Capítulo 42

Jade Mackenzie

Observaba fijamente el televisor, con la mirada perdida en el borde color negro, sin siquiera fijarme en lo que se estaba transmitiendo en la pantalla. Mis párpados se sentían hinchados, y pesados, pero aun así se me era imposible conciliar el sueño. Estaba agotada, pero no importaba cuanto permaneciera recostada en la cama, con los ojos cerrados, e incluso cubiertos con un antifaz, no podía conciliar el sueño.

Cada vez que lo hacía, lo único que podía ver, y me dolía hasta el alma, era la mirada decepcionada de Caín luego de que le confesara la verdad.

Y rendida ante aquel terrible insomnio, solo me quedaba recostada en el sofá, envuelta en una manta y viendo hacia la nada; presa de los agobiantes sentimientos que invadían mi cuerpo.

—Jade...

Desvié la mirada del televisor para ver a Byron cruzando el umbral, con una bandeja desechable donde seguramente me traía el almuerzo. La dejó sobre la mesa de centro, y luego se giró en mi dirección.

—¿Me das espacio?

Asentí con la cabeza, y me incorporé para que pudiera sentarse a mi lado, una vez que lo hizo, me recargué en él, apoyando la cabeza en su pecho. Cerré los ojos e inhalé el aroma que emanaba de su camisa.

—¿Cómo está Leila? —le pregunté, con un hilo de voz.

Desde que me dieron el alta, ella había decidido quedarse con Byron. Y aunque sabía que no se marchaba del todo porque solo había llevado unas cuantas prendas y su cepillo de dientes, se sentía como si me hubiese abandonado para siempre ella también. Estaba molesta, la entendía, lo había arruinado todo, poniendo en riesgo su carrera. Incluso había perjudicado a María.

—Está bien —respondió, rodeándome con su brazo y dejando un beso en mi cien. —. Pero he notado que no has tocado la cena de anoche, Jade.

—No tengo hambre. —respondí, suspirando.

—Jade, tienes que comer —dijo en un tono de reprehensión. —. Tu madre ya tiene suficiente con Zackary, para que tú te dejes enfermar también.

Cerré los ojos con fuerza, concentrándome en los latidos pausados de su corazón, en un intento por desconectarme del mundo exterior, y evitar sus regaños.

—Oye —su voz me trajo de regreso, de manera abrupta. —. No te hagas la desentendida.

—Estoy cansada, Byron —declaré, tomando una fuerte bocanada de aire al sentir mi voz temblar. —. Solo quiero...

«Verlo» Lo extrañaba demasiado.

—Oye, ya es tiempo de que te levantes de este sofá, y salgas a buscar algo de sol. Sobreviviste a un accidente donde pudiste perder la vida.

El accidente... el inicio de todos mis males.

Cuando aún estaba en el hospital, destrozada y con el corazón roto luego de que Caín me abandonara, el señor Hamilton se presentó, queriendo hacer un trato. Me ofreció mucho dinero para retirar los cargos en contra de su hija.

Claramente no estaba dispuesta a aceptarlo, esa niña había perdido la cabeza, y tenía que pagar por lo que hizo. Él trató de intimidarme, alegando que estaba dispuesto a destruir la carrera de Caín, y aunque sí me provocó temor, decidí no dejarme amedrentar por él. Me contacté con el fiscal, y le aclaré los cargos, mencionándole que no estaba embarazada al momento del accidente, y que solo había sido una confusión por parte de mi... mi novio.

Recordé todo aquello con tristeza. Y aunque Fresia ya se encontraba libre bajo fianza, el juicio en su contra seguiría en pie... solo esperaba que se hiciera justicia, y aquella niña mimada y malcriada no se saliera con la suya.

—Jade, dame permiso —me indicó Byron, haciéndome a un lado para ponerse de pie, luego de escuchar que alguien tocaba a la puerta.

El pulso se me aceleró al darme cuenta de que no podría tratarse de Leila, porque ella tenía llave. Me apoyé en mis manos para incorporarme, y observé ansiosa el umbral, esperando a ver quién había llegado... rezando que fuera él. Pero mi esperanza fue sustituida por sorpresa, y abrí los ojos de par en par al divisar a la mujer morena que se adentraba en la sala de estar.

—R-Rebeca. —tragué saliva, un tanto nerviosa, mientras me sentaba en el sofá.

—Hola, Jade. —torció los labios, permaneciendo de pie en su lugar.

Byron apareció tras de ella, y la invitó a sentarse.

—Te conozco, ¿verdad? —lo señaló, entornando ligeramente los ojos.

—S-Sí —respondió él, nervioso, e incluso pude notar como un ligero rubor tiñó sus mejillas. —. Nos vimos en la sala de espera.

—Ah, cierto —respondió tranquila. —. Cuando creí que habías perdido a tu bebé. —posó la mirada en mí, arqueando una ceja.

