13. El bosque de la bruja Tenanye - parte IV

Cris, en lo más hondo de su corazón, sabía que no era lo suficientemente bueno para el balompié, a diferencia de Paulo que sí había nacido con la estrella de los elegidos. No era algo que le provocara envidia, sino más bien esperanza de verlo algún día convertido en un crack de la Selección Chilena porque ese también era su sueño. Fue una de las primeras cosas que le confesó a Jerónimo mientras que ambos esperaban a que el cuerpo dejara atrás el orgullo y se uniera a la conversación. A esas alturas la ropa ya se había secado, y ahora volvía a lucir como un escolar.

Por otro lado Jerónimo fue siempre hincha de los naranjitos de Deportes San Romeo. Se entristeció al enterarse que el equipo de sus amores había descendido a lo que antiguamente se le llamaba la tercera división, pero después se emocionó hasta las lágrimas al saber que Chile había logrado ser bicampeón de América. Tantos recuerdos e imágenes pasaron por su cabeza con aquella noticia, que llegó a sentir que no tenía el espacio necesario para articular y expresar la siguiente idea. También recordó la Copa América de 1991, y la vez que asistió al Estadio Nacional para ser testigo en directo de la goleada por cuatro a cero que Chile le propinó al combinado de Paraguay.

Conforme avanzaba el dialogo, Jerónimo y Cristóbal descubrieron que tenían muchas cosas en común y que estaban dando inicio a una linda amistad. Incluso el actor le pidió ser tuteado con confianza, porque el ser tratado de «usted» lo hacía sentir viejo.

—Quería actuar en las teleseries, ser un galán y que me llovieran las mujeres —confesó el fantasma con un dejo de nostalgia—. Oye, ¿de qué te ríes? ¿Dije algo malo?

—¿Querías ser famoso por la tele?

—Mmm... sí. ¿Qué pasa? ¿Eso ahora está mal?

—No, pero es que... es que hacerlo por medio de la televisión, po'. ¡Es tan del siglo pasado! Pero lo lograste: tu cara salió en todos los canales.

—¡Claro, ríete no más! Y ahora que me contaste que soy famoso nada más que por ser el alma en pena de la ciudad... Manerita de lograrlo, cuando para mí ya no tenía sentido.

Lamentablemente, no todo podía ser bellos recuerdos y carcajadas. Tarde o temprano llegarían al lado oscuro de esta historia.

—¿Qué fue lo que pasó en este lugar? —preguntó Cristóbal.

Tenanye, la espeluznante bruja de la que los habitantes de San Romeo se espantaban tan solo con oír su nombre, había tomado el reino por la fuerza, derrocando a Titania, la hermosa reina de las hadas que mantenía el perfecto equilibrio entre las criaturas del bosque con el hábitat. Ocurrió pocos meses después de la construcción del muro divisor. Antes, con una conducta avasalladora, la bruja logró conformar un ejército de hadas, duendes, ninfas; de dríadas, faunos y elfos. Todo a punta de actitudes cizañeras, infundiendo el odio y el rencor hacia aquellos que gozaban de la felicidad del amor de pareja. Por lo general, persuadía con mayor rapidez a los seres con mala fortuna en temas amorosos y que siempre miraban para el lado con resentimientos.

Más pronto de lo esperado, los enamorados fueron separados y desterrados hacia otras dimensiones menos hospitalarias. Y los solteros que discreparon con el nuevo orden, incluida Titania, fueron condenados a hacerles compañía en el exilio.

—Amigo mío, fui testigo de cómo los corrieron de esta tierra, de su extraño hogar —relataba Jerónimo—. Fue ahí cuando supe sobre la existencia del Doctor Cupido. Un duende de nombre Igor, antes de ser expulsado por la fuerza, alcanzó a decirme que buscara al Doctor ya que él puede cambiar las cosas y, de paso, es el único que puede volver a unirme. Yo, como el cobarde que soy, columbraba el caos y el dolor escondido tras unas ramas. Igor no me delató, aquel duende dijo lo que tenía que decirme. Luego me miró esperanzado a los ojos y... vi cómo lo arrastraron. Se lo llevaron.

