Capítulo 40
Caín Sloan
Aferraba mis manos con fuerza sobre el volante, soltando incesantes maldiciones mientras molestas lágrimas se desbordaban de mis ojos, cómo último recurso por intentar aliviar la horrible opresión que me invadía.
Lágrimas... no derramaba ninguna desde aquel día en que Peter me visitó en el centro de rehabilitación, y me sugirió enfrascar todo rastro de debilidad.
"Eres destructivo y dañino, Caín, tu amor es destructivo"
¿Quién lo diría? Al final tenía razón. Lo había hecho de nuevo, arrastré conmigo a una joven inocente, y le jodí la vida.
Golpeé el volante con frustración cuando recordé el momento en que hui de aquella habitación, y seguí mi camino pese a escuchar su apagada voz pidiéndome regresar. Fui un maldito cobarde al abandonarla y dejarla sola, pero no podía quedarme a ver cómo su mundo se le venía abajo, por mi jodida culpa. Siempre estaba al pendiente de los detalles, ¿cómo se me pasó desapercibida la posibilidad de que Fresia estuviese detrás de todo?
La había subestimado demasiado, pero no cometería ese error una segunda vez.
Eran las diez de la mañana cuando me adentré en aquel edificio, ganando la atención de las personas a mi alrededor, seguramente porque no iba tan arreglado como en días anteriores, y mi imagen era de la mierda luego de la angustiosa noche en el hospital. Y abordé el elevador, después de pedirle a la secretaria que anunciara mi llegada.
—Caín, qué sorpresa verte aquí —dijo Hamilton, una vez que me adentré en su oficina. —. ¿Cómo estás? ¿Qué puedo hacer por ti?
Mi mirada viajó del rostro de aquel hombre, hacia el de la chica que, en ese momento se ponía de pie con ojos brillantes.
—Caín, qué alegría verte —sonrió coqueta, jugueteando con su cabello e intentando lucir tierna.
Y fue ese gesto el que causó que perdiera los estribos.
—Maldita sea —gruñí, yendo en su dirección hasta sujetarla con brusquedad de los antebrazos. —. ¿Cómo mierdas pudiste hacerlo?
Ella me observó perpleja.
—¡Caín, suelta a mi hija!
—Dile a tu padre lo que hiciste, ¡dile! —exigí, cegado de ira.
—Y-Yo no sé de qué hablas, Caín. —balbuceó.
Que se atreviese a mentirme en la cara me hizo encender de furia.
—Caín Sloan, suelta a mi hija o llamaré a la policía —ordenó Hamilton, enojado y angustiado ante la escena que presenciaba.
¿A la policía? No tenía que llamarlos...
Aparté las manos de Fresia, retrocediendo unos pasos en el instante en que un par de hombres uniformados se adentraron en aquella oficina.
... Yo los había llamado desde que salí del hospital.
—¿Es usted la señorita Fresia Hamilton? —preguntó uno de ellos.
—Es mi hija, ¿qué sucede? —indagó Harold.
—La señorita queda arrestada por múltiples atentados en contra de Jade Mackenzie, siendo el último de ellos el contratar a una persona para manipular su auto y provocarle un accidente que costó la vida de su hijo no nato.
Harold amplió los ojos, girando la cabeza de súbito en mi dirección y viéndome con una expresión de consternación... inhalé hondo, y asentí con la cabeza, entonces él palideció.
—Yo no hice eso —chilló Fresia, retrocediendo un par de pasos. —. Papi yo no hice nada.
—Si es así no le molestará acompañarnos a la estación de policías —dijo el oficial avanzando hacia ella con un par de esposas en sus manos. —. Fresia Hamilton tiene el derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede y será usado en su contra en un tribunal de justicia. Tiene el derecho de hablar con un abogado. Si no puede pagar un abogado, le será proveído uno a costas del Estado.
