Prólogo

Jade Mackenzie

Taché con una línea el nombre de la sexta empresa a la asistía a buscando empleo, luego de una fallida entrevista, y encerré con un círculo la siguiente en la probaría suerte, con la ingenua esperanza de que, al llegar, por algún milagro, escucharía la palabra "contratada", en lugar de "buscamos a alguien con más experiencia".

Me resultaba realmente angustiante el hecho de que a cinco meses de haberme graduado de la universidad aún no conseguía empleo. Las cuentas se acumulaban, y no tenía cómo pagarlas. Mis padres me apoyaban con lo poco que conseguían, pero, ¡cielos! ya habían trabajado durante años para pagar mis estudios, era tiempo de que yo comenzara a cubrir sus gastos.

Tenía veinticinco años, a los dieciocho me mudé del campo a la ciudad con la ilusión de culminar mis estudios, encontrar un trabajo estable y ser una fuente de ingresos para mi familia... ¡qué ilusa había sido al creer que lograría todo al instante de graduarme!

—¿Sloan BC Company? —murmullé, leyendo un anuncio.

Era la primera vez que veía aquella empresa, y vaya que revisaba el periódico diariamente desde que obtuve mi título universitario en Administración y gestión de comunicaciones.

Era el puesto de secretaría, revisé los requisitos que pedían para conseguir una entrevista, y no había nada del otro mundo en él, si dejábamos de lado el de "paciencia".

—¡Eureka! —exclamé emocionada, poniéndome de pie. Revisé mi reloj de mano, y aún había tiempo de presentarme ese día. Salí de la cafetería y me dirigí hacia la calle para llamar a un taxi.

Una vez que el taxista me indicó que habíamos llegado, asomé la cabeza por la ventana y mis ojos se abrieron de una manera tan amplia, que por poco se salían de mis orbes al encontrar frente a mí una enorme estructura. Comencé a dudar de aquel anuncio, ¿realmente pertenecía a esa lujosa empresa? Por su apariencia cualquiera supondría que no tendrían necesidad de buscar trabajadores; debían tener sus oficinas llenas de curriculums.

—Señorita, ¿es este el lugar o no? —me preguntó el taxista.

—P-Parece que sí —revisé nuevamente la dirección en el periódico. —. Es aquí, muchas gracias.

Luego de pagar, bajé con prisa y me detuve la entrada. Vi por cuestión de segundos aquellas puertas de cristal que resplandecían de limpias, y a través de ellas, a las personas que vestían formales, andando de un lado a otro. Tragué saliva y observé mi ropa, comparada con ellos estaba desalineada, pero no había llegado hasta ahí para intimidarme al final, así que peiné con mis dedos las hebras que sobresalían de mi cabello castaño de puntas rubias, tomé una fuerte bocanada de aire y crucé aquel umbral.

Al otro lado todo parecía tranquilo, las personas estaban concentradas en lo suyo. Le pregunté al recepcionista y me indicó que debía dirigirme al final del pasillo, ahí encontraría la oficina de recursos humanos.

—Buenas tardes —saludé, tocando la puerta de cristal traslucido. Una mujer de mediana edad, baja estatura y cabello casi blanco en su totalidad abrió la puerta y me observó con curiosidad. —. Hola, vengo por el anuncio en el periódico.

—¿Anuncio? —cuestionó, bajó un poco sus lentes y me observó con curiosidad. —. ¿Vienes por el puesto de secretaria?

—S-Sí —respondí, un tanto entusiasmada. —. Estoy interesada. Estudié administración y gestión de comunicaciones en la universidad, soy recién graduada, tengo referencias de algunos de mis profesores y...

—Sígueme. —dijo, saliendo la oficina para comenzar a andar por los pasillos.

Fruncí el entrecejo, un tanto confundida, mientras la seguía hacia el elevador. Presionó el botón que nos llevaría al último piso y luego se cruzó de brazos.

—¿Has trabajado antes? —me preguntó.

—No. —respondí, temiendo que lo siguiente que diría sería que buscaban a personas con más experiencia.

—No te preocupes, aquí eso es lo de menos.

—Entonces, ¿estoy contratada? —cuestioné con curiosidad y desconcierto.

—Aún no. —respondió.

El elevador se detuvo en el piso indicado, y cuando se abrieron las puertas divisé un enorme salón que resplandecía de limpio con un cubículo semicircular que, según entendí, era el espacio de la secretaria, porque al fondo, dividido con una pared de cristal traslúcido, se encontraba la oficina de quien supuse era el jefe, ya que en la puerta se leía el nombre "Sloan" con letras doradas.

