Sumisión
¿Por qué nos gustan las historias de chicos malos que se vuelven perfectos?
Bueno, la realidad es que nos gusta la idea de ser salvadas. De ser aquellas mujeres que somos tan importantes para que un hombre de la vida por nosotras. Quizá no de una forma literal, pero si en fidelidad y cariño. Quizá hasta algo de devoción.
¿Por qué me quedé?
Bueno quería salvarte, eso es verdad y lo hice. Esa también es la diferencia entre tú y yo. La diferencia es que cumplo mis promesas, claro que la última no me dejaste cumplirla. Pero digamos que mi promesa quedó rota en el momento que tú decidiste seguir jugando con trampas, cuando la condición fue un juego limpio.
Bueno me quedé porque quería ser salvada. Esa es la realidad, quería ver si alguien podía con mi carácter de mierda. Porque en eso sí te doy crédito, mi carácter no es fácil, soy muy intransigente en algunos casos, pero solo porque me gusta ir de frente y limpio. Espero lo mismo, aunque claro de ti esperé mucho.
Te decía, a nosotras las mujeres, bueno a mujeres como yo que tenemos un carácter de los mil demonio, que sabemos de dolor y de cómo curarnos solas. Nos seduce la idea de encontrar un hombre con los huevos bien puestos para salvarnos, no de boca para afuera, sino con acciones.
Creo que por eso nos gustan los chicos malos, porque ilusamente créemos que si están en la oscuridad, pueden salvarnos de ella, o al menos ponernos rueditas en la bicicleta para saber andar en la oscuridad.
Pensé que podrías ser ese chico malo, créeme en el fondo esperaba que tratas de enseñarme a andar en la oscuridad. Que pudieras someter mi carácter de mierda, doblegar mi orgullo. Someterme a tus deseos, porque hubo destellos de ti que me hicieron pensar que podrías ser mi aquel hombre que doblegará por completo a la mujer rebelde y loca.
Quería que me sometieras de tantas formas, que me salvarás de mí misma. Quería solo abandonarme a ti, y que me llevaras a tu mundo, que me enseñarás a portarme mal, quería ser sumisa ante tus deseos. Pensé que tendrías el carácter para ello.
Porque en realidad no hay nada más sexy en un hombre que domine a una mujer con caricias y besos. Que te someta a sus deseos con el fin de hacerte disfrutar en todo. Y si hablo del sexo también. Un hombre que es suficientemente inteligente para poner de rodillas a una mujer por su propio gusto, y sabes a lo que me refiero con de rodillas. Bueno simplemente es jodidamente irrestible. Pensé que podrías hacerlo, que al fin había encontrado al hombre que pudiera someterme a sus caprichos, seducirme y convencerme de quedarme a su lado.
Aunque...
No lo lograste querido, no lo hiciste. Lo estabas logrando en un principio, debí admitir, que si creí que pudieras ser mi amo.
Pero no fue así, en algún punto flaqueste, te acobardaste. Aunque más bien creo que te aburriste de mí.
Eres de esos hombres que no les gusta estar cómodos, no les gusta la estabilidad, porque se horrorizan con ella. Les gusta sufrir y hacer su vida complicada, no les gusta la paz y la felicidad porque creen no merecerla o que en su defecto los abandonen.
Bien solo sé que también perdí el interés en ti, porque no volví a ver a ese hombre que pudiera lidiar con mi carácter, por ello me mantuve mesurada. Calmada y te di mi lado más bonito.
Fuiste una decepción al final, porque en serio apostaba a que fueras aquel que al fin me pondría de rodillas, que me daría la lección de qué al fin un hombre doblegará mi orgullo y mi carácter.
Pero no fuiste suficiente. Te faltaron muchas cosas para ello.
Pensé que al menos quedaba el amigo que me daría la mano. Aquel que prometió ante Dios que le quitará la vida si llegaba a lastimarme.
Bien, lo bueno es que dije Dios no le hagas caso a este idiota, porque habrías muerto por lo menos cuatro veces.
La realidad es que no pudiste doblegarme, mucho menos salvarme.
Las mujeres tenemos esa idea ilusa de que alguien vendrá a salvarnos, de qué alguien puede ser lo suficientemente valiente para hacerlo. Que pueden cumplir con esas promesas y palabras que usan para enredarnos.
Aunque la realidad es que no necesitamos ser salvadas, que las únicas que podemos salvarnos somos nosotras. No necesitamos héroes que nos salven, o diablos que se las quieran dar de guardianes. Porque al final tú me necesitaste más de lo que yo a ti. Me dejaste en un infierno en el que tú mismo me metiste. Me quitaste mi fe, mis sueños, incluso renegaste de las alas que te di.
Te di la mitad de mi alma para darte vida. Porque sin ello no tenías razones para seguir viviendo. Me pediste una razón para vivir y te la di.
Y aún así me dejaste sola en un infierno. ¿Y adivina qué?
Me salvé a mí misma y descubrí que no te necesitaba, me salvé a mí misma y recordé lo fuerte que era.
Y sobre todo, aprendí a vivir sin la mitad del alma que te di.
Siempre me tendrás de una u otra forma, salvé tú vida.
Pero esa mujer ya no existe. Murió para bien, no me malinterpretes, no seré una hombreriega, ni corazón de piedra.
Pero si seré más fuerte, más arriesgada, menos cobarde. Pues ahora sé que aunque morí de alguna forma, también resurgí.
Al final creo que sí lograste algo que querías, que fuera un poco como tú, lo soy. Pero en el buen sentido y eso solo me hace más peligrosa.
Pues ya no tengo miedo, de apostar, de jugar.
Quizá eso fue lo que me faltó, jugar a la damisela en peligro cada que podía, cómo lo hacen ellas contigo. Jugar a obtener como sea tú atención y sacar tu complejo de héroe.
Quizá por eso te cansaste de mí, porque yo no iba a rogar tu atención, ni a llorar porque me dieras cariño o tú tiempo.
Porque aunque no lo creas es un juego que les funciona tan bien.
Yo solo quería ser salvada de otra forma, de una forma mucha más oscura e interesante.
Buscaba un hombre que me salvará de mí misma, que fuera fuerte, controlador en un sentido perverso.
Que jugará conmigo para obtener placer ambos.
Quería que me enseñaras a ser más oscura pero también darte mi ternura, mi lealtad. Pensé que había encontrado a mí igual.
Pero no fue así.
De nuevo me salvé a mí misma. De nuevo nadie vino a recatarme, ni pusieron doblegar a la mujer.
Deseaba tanto que fueras amo conmigo, que jugaramos ese juego de sumisión.
Pero no fue.
Ahí tienes otra pieza del puzzle.
La razón por la que aunque sentía algo por ti, por la que a pesar de que me sacabas de balance, ya solo quería al amigo.
Porque no eras lo que necesitaba ni buscaba.
Quería un lado más oscuro pero no lo conseguí.
La realidad es que ahora que lo pienso, creo que de mí tomaste lo que te dió la gana, lo que necesitabas para tu ego. Aunque no supiste ver lo que en realidad quería ofrecerte, lo que buscaba.
Yo veía más allá, más en ti. Veía tanto potencial.
Pero me equivoqué, mi apuesta fue demasiado alta.
Mea culpa. Mi culpa, cariño. Acepto mi responsabilidad en ello, en apostar mucho por ti.
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