—No, espere —Harold se interpuso, posándose frente a ella de manera protectora. —. Esto no es necesario, es solo una niña... Caín —se giró en mi dirección. Inhalé hondo, y alcé la barbilla mostrándole una expresión fría. —. Caín, detén esta locura ahora mismo o juro que cortaré toda relación laboral contigo.
Era consciente de que eso pasaría, estaba poniendo en riesgo todo, pero para aquel momento, me importaba un carajo. La vida de Jade, y del que hubiese sido su hijo no tenían precio para mí.
—Caín, detén esto ahora, maldita sea. No querrás perderme como socio, si yo me voy todos los demás también querrán irse, perderás más de lo que ganarás encerrando a mi hija... perderás todo por lo que has trabajado desde que Peter murió, y arruinarás su legado y tu carrera.
Me alcé de hombros.
—Señor, apártese o lo arrestaremos a usted también por obstruir la justicia. —amenazó el oficial.
Hamilton miró a aquellos hombres con ojos de furia.
—¿Acaso no sabes quién soy yo? Una llamada y ambos quedarán sin trabajo.
Arqueé una ceja, viendo a aquel pacifico hombre perder los estribos. Y giré el rostro en dirección a los oficiales de policía, expectante a lo que harían ante aquella amenaza... ¿Acaso se dejarían intimidar por el poderoso Harold Hamilton?
—Bien —respondió uno de ellos, avanzando por la fuerza para llegar a Fresia. —. Hasta que eso no pase, llevaremos a su hija ante la justicia.
Presioné los labios exclamando un "Sí" para mis adentros, sin perder la compostura y la expresión fría en el exterior. Y me mostré indiferente a la angustia de Harold, en especial debido al hecho de que luego de escuchar los cargos, en ningún momento los cuestionó, lo cual significaba que el maldito sabía de lo que su hija era capaz.
Fresia comenzó a lloriquear, mientras forcejeaba con los policías, exigiéndole a su padre hacer algo para detener lo que estaba pasando.
—No creas que esto se quedará así —me dijo Hamilton, yendo hasta su escritorio a buscar su teléfono y llamar al chofer para luego volver a posarse frente a mí, con el ceño fruncido en molestia. —. Lamento lo de tu novia, y tu hijo, pero no permitiré que mi hija se quede en la cárcel, la sacaré esta misma noche, o mañana a tempranas horas.
Me crucé de brazos y me alcé de hombros, viéndolo fijamente a los ojos y conteniendo el deseo de darle un fuerte puñetazo por ser tan idiota.
—Me importa una mierda —respondí. —. Ya sea una hora, dos, o una maldita noche entera, espero que la prisión pueda darle a tu hija la educación que no le diste en sus jodidos dieciocho años. Eres un cobarde, y un imbécil.
—No tienes idea de lo que mi hija ha pasado... perdió a su madre desde muy pequeña, solo quería darle todo para que no sintiera la ausencia de ese ser tan especial. —rebatió, frustrado.
—¿Y mira hasta donde la ha llevado eso? El duelo no se oculta bajo montañas de dinero y objetos costosos; se vive, se siente, se pena y luego se sana — «En mi caso, se venga» —. De haber pensado en eso antes de darle a Fresia todo lo que quería, nunca habríamos llegado hasta este punto.
No supo qué responderme, por lo que solo se limitó a acomodar su saco y retirarse para ir tras su hija.
Suspiré hondo, pasando mi mano por el cabello para despeinarlo un poco y me aflojé la corbata, en un gesto de desesperación... joder, todo se estaba yendo a la mismísima mierda. Creí que ver a Fresia en aquel estado me sería satisfactorio y lograría aplacar aquel terrible sentimiento, pero no era así, persistía y subsistía hasta el punto de hacerme sentir abrumado y asfixiado.
Pero tenía que controlarme, no podía perder los estribos... no era yo quien había perdido un hijo.
Rendido y lleno de impotencia, decidí volver al hospital, quería asegurarme de que Jade se sintiera bien, aunque sabía que ello sería imposible, difícilmente ella comprendería el significado de esa palabra en mucho tiempo, y todo porque no fui lo suficientemente perceptivo para darme cuenta de lo que pasaba en mi maldito entorno.
