Jeong / / 정

''Feliz cumpleaños.''

''¿Tan a secas?''

''Atsumu... Acabo de besearte.''

''Amo tu cara de frustación, cásate conmigo.''

''Acepto.''

''¡Espera, Kiyoomi, no actues como si estuvieras dormido!''

El entrenamiento había seguido un curso casi natural.

Casi, como todo lo que vivían Atsumu y Kiyoomi, nunca podría ser completamente normal.

Todos los compañeros y entrenadores incluidos, habían oído cada palabra que se gritaron, al menos hasta que se reservaron a hablar dentro de su mente, y además el rubio ya había dado previo aviso de que su situación con Kiyoomi era algo complicada.

Pero no cambió tanto, el azabache tuvo que aguantar todas las miradas curiosas clavadas en su nuca, intentado controlar su ansiedad ante la idea de que lo juzgaban, imaginando mejor que solo era porque se trataba de una nueva incorporación al equipo.

Intentó no darle importancia a la ola de celos infundados que sintió en el instante que una cabellera anaranjada se acercó a saludarlo, y también así evitar maldecir en mil y un idiomas cuando todos querían estrechar su mano o hasta abrazarlo.

Se prohibió pasar por esas duchas mal higienizadas y esperó a la salida con todo el mal humor posible mientras se replanteaba a cuantas personas podría maldecir por lo que estaba ocurriendo, pero solo había uno.

Ni Suna, Osamu o Motoya sabían que Atsumu podía oírlo, y entendía bien porque ninguno le había dicho la verdad del porqué había sido abandonado, no era tema de ellos.

Kiyoomi y Atsumu debían aprender a arreglar sus problemas entre ellos, dejando de depender de todo el mundo al rededor.

- ¿Tarde mucho? - Atsumu apareció justo a su lado.

Se paró justo a su costado, sin poder frenar sus inquietas manos de entre su cabello recién lavado y su vista de observar con duda cada pequeño movimiento que Kiyoomi realizará.

- Vamos. - Dijo el azabache tomando la delantera a frenar un taxi. - Iremos a mi casa a hablar.

- ¡No! - Atsumu frenó la puerta del auto que se abría. - Mi casa es a unas pocas cuadras... Podemos ir caminando allí.

- Claro que no, mi casa o nada Atsumu. - Quiso volver a abrirla, pero la tensa mano del rubio no de movía. - Vamos.

- Kiyoomi... - Murmuró por lo bajo. Se podía oír como un grupo de compañeros salía. - Por favor.

Sakusa no lo había comprendido hasta el momento porque se había negado rotundamente a verle el rostro, había evitado hacerlo durante todas las horas que duró la práctica y aún lo implementan, pero al oír la voz apaciguada y hasta asustada con la que se dirigía, sus oscuros ojos subieron como un rayo.

Se podía notar como la frente de Atsumu estaba cubierta de una fina capa de sudor nada relacionada con la humedad de su cabello, y como uno de sus caminos jugaba nervioso con el borde de su labio que tenía la peor mueca de desagrado.

Lo había olvidado por completo.

"Iremos a mi casa caminando."

Hizo una seña de disculpas al taxi.

"Sígueme."

Los pasos de ambos resonaban, aunque estuvieran en un espacio al aire libre, la ya natural tensión que flotaba entre ambos se había agudizado al punto de creerse palpable.

"Y perdóname."

Kiyoomi no quiso ver hacía atrás todo el camino, aún seguro de que, si volviera a ver la postura de miedo de Atsumu, se volvería más flexible a la hora de hablar lo que sea.

Él sabía bien que el rubio no la había tenido fácil todo el tiempo que le siguió al accidente, no era necesario oír sus pensamientos para tener en claro que la gran mancha traumática que había dejado era una gran influencia a muchas cosas. Pero...

Él también estaba herido, y también tenía muchos traumas que se tomó el esfuerzo de limar al punto de que ya no eran un obstáculo en su vida.

No debía seguir permitiendo todo frente a como se encontraba el otro.

Debía ser él mismo su prioridad.

"Quédate callado."

Kiyoomi dio vuelta la llave en la cerradura luego de haber caminado diez minutos sin intercambiar palabra alguna.

"¿Por qué..."

Los pensamientos de Atsumu se vieron interrumpidos cuando la puerta se abrió y en el instante que los ojos de Iwaizumi, quién estaba recostado en el sofá, se apoyaron sobre él, y no tomó ni un parpadeó el notar como ya estaba sobre sus pies acercándose a ambos con la peor cara del mundo.

- ¡¿Qué hace aquí, Kiyoomi?! - Dijo hirviendo.

"Me matará."

- Debo hablar con él. - Masculló el azabache pasándole por el costado.

"¡¿Acaso a eso me trajiste?!"

Hajime quedó frente a frente con Atsumu, quién solo podía observar por sobre su vista con miedo, esos brazos de «Voy al gimnasio siete veces a la semana» lo destrozarían en un abrir y cerrar de ojos si bajaba la guardia.

"Sería divertido de ver."

Los alargados dedos de Kiyoomi cayeron con delicadeza en el hombro de su amigo, y como por arte de magia quien hace segundos parecía un sabueso listo para asesinar, solo se giró a cruzar miradas con su compañero.

- Estaré en mi cuarto. - Gruñó comenzando a marcharse. - Llegó a oír algo extraño y lo lamentaras. - Su vista viajo de pies a cabeza del gemelo, quien temblaba a sus adentros.

La tensión del ambiente bajo algunos puntos cuando una puerta fue creadora de un estruendo, y Kiyoomi apuntó sin verle un sofá individual mientras él mismo se dejaba caer en el de más cuerpos.

- ¿No quieres ducharte primero? - Preguntó Atsumu nervioso.

No estaba listo aún para volver a establecer una charla como la de hoy en el mediodía, sentía que en cualquier momento Kiyoomi lo eliminaría de su vida como a una fotografía del teléfono.

- Quiero dejar todo esto lo más decente posible para continuar con mi vida. - Su rostro se recargó sobre sus palmas mientras sus codos descansaban en sus rodillas. - ¿Desde cuándo puedes oírme?

- Ya te he dicho.

Atsumu se había tomado el trabajo en su primera charla de explicarle todo lo que él vivió desde el accidente hasta el día de hoy, y Kiyoomi no necesitaba, ni mucho menos quería, volver a oír todo eso, al menos no de momento, pero la pequeña duda de si era cierto que tan solo habían transcurrido unos pocos meses desde que podía oírlo y no había sido una manera de alejarlo carcomía hasta la más ínfima de sus inseguridades.

