20. El hada de la alegría - parte II

Cristóbal bajó corriendo las escaleras, abrió la puerta de entrada y se lanzó al jardín para detener a la bruja. Esta, al intentar emprender el vuelo con la escoba, se daba cortos golpes contra unos setos de boj. En un principio buscó desentenderse y continuar su rumbo cuando el niño la llamó; pensaba que Cris la encararía, defendiendo a su descabezado amigo. Pues nada de eso encontró, porque lo único que hizo Cristobalito fue tomarle la mano y pedirle, afectuosamente, que no llorara más.

—Jerónimo dijo que usted era un hada. ¿Quiere hablar sobre eso? —preguntó el chico.

La bruja secó sus ojos y afirmó que sí lo había sido.

—Era el hada Tenanye. El hada de la alegría, eso significa mi nombre —dio un profundo suspiro y comenzó a contar su historia—. Tenía alitas y me encantaba volar por los bosques, los lagos, los ríos y praderas. Paseaba feliz por los caminos rodeados de flores coloridas y silvestres. Me gustaba ser pequeñita, como mis antiguas hermanas que ahora conociste, las que trabajan con el Doctor. En otras ocasiones me convertía en mariposa. Y a veces, solo a veces, tomaba el tamaño de los humanos. Sí, soy testigo de la creación de tu ciudad. Este bosque es inmenso, pero lo era mucho más antes que ustedes llegaran. Y es que me encantaba hacer bromas a los hombres cada vez que exploraban el lugar. Me reía a carcajadas con mis travesuras. Y sus caras asustadas, sin saber de dónde provenía la lluvia de hojas y ramas... ¡Era divertido ser un hada! Por desgracia, después hubo menos respeto por la naturaleza y por los seres que habitamos acá; pero con lo último no los culpo porque ustedes no nos pueden ver, po'. ¡Oh!, dije «po'». Tengo varios de los modismos chilenos pegados. Jerónimo me los enseñó... Jerónimo.

Ese idiota me conoció el día en que yo me encontraba atascada entre unas ramas. Me acuerdo que intenté librarme convertida en mariposa, y como no me resultó, tuve que volver a mi forma natural. Y en ese momento, en ese preciso momento en el que yo cambiaba, Jerónimo me tomó de un ala y me liberó. Había pensado que estaba ayudando a una mariposa. Quedé posada sobre la palma de su mano, aterrada. Él ha sido el único humano que ha logrado verme, el primero y el único que me ha visto como un hada.

Temía que me hiciera algo, que me aplastara con sus manos que, aparte, eran suaves como el terciopelo pero firmes como el roble. Y... ante mi tenía a un gigante de cara chistosa, risos castaño oscuro y ojos llorosos. Me miró impávido. Luego cerró los ojos, como si verme fuera lo peor que le podía ocurrir en la vida, y se largó a llorar a raudales. Era mi oportunidad para escapar y no la desaproveché. Volé altiro hacia la copa de un raulí, y allí me escondí tras unas hojas, solo para ver cómo aquel chico se desplomaba en los pies del tronco. Sentí el impulso de querer ayudarlo. Ni siquiera sabía por qué se encontraba tan apenado, nada más quise hacer algo para que sonriera. ¡Así que volví a bajar convertida en mariposa y me posé sobre su rodilla! «Me estoy volviendo loco», me dijo sollozando. «No estoy nada de bien con mis padres, vengo un rato a este bosque pa' botar la pena que me mata y termino encontrándome con un hada. Ahora tendré que ir al psiquiatra por estar viendo cosas que na' que ver. Me estoy volviendo loco. ¡Y más encima me pongo a hablarle a una mariposa!» Créeme, Cristóbal, escuché eso y no esperé casi nada para mover alegremente mis alitas por si le causaba gracia; y me contestó que por lo menos el hada le había parecido hermosa. Entonces no pensé más: me eché a volar por detrás del tronco, tomé el tamaño de los humanos y al completar la vueltecita me incliné para decirle que no estaba loco, que sí me había visto. Imagínate su cara de espanto o cómo intentaba ponerse de pie y no podía. No recuerdo bien lo que hice para calmarlo, fue... ¿fue algo tonto? Creo que... salté... después me caí... rodé hacia él... Lo cierto es que nunca más pude borrar de mi mente esos siete segundos en el que en el suelo nos quedamos mirando a los ojos, hasta que logré sacarle una carcajada. ¡Tuve que ponerme turnia! Así comenzó nuestra historia.

