Capítulo 30

Caín Sloan

Sentía un gran cansancio, me dolía la cabeza y cada una de mis articulaciones. Mis parpados se sentían pesados, mientras me removía en la cama, tratando de buscar un poco de comodidad, en tanto presionaba con mis brazos aquel cálido cuerpo al que estaba abrazado, y hundía la nariz en su cabello, sintiendo el aroma frutal que emanaba de...

«¿Jade?»

Quise reaccionar de súbito, pero el agotamiento no me lo permitió, por lo que solo me limité abrir los ojos, encontrándome de lleno con su rebelde melena rubia. Entorné los ojos, en un intento por acostumbrarme a la claridad del día, en tanto trataba de organizar el revuelo en mi cabeza, y buscarle una explicación lógica al hecho de que me encontraba durmiendo pegado a su espalda, con mi brazo rodeando su cintura, en posición fetal.

Estaba vestida, aquello me trajo un poco de tranquilidad. Mientras yo, por otro lado, según podía sentir la tela bajo las sábanas, solamente llevaba una toalla.

¿Qué rayos había pasado?

Intenté alejarme arrastrándome hacia atrás, y traté de apartar mi brazo de su cintura, pero ella se aferró a mi mano, mientras, quejumbrosa, se removía en la cama tratando de volver a acurrucarse.

Joder, lo último que necesitaba aquella mañana.

Me semi incorporé en la cama, apoyándome en mi codo y buscando ver su cara. Creí que quizás estaba despierta e intentaba fastidiarme, pero no, se encontraba profundamente dormida. Solté un suspiro, mientras la veía; tenía algunas hebras de cabello cayendo por su frente, pero no alcanzaban a cubrir su agotado rostro con enormes ojeras, señal de que quizás no había dormido bien en toda la noche.

—Jade —me incliné un poco, para hablarle al oído. —. Suéltame.

Se aferró aún más, murmurando entre sueños algo que no alcancé a entender.

Me estaba jodiendo

Mi codo comenzó a doler, debido a que seguía poyando mi peso en él, por lo que volví a recostarme como estaba en un inicio, maldiciendo para mis adentros lo que ocurría. Inhalé profundo, tratando de no irritarme más, lo que causó que el aroma que emanaba de ella se impregnara en mis fosas nasales, trayendo consigo imágenes de lo que al parecer había ocurrido la noche anterior. Recordé como en repetidas ocasiones le ordené que se marchara, fui grosero y, aun así, la muy testaruda decidió quedarse.

Como pude, me zafé de su agarre para ponerme de pie. Dicha acción solo me recordó el mal estado en que me encontraba, ya que un fuerte mareo me golpeó, haciéndome tambalear y aumentando el dolor de cabeza. Traté de enfocarme en lo que estaba ocurriendo, y aferré mis manos al nudo de la toalla para mantenerla en su lugar, mientras con la otra me apoyaba a una pared cercana para sostenerme y no caer debido al mareo.

Mi cuerpo temblaba, pero no era de frío; mis entrañas se revolvían y sentía la garganta seca, tanto así, que seguramente un lago entero no habría podido aplacar mi sed.

«Bienvenida maldita resaca»

Volví la mirada hacia Jade, quien dormía profundamente, y de a poco en poco los recuerdos comenzaron a volver a mi cabeza. No eran claros, la mayoría estaban distorsionados, pero en todos estaba ella.

Tomé una fuerte bocanada de aire, en lo que me adentraba con prisa en el baño; me acerqué al lavado y me incliné para mojar mi rostro, el cual también sentía arder, junto a las hebras de cabello que caían por mi frente y no tenía la fuerza para apartarlas. Al alzar la mirada, me encontré con mi reflejo en el espejo, luciendo miserable.

Me aferré de aquel borde de mármol, mientras me veía directamente a los ojos; mi rostro estaba hecho un desastre, tenía ojeras y bolsas, mis parpados estaban rojos y mis labios blancos. ¡Cielos! ¿cuánto había bebido?

