prisioneros. Llevaba las manos atrás. La izquierda sujetaba a la diestra por la muñeca. Y con cada paso en el césped infundía miedo, así como lo hace una deidad mitológica antes de pulverizar un ejército completo con tan solo el resplandor de sus ojos. Era un poder que se sabía invencible. Hizo un alto para observarlos a todos con desprecio, con aires de grandeza, como si tocarlos significara contaminar su energía. Después de cinco segundos retomó la marcha e ingresó en los adoquines. La intensidad de su mirada, llena de vanidad, no cambió en lo más mínimo una vez frente a la bruja.

—Son traidores, mi reina —dijo Turion—. Cupido fue quien ideó el plan de traer a un humano al bosque, y lo hizo por medio de las esponjas que encontramos esta mañana. Pretendían derrocarla, asesinarla. Quitarle su alegría.

—¡No le crea, Tenanye! ¡Es solo un farsante que bus...! —gritó el Doctor, y al instante recibió un dura bofetada en la mejilla izquierda.

—Han estado planeando hacer que el bosque vuelva a ser lo de antes —prosiguió Turión—.   ¿Puede imaginarse otra vez este lugar como uno de llantos, de desilusiones, de desengaños? ¿De corazones rotos? Volvería a ser un bosque de heridos. Habría perdedores, lo que ahora no existe y nos ha mantenido en armonía —se acercó despacio y comenzó a hablarle a una distancia que rompía cualquier confianza—: Reina Tenaye, deje que me encargue de ellos. Serán enviados a las dimensiones correspondientes. Y a los hombres... pues a los hombres no los trataremos mal. Aunque eso es algo que se hablará en la reunión. De hecho, no deberíamos estar aquí, perdiendo el tiempo. Le sugiero que usted deje esto en mis manos.

Tennaye, por primera vez, sintió miedo de Turion. Echó un corto paso hacia atrás. Luego comenzó a mirar a los prisioneros, desde Cupido hasta Jerónimo que... tenía la cara roja como tomate al no soltar el dedo índice del guardia. Era como ver a un pitbull que da la tarascada y se aferra a su presa, mientras soportaba que lo jalaran del cabello para que abriera la boca.

La bruja no pudo evitar esbozar una sonrisa. ¡Hasta en los momentos límites el idiota descabezado tenía el talento de causarle gracia! Claramente podía ver que Jerónimo no lo pasaba nada de bien con el forcejeo, pero fue en ese preciso instante en el que lo amó más que nunca. De súbito, las últimas gotas de rencor y rabia comenzaron por fin a desaparecer de su corazón. La nariz parecía encogérsele, tomando un aspecto celestial. Las cejas continuaban siendo tupidas pero ahora lucían con elegancia, y el cabello le empezó a caer con total docilidad.

—Suéltalos —ordenó, sin quitar la mirada de Jerónimo que ya tenía a otros cinco guardias encima.

—Creo que no me ha entendido bien —Turion buscó tomar el control de la situación. Tenanye podía sentirle la fría respiración cerca del cuello—. Ellos intentaban destruirla. De no ser por mí, usted estaría muerta.

—Te dije que los suelten —insistió con el rostro cada vez más enamorado.

—¿Acaso es por él?... ¿por ese humano? Usted sabe que ellos traen desgracias, que hieren y destruyen. Nada más mírelo: Jerónimo es un animal violento, agresivo. Un palurdo que solo sabe defenderse a mordiscos. Estoy seguro que él, aun teniendo un cuerpo, reaccionaría de esa forma. Mi reina, ese hombre solo le trajo penas y llantos. Lo de ustedes dos jamás fue amor verdadero. Usted, con él, estaba inmersa en una relación tóxica. Algo que la inmensidad del universo nunca habría podido concebir.

Tenanye volteó la mirada con dirección a Sadronniel. Sintió ganas locas de abrazarla. También de rodear con los brazos al Doctor Cupido, tal como lo hace una niña después de arropar a su abuelo que está sentado en una silla mecedora. De pronto sintió un deseo impetuoso de hacerle cosquillas a Cristóbal y regalonearlo hasta tenerlo dormido en su regazo. Tenanye había descubierto lo que realmente deseaba: amigos, seres a los que pudiese amar como una familia. Quería volver a tener la compañía de quienes la purificaban, no así la de alguien que hablaba cosas bellas y sabias pero que nunca pudieron hacerla feliz. Quería, sobre todo, la compañía de Jerónimo. Lo tóxico no venía por parte de ninguno de ellos, sino de aquel que intentaba persuadirla y que a esas alturas le hablaba pegado a la oreja.

Se apartó de sopetón. Por tres segundos se sacudió, como si se quitara de encima los últimos restos de basura después de caer adentro de un tacho maloliente.

—Te dije, y no te lo volveré a repetir: suéltalos, Turion —y esta vez se lo dijo mirándolo a los ojos.

—¿Por qué? ¿Acaso piensa destruir lo que se ha logrado en este bosque? ¡Yo me he preocupado de usted! ¡La he cuidado! ¡La he mantenido viva!

—¿Tú? Tú no has hecho más que alimentarme el odio, la rabia que tuve. ¿Quién eres en verdad?

Turion no contestó. Con una actitud sañuda se alejó y dio la orden de llevarse a los prisioneros.

—¡Reina Tenanye, usted debería estar lista para la reunión! —exclamó— ¡Esto lo hago por su bien! ¡Ahora podrá enfadarse conmigo; pero con el tiempo comprenderá, así como pudo comprender que el humano terminaría lastimándola! ¡Vuelva adentro que de esto me encar...!

Antes de completar la frase, sintió cómo la punta de la espada de Cemendur presionaba contra su cuello, sin llegar a herirlo.

—Tendrá que acatar lo que la reina ordena —dijo el capitán.

Turion miró alrededor. La mitad de los guardias, que supuestamente eran sus aliados, revelaron su lealtad hacia los rebeldes, tomando por sorpresa a los secuaces del elfo hasta reducirlos. La emboscada había sido un engaño.

Cupido, Cristóbal y el chimpancé, volvieron a erguirse. También las hadas liliputienses. Y a unos metros de distancia, los cinco guardias que lucharon contra Jerónimo se tumbaron en el suelo con la satisfacción de haber logrado una notable actuación. El único que se encontraba enojado y adolorido, era el guardia enclenque víctima de la sobreactuada mordedura del fantasma.

—¡Soy fantástico! Me merezco el Oscar —opinó Jerónimo. 


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DICCIONARIO CHILENO

- Regalonear: mimar.

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