Rebeca Stain

Caín Sloan

Luego de una exhaustiva rutina de ejercicio, realmente sentía que necesitaba un café para comenzar aquella mañana de buen humor. Inhalé hondo, limpiándome el sudor del rostro con una toalla, para luego rodear mis hombros con ella y bajar en dirección a la cocina, llevando puesto solamente un pantalón de buzo. Encendí la percoladora y apoyé los codos sobre el mesón, mientras pensaba en una propuesta de inversión para los socios de la empresa; H&J estaba prosperando bajo mi administración, pero necesitaba más inversionistas para llevarla al siguiente nivel.

—¿En qué piensas tantos?

Una voz femenina resonó en el pasillo, combinada con el sonido que provocaban las pisadas de los zapatos de tacón, y al ser consciente de quién se trataba, no me inmuté, hasta que sentí sus brazos alrededor de mi torso, y su barbilla apoyándose en mi espalda.

—Rebeca... ¿qué haces aquí? —pregunté, sin despegar la vista de la pantalla de mi celular.

No supe de ella luego de aquella fiesta de beneficencia.

—Bueno, una siempre vuelve a donde fue feliz —me respondió al oído, con aires de seducción, mientras deslizaba las manos por mi torso. —. Ha pasado más de un mes desde la última vez que estuvimos juntos, y vaya que extraño el sexo contigo... nadie puede hacerme llegar como tú.

—Es un halago, pero, ¿con cuántos hombres más te has acostado para llegar a esa conclusión? —arqueé una ceja, siendo un tanto indiferente a sus pretensiones.

—Caín Sloan, eso no se le pregunta a una dama —respondió, fingiendo sorpresa e indignación. —. Bueno, no es para que te burles, pero te diré que no he estado con nadie desde aquel día, he tenido que auto complacerme y esta maldita abstinencia me está matando. No puedo encontrar un amante tan discreto como tú, y mi prometido me está haciendo esperar hasta el matrimonio. Termina con este castigo. —pidió, dejando un beso en mi cuello, al mismo tiempo en que deslizaba la mano dentro de mi pantalón de buzo.

—Rebeca —la detuve al sujetar su muñeca, y me aclaré la garganta, girándome para verla de frente. —. Eso no será posible, no quiero hacerlo.

—Espera... ¿tú, Caín Sloan, en una mañana tranquila, rechazando sexo sin compromiso?

Frunció ligeramente el ceño, viéndome como si no pudiera reconocer a la persona que tenía frente a ella. Y, a decir verdad, entendía su desconcierto, ya que no era la clase de hombre que rechazaba un acostón, a menos que estuviese de muy mal humor y a gritos le pidiera que se largara.

—¿Qué te digo? —la miré a los ojos, y me alcé de hombros.

Ella entreabrió los labios, estando a punto de decir algo, pero solo cerró la boca y se apartó de mí, apoyándose de espaldas contra el mesón.

—Vaya, siempre te dije que de mi parte lo que teníamos nunca terminaría, ni aun cuando me casara. El único que podría terminar con esto serías tú, enamorándote de alguien que pudiera derretir ese témpano de hielo que tienes como corazón —soltó una risa cargada de ironía. —.... Tal parece que ya ocurrió.

—No sé si ya se le podría llamar amor. —le respondí, volviéndome hacia la percoladora una vez que el olor a café inundó la cocina.

—Bueno —musitó, rodeando el mesón para sentarse sobre el taburete. —. Yo creo que sí podría serlo, es decir, nunca en mi vida creí que vería a un Caín monógamo, y aquí estás, rehusándote a tener sexo con alguien que no sea tu secretaria.

Fruncí ligeramente el ceño, mientras servía dos tazas de café, ofreciéndole una que ella aceptó gustosa.

Medité sus palabras; de ser catalogado como "promiscuo", a ser llamado "Monógamo" era un gran cambio, pero mentiría si dijera que ella estaba equivocada, ya que, por segunda vez en mi vida, mi cuerpo solo anhelaba la agradable conexión e intimidad que sentía con una sola persona.

