32: Una carta para Zijo

Roxellane

Tengo calor y frío a la vez. Una mano cálida sostiene la mía. Aquella demonia de mi sueño se hace presente. Señala, es otra vida, otra historia. Me hace entender que lo que vi antes era tan solo una de tantas. La mujer, con mi rostro, está ahora en una época antigua. Baila con un muchacho y discute con otro. Es una secuencia parecida, ya que uno de los dos muere, entonces la estatuilla vuelve a cegarme. Chillo como si me calcinara, así que abro los ojos de forma abrupta al despertar.

—Zijo. —Me sonrojo.

—No me confundas con tu amante.

Reconozco esa voz, por lo tanto, parpadeo varias veces para remojar mis ojos, ver mejor y reaccionar. Observo la mano de Troyen, entonces me suelto, rápido, con aversión.

—Qué amable —expreso con sarcasmo por culpa de su gesto—. No necesito de tu compañía.

Frunce el ceño.

—Ni creas que te dejaré ir a ver a ZirRejon. —Baja la hostilidad cuando apoya su palma en mi frente y sonríe—. Ya te ha bajado la fiebre.

—Alguien tiene que decirle que ya no actuaré como tu muñequita.

Aleja su mano, pero se mantiene tranquilo.

—¿Sigues con eso?

—A pesar de que actué con imprudencia por la fiebre, esa es la idea, ya no me humillaré más de ese modo. —Hago una pausa, pensativa, pues no me responde, así que agrego—: Está bien, no iré a decirle, pero tendré que mandar a alguien. —Ruedo los ojos.

Parece que no va a responder, pues mantiene el silencio, pero, por fin, se decide a contestarme.

—De acuerdo —declara, cediendo—. No obstante, será con mis condiciones.

—¿No fui lo suficiente diplomática? —Enarco una ceja.

—No te fuiste al extremo, pero te recuerdo que estamos hablando de tu amante.

Entrecierro los ojos.

—Esto es una negociación —le aclaro.

—Sí, pero sigo siendo el que decide. No olvides quién tiene la autoridad aquí. Por más que actúes como tú misma, lo externo está fuera de discusión.

—Lo que sea. —Ruedo los ojos—. Te responderé como yo quiera, y no me interesan los beneficios de ser tu sumisa. Lo que deseo es simple, después, si quieres morderme, atacarme, encerrarme o lo que quieras, da igual.

—Ya no puedo esperar nada de ti, lo único que necesito es que te comportes, así que le escribirás una nota donde le explicas todas tus tonterías y luego te despedirás de él en esta. Que te quede claro, voy a leerla antes de que Macdrell se la lleve. La modificaremos hasta que me guste, ¿entendido?

Trago saliva.

—Sí.

Zijo

Ser el escolta de Kireya Larsh no es malo, pero se siente raro estar parado en frente de su puerta para vigilar. Siento las miradas despectivas, pero creo que son de envidia. No hay razón, se nota que Kireya solo quiere a ese demonio muerto. Ella no parece tener interés en nadie más.

Veo a Sergius Macdrell aproximarse y me parece extraño, ya que por estos lares solo pasan fans de la despampanante pelirroja.

—ZirRejon Fontaine. —Me observa con desprecio y sintiéndose superior, luego alza una carta entre sus dedos—. La señorita Roxellane escribió esto para ti con supervisión del máster, no obstante, no voy a dártelo.

Enarco una ceja.

—¿Y para qué viniste en realidad?

—Lo habrás notado, pero quiero obtener beneficios de ella, así que estaré encantado de ayudarle para que pueda estar con su juguete.

Frunzo el ceño.

—No soy su juguete.

—Ella será una demonia de alto estatus y tú seguirás siendo su siervo para los demás, así que sí, si continúas en este clan, es como se te verá, como su juguete.

—Se ve que no te vas a retractar, así que solo te ignoraré —declaro.

—¿Seguro? Puedo hacer que se encuentren, ahora soy su escolta.

—No pierdes oportunidad. —Sonrío—. Buena suerte con eso.

—No eres un demonio muy inteligente. ¿De verdad prefieres leer esta cartita? Eso es seguir la voluntad de Máster.

Gruño.

—Bien, me convenciste.

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