***
Caminar por aquel desolado pasillo blanco me hacía sentir tan diminuto e insignificante, porque me recordaba lo frágil que podía llegar a ser la vida. No me gustaban los hospitales, la última vez que estuve en uno, fue el día que Peter murió, demostrando que ni todo el dinero del mundo era capaz de cambiar el cruel destino.
Al igual que cuando me marché, evité la sala de espera para no enfrentarme al grupo de personas que aguardaban alguna noticia, ya que no quería ser yo quien se las diera, por miedo a mostrarme frágil ante ellos. Atravesé un par de pasillos, hasta llegar a la habitación en donde Jade se encontraba; al menos había logrado que la trasladaran a una bien acondicionada dentro de aquel hospital público. La verdad, seguía sin comprender porqué no aceptó ir a la clínica privada que pagaba la empresa.
Me detuve frente a la cama y la observé, sintiendo como el corazón se me encogía en el pecho al verla ahí recostada, de espaldas a mí, luciendo tan frágil y triste. Recordé el primer momento en que la vi luego del accidente, con sus ojos y nariz de un tono rojizo, un moretón en su mejilla y un par de cortadas en sus labios. Habría dado cualquier cosa por borrar aquella imagen tan desolada y afligida, solo para hacer volver a la alegre e irritante mujer capaz de sacarme de mis casillas.
Suspiré hondo, y me quité los zapatos y el saco para dejarlo nuevamente sobre la silla, y con sumo cuidado me subí en la cama y la rodeé con mis brazos, para abrazarla por la espalda.
—¿C-Caín? —despertó. Su voz ya era un poco más entendible que hacía horas atrás, pero no estaba recuperada. —. Volviste.
—Sí, tranquila —murmuré, presionándola aún más contra mi cuerpo y ocultando el rostro en el cabello que caía de forma rebelde por su nuca. —. Solo tenía un par de asuntos que resolver —estiré el brazo por su cintura hasta sujetar su mano, presionándola fuerte. —. Pero aquí estoy, contigo, descansa. —luché porque mi voz no falseara, cuando el agobio invadió mi cuerpo nuevamente por tan solo imaginar lo que ella estaba sintiendo.
«Maldición, Caín, contrólate ¡por un demonio!»
—Caín, tengo que decirte algo —ella sollozó, presionando mi mano.
Fruncí el ceño con angustia, mientras la veía incorporarse hasta quedar sentada, de espaldas a mí.
—Tengo que hablar contigo, no puedo seguir con esto.
Su voz se quebró, mientras se giraba para verme con una expresión torturada en el rostro. Me conmoví en gran extremo, podía notar el dolor y el miedo en sus ojos, y el sentimiento que me provocaba era angustiante.
—Jade, no sabes cuánto lamento lo que te pasó. —me adelanté a hablar, viendo con pesar la aflicción en su rostro.
Me incliné para tomarla de las mejillas y hacerla verme a los ojos, buscando un poco de contacto visual que le hiciera saber que estaba siendo sincero, pero fui yo quien terminó abatido cuando las lágrimas comenzaron a desbordarse de sus ojos.
Verla sufrir me desgarraba el alma.
—S-Solo quiero que... y-yo...
—Oye, no tienes que temer —acaricié sus mejillas con mis pulgares, apartando un par de lágrimas y luego la atraje hacia mí, hasta que nuestras frentes chocaron y las narices rozaban. —. Te prometo que Fresia no volverá a hacerte daño —dejé un casto beso en sus labios, conteniendo el deseo de profundizarlo. —. Yo mismo me encargaré de eso, y la haré pagar por lo que te hizo, y por tu bebé.
—¿Q-Qué? —cuestionó con un hilo de voz, sorbiendo su nariz y echándose hacia atrás para apartarse de mi tacto.