Nos convertimos en los mejores amigos. Nos juntábamos prácticamente todos los días. Le contaba sobre mi mundo y él me hablaba del suyo. Por ejemplo, en su infancia Jerónimo fue un niño pelusa. Me dio a entender que disfrutaba un montón el perseguir volantines junto a sus amigos. También me habló de su carrera de teatro que logró sacarla mientras trabajaba, de su pasión por aquel deporte llamado fútbol, de sus sueños como actor; aunque conmigo los estaba congelando. Me dijo que no me sintiera culpable por eso último, que se encontraba demasiado bien con mi compañía y que comenzaba a dejar atrás la pena por los conflictos con sus padres; sin embargo, de eso no quería hablarme. Y yo, que no soportaba que otros guarden tristeza en su corazón, me dediqué a quererlo cada vez más.

Sus padres no lo pescaban mucho. En realidad, casi nada. A Jerónimo no le gustaba la vida de ellos, o sus costumbres; pero de alguna manera intentaba agradarles. ¿Sabes cómo me enteré de esa triste historia? Pues por una frase de un hombre de tu mundo. Pero te digo desde ya que a aquel hombre nunca lo pude conocer, solamente escuché esa frase unos veinte años antes de encontrarme con Jerónimo: «Lo humano necesita ser conocido para ser amado, y lo divino necesita ser amado para ser conocido.» Sí, el idiota tenía lo de humano; y siendo actor menos podía escapar de eso. Pero a medida que fui entregándole amor y más amor, comenzó a mostrarme lo divino en él. No sé si he interpretado bien esa frase, pero fui descubriendo que Jerónimo era un tipo aún más maravilloso del que ya había visto. Se abrió conmigo, permitió que lo conociera. ¡Y era chistoso, un mono requetecontra chistoso y creo que eso todavía no lo ha perdido! No había rato en el que no nos riéramos, no había rato en el que no me sintiera enamorada de ese tonto.

De acuerdo, te estoy contando algo de él que no debería porque es parte de su privacidad. Pero es para que comprendas, y sepas, que te hiciste de un bello amigo. Tonto con ganas, pero bello. Es que mírame, hace menos de diez minutos lo odiaba y... —observó alrededor, sorprendida. Su cara irradiaba belleza. Y es que toda la fealdad parecía haberse esfumado de un plumazo, incluso estando ahí— Cristóbal, ¿pero en qué momento nos sentamos en este banco de mármol? Y tú... qué dulce: has dejado que hable sin parar y no me has interrumpido nada.

—Continúe, Tenanye —el niño le sonrió.

La bruja dio un relajado suspiro antes de continuar:

—Las cosas comenzaron a cambiar. Tuve que abrir los ojos para darme cuenta que Jerónimo no se quedaría por siempre conmigo, que en cualquier momento tendría que dejarlo para que hiciera una vida normal de humano. Y fui tan tonta como para intentar extender el tiempo, pese a que el bueno de Turion me advertía que no era conveniente que yo estuviera con Jerónimo. Para que no te confundas y te enredes con lo que te cuento, Turion es mi leal elfo. Amable, respetuoso; también apuesto y tiene mucha sabiduría. Pero lo más importante es que es muy galante. Él sí sabe tratar bien a todo lo que es femenino. De los seres del bosque, él fue el único que me descubrió en compañía de Jerónimo; y fíjate que es tan reservado que a nadie se lo contó. Fue una de las razones por las que se ganó mi confianza. Me hizo ver que yo estaba entregando mi alegría completa y a cambio no recibiría nada, y que eso me debilitaría hasta morir. En un principio no le creí, aunque después... después no recuerdo qué hizo Jerónimo, o tal vez yo, pero eran menos los encuentros en que nos reíamos. Hasta que... hasta que llegó el día en que dejó de llamarme por hada. Me había entrado la desconfianza, comencé a temer por mí; y me di cuenta de que Turion, sin la necesidad de relacionarse con él, pero por algunos detalles que comencé a contarle, había descubierto algo en Jerónimo que le podía provocar un enorme daño a mi ser elemental. Con el tiempo entendí que aquel elfo tenía razón: Jerónimo era un bruto que carece de sensibilidad —la oscuridad en su rostro volvió a aparecer. Cerró los ojos y con los dientes apretados dio un imperceptible sacudón de cabeza—. Yo no quería ver eso en el hombre que amaba, me aterraba la idea de que se echara a perder, por lo que en una mañana de noviembre le dije que se fuera. Estaba dispuesta a dejar que tomara su rumbo, que llevara su vida normal y... se enfureció. Jerónimo no me entendió. Me dijo que él no había salido de su casa para despedirse de mí, sino que venía firmemente decidido a que nuestra linda amistad volviera a brillar. También me dijo que iba a hacer hasta lo imposible para que los dos continuáramos riendo a cada instante, a cada momento, como en el principio. Pero le respondí que no tenía que hacerle eso a su vida, que él tenía sueños por cumplir y que yo no deseaba que lo trataran de loco por ser el amigo de un hada. Comenzamos a discutir y terminó por decirme todo lo que a un hada no se le debe decir.