No hacía algo así desde que me dieron de alta del centro de rehabilitación para soldados, y lo primero que hice fue salir de fiesta a emborracharme como si no hubiese un mañana, y coger como loco toda la noche con cualquiera que estuviese dispuesta.

Me maldecía internamente por lo oprobioso de la situación, ya que todo lo que sea que hubiese pasado desde el sábado en la noche, luego de haber visitado la agencia de autos, estaba distorsionado en mi memoria. Recordaba que lo único que buscaba era acallar los pensamientos que invadían mi mente, quería huir de ellos, y al parecer de nada sirvió, si al despertar tenía a la causante entre mis brazos.

A pasos tambaleantes me dirigí hacia la ducha, sentía que necesitaba un baño de agua fría. Abrí la regadera y la lluvia artificial me empapó, cerré los ojos para tratar de disminuir el dolor en mi cabeza, y al hacerlo, simplemente pude recordar lo que pasó con Jade en aquel lugar, y lo imprudente que fue al cargar conmigo en su estado, pudiendo haberse lastimado, o a su bebé.

¡Qué testaruda mujer!

Jade no debía estar ahí, no luego de lo que había ocurrido en el elevador; la manera en que perdí el control solo me confirmaba aquello que venía suponiendo desde la primera vez que sentí sus labios sobre los míos, provocando reacciones y deseos incontrolables en mi cuerpo con su sola cercanía... ella amenazaba mi cordura y toda la estabilidad emocional que había adquirido con arduo trabajo, despertando emociones que creí haber sepultado bajo montañas de alcohol, sexo sin compromiso y odio.

«Lo estás haciendo de nuevo» me advirtió mi conciencia. «Repites la historia»

No podía dejarme llevar, y tirar por un caño todo el esfuerzo que tuve que pasar para superar lo ocurrido en Afganistán, solo por sucumbir ante los encantos de aquella rebelde, insubordinada y testaruda mujer. Jade estaba desestabilizando mis sentidos, obstruyendo mi cordura e incitándome a repetir los errores del pasado.

Tenía que alejarla, no era bueno para ella, ni para su bebé, el tenerme cerca. Si hubiera aceptado eso cuando conocí a Amira, si hubiera sido firme en mi decisión y la hubiera alejado desde un principio seguramente nos habríamos ahorrado muchas desgracias. Más, sin embargo, decidí seguir a mi corazón, y eso terminó por destruir lo más hermoso que alguna vez tuve en la vida.

No iba a repetir el error de arriesgar mi cordura por otra mujer.

Salí de la ducha tomando una toalla distinta a la que había utilizado; al volver a la habitación noté que Jade seguía profundamente dormida, así que aproveché para ir a mi vestidor en busca de un vestuario cómodo que consistía en un buzo y una camisa, mi uniforme durante la última semana. Debía bajar a alimentar a los perros, y buscar algo que pudiera ayudarme para la resaca.

Sorpresivamente aún había comida en los platos de Ra, Seth y Anubis, y no podía describir la sorpresa que provocó en mí el saber que, pese a su temor, Jade se había atrevido a alimentarlos.

«Tiene agallas»

Ella en definitiva era única.

Volví al interior de la casa, y me dirigí hacia la cocina para prepararme café fuerte, y de paso tomar algunos analgésicos. Sabía que difícilmente me repondría de aquel estado, y, aun así, decidí que lo mejor sería hablar con Alec, y luego ir a la empresa para organizarlo los pendientes, sin importar que fuese sábado.

Tenía que salir de ahí.

Luego de varias tazas de café y lamentos, subí las gradas a pasos lentos y pesados, jadeando agotado, hasta llegar a mi habitación, en donde encontré la cama tendida. Fruncí el ceño en confusión y me asomé al cuarto de baño en busca de Jade, pero no la divisé por ningún lado. Quizás se había marchado, y aquello era lo mejor.

Me dirigí hacia el buró para tomar mi celular, y ni bien encendí la pantalla, me di cuenta de la cantidad exagerada de llamadas perdidas y mensajes de texto que tenía, incluyendo de mi madre, quien se preguntaba en donde me encontraba.