- Lo sé. - Sus manos no podían evitar recorrer todo su rostro, dejando en claro que la situación no solo era disparadora de ansiedad para el rubio. - No quiero ser el típico idiota dolido que gritará por horas todo el mal que me has hecho Atsumu, pero... ¿Realmente fuiste tan estúpido de creer que estaría bien hacer como si aún no podías oírme? ¡Hubo momentos donde creía enloquecer!

Realmente no quería comenzar con toda la charla, pero le parecía irreal ofrecerle una taza de té, sentarse a su lado y ver alguna película barata como solían hacer para aligerar la tensión entre ambos.

- Me has estado escuchando decir mil y una cosas que en vida te diría, y yo como un idiota lloriqueándote. - Atsumu se tensaba ante cada palabra, no sentía el derecho de interrumpir. - Horas y horas maldiciendo en mi mente, o lamentando lo mucho que te amo y odio. ¡¿Tan difícil te era hablarme?! ¿Acaso no escuchaste todas esas veces donde sollocé porque volvieras?

- Kiyoomi yo... - Repensó por completo la mentira que iba a decir para no incomodar al azabache. De nada serviría, debía agachar la cabeza y escupir todo lo que él sentía.

Se lo debía.

- Mierda, - masculló. - no podía. ¿Sabes? Eres Sakusa Kiyoomi, y cada una de las veces que decías amarme solo podía odiarme, y cuando gritabas odiarme, quería desaparecer. Cada día podía oír como me explicabas como tu vida mejoraba poco a poco, como por fin estabas tratándote como mereces, ¿Dónde entraba yo allí? En ningún lugar, si volvía a hablarte, aun inestable, yo...

- Patrañas. - Escupió Kiyoomi, se juró que oiría, pero no quería escuchar lamentos que creía mentiras.

- ¡Volverías a arriesgarlo todo por mí! - Atsumu quería que creyera sus palabras, aun sabiendo que no había fundamento para ello. - Yo no estaba listo para pararme frente a ti sin ser un maldito egoísta, no estaba listo para dar siquiera la mitad de mi vida para sostenerte cuando lo necesitaras, tu no mereces ningún idiota cargado de traumas que solo piensa en sí mismo.

- Se que me equivoqué cuando quise quedarme en Tokio por ti... - Murmuró Kiyoomi.

El tono de voz y las lágrimas que comenzaban a nacer en los ojos de Atsumu confirmaban una vez más que el rubio no era capaz de mentirle en la cara, y no importa cuánto quisiera hacer que sus sentimientos no existían, conocía tan a profundo a su alma gemela que sabía bien que su mente era capaz de destruir su autoestima al punto de no creerse suficiente.

- ¿Por eso me has dejado? - No pudo controlar el controlar el cambio rotundo en su voz al pronunciar esas palabras, terminando la pregunta con un hilo de voz, y sus puños presionando sus piernas. - ¿Me has dejado porqué sentías que me quedaría por ti?

- Si... O sea, no fue la razón principal, pero eso me hizo saberlo. - Habló serio, no era culpa de Kiyoomi, en ningún sentido. - Me hizo comprender como tu corrías a mis espaldas y yo nunca extendía la mano.

Atsumu estaba haciendo esfuerzos sobre humanos para no saltar a través de los metros que lo separaban de Kiyoomi para llorar abrazado a sus rodillas pidiéndole perdón, rogando por una oportunidad, al menos para ser un número más en su lista de contactos, para ser alguien a quien saludara con una mínima sonrisa por las mañanas en los entrenamientos.

- Sufriste mucho tiempo por mi Kiyoomi, todos lo notaban y nunca lo quise aceptar. - Siguió hablando. Si se marcharía de ahí aun sin ser nadie, al menos no guardaría palabra alguna. - Te expuse al foco público, humillándote al ocultarte, nunca me esforcé por comprender todos tus problemas y exigías que oyeras y movieras cielo y tierra por los míos.

Kiyoomi hizo un ademan de hablar, pero la simple vista de Atsumu le confirmó que aún no había terminado.

- Tenía tanto miedo de ser el tipo de alma gemela que eran mis padres, que termine siendo un desastre de otra manera. - Inspiró todo lo que sus pulmones le permitieron. - Osamu y yo nunca tuvimos un buen concepto del amor... Y quise experimentar contigo sin medir errores y daños, gocé de años de amor mientras solo te generaba dolores de cabeza y preocupaciones.

- No todo fue malo Atsumu. - Murmuró Kiyoomi, no sabía que más contestar. - Osamu y Sunarin, cada videollamada acompañada de una película... Las vacaciones juntos, no me arrepiento de ello. - Las palabras salían casi como una aceptación. - Mi terapeuta siempre me recuerda algo muy importante... ¿Sabes?

- ¿Qué cosa? - Preguntó inseguro, no quería cargar su voz de esperanza para que se apagara en segundos.

- A final de cuentas somos almas gemelas... Podamos oírnos o no. - Soltó con un tono de burla. - Aunque lo quisiéramos nos sería imposible alejarnos u olvidarnos por completo.

Atsumu volvió a derramar lágrimas sin control alguno, hasta su propio terapeuta le había dicho eso y el siempre negaba que tenía posibilidad alguna de reintegrarse a la vida de Sakusa, pero oírlo de sus propios labios se sentía como un perdón divino.

Por impulso y sin medirse se paró, quedando helado en el lugar sin saber bien que quería realmente hacer, si saltar sobre Kiyoomi jurando que sería su compañero, amigo, pareja o esclavo si se trataba de volver a su vida, o correr directo a su casa atesorando esas palabras antes de que la conversación volara en picada ante alguna estupidez que pudiera salir de sus labios.

Kiyoomi se quedó observándolo mientras analizaba que hacer, ¿Era necesario seguir preguntando? Tenían tiempo de sobra aún por delante para seguir hablando, ya que si continuaban ahora se podría llegar a desvirtuar la conversación ante el dolor latente que ambos sentían, una ponzoñosa mezcla de culpas, penas y frustración.

¿Debía abrazarlo? Sabía que no estaba listo, no importa cuánto su imaginación fantaseara con la suave piel del rubio aprisionando su cuerpo, comprendía a mala gana la realidad de que un colapso sería la respuesta inmediata de su inestable y difuso estado mental.

La tensión aumento el minuto completo que ambos se observaron de pie, separados por unos vulgares tres metros que se sentían como un paso y al mismo tiempo el viaje más largo a pie de este a oeste de Asía y Europa.

El primer movimiento que se percibió fue instantáneo y brusco, capturado por los ojos de Kiyoomi que observaron atentos a como Atsumu caía de rodillas al suelo, estampando su frente contra las maderas brillantes.