Su mirada desconcertada se ancló en mi rostro, mientras el entrecejo se le fruncía con angustia.
—¿Q-Qué has dicho, Caín? —preguntó, entre llanto.
—Vengo de la empresa de Hamilton —declaré, esperando aliviar su pena. —. Hice arrestar a Fresia y ella enfrentará cargos por sus acciones.
Su rostro palideció por completo, mientras se cubría la boca con la mano para acallar un quejido que escapó de sus temblorosos labios. Y observé, confundido, como comenzaba a negar frenéticamente con la cabeza.
—N-No puedes hacer eso —jadeó, guiando la mano hacia el cuello de su bata de hospital para hacerlo un puño, luciendo nerviosa. —. ¿T-Tu sociedad con Hamilton? ¿Todo por lo que has trabajado?
—Me importa un carajo, eso —expresé, estirando la mano para acariciar su mejilla. —. Me importas tú, y el que estés segura. Fresia fue demasiado lejos.
—Pero, Caín —dijo con un hilo de voz, tomando la mano que acariciaba su mejilla para aferrarla entre las suyas y abrazarla a su pecho. —. No puedo levantar cargos contra Fresia. —sollozó.
—No tienes que temerle, Jade —insistí —. Cuidaré de ti, te defenderé de los Hamilton a como dé lugar.
—No se trata de eso. —rompió en llanto, presionando los ojos con fuerza para desbordar las lágrimas que se acumulaban en ellos.
Fruncí el ceño en confusión, y sentí angustia por su reacción.
—¿Qué es lo que pasa, Jade? —pregunté, al notar que comenzaba a respirar con dificultad, como si estuviese por sufrir un ataque de pánico.
—Lo siento —sollozó, y su rostro enrojeció. —. De verdad lo siento tanto, Caín... Perdón, pero no puedes denunciar a Fresia, revelaría la verdad ante las autoridades y sería un riesgo para la carrera de Leila.
«¿Verdad frente a las autoridades? ¿Riesgo para Leila?»
—¿De qué estás hablando?
Inhaló hondo, tratando de controlar el temblor de su agotada voz, bajó la mirada, incapaz de verme a los ojos, y sentí como sus manos temblorosas se aferraban a la mía, abrazándola más contra su pecho. Fijé la mirada en su rostro abrumado, mientras con dificultad trataba de comprender a qué se refería, ya que su voz apagada y el que balbuceara a cada segundo lo volvía un tanto difícil. Pero conseguí entender que me hablaba de lo que vivió cuando su hermano enfermó y ella enfrentó el desempleo, luego de cometer el error con H&J.
—Jade —le hablé desconcertado. —. ¿De qué me...?
—E-Es que... —sollozó. —. Y-Yo...yo nunca estuve embarazada, Caín.
La observé perplejo, y un fuerte escalofrió recorrió mi cuerpo de pies a cabeza, sintiéndose como si alguien me vaciara un balde de agua jodidamente fría encima.
¿Ella nunca estuvo...?
Tragué saliva, tratando de deshacer el nudo que se formó en mi garganta, y parpadeé un par de veces para intentar enfocarme, mientras apartaba lentamente mi mano de las suyas, aún consternado por lo que acababa de oír.
Nunca estuvo embarazada... ¿todo había sido una mentira? Eso había dicho.
—¿Entonces tú...?
—Juro que no fue mi intención que esto llegara a tanto, yo solo quería garantizar el bienestar de mi hermano; pero entonces tú le dijiste a los Hamilton que estábamos juntos, y que eras el padre de mi bebé y ya no pudimos terminarlo todo como lo habíamos planeado.
«¿Terminar todo como habían planeado?» Me estuvo viendo la cara de imbécil durante todo aquel tiempo.
—Luego ocurrió lo de nosotros, y me sentí tan atraída por ti que no fui capaz de terminarlo, por miedo a que...
—¡Oh, joder! —jadeé en un intento por recuperar el aliento, dándome cuenta de que había dejado de respirar por un momento.