No fui capaz de sostenerla, y bajé la mirada, avergonzada de que ya todos lo supieran.

—Sí, te recuerdo, me pareciste un joven muy apuesto —dijo en un tono coqueto al dirigirse a Byron, pero luego suspiró exasperada. —. Dios, soy casada, soy casada. —comenzó a murmurar, mientras se adentraba en la sala de estar.

—B-Bueno yo... las dejaré solas —anunció mi amigo, apresurándose a retirarse.

Ella se sentó a mi lado, recargándose contra el respaldar del asiento y cruzando las piernas, al igual que sus brazos. Yo mantuve la mirada puesta en mis manos, las cuales reposaban en mi regazo. Intentaba reducir la ansiedad jugando tímidamente con los dedos, pero el sentir su mirada pesada en mí no ayudaba.

—Jade —la oí suspirar. —. Caín se está autodestruyendo, encerrado en su casa.

Cerré los ojos con fuerza, escuchar aquello me estrujaba el corazón. Se me era doloroso, en especial porque sabía que yo lo había provocado.

—Yo jamás quise que pasara todo esto —sollocé, sin poder contenerme. —. Lo juro. Yo lo quiero.

—Te creo —me respondió, recostando la cabeza en el borde del respaldar, para luego girarla en mi dirección. —. Y sé que él te quiere a ti, Por eso estoy aquí. Jade, llevaba más de un año cogiendo con ese tipo y nunca, nunca en mi vida lo había visto tan feliz... tú lo hiciste feliz.

—Y yo misma le arrebaté esa felicidad —una lágrima traicionera se desbordó y rodó por mi mejilla. —. Herí su orgullo.

—Por eso necesitas hablar con él —declaró, posando su fina y delicada mano sobre la mía. —. Tienes que ir a hablar con él de una vez, ya sea para que te perdone, o para que te saque de su vida para siempre.

Un escalofrió recorrió mi cuerpo al oír la segunda opción, y el miedo me invadió.

—Jade, tiene la oportunidad de recuperar todo el daño que le ha provocado Hamilton, y se niega a hacer algo. Está más inestable que nunca... créeme cuando te digo que te necesita

—P-Pero, él no quiere verme —expresé con pesar. —. No temo por mí, ya lo he perdido todo, pero mi amiga Leila... su carrera pende de un hilo, y no quiero que Caín lo corte.

Ella arqueó una ceja, mientras giraba la cabeza hasta quedar en dirección al cielorraso, pareciendo pensarlo todo.

—Bien —se incorporó hasta quedar erguida. —. Te prometo que seré un escudo para tu amiga, la protegeré de Caín y no permitiré que pierda su trabajo. Lo prometo.

—Pero, ¿Cómo harías eso?

—Mi padre, mi esposo y yo, somos iguales de poderosos que Caín, Jade —torció una sonrisa. —. Entonces, yo te doy esa garantía, y tú decides qué hacer con ella.

Tragué saliva, e inhalé hondo tratando de deshacer el nudo que se formó en mi garganta. La miré a los ojos, sintiendo mucho miedo ante la idea de ir a su casa y sentir el desprecio de Caín. Pero si estaba tan mal como ella decía...

«Es una locura, Jade».

Maldición, sí lo era.

—Iré a verlo —declaré, y ella suspiró de alivio. —. Gracias, Rebeca.

—Solo espero que todo esto se solucione, ni el sexo se me es placentero cuando estoy angustiada —respondió, poniéndose de pie. «Ella y su falta de pudor». —. Suerte, Jade.

«Estás perdida»

Era consciente de ello.

Ni bien Rebeca se despidió de mí y se marchó, Byron apareció bajo el umbral con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

—No. —sentenció con firmeza.

—Byron, por favor. —dije, mientras me ponía de pie.

—Por supuesto que no, tú no estás bien, llevas días sin salir, y apenas has comido, he tenido que obligarte a comer.

—Bien —puse las manos en palma en su dirección. —. Entonces piensa en que esto me ayudará a mejorar. Hablaré con él y sabré qué será de nosotros. Quizás me entristezca, pero al menos la incertidumbre ya no me comerá viva.

—Iré contigo...

—No. Ustedes no se toleran, y no quiero que se peleen. —decidí con firmeza.

Comprendía su renuencia a dejarme ir sola, estuvo ahí ese día y pudo presenciar la ira en los ojos de Caín. Pero no podía acompañarme, aquello era algo que yo debía enfrentar sola, después de todo, era la única culpable.

Tomé una fuerte bocanada de aire y me dirigía hacia la habitación para darme un baño y prepararme para salir. Iría en el auto, y llevaría conmigo el zafiro que él me había obsequiado, esperando desde el fondo de mi corazón que pudiera darme algo de suerte.

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