- ¡Gracias! - Gritó nervioso. - Y perdón, sé que un perdón no cambia ni resuelve nada, pero...

- Atsumu.

- Lo haré todos los días, y pagaré a Osamu para que preparé tu almuerzo todos los días...

- Atsumu.

- Lavaré tu uniforme luego de cada juego, ¡Y también tus zapatillas! Te regalare pares todas las semanas así nunca debes usar las mismas yo.

''Maldita sea Miya Atsumu cierra la boca.''

''Perdón.''

''Detente.''

''Perdón, lo haré.''

- ¿Eres insoportable lo sabes? - Gruñó, volviendo a caer en el sofá. - ¿Sabes qué? Ya sé cómo te redimirás.

Treinta y un días.

Treinta y un malditos días había estado Atsumu mordiendo las uñas, piel y cutículas de sus diez dedos a la espera de que Kiyoomi dictara su sentencia.

Desde la tarde donde se arrodilló por primera vez, ya que durante todo el mes siguió haciéndolo cada mañana frente a todo el equipo entre risas, el azabache había dicho que un día de estos lo llamaría, y el sin miramiento alguno debería aparecer en la dirección que le daría.

Y luego de demasiados días para su gusto, donde en cada entrenamiento Kiyoomi tan solo lo saludaba, compartía pequeñas charlas de deporte o el almuerzo en onigiris Miya junto a sus otros comentarios, Atsumu se había rendido ante la idea de que eso ocurriera.

Su mente se resignó a que como se encontraban hasta ese domingo de septiembre, sería su vida.

Fantaseando durante largas horas mientras gozaba de la magnífica vista que podía disfrutar de Kiyoomi entrenando, agradecido de los esporádicos paseos en auto hasta su casa cuando se les hacía tarde luego de cenar y compartir cervezas en onigiris Miya junto a su hermano y cuñado, y una que otra vez recibiendo una sonrisa discreta cuando una jugada les salía bien.

Era un compañero, un amigo lejano por contacto, era alguien con mucha importancia en la vida de Kiyoomi, pero no jugaba un papel estelar.

La comunicación mental se resignaba a charlas dentro de la cancha, había sido de los pedidos principales de Kiyoomi, y Atsumu como si fuese un niño obediente de sus padres, acató el pedido, creando una mágica y sincronizada reacción en la cancha a la hora de hacer prácticas de partidos o remates.

Realmente creyó que nunca sería el día donde tendría la oportunidad de redimirse como Kiyoomi dijo.

''Atsumu.''

Acababa de despertar, y cayó de la cama intentando pensar si era real o un mal sueño la voz en su mente.

''Despiértate idiota, son las once de la mañana.''

''¿Kiyoomi?''

''¿Quien más? Megan Fox no tiene esta voz.''

''Esta bien, está bien... ¿Ocurre algo?''

''Treinta minutos, te envíe la dirección por mensaje. Ven con ropa deportiva.''

Atsumu se desperezó sin recibir más respuestas de Kiyoomi, aunque tampoco se esforzó mucho por cuestionar que harían, lo único que su cerebro procesaba era que un domingo por la mañana Sakusa lo estaba invitando a hacer algo y la peor de sus sonrisas orgullosas decoraron su rostro todo el camino hacia la desconocida ubicación.

Hizo una rápida parada en Onigiri's Miya, donde para toda su extrañeza ni Osamu ni Suna, quien siempre estaba los fines de semana, se encontraban allí, y la mesera que rápidamente reconoció al rubio para entregarle un paquete a nombre de su hermano.

- Osamu-san me ha pedido que te lo diera. - Sonrió coqueta como ya de costumbre hacía Atsumu. - Y dijo que deberías apurarte si no quieres que Sakusa se cabreé.

Siguió su camino algo extrañado con las cajas entre sus manos, ¿Acaso todos sabían que ocurriría hoy y lo habían apartado?

Dejó que su mente imaginara mil y un escenarios dónde le habían preparado una broma pesada como arrojarle comida podrida, o Kiyoomi declarando que lo amaba y terminaba siendo una cámara oculta de algún reality con estrellas del deporte, todo con la inconsciente intención de opacar la bola de nervios que su mente amasaba poco a poco.

Se sentía como un niño al estar nervioso de que su alma gemela lo invitará a algo, más aún sin saber a dónde estaba siendo guiado, por lo que ya en la calle indicada, permitió que sus ojos viajarán por cada casa, intentando atinar con el cuál marcara el número dicho por Kiyoomi.

¿Se había comprado una casa?

Pensó al notar la zona tan de vecindario.

¿O se puso una tienda?

Volvió a cuestionarse al notar una despensa familiar.

Pero todos esos pensamientos se dispararon cuando sus ojos vieron los números 627 decorando la chapa de una entrada.

"Sakusa Kiyoomi."

Niños corriendo. Muchos.

"¿Te has perdido?"

Una casona gigante, con un cartel del gobierno.

"Yo..."

¡¿Sakusa Kiyoomi había salteado todos los pasos de perdón y lo había arrastrado a adoptar un hijo juntos?!

Negó la idea extraña y que rozaba la demencia de su mente, y camino con toda la duda recorriendo el lugar, directo al patio donde podía oír la mayoría de las voces.

Dio pasos seguros, aunque su mente fuera una neblina de confusión, tanteó con su vista no chocar con ninguno de los niños de todas las edades que corrían por el lugar, algunos con pintura en sus manos, otros con comida, y algunos otros solo jugando entre ellos.

Se frenó cuando el panorama completo apareció frente a él y realmente sintió que perdía la cordura, al nivel de creer estar en una gran alucinación.

Miya Atsumu era un hombre de palabra, y cuando alguna vez sentenció que Sakusa Kiyoomi era un maldito Dios griego, no mentía.

No fue consciente de cuando Osamu sacó las cajas de sus brazos, o Suna lo saludo con poco interés mientras Motoya reía desde lejos junto a Washio. Él tenía todas sus neuronas funcionando para gozar la imagen mental que se presentaba como si una luz divina la apuntará.

Sakusa, con unos jeans negros y una playera blanca dentro de los pantalones sostenía un niño de unos cuatro años entre los brazos mientras sonreía al punto de que sus mejillas se veían coloradas y eran apretadas por las pequeñas manos del niño. Atsumu juraba que sus rizos se veían más perfectos que nunca, volando con la ligera brisa, y el brillo en sus ojos era algo nunca antes visto.