¿Estaba hablando en serio? No, debía ser una maldita broma el que me estuviese diciendo que llevaba casi tres jodidos meses mintiéndome a la cara, cuando yo había sido honesto con ella en todos los sentidos... no podía ser cierto.
Me sentía sumamente ofuscado, aquella información me había tomado por sorpresa de manera tal que ni siquiera supe cómo reaccionar en aquel momento. Sin emitir palabra, y evitando ver su rostro, bajé de la cama y me puse los zapatos con prisa, para luego tomar mi saco con la intención de avanzar hacia la puerta.
—No, Caín, por favor. —sollozó, y anclé mis pies al piso.
Poco a poco comenzaba a caer en cuenta de lo que realmente estaba pasando, de lo que ella acababa de confesarme.
¡Todo había sido una maldita mentira!
Giré la cabeza en su dirección, la miré, sin verla en realidad ya que era algo que no soportaba en aquel momento, y alcé un dedo para señalarla.
—Estás despedida. —fue todo lo que pude formular, sintiendo una opresión en mi pecho.
Era fuerte, y abrumadora.
—Caín, tienes que entenderme... solo escúchame. —suplicó.
—María también está despedida. —sentencié. Confesar que el decir que estaba embarazada fue improvisado, reveló que los papeles no estaban en recursos humanos, y que ella la había encubierto.
Al oír eso, Jade palideció, abriendo los ojos ampliamente para luego comenzar a negar con frenesí y evidente terror, juntando las manos en forma de ruego.
—Por favor, no. ella no...
—No quiero tener personas en quienes no pueda confiar dentro de mi empresa. —declaré.
Luchando por no perder los estribos y conteniendo el ardiente deseo de estallar en ira dentro de aquellas cuatro paredes, tomando en consideración el hecho de que ella había sufrido un accidente de auto, decidí que lo mejor era marcharme lo antes posible.
—Caín, por favor.
La oí llamarme una vez que crucé la puerta, pero no me detuve, seguí mi camino con prisa hacia el pasillo que me llevaría a la salida de aquel lugar.
Tenía que salir de ahí, mis manos temblaban con impotencia, y una capa de sudor cubría mi frente.
—¡Caín!
Me detuve en seco, girando la cabeza en su dirección al darme cuenta de que se había puesto de pie en su estado, y en aquel momento se encontraba tambaleante a mitad de pasillo, mientras trataba de avanzar hasta mí.
Joder, era tan terca.
—Vuelve a la maldita habitación, Jade. —ordené con enojo.
—Por favor, solo quiero explicarte...
—Creo que ya has dicho suficiente. Así que no sigas. —respondí renuente.
No quería oír sus malditas excusas, nada justificaba que me mintiera deliberadamente... que se burlara de mí frente a mis narices.
—¡¿Jade?! ¿Qué haces aquí?
El que su amigo apareciera en ese preciso momento ahuyentó todo atisbo de compasión y deseo de acercarme a ella. Que el tal Byron estuviese ahí significaba que estaría bien, lo que me permitía sentir a flor de piel las mil emociones que invadían mi ser, llenándome con una ira irracional que intentaba contener.
Prensé mi mandíbula con fuerza y presioné las manos en puños, hundiendo las uñas en mis palmas, en un intento de aligerar mi ansiedad.
—¿Caín? —insistió.
—Si sabes lo que te conviene a ti y a tu amiga farsante, te alejaras de mí. No quiero verte, Jade. —sentencié con furia, evitando a toda costa ver sus ojos, mientras le daba la espalda y me apresuraba a avanzar por aquel pasillo para salir de aquel maldito lugar
«¡¡Por un demonio!!»
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¡Feliz Año nuevo! Espero que este 2022 venga cargado de mucho éxito, salud y prosperidad para cada uno de ustedes. Mil gracias por darle una oportunidad a esta novela, por sus votos y comentario. ♥
Les envío un fuerte abrazo, desde Honduras 🇭🇳♥
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