Observé todo a mi alrededor, y el corazón se me aceleró de solo imaginar que podía obtener un trabajo en aquel lugar, me veía vistiendo formal como quienes trabajaban ahí.

—¿Hola? ¿en serio?

Ella comenzó a hablar por teléfono, y parecía un tanto desconcertada cuando se giró para verme a la cara con el entrecejo fruncido.

—Lo siento, cariño —dijo de pronto. —. Resulta que el puesto no está vacante, alguién lo tomó en el turno de la mañana y yo no sabía, ya que trabajo medio día. —expresó con tristeza.

Presioné los labios y asentí con la cabeza. Sabía que era demasiado hermoso para ser real.

—Dame un minuto, necesito ir a los baños. Ya bajaremos. —anunció, avanzando hacia una esquina.

Me quedé ahí de pie, viendo todo a mi alrededor y suspirando el agradable aroma. Era una verdadera pena no haber obtenido el puesto, y más porque al parecer no exigían muchas cosas para contratar a las personas...

—¡Lo siento! —dijo una mujer que apareció de la nada, luego de chocar conmigo. —. Lo siento, de verdad lo siento.

Los papeles que llevaba en sus manos estaban esparcidos por todo el suelo.

—E-Está bien —respondí, y me incliné para ayudarla a recoger los papeles, al notar que estaba tan nerviosa, que sus manos temblaban. —. ¿E-Estás bien?

—No, es mi primer día de trabajo —me contó, angustiada. —. Y no lo estoy haciendo tan bien.

—¡Tú! —una voz masculina resonó en la estancia, con un tono tan grave que el vello de mi nuca se erizó. —. Tráeme un café.

Giré la cabeza en su dirección, luego de percatarme de que no me hablaba a mí, sino a la mujer a mi lado. Posé la mirada en aquel hombre y mis ojos se abrieron ampliamente al divisar a un dios griego de bella faz.

No mentía al decir que cada una de sus facciones parecía tallada por el mismísimo creador y padre de todo; aproximadamente 1.9 de altura, fornido con un cuerpo de gimnasio. Su cara de forma ovalada adornada con una barba delineada, combinando a la perfección con su cabello castaño claro que estaba peinado con gel, cejas de espesor medio, rectas con los extremos curvos, nariz delgada, y labios carnosos.

Lo veía y no notaba nada fuera de lugar, absolutamente todo en él gritaba sensualidad y virilidad.

—S-Sí, señor Sloan... ¿de qué clase? —preguntó la mujer a mi lado, con la voz temblorosa por los nervios. Confirmándome que se trataba del mismísimo dueño de la empresa.

La observé con curiosidad al creer descubrir el origen de su miedo. Pero no entendía el moti...

—¿De qué clase? —cuestionó incrédulo y molesto. —. ¡Estás despedida! Eres ineficiente e inútil.

¡Por todos los cielos! Lo que tenía de atractivo, lo tenía de imbécil.

—No, señor, por favor...

—Te quiero fuera de esta empresa, ¡ahora! —demandó con voz grave..

Santos cielos, ¿aquello siquiera era legal?

—Tú —me señaló, y por segundos olvidé cómo respirar. —. Tráeme un café a mi oficina.

Abrí la boca con la intención de responderle que ni siquiera trabajaba en aquel lugar, pero dadas las circunstancias, era claro que se había quedado sin secretaria y el puesto estaba vacante de nuevo.

—Ahora mismo, señor —contesté, e intenté que la vergüenza no cubriera mi rostro ante la pobre mujer que veía cómo aprovechaba la situación.

Él no me respondió nada, solo se encaminó a pasos pesados hacia su oficina, mientras la ex secretaria iba a su cubículo para recoger sus cosas.

—Niña, aquí estás —me dijo la mujer al volver. —. Bueno, es una pena que...

—¿Qué clase de café toma el hombre de esa oficina? —pregunté sin titubear.

—¿El feje? —me preguntó curiosa. —. Café negro, sin azúcar.

¿Cómo no lo supuse? Amargo, igual que su alma.

—Pero él...

—Acaba de despedir a su secretaria —le conté.

Ella abrió los ojos con horror, e incluso contuvo la respiración. Comenzó a murmurar algunas cosas inentendible, parecía un tanto molesta.

—Estás contratada como su secretaria, ve por el maldito café —me dijo, a lo que asentí con frenesí. —. Dios se apiade de tu alma, y de la mía.

Ojalá hubiera entendido el significado exacto de aquellas palabras.

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