Si no fuera que podría asustar alguno de los infantes, hubiese caído sobre sus rodillas aceptando que Dios existe y lo bendijo poniendo a tal imagen ante sus ojos, cualquiera que tuviera el lujo de verlo podría morir en paz.

- Viniste. - Dijo Sakusa caminando hacia él con el niño aún en brazos. - ¿Te gusta?

- ¡¿El niño?! Hermoso, fantástico, ¡Criémoslo! Digo... - Escupió el mar de palabras sin considerar nada. - ¿Qué hacemos aquí?

- Pues hoy estamos preparando todo para la apertura de mañana, necesitaba la mano de todos los disponibles para poner el hogar en orden.

Miya miró extrañado la escena. ¿Algún alíen extraño se había metido en el cuerpo de su alma gemela?

Nunca, en años de escuchar la voz de Sakusa Kiyoomi en su mente y oídos, había sentido tal suave y endulzado tono.

- Pues... ¿Claro? - Miro por el hombro de Sakusa y entre los demás adultos identificó a Bokuto, Hinata y algunos otros jugadores de los Black Jackals. - ¿Es algo del equipo que he olvidado?

Pudo sentir que el grupito a algunos metros suyo, dónde su hermano, cuñado, Motoya y algunas personas que conocía de su pasado, comenzaba a reír ante sus palabras, y rápidamente sus oídos se vieron ahogados por la risa de Kiyoomi.

- Nada de eso, este lugar es mío. - Dijo con orgullo. - Así que espero verte todos los días que tengas libres dando clases de vóley.

Quiso contestar, pero no encontraba ni siquiera alguna palabra cercana a todas las cosas que sus pensamientos gritaban.

Quería abrazarlo.

"Kiyoomi."

Quería felicitarlo.

"Atsumu."

Quería llorar de felicidad.

"Maldita seas, eres tan genial."

Soltó una carcajada que terminó de confirmar lo que todos lo que observaban esperaban, Atsumu no terminaba de caer en cuenta de la situación.

Se prolongó cinco minutos, dónde Kiyoomi apenas Atsumu cayó al suelo entre las carcajadas sosteniendo su estómago, se puso en cuclillas observándolo con el rostro apoyado en su rostro.

- ¿Te sorprendí?

Atsumu sólo intento establecer su respiración, mientras lo veía embobado.

"Quería decirte yo mismo esto."

Luego de una tarde completa en el lugar, ya con los niños en sus dormitorios y con los pocos adultos que quedaban marchándose en sus autos, Atsumu se despidió de su hermano jurando que realmente quería volver caminando a la casa.

Comenzó su camino, viendo cómo aún en el interior Kiyoomi charlaba con Sugawara y su pareja, los otros encargados del lugar.

Estaba volando en sus pensamientos las cuadras que avanzó, todo el día Sakusa había estado cerca de él, soltando uno que otro chiste, o alegremente contándole como había trabajado para tener este lugar en pie en solo un mes, y lo importante que había sido en su decisión de como continuaría con su vida.

La pequeña luz de esperanza se avivaba más y más en su imaginación, casi gritando en sus interiores al notar como poco a poco Kiyoomi volvía a incluirlo en su vida, contarle de la misma.

"Oye idiota."

Frenó en seco, y cuando volteó su cabeza por inercia vio el auto de Kiyoomi avanzando a velocidad mínima a su lado.

- Vamos, sube.

- Realmente quiero caminar. - Dijo seguro, escupiría una confesión si se acercaba a él con la mente así.

- No me hagas repetirlo. - El auto se frenó de repente.

El viaje fue normal, Atsumu solo lo felicito a cada segundo del lugar, y del gran trabajo que era no solo para él, si no para todos los niños que ayudaría con ello, mientras Kiyoomi no paraba de explicar los Miles de proyectos que tenía planeados para todas las clases que quería dar, reformas o ampliaciones a lo largo del tiempo.

- Llegamos. - Kiyoomi aparcó. - Gracias por el aventón Kiyoomi.

Intentó escapar sin más, había logrado no escupir estupideces románticas que podría romper la amistad que estaba naciendo.

- Tsumu. - Se heló ante el apodo. ¿Alucinaba?

- ¿Kiyoomi? - Preguntó con miedo de realmente haber imaginado.

- Deberías volver a conducir. - Dijo serio. - No tengo problema de ser tu chófer personal... Pero ambos nos hemos esforzado por dejar nuestros traumas por detrás... Puedo ayudarte.

- ¡No! - No quiso gritarle, pero se sentía paralizado.

La simple idea de siquiera sentarse en el lugar del conductor llenaba su mente de recuerdos sangrientos y desesperantes.

- Perdón... Solo que no puedo Kiyoomi. - Dijo apenado, marchando al interior de su casa.

El sonido de los flashes aturdía a cualquiera que allí se encontrara.

La conferencia aún no había dado inicio, y al no tener explicación de a que se fuera a deber, los periodistas y fotógrafos de los grandes medios japoneses estaban extasiados cuando cinco personas con los uniformes de los Black Jackals salieron de detrás de una cortina y se sentaron en las cinco sillas disponibles.

Adriah Tomas, Bokuto Kotarou, Miya Atsumu, Sakusa Kiyoomi y Hinata Shōyō.

Ordenados en sus asientos por número de camisetas, ninguno fue lento, o tal vez impulsados por los nervios, fue en simultaneo como las cinco manos tomaban los vasos de agua frente a ellos.

Aunque el moderador aún no hiciera presencia, la zona donde todos los periodistas se encontraba solo podían escucharse gritos cargados de preguntas, mientras entre los cinco, los únicos que mantenían la vista sería y tranquila eran Bokuto y Sakusa.

Un hombre encargado de los medios de los Black Jackals apareció con micrófono en mano, y con una seña el salón completo se acalló.

Los ojos vidriados de los nervios de Atsumu observaban el mismo punto al fondo del cuarto, dónde Sunarin y Osamu, tomados de la mano recostados en la pared, le sonreían y levantaban sus pulgares en su dirección.

- Buenas tardes a todos, y gracias por venir aún sin mucha información. - Comenzó a hablar el hombre, Adriah inconsciente tomó la mano de Bokuto. - Pero el día de hoy cinco de nuestros jugadores han decidido hacer un anuncio. - Hinata observó desesperado a Kiyoomi.

El azabache sentía los ojos clavados en su cuello, hasta podía oír en su oído la particular voz del anaranjado pidiendo ayuda, y sin rechistar por debajo de la mesa imitó a Bokuto y extendió su mano en seña de seguridad.

No había pasado ni un segundo que el hombre había terminado de hablar y todos tenían la mente hecha un desastre.