Turion tenía razón: Jerónimo era un bruto y alguien que, al fin y al cabo, no podía quitarse el miedo de ser considerado un loco. Jamás me dijo que me amaba, y es porque tarde o temprano se iba a ir, llevándose la alegría que le di, mientras que yo acabaría marchitándome. Turion tenía razón.

Cristóbal, al ver que la bruja no reaccionaba, y su mirada vagaba perdida en un horizonte inexistente, le tocó el brazo derecho con las yemas de los dedos. Tenanye respondió al estímulo con un sobresalto.

—Fue ahí cuando me convertí en bruja —continuó—. Fue una helada mañana de noviembre en la que, presa de la ira por cómo me trató, le lancé el hechizo. Le dije que sería un fantasma incompleto por el resto de la eternidad, y desde ahí que me volví horrible. Y luego me encargué que a Jerónimo le fuera imposible hacer contacto con el Doctor Cupido que es el que puede dejarlo otra vez completo. He sido mala y fea, lo sé. No me gusta ser una bruja, no me acostumbro. Ni siquiera puedo descender bien con la escoba.

—Y después, ¿quién la ha hecho reír?

—¿Ah?, ¿qué? —la pregunta la había tomado desprevenida.

—¿Quién la hace reír? Porque alguien tiene que estar haciéndola reír para que usted aún no esté marchita y muerta. O sea, yo todavía la veo viva, po'. ¿O no? ¿Quién le saca risas?

—Ah, Sadronniel, mi dama de compañía. También es una elfa, y muy guapa. Aunque es torpe, despistada, tonta. No hay mucho cerebro en ella, pero termino riéndome con su ineptitud y sí, aprecio su compañía y la extraño cuando no está a mi lado. Ahora, lo que es Turion... pues Turion se esfuerza mucho en hacerme reír para mantenerme con energía. No lo logra, pero ha sido tan preocupado conmigo, tan buen consejero... No sé qué habría sido de mí sin las reconfortantes palabras de aquel sabio elfo.

—Quiero conocer a Sadronniel —hablar de ella sí que le resultó interesante.

—No te lo recomiendo —Tennaye volvió a sonreír—. Te golpearía sin querer, se caería sobre ti. Quizás te manche la ropa con una cuchara mientras come. ¡Con ella al lado hasta un tenedor podría salir disparado hacia tu panza!

—¿A mi panza? Pero si no tengo.

—¿Cómo que no? Yo veo una ahí. Y es una panza de niño.

—¡Y que Sadronniel va a desinflar de un tenedorazo!

—¡Sí! —y se echó a reír como una niña juguetona.

Por un instante Cristóbal creyó ver el hada que Jerónimo conoció, la hermosa que volaba por los bosques y gustaba de hacer bromas a los hombres. «¿Está más alegre?», le preguntó. A la bruja le brillaron los ojos. Después ella observó que la tarde comenzaba a caer con unas pocas nubes en el firmamento. Pronto el cielo empezaría a teñirse de tonos naranjos y azules. Entonces recordó que debía estar lista con urgencia para una reunión en el Palacio de los Elementales y, antes de emprender el vuelo, expresó que de igual manera no quería saber nada sobre el fantasma, que aún se sentía enojada y ofendida. Cris, que prefirió pasar por alto el comentario, le aconsejó que al momento de llegar a su destino, precisamente al descender, mantuviera la escoba en línea horizontal hasta sentirse segura de pasar una pierna al otro lado y de ese modo tocar el suelo con gracia. Y también, ¿por qué no?, con el garbo de una diva del cine que baja de una limusina y comienza a resplandecer por la alfombra roja gracias a los flashes de los paparazis.


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DICCIONARIO CHILENO

- Altiro/Al tiro: de inmediato. Enseguida. Ahora mismo.

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