De haber aceptado tener sexo con Rebeca en aquel momento, seguramente habría terminado pensando en la mujer que no salía de mi cabeza, y hubiese sido realmente incómodo para mí, aunque a Stain no le hubiese importado porque solo pensaba en coger.

—Te juro que creí que se trataba de una obsesión momentánea hacia la única mujer que se atrevía a ponerte en tu lugar —comentó entre suaves risas, luciendo muy pensativa al ver hacia el horizonte. —. ¿Vas a decirme que ha sido el mejor sexo de tu vida?

Arquee una ceja, dándole un sorbo a mi café. Y, pese a que era un hombre que había tenido muchas amantes a lo largo de mi vida, responder aquello no me tomó mucho tiempo. En mi cabeza todo estaba claro.

—Solo diré que ha sido el más significativo —torcí los labios, llenando mi taza. —. Es una ternura adictiva, un deseo irracional, y cuando estoy con ella no pienso en mí, en complacerme, solo en ella, quiero satisfacerla. Y lo mejor de todo, es que aquel sentimiento no se desvanece luego del clímax, continúa y permanece. Lo nuestro no se basa solo en sexo...

—Porque de ser así, terminaría igual que yo, ¿verdad? Fuera de la cama no tenemos nada —hizo un puchero. —. Parece que has encontrado algo especial, y eso es genial, pero es una lástima que para ello haya tenido que perderte. Ahora supongo que no querrás saber de mí, así que me iré por esa puerta y no regresaré nunca.

Rodé los ojos, suspirando exasperado.

—No seas tan melodramática, Rebeca. De querer borrarte de mi vida ya habría eliminado tu contacto —tomé mi celular y le mostré su número registrado finalmente como "Rebeca Stain", en lugar de "sexo casual". Me observó con sorpresa y emoción. —. Para este punto ya te considero mi amiga. Además, una amistad entre nosotros, y quizás una futura sociedad, es algo que igual molestaría a tu padre, así que...

—Patán, solo piensas en joder a mi padre —respondió entre risas, negando con la cabeza. —. Bien, será difícil ser una amiga sin derechos o beneficios, pero lo superaré, porque a su vez estoy feliz de que alguien finalmente te haya puesto una correa —dio un último trago a su café, dejando la taza sobre el mesón, para luego ponerse de pie. —. Extrañaré el salvaje desenfreno. Solo espero que tanta espera por parte de mi prometido al menos valga la pena. La boda es en una semana, te invitaría, pero...

—Si estamos ambos bajo el techo de la misma iglesia seguramente arderá en llamas. —me alcé de hombros.

—¿Desde cuando eres tan bromista? —inquirió entre risas. —. Estás de muy buen humor, ¿no es así?

Volví a alzarme de hombros, dejando mi taza y la suya en el lavaplatos.

—En fin, si tu prometido no resulta como lo esperabas, enséñale tú, ya llevas mucha experiencia —comenté con un ligero tono de burla. —. Si te soy sincero, por la forma en que hablabas de él, me imaginaba a un hombre mayor, todo soso y escuálido.

No lo era, su prometido no pasaba de treinta y seis años, moreno, bastante agraciado, alto, fornido e imponente. Así que me sorprendía su actitud hacia ella, ya que Rebeca era ardiente.

—Quizás espera sorprenderte.

—Que el cielo te oiga, sea generoso y me dé, aunque una porción de lo que has encontrado con Jade —respondió, encaminándose hacia el umbral que la llevaría a la sala de estar, donde seguramente había dejado su bolso. —. Te veré luego Sloan.

Dio un par de pasos, pero luego se detuvo y giró la cabeza para verme, me analizó por segundos y esbozó una sonrisa insinuante mientras negaba con la cabeza.

—¿Qué sucede? —pregunté, extrañado.

—Nada —ensanchó más su sonrisa. —. Quién lo diría, el tirano se ha enamorado.

Rodé los ojos como respuesta, a lo que ella rio a carcajadas mientras se retiraba. Aquello significaba el fin de nuestra sexual y lujuriosa aventura, para lo cual era una suerte que desde el principio ambos tuviéramos muy en claro lo que éramos, simples amantes en una relación prohibida.

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