Adriah sudaba frío, mientras con el cuerpo inmóvil no dejaba de observar al libero de los Adlers que se escondía bajo una bufanda, gorra y cubrebocas junto a otro jugador del mismo equipo igual vestido.

Bokuto mantenía la vista sería como pocas veces hacía, sintiendo una emoción arrasadora dentro de su estómago de que por fin se diera la situación, mientras su pareja le sonreía desde uno de los costados del salón, acompañado de su hermana quien le sonreía con orgullo.

Hinata solo podía observar el vaso de agua frente a él, aferrándose a la gran mano que Sakusa le extendió, sabiendo que si elevaba la vista solo se rompería a llorar.

Miya sentía que todo su cuerpo colapsaría en cualquier minuto, él había pedido esto, y por suerte sus compañeros no solo lo aceptaron, sino que lo apoyaron e impulsaron a que lo hiciera.

Sakusa sentía como un gran deja vu corría en su mente, los nervios ya no eran protagonistas de la escena, y apenas vio con sus ojos a todos sus compañeros lo comprendió.

"Tsumu."

El rubio se tensó en su lugar, mientras un asistente anotaba los nombres de todos los periodistas para cuando fuera la ronda de preguntas.

"Kiyoomi siento que moriré."

Sakusa inspiró, y apenas el aire salió de sus pulmones relajando su cuerpo por completo, lo hizo.

"Estoy aquí contigo."

Ambos jóvenes sentían cada nervio de su cuerpo alerta, y podrían jurar que toda la sangre de sus cuerpos se había concentrado en sus manos, cuales se apretaban al punto de marcar sus pieles tan pálidas en el centro y rojas en las partes libres.

"No te merezco."

- Se ha decidido crear una comisión de género y diversidad en los Black Jackals. - Luego del corto silencio el hombre habló, el bullicio explotó. - Y estás estrellas aquí, serán las representantes.

Aplausos mezclados con preguntas de todo tipo, apoyo, desmentir una movida de marketing, odio y repudio, personales.

"No me importa eso."

«¡¿Por eso han contratado a Sakusa Kiyoomi?!» La oyó perfectamente.

"Yo no estuve allí para ti."

- La ronda de preguntas será luego de las intervenciones de los jugadores.

«¿Es cierta la relación de Adriah y Heiwajima de los Adlers?» El presentador volvió a pedir silencio.

Bokuto extendió su mano hacía Atsumu, y por fin los cinco intercambiaron miradas cuando el salón por completo había quedado en un punzante silencio.

"Pero yo estaré para ti."

Bokuto agarró en primer lugar el micrófono frente a él, dando la explicación de en qué consistiría la comisión, como muchos equipos japoneses y de otras ligas nacionales de otros lugares habían generado estás, y la importancia que tenían para hacer el deporte un lugar más sano y dar las correctas enseñanzas a quienes los admiraban.

- He estado en el equipo desde que abandoné la secundaria. - Dijo ya riendo. - He odiado cada minuto el no poder hacer esto, así que si me permiten... ¡Akaashi Keiji, te amo! - Gritó sobre el micrófono, aturdiendo a todos. - No pueden restringir las relaciones que están destinadas por lo que a ustedes les parezca correcto.

Siguió Adriah, quién dio un discurso similar, con la voz algo temblorosa dio al aire público su relación con el libero, quién ya tenía libertad en su equipo para comentar la situación.

- No creo que nuestra forma de amar sea incorrecta, - dijo, por último. - nadie aquí sentado es mala persona, ni un pervertido. Y somos los mejores jugadores que algún día traerán muchas medallas al país, y cada año damos los mejores resultados a nuestros fanáticos.

Hinata siguió, aunque no le fue posible hilar tantas palabras, aunque su relación con Kageyama ya era un gran rumor, y casi aceptado por el mundo, sus nervios y la idea de exponerse de tal manera lo congelaban.

- Es esto, ¿Saben? - Soltó ya confuso de las palabras que había ensayado. - Lo oigo en mi mente todos los días, como ustedes también deben hacer con alguien especial, pero eso no quita que daré todo de mi para aplastar a los Adlers, u cualquier otro equipo. Y eso... ¿Podemos casarnos? Digo, te amo Tobio.

El azabache que lo veía desde el lado de Heiwajima se quitó su disfraz, parándose entre la gente y gritando como nunca se había visto.

- ¡Te amo Shōyō! - Las cámaras giraron hacia él. - ¡Pero yo te ganaré! Y me casaré contigo... - Murmuró a lo último.

Todo el mundo estaba transmitiendo en vivo, tomando notas, gritando preguntas, nadie en ese lugar no había sentido su mandíbula tocar el suelo durante todas las declaraciones.

Kiyoomi soltó la mano de Shōyō, acercando el micrófono a su boca, y sonriendo al ver cómo Suna había dado algunos pasos al frente para que lo notará.

- No tengo mucho que decir, ¿Saben? Conozco los nombres de muchos de ustedes cuando un tiempo atrás intentaron destruir mi carrera, la de Atsumu y la de Rintarō del Raijin. - Dijo tranquilo, sintiendo las uñas de Atsumu rozar su piel.

"No permitiré que vuelvan a denigrarnos."

El agarré se aflojó.

- Soy gay, ahora pueden tener un vídeo mientras lo digo en japonés, - se río entre sus palabras. - y si, Atsumu es mi alma gemela, pero somos amigos, y no miento, para la situación dónde nos encontramos, ¿No sería estúpido?

Dejó el micrófono en el lugar, mientras los periodistas explotaban, muchos gritando insultos y Sunarin saltaba mientras Osamu lo tomaba por la cintura.

"No volveré a permitir que tengas que mentir por miedo a perderlo todo."

La temblorosa mano de Atsumu se extendió hacía el micrófono y su mente se apagó.

Una lluvia de recuerdos cayó en su memoria mientras con movimientos lentos el micrófono se acercaba a sus labios.

De niño acostado en su cama, calmándose con la voz de Kiyoomi. Mil y una charlas en todos los lugares posibles. La primera vez que lo vio en la tribuna, la primera vez que lo abrazó. Su sonrisa, o su rostro serio, sus expresiones de disgusto y la manera que limpiaba sus manos compulsivamente como también todo objeto que tuviera cerca. Los labios del azabache en su mejilla, labios, manos, espalda. Ellos en Estados Unidos.

- Al igual que Bokuto, me he criado en los Black Jackals. - Empezó tembloroso. El pulgar de Kiyoomi lo acarició. - Y aunque sea mi segunda casa, mi equipo favorito, muchas veces las imposiciones de la sociedad, o los altos mandos, hicieron que lastimara mucha gente con mis acciones.

