22: Voy a arriesgarme

Roxellane

Despierto, parpadeo varias veces antes de abrir los ojos por completo, estoy abrazada a Zijo. Nunca había dormido tan bien en mucho tiempo. ¿Dormido? Un segundo, ¿qué hora es? ¡Mierda! Salto de la cama.

—¡Zijo, despierta! —le grito, pero él solo se estira, así que lo pateo y se cae del colchón, mientras le sigo explicando a lo alto—. ¡¡Es tardísimo, Troyen va a descubrir que no estoy y va a sospechar!!

—Ay, por todos los infiernos, mujer, relájate —gruñe, entretanto, se queda adolorido en el suelo—. Qué amable eres.

—¡¡ZirRejon!! —chillo y me invento—. ¡¡Ahí viene Máster!!

—¡¡Ay, voy a morir!! —Se levanta, saltando, luego reacciona y grita, poniéndose rojo de furia—. ¡¡Maldita loca, me asustaste!!

—Mierda, mierda, mierda —repito.

—¡¿QUÉ?!

—¿Crees que haga algo?

—¡No sé! ¿Siente algo por ti?

—¡¿Y yo cómo voy a saber?! —Me tiro de los pelos—. Además, no importa si está interesado o no, ambos sabemos que, si lo hacemos quedar mal con su estatus, nos corta la cabeza.

—Cierto, su orgullo de poder. ¡¿Por qué te hice caso?! —Corre en círculos—. ¡¡Fue culpa de tus malditos melones!!

—¡¡No te metas con mi cuerpo y haz algo!! —Bajo los puños y mis hombros se suben por la presión en mis manos—. ¡¡Pensemos!!

Se detiene.

—¡¿Qué hay que pensar?! ¿El testamento? ¡¡Vamos a morir!! No necesito tener hijos ahora para heredarles algo, yo no voy a hacer eso.

Le doy un cachetazo y, con mi fuerza de demonio, lo tiro otra vez al piso, se queda mareado allí. Bufo, voy hasta la puerta, la entreabro y espío. No veo a nadie cerca. Tengo que subir las escaleras, sin levantar sospechas, rogar que Troyen no se encuentre dentro de la habitación y fingir que estoy durmiendo. ¿Será buen plan? Bueno, no tengo otro mejor.

Suspiro.

—Todo depende de mí.

Zijo se sienta en la cama.

—¿Estás segura? Podemos huir, tenemos el mapa.

—Yo no voy a escapar. —Frunzo el ceño—. No me largaré hasta que al menos él sufra un poquito de lo que me hizo.

—Esas ganas de vengarte te destruirán.

—Voy a arriesgarme. —Bufo.

Comienzo a vestirme, voy al baño e intento que no se me noten las mordeduras, las cuales, se han curado rápido a pesar de todo. Eso es bueno, quedaron pequeñas al menos. Me acomodo un poco el cabello, me ato la coleta alta y me aseguro de que mi cuerpo no demuestre que he tenido sexo salvaje y demoniaco. Tomo aire, cierro los ojos, entonces suspiro, para luego abrirlos.

—Estoy lista —digo, determinada, mirándome al espejo.

Me dirijo hasta la puerta, le echo una última mirada a Zijo, entonces decido salir. Camino con la cabeza en alto, entonces me dirijo al cuarto de Troyen. Ingreso y me encuentro con sus ojos grises. Mierda. Se mantiene acostado en la cama, me mira, luego su vista se va al reloj. Trago saliva cuando vuelve a observarme.

—No tengo por qué decírtelo, pero estaba en el gimnasio —aclaro, intentando parecer desinteresada.

Creo que debí haberme callado, digo, soy mala actuando. La mejor estrategia es usar las emociones, pero no tuve tiempo de planearlo. Él se levanta de la cama, entonces me paralizo, camina hasta mí como esperaba.

—Estás tensa —opina, así que sonríe—. Qué mentirosa.

—Yo...

—Es curioso que aparezcas y te enfrentes a mí, siempre intentas dormirte antes que yo, la excusa del gimnasio es muy mala. —Hace una pausa, me esquiva, camina hasta la puerta, y espía lo tranquilo que está todo. Cierra, despacio, pone el seguro, después guarda la llave—. Me preguntaba, qué raro que Roxy no estuviera tramando algo para huir, asumió tan rápido las cosas, y luego me habló de su amor platónico. —Se acerca, entonces se pone detrás de mí, siento su respiración en mi cabeza y apoya su mano en mi hombro—. Muy curioso.

—¿Cu...? ¿Curioso?

—Está pasando algo con "el otro", ¿verdad? —pregunta.

Mis labios tiemblan.

—¿Pasando...? ¿Pasando qué cosa?

—¿Quién se atrevería? —Su otra mano se desliza por mi cintura—. ¿Tan valiente es aquel demonio para tocar a la mujer del máster? ¿Quién es?

Mierda, lo sabe. Aunque, por ahora, Zijo está a salvo.

—Hubiera o no... —Trago saliva y me giro a mirarlo, así que me agarra la cintura con ambas manos, mientras yo me aproximo a su rostro—. La valiente soy yo —decido usar la verdad, es la mejor forma de que me crea—. Yo puedo irme con quien desee, porque no te tengo miedo.

Mantiene la sonrisa.

—Ah, ¿sí?

Me acerco a su boca.

—Sí —susurro y me muerdo el labio—. ¿Celoso?

—¿Celoso de una humana desobediente? Creo que dejé en claro que me gustan las sumisas, y tú, querida, eres una rebelde sin sentido, para ser mi pareja. Tu utilidad solo es con mi estatus, lo demás no me interesa.

—Qué bueno, porque a mí tampoco —expreso con odio.

Si no soy sincera, no va a creerme. Aunque, necesito una manera, para ser más dócil. No obstante, eso no me garantiza que se interese por mí, pero mínimo, debo ser su amiga o confidente, y no lo conseguiré de esta manera. Tengo que apegarme más a emociones tristes para lograrlo, aun así, tuve un día demasiado bueno como para poder hacerlo. Habrá que dejarlo para la próxima.

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