Dolor
¿Recuerdas cuando te dije que no le tenía miedo al dolor?
Bueno es totalmente cierto, en mi vida he pasado por todo tipo de dolores.
Desde que vine al mundo este me recibió con dolor, pues tres transfusiones de sangre y tener en los pies de una recién nacida agujas enormes clavadas, pues no ha de ser nada gracioso. Vivo de milagro, además de como tres meses lejos de los brazos de mis padres o caricias.
De ahí, al crecer una de las grandes secuelas de aquellos primeros meses de vida, fue y será el eterno dolor de huesos, un dolor que para una niña era demasiado traumático, no podía dormir y era un llanto desesperado, recuerdo perfectamente aferrarme por el dolor a mía cobijas. Y las lágrimas que no paraba mientras nadie podía hacer nada, hasta esperar a que pasara. Eso sin que mencionar que a cada rato iba a parar al doctor, tanto así que terminé siendo alergica a los medicamentos.
Cuando crecí la cosa no cambió tanto, mi hermana enfermó gravemente y yo pasé un poco ser ser la que tenía toda la atención a jugar sola. No me quejo, mi hermana también casi no la contaba. Pero también en mi subconsciente me sentí abandonada, creo que estás son de las pocas cosas que nunca te conté.
Mi hermana necesitó cuidados, pero...
¿Y yo?
Yo era también la niña que venía de una ciudad extraña, que no sé acoplaba a esa nueva vida, que extrañaba su casa, su perro, sus amigos. A los abuelos. Extrañaba todo y que además veía a una hermana enferma y la atención para ella. Me obligué desde entonces a crecer sola por las circunstancias.
Después de eso nunca me adapté del todo. Simplemente no encajaba, ya no era de un lugar ni de otro. Y mi familia pues tenía una preocupación.
Crecí, y me enfrenté a muchas cosas por mí misma. Pero creo que el peor dolor y que hasta ahora sé reconocer es que perdí una parte de mí, mi identidad, lo que era. Me perdí y ya no supe cómo encontrarme. Y en parte ha estado perdida desde entonces de alguna forma, lo curioso es que me la devolviste, de una forma dolorosa pero lo hiciste.
De ahí bueno hubo dos muertes que por diferentes razones marcaron mi vida, y cuando pensé que no podía ser más cruel la vida conmigo y pedí tregua. Vinó una tercera más.
¿Ves? He vivido siempre con el dolor. No le tengo miedo al dolor, ya lo conozco y de muchas formas.
En pérdidas, en abandono, en sentimientos, físico, amor, muertes. Enfermedad... De muchas formas lo he conocido, y esto es solo un resúmen, admito que me cuesta trabajo hablar de ello. Por eso no te lo conté del todo.
Aunque te conté otras cosas más que juraste no repetir. Que juraste protegerme de ello, pero usaste las mismas balas.
De hecho apenas me enfrento de nuevo al dolor y hubo un breve momento, solo unos segundos, en los que desee tus alas para protegerme del dolor y me odié por ello. Me odie por pensar en ti, porque sé que no lo mereces. Porque seguro para este momento me habrás olvidado y seguro eres felíz, al menos según tú.
Ni siquiera piensas en mí, y es que el dolor también me trajo claridad.
Me usaste al final como a las demás, tomaste de mi la mitad de mi vida para vivir, y una vez que te diste por satisfecho me hiciste a un lado. Tomaste de mí lo que te vino en gana, me usaste y es la verdad.
Con el dolor vino la dolorosa y liberadora claridad de que el demonio de la guarda ya no existía, que nunca existiría más, pero sobre todo una verdad mucho más hiriente. El demonio de la guarda nunca existió.
Nunca me salvaste, nunca me protegiste. Solo me usaste, cómo tú bien sabes hacerlo. Bien me lo advertiste, no dejarías que nadie me hiciera daño, él único que podría hacerme daño eras tú. Y vaya que lo cumpliste, fuiste tan despiadado al mostrarme interés solo para que te diera mi alma a ti. Solo para que fueras tú el que pudiera herirme.
No cumpliste con el papel de demonio de la guarda. Siempre fui yo la que cuidó de ti, la que se desveló a tu lado, la que hacía tiempo para escucharte.
La que peleó para sacarte de la oscuridad, y ya que estuviste bien, solo me dejaste. Me dejaste en el lugar más oscuro y ni si quiera preguntabas si te necesitaba.
Me sentí usada y desechada. Y sabes lo peor, lo peor es que toda la maldita culpa fue mía, por creer que tenías salvación. Por creer ciegamente en ti, y por ver tu potencial.
Y una vez más conocí el dolor, conocí el infierno. Y salí de ahí.
¿Ves? No le tengo miedo al dolor. No le tengo miedo.
Sigo dando y entregando, sin importar las consecuencias. Y eso, eso sí es algo que tampoco pudiste quitarme.
La pregunta es...
¿Si el demonio de la guarda nunca existió? Entonces...
Tenías razón, no lo eras. Nunca lo fuiste. Tal vez fue la única verdad que salió de tu boca.
Quizá aún debo seguir buscando al demonio de mi guarda.
Ya no tienes derecho a llamarte así y es que he de ser honesta. No creo que consigas de nuevo llamarte así, eres demasiado cobarde y estás tan cómodo siendo lo que eres, diciéndote a ti mismo que eres feliz.
No creo que vuelvas a mi vida.
¿Sabes que era lo que esperaba de ti?
Que salieran de tus labios un: Quédate. Quédate conmigo.
Y aunque no me hubiera quedado, al menos hubiera cambiado la percepción de ti que ahora tengo.
El dolor me ha hecho fuerte, me ha hecho madura. Me ha hecho valorar muchas cosas.
Pero también existe el umbral del dolor. Y el mío llegó a su tope.
Ya no lo soporto, ya no quiero que nada duela.
Ya no quiero sentir, ya no quiero pasar de nuevo el dolor sola y eso te dije. Te pedí que no me dejarás sola y cometí el error de creer en tus palabras.
Pero al menos soy más fuerte. Al menos me di cuenta que fui en realidad en tu vida. Al menos me di cuenta de lo poco que fui para ti, y que no hay remordimientos en mi por alejarme de ti. Me diste la razón al alejarme y que tú ni siquiera hiciste nada por tratar de que no me fuera. Siempre preferiste hacerme daño, y dejarme ir y es que en el fondo es porque ya habías obtenido lo que querías. Ya no era útil en tu vida.
Así que era mejor que no te estorbara, sin remordimientos y sin miramientos dejaste que me fuera porque en el fondo nunca te importé. A un diablo no le importa nadie más que sí mismo.
Y te salvé, te salvaste pero a mí solo me desechas te.
Cómo te dije la culpa fue mía y solo mía.
La culpa es mía por pendeja, por tener el enorme corazón que tengo. Mi debilidad y mi fortaleza.
Pero al menos hice el intento de salvarte, no fallé yo, fuiste tú quien lo hiciste.
Fuiste tú.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top