Kiyoomi en el vestuario, golpeándolo como merecido tenía. Verlo en cada entrenamiento tratándolo de igual, permitiéndole explicarse, abriendo nuevamente un lugar que tal vez no merecía. Su alma gemela cargado de orgullo mostrándole el esfuerzo de su vida, e invitándolo todos los fines de semanas a compartir los días completos junto a los niños que con tanto recelo cuidaba.

- Hubo un tiempo donde Kiyoomi y yo tuvimos la mejor relación de mi vida, - Los periodistas se exaltaron. - y como él ya dicho somos almas gemelas, aunque doy asco en ello. Por lo que hoy, junto a ellos me paro aquí luego de mucho esfuerzo de cambiar todo desde el interior del equipo para decirlo.

Su cuerpo completo cosquilleaba.

"Omi."

"Que agradable escucharte llamarme así."

"Te amo."

La mano de Kiyoomi parecía querer quebrar la suya de la presión.

- Seré el mejor colocador de la liga, del país... - Dijo entre risas confusas. - ¡Seré el mejor colocador del mundo y nada de eso cambiará el hecho de que pueda amar a un hombre!

El último silbato anunció la victoria, nuevamente de los Black Jackals.

El campeonato de invierno era suyo, tan solo faltaba la final contra el Raijin en dos semanas y tendrían la gloria en sus manos.

Pasaron por los periodistas que ansiosos preguntaban por las expectativas y devoluciones del partido jugado, y ningún medio se callaba ante el plantel de los chacales que no dejaba que desear, eran imparables.

Teniendo una reunión técnica al día siguiente, prometieron que los tragos de festejo serían luego de la final, y cada jugador marchó por su propio camino.

Sakusa Kiyoomi no fue la excepción.

Ya cumpliendo seis meses en el país, disfrutando el frío del febrero japonés, se escondió en su gran abrigo mientras esperaba sentado sobre el capó de su auto, sonriendo cuando una cabellera rubia aparecía corriendo entre sus otros compañeros que marchaban por su propio camino.

- ¡¿Omi-Omi lo viste?! La colocación que he hecho para Shōyō. ¡Tobio-kun tenía cara de mil demonios cuando su novio le remató justo en el rostro!

Kiyoomi hecho una carcajada, había visto la jugada de manera perfecta, y realmente había sido una colocación magnífica, como todas las que el rubio realizaba. La sincronía de su cuerpo con el balón era única.

- Ha sido genial, por lo que hoy haremos algo especial. - Dijo desbloqueando el auto, para luego arrojar las llaves hacía Atsumu. - Conducirás hasta tu casa, ¿Te parece?

Confundido y con las llaves entre las manos palideció, mientras Kiyoomi sin mucha importancia entraba en el lugar del acompañante.

Mucho tiempo había pasado y Sakusa siempre que tenía la posibilidad insistía en el tema, y Atsumu siempre se negaba rotundamente.

O casi siempre.

Algunas veces cuando Sakusa frenaba de camino a los entrenamientos se sentaba en el lugar del conductor, y con el pasar del tiempo hasta apoyaba sus temblorosas manos en el volante, pero siempre rechazando encender el auto ya que su mente se minaba de recuerdos.

"Tú puedes Tsumu, estaré a tu lado todo el tiempo."

No podía negarse, y mucho menos a los oscuros ojos que lo veían a través del vidrio esperanzados.

Atsumu había descubierto un lado de Kiyoomi que conocía, pero nunca supo apreciar. Y era lo dedicado que era hacía las personas que apreciaba en su vida, daría lo que sea, aunque el otro se negara para ayudarlos.

Lo había hecho durante años por él, dando toda su vida por él, y nunca lo había apreciado. Intentó negarse a este tipo de trato por parte de Sakusa, pero aprendió que no era la manera de resolver sus errores, si no que debía compartir el mismo nivel de apoyo, y aceptar el que le presentaban.

Se subió al lugar del conductor, y luego de colocar su cinturón y observar el volante durante cinco minutos en completo silencio, lo hizo.

"Muy bien."

El motor sonó, y lentamente el auto comenzó a avanzar.

"¿Ya puedo parar Omi?"

Iban lento, lo que debían recorrer en diez minutos ya les iba llevando veinte y no iban no por mitad de camino.

"Hasta tu casa, tú puedes."

Yo puedo, yo puedo. Se lo repitió. Sakusa Kiyoomi estaba dando todo de si, cuando en realidad debería estar pateándolo en el suelo y diciendo lo inútil que el rubio era, gastaba sus minutos de descanso en estar a su lado cuando más lo necesitaba.

Condujo un poco más rápido, igualando la verdadera velocidad que debería mantener, y cuando su residencia apareció justo frente a él, estacionó el auto y bajó corriendo eufórico al lado del cual el azabache bajaría.

"¿Ves? Tu pudi..."

La conciencia de Kiyoomi quedó en blanco y le fue imposible seguir hablando, su cansado cuerpo acababa de chocar contra la puerta que acababa de cerrar a sus espaldas y dos manos aprisionaban sus mejillas mientras unos labios lo hacían con los propios.

"Gracias, gracias, gracias."

Se relajo ante el beso por unos segundos, pero al instante que tomó ritmo, sintió un brusco despegar en sus labios, y vio como rápidamente Atsumu hacía lo que ya parecía costumbre.

Sus rodillas chocaron contra el césped de la acera y su frente cayó sobre los zapatos de Kiyoomi.

- Perdóname, yo me dejé llevar por la emoción, maldita seas. - Dijo aferrándose al pantalón de algodón de Sakusa. - Tu eres un buen amigo y yo solo salté sobre ti.

"Atsumu."

- Soy un idiota, patéame ahora mismo, mañana pediré el cambio de equipo y te dejaré en paz.

"No repetiré tu nombre porque es una mala costumbre que intento dejar."

- Yo te pediré perdón de rodillas seis meses más, aunque solo te rías cuando lo hago, seguiré Kiyoomi.

"Y realmente no paras de hablar."

- ¡Dejaré de hablarte y ya no tendrás que oír mi estúpida voz! Ni ahora lloriqueando ni dando pena en tu mente.

- Miya Atsumu cállate idiota. - Dijo enojado, cortando por completo la broma que hacía en su mente. - Párate.

Atsumu elevó tan solo su vista, cargada en lágrimas.

- Dije que te levantes maldito idiota, no estoy bromeando.

La cabellera rubia rebotó con el saltó que dio para quedar sobre sus pies, intentando secar las lágrimas con el grosor de su manga.