La triste historia que el fantasma sin cabeza relató con apasionamiento, terminaba en que Tenanye se había vuelto la reina suprema del bosque. Nadie podía opinar o pensar distinto a las reglas impuestas. Que alguien osara expresar un punto de vista diferente, y eso significaba el destierro no sin antes haber pasado por el oprobio. Los cantos y los bailes fueron erradicados. Toda expresión de alegría fue eliminada de cuajo, principalmente la que recordaba a los enamoramientos.

—Créeme, compadre, en este bosque los solteros son unos amargados —finalizó Jerónimo.

—Al otro lado es distinto: los solteros parecen disfrutarlo más. Es lo que suelen decir. No siempre se les cree, pero por lo menos se ocupan en tener una vida. Además, pienso que a veces se quejan con justa razón de la presión que les cae por parte de muchas personas —Cristóbal habló con propiedad.

—¿En serio tienes doce años? Me tinca que esa opinión la escuchaste de un adulto.

—Quizás. Pero puedo entender más de lo que crees —luego suspiró—. Es una pena; este lugar no es feo. Se ve hasta limpio.

—Sí, es lindo a la vista pero... lindo a la vista, po'. Me paso preguntando qué buscan demostrar o conseguir con tanta pulcritud.

—Y resulta sorprendente que la gente, antes de la creación del muro, se paseaba por acá y no veía lo que existía.

—Es que ya sabes cómo son estos seres: «¡Oh, sí, cuidamos la naturaleza y tenemos conciencia! ¡Ocúltense, un hombre se aproxima! Shhh. Silencio. Con esos no hablamos; somos muy superiores. De acuerdo, si el humano nos trata con cariño le mandamos un viento perfumado. Pero si el chancho nos tira basura, ¡entonces yo mismo me convierto en pájaro y lo...!»

—No creo que sea por eso. Pero sí pienso que ellos cuidan demasiado el lugar.

—Estoy bromeando, no seas grave. En fin. ¿Qué quieres que te diga, Cri?

—No sé. Tal vez que te pone feliz el hecho de que quiero ayudarte a encontrar al Doctor.

—¿En serio lo harás? —el rostro se le llenó de agradecimiento—. De verás que puedo acompañarte hacia el muro.

—No, ya ha pasado un buen rato y no hay tiempo que perder. Tu otra parte me cae bien pero dile que no lo esperaremos. Así que permíteme a que te tome de las orejas y...

—¡Oye tú, Cuerpecito! —Jerónimo lo llamó— ¡Le simpatizas a mi amigo Cristóbal, pero hemos decidido no esperarte porque sigues lloriqueando! ¡Siento lo que te dije un rato atrás: sí, estuve mal! ¡Ahora, si no aceptas mis disculpas, encontraré a Cupido sin ti! ¡Lo más seguro es que me pondrá otro cuerpo! ¡Tal vez me junte con el tronco de algún elfo caído, me ponga las patas de un unicornio y me deje como un centauro! ¡Tú decides, porque lo que es mi amigo yo, nos ponemos ahora mismo en marcha para llegar lo más...

De súbito, e impidiéndole completar la frase, un rayo los mandó a volar en direcciones opuestas y aumentó la distancia. El impacto de la caída fue violento. Tanto el cuerpo como Cristóbal, que no había soltado a Jerónimo, se incorporaron aturdidos y tambaleándose. Antes que pudieran preguntarse qué los había golpeado, un segundo rayó los separó con mayor intensidad. Cristóbal aferró a Jerónimo en su regazo mientras que se daba de espaldas en la tierra. Al otro extremo, el cuerpo lograba apenas esquivar la rama de un árbol que le caía encima.

Una vez que los tres lograron sacudirse y recuperar el foco, se percataron de una carcajada salivosa que parecía formar círculos en las alturas. Era el ir y venir de la sarcástica risotada de la bruja Tenanye. 


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DICCIONARIO CHILENO

- Me tinca: además de "apetecer", se utiliza también como "intuir algo". 

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