- Tú idiota egoísta, - su dedo se apoyó sobre el pecho de Atsumu. - en tu maldita vida volverás a dejar de hablarme. - Las palabras salían en coreano sin medirlo, tal vez debería dejar de usar ese idioma con Suna. - Ya he estado atormentado por un Han interminable hasta ahora, y estoy dando la mejor mierda de mí mismo para ser tu Jeong y que podamos superar las pocas mierdas asquerosas y traumáticas que quedan pendientes en nuestras vidas.

Su mente viajaba por mil y un pensamientos, nunca lo había dejado de amar y eso todos lo sabían, no era algo que Sakusa negara.

- Eres tan estúpido, - hablo por fin en japonés, comprendiendo con la mirada de confusión de Atsumu que no había usado el cupón de descuento en clases de coreano. - te amo y ya lo sabes, todos han visto cómo te perdoné y como solo espero que sea el primer paso.

Negó con la cabeza, ya harto de el cliché romántico barato que ambos protagonizaban hacía ya incontables años.

- ¡Entonces daré la mitad de mi vida por ti Sakusa Kiyoomi! - Le tomó unos segundos gritar eso como si estuviera analizando todo lo dicho. - Aun no comprendo coreano, pero, ¡Suna me explicó que es Jeong y Han! Yo seré tu Jeong Omi-Omi y quiero que tú seas el mío, quiero que nos amemos como siempre debimos haber hecho.

El rubio se estiró a besarlo nuevamente, y con una audible carcajada Kiyoomi aplastó sus labios con su mano, impidiendo que concretará el beso.

- ¿Solo la mitad de tu vida? ¿Acaso realmente eres el gemelo más idiota? - Chisto entre risas. - ¡Yo te he entregado mi vida entera y no me conformaré con menos de ti!

- ¡Lo haré! - Dijo agachando la cabeza. - Mañana mismo me apellidare Sakusa, y....y... Adoptaremos a todos los niños del hogar, y traeremos nuevos y...

"Cállate Atsumu, arruinas el momento, iremos lento."

Kiyoomi se abalanzó mientras retiraba su mano, y lo besó como tanto había anhelado hacer.

Era suyo, sin importar qué.

El temor a volver a oír que su tacto no era deseado había desaparecido, o el miedo de volver a sentir asco de que lo tocarán y arruinara a todos a su alrededor desaparecieron, al mismo tiempo que Atsumu se derretía en sus brazos.

Estaban hechos uno para el otro, en esta vida y en cualquiera, Sakusa Kiyoomi y Miya Atsumu encajaban como piezas de rompecabezas, siendo la desesperación a lo pasado y la emoción imaginaria que te protegía de cualquier tormenta, habían luchado ante toda excusa, impedimento y temor para encontrarse al día de hoy, hallando el momento indicado para amarse hasta su último día.

El mundo era un lugar extraño, de esos que te hacían cuestionarte durante horas o tener viajes astrales dónde podrías imaginarte que carajos ocurría en Dios o la biología, en lo que decidieras creer, para crear algo como las almas gemelas, y el gran impacto que están podían tener en la vida de alguien.

27 de septiembre de 2019 y Miya Atsumu estaba recibiendo los mejores regalos del universo.

El piso que habían alquilado junto a Sakusa estaba repleto de gente.

Sugawara y Sawamura, los amigos de Kiyoomi estaban en la cocina ayudando a Osamu, Kita y Aran a preparar la comida.

Suna junto a Ushijima, Hinata y Kageyama veían una repetición de la final del invierno pasado dónde los Black Jackals se proclamaba campeones con un remate del ninja Shōyō.

Oikawa Tooru, quién había vuelto al país por la ocasión, se encontraba sobre las piernas de Iwaizumi Hajime charlando animosamente con Motoya, Ichigo y Tatsuki, contando anécdotas del azabache ebrio en Estados Unidos.

Su madre junto a Komi, algunos compañeros de los Black Jackals y Sakusa estaban en la terraza charlando con bebidas en sus manos.

Y Atsumu... Miya Atsumu estaba a segundos del infarto.

- Así que tú eres nuestro nuevo hermano menor. - Una mujer de casi un metro ochenta años observaba detenida, mientras un hombre de la altura de Kiyoomi le hablaba. - ¡Estoy tan feliz por nuestro hermanito!

- Kotoko, lo estás espantando. - Gruñó quién se presentó como Koko. - Es un honor que tú lleves el apellido de la familia.

Quiso continuar la charla, ya que luego de volver a pasos lentos con Kiyoomi, el día que se enteró que tenía dos hermanos, se había vuelto su fantasía ver dos copias exactas de cómo se vería Kiyoomi a dicha edad, pero la mano de su pareja en su cintura lo frenó.

- Deja de tirar miradas lascivas a mis hermanos y vamos a dar el anuncio.

Claro, nadie lo sabía excepto los tres hermanos Sakusa.

Kiyoomi junto a todos en el gran salón, y con un papel doblado en su mano y una gran sonrisa tomó la palabra.

- Tenía planeado dar un discurso muy largo humillando a Atsumu, pero eso se lo guardaré a Osamu. - Dijo con una sonrisa. - La semana siguiente cuando oiga el discurso de su padrino de bodas hará uno muy bueno para la nuestra... Espero.

- ¡Oye! - Atsumu golpeó su hombro avergonzado. - Espera... ¿Me estás proponiendo...

- Cállate idiota, el día que te dé un anillo aún está muy lejos. - Gruñó. - Pero bueno, quería agradecerles que hicieran tiempo en sus agendas para esto... Ya que es un día muy importante, tanto para mí como para Atsumu.

- ¿Cómo que no se casarán? - Preguntó Oikawa alterado. - ¡He volado 36 horas por esto!

- Tu también Shittykawa cállate. - Kiyoomi hacía reír a todo el mundo sin intención alguna. - Dios, ¿Acaso nadie quiere oír la noticia?

Todos abuchearon, alentándolo a seguir.

- Hoy... - Abrió el papel lentamente. - Atsumu y yo hemos firmado los cambios familiares y desde hoy seremos Kiyoomi y Atsumu Komori. - Todos gritaron de emoción, pero cuatro personas en particular no pudieron ocultar las notables lágrimas en sus ojos. - Mi padre me dio mi primer apellido, pero quiero que el de mi madre también continúe vivo, mis hermanos sacarán brillo de Sakusa, mientras nosotros construimos un nuevo futuro como Komoris.

Ichigo dio pasos inexactos hacía su sobrino, abrazándolo sin importarle que siguiera hablando, ahogándose en su propio llanto siéndole imposible decir todas las veces que deseaba las gracias.

- Tu madre estaría tan orgullosa. - Ichigo lo soltó. - Y tu padre también.

La pareja dio algunas palabras más, y luego la reunión siguió su curso, liberándolos para el anochecer.

Los últimos en partir fueron Osamu y Suna, quienes irían a un hotel junto a Azuka.

- Samu espera. - Atsumu frenó a su hermano en la puerta. - ¿Puedes dejar que yo llevé a mamá?

- Pues... - Osamu miró a su madre, quién le sonrió tranquila. - Nos vemos en la mañana mamá, los amo. - Tomó la mano de Suna de salida. - Felicidades Tsumu.

Se despidieron, y una curiosa Azuka camino a espaldas de su callado hijo en dirección a la cocina, dónde Kiyoomi lavaba tranquilo los platos.

- Azuka-san. - Dijo el azabache retirándose los guantes de látex. - ¿Quiere beber una taza de té?

La mujer asintió, tomando asiento en una de las banquetas de la isla.

- ¿Que necesitan niños? ¿Acaso era una mentira y ahora me pedirás la mano de mi hijo?

- Oh no, no haga ilusiones en este tonto que, si no, no me dejara en paz. - Dijo Kiyoomi mientras tomaba asiento a su lado. - Aún tenemos mucho que charlar y conocernos, ¿No Tsumu?

- Exacto... Lo que queremos hablar mamá es... - Dijo sonriente el rubio, tomando una de las manos de su madre por sobre la piedra. - Ay, díselo tu o lloraré.

"Llorón."

"Me amas."

"Lo hago."

- Azuka-san... Quiero que tú también tomes nuestro apellido. - Soltó Kiyoomi sonriendo. - Osamu ha tomado el de Suna ya tiempo atrás, y la decisión mía y de Atsumu no es por casarnos ni nada, es para que él pueda seguir superando todo su pasado... Usted merece lo mismo.

Ambos dos sostenían las manos de la señora, mirándola atenta, y sintieron que sus corazones se quebraban cuando pequeñas y lentas lágrimas caían por sus mejillas.

- ¡Perdón mamá! ¿Te hemos hecho recordar cosas desagradables?

- ¡Perdón Azuka-san! Ha sido una desconsideración de mi parte yo...

- Niños... - Murmuró, elevando su rostro y mostrando una gran sonrisa. - ¿Podrían ser un poco menos dulces?

Los tres se abrazaron durante largos minutos, esperanzados de que fuera la última vez que tuvieran que sacar tan oscuro, y superado tema a la luz para dar cierre a malos recuerdos.

- Maldita seas no lo ha hecho. - Murmuró Suna a Kiyoomi, quién se paraba un escalón más bajo que el con un ramo de flores entre las manos. - Nunca debí permitir que organizará este casamiento por sí mismo.

- Oh Sunarin... - Murmuró Kiyoomi, riéndose de los chistes que Atsumu hacía para no demostrar que se moría de amor al ver a su madre y hermanos vestidos formales bajar por el pasillo de bancos. - ¿Acaso te lamentas de tu elección de gemelo?

Una canción de One Direction, en una versión de solo piano, sonaba mientras Suna Osamu caminaba con el traje más elegante hacía su futuro esposo, aunque no fuera una ceremonia muy religiosa o legal en el sentido administrativo, orgulloso.

El casamiento fue un desmadre. Todos los invitados lo supieron de ante mano, aunque Atsumu tuviera el primer puesto en catástrofes, Osamu no perdía por muchos puntos, y al estar intercambiando anillos con Suna Rintarō, alcanzaban la locura y desborde que el rubio hacía por sí solo.

La ceremonia fue corta y simple, pero la fiesta que le siguió era de la talla de un jugador profesional con tantos ceros en el banco que debía contarlos apoyando el dedo en la pantalla y uno de los mejores chefs en comida tradicional del país.

Todo el mundo había asistido, desde sus amigos de la preparatoria hasta jugadores de otros equipos, amigos del ámbito culinario y los amigos de sus amigos. No habían escatimado gastos.

Kiyoomi abandonó cerca de la medianoche la compañía de sus amigos cuando vio a Atsumu alejarse de la ronda que los ex jugadores del Inarizaki habían compartido gran parte de la noche, siguiéndole el paso al exterior.

Cubrió sus ojos apenas tuvo la oportunidad, y beso su cuello.

"¿Quién soy?"

"¿Cuánto has bebido Kiyoomi? No estás hablando en voz alta."

"Lo suficiente para decirte cuánto te amo, idiota."

"Pero no lo suficiente para dejar el idiota de lado."

"Nunca lo haría, eres mi idiota."

"Lo soy."

Atsumu retiró las manos de su rostro, y se giró hacía su pareja, acomodándose en el pecho del mismo para combatir el frío del insistente otoño.

Los pares de ojos se encontraron, haciendo que en ambos rostros se dibujaran unas pequeñas sonrisas que solo significaban algo.

Estaban dónde debían y deseaban estar.

No importaba el lugar, la hora ni la estación, mientras que los brazos del otro los rodearan, serían felices.

- Te amo Omi-kun. - Atsumu se elevó un poco para besar la mejilla del azabache.

- Yo a ti Atsumu... - Dijo nervioso, algo que el rubio identificó al instante.

- ¿Ocurre algo? - Pregunto. - ¿Hay mucha gente aquí? ¿Quieres que vayamos a casa?

- No... No es eso.

Kiyoomi se alejó algunos centímetros sin soltarlo, tomándose el tiempo de observarlo de arriba abajo.

Si no prestaba atención al cambio de peluquero, y el gasto mayor que ahora generaba para mantener ese implacable rubio, o como el cuerpo de Atsumu había crecido en cinco años, Kiyoomi podía jurar que veía frente a él al mismo chico que alguna vez vio en un aeropuerto, flechándolo instantáneamente.

Pero... Tenía miedo, porque esos cinco años si habían ocurrido.

- Atsumu... - Sabía la respuesta, pero el alcohol en sangre lo obligaba a desear la confirmación para poder volver a sonreír. - ¿Volverás a irte de mi lado?

- Komori Kiyoomi, ¿Acaso me vez cara de infeliz? Porque he dejado de serlo hace ya más de un año. - Dijo acercándose por su cuenta. - No lo haré ni el día que mueras, porque claro que lo harás primero, sino, me culparías de dejarte.

"Gracias."

Besó sus labios desesperado.

"Necesitaba oír eso."

Nota final a continuación ༎ຶ‿༎ຶ

Pero antes... Yo estas últimas dos semanas.

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