Por un segundo pensé en que de haber vivido el escenario donde hubiese bebido hasta sufrir de un coma etílico, nadie se hubiese molestado en buscarme, si no tuviese a una intrépida y testaruda mujer como secretaria. Debía reconocer que salvó mi vida, aunque en aquel momento no entendía el motivo, ni sabía si estaba feliz o molesto con ella.

—Señor Sloan, aquí está.

Su voz, en un tono aliviado, resonó en mi habitación.

—Jade. —respondí seco, sin despegar la mirada de mi celular.

—No creí que se fuese a levantar de esa cama en mucho tiempo... por cómo estaba ayer.

Bufé como respuesta, mientras desviaba la mirada hacia ella; estaba descalza, vistiendo una blusa junto a una falda negra de tubo; y aunque su rostro reflejaba cansancio, ella estaba radiante, y sus mejillas poseían un leve rubor que la hacía ver realmente adorable.

—¿C-Como se siente? —inquirió, torciendo una leve sonrisa, y ladeando la cabeza.

—Bien. —respondí cortante, alzándome de hombros.

—¿Recuerda algo de lo ocurrido ayer? —me preguntó directamente.

—¿Hay algo que deba recordar? —pregunté, viéndola con una ceja arqueada. —. ¿Abusaste sexualmente de mí, estando ebrio?

Abrió los ojos de par en par y negó frenéticamente con la cabeza.

—Si lo que te preocupa es que recuerde que me abofeteaste, y que me llamaste idiota, pues, sí, lo recuerdo. —declaré, cruzando los brazos sobre mi pecho.

Por algún motivo los recuerdos de mi atrevida secretaria abofeteándome al revés y derecho aparecieron en mi cabeza, e incluso mi subconsciente se encargó de repetir la sensación, entumeciendo mis mejillas. Ella tenía fuerza.

—Y-Yo lo si...

—No te disculpes —la corté. —. Te agradezco por lo que hiciste anoche, pero creo que ya es tiempo de que te vayas.

La sorpresa y el desconcierto pintaron un cuadro en su rostro.

—¿Disculpe?

—Te lo pedí ayer, y te lo pido ahora... vete a casa, Jade.

Intenté pasarla de lado e ir hacia mi vestidor, pero se posó frente a mí.

—¿Eso es todo? —inquirió con decepción.

—¡¿Y qué es lo que esperabas?! —me alteré. —. ¿Qué te viera como mi salvadora, me pusiera de rodillas y te besara los pies? ¡Eso no pasará, y ya deberías de saberlo!

—Tiene razón —expresó con resentimiento. —. No sé qué podía esperar de un idiota como usted.

—Gracias y largo, porque ahora mismo voy de salida. —señalé la puerta de mi habitación, a lo que ella frunció el ceño.

—Creí que su versión ebria sería lo peor que vería de usted, y terminó siendo la mejor de las partes. —escupió con enojo.

—Pues fue muy tonto de tu parte suponer lo contrario... Joder, Jade, ¡que necia eres! —gruñí frustrado, y en un impulso aventé el celular contra el suelo, que al quebrarse produjo un sonido que la hizo sobresaltar. —. ¿Qué parte de que te marches no entiendes? No te quiero aquí, no puedes estar aquí, ¿No entiendes lo perjudicial que puede ser esto para ti? ¡Es peligroso!

—¿Peligroso? —inquirió, confundida. —. ¿De qué habla?

Alcé ambas cejas, sorprendido por lo que había dicho ... definitivamente mi cabeza me jugaba una mala pasada, y mis problemas estaban saliendo a relucir.

Tuve una horrible sensación de nerviosismo, con un aumento en mi ritmo cardiaco; sentí cansancio y mi respiración se entrecortó. Intentaba mantenerme enfocado, y pensar en otra cosa, pero eso solo aumentaba las horribles sensaciones.

—V-Vete...—pedí, desesperado

—Señor Sloan, ¿está bien? —preguntó, acercándose a mí. —. Debe ser un ataque de ansiedad...m-míreme y escuche, sé cuánto le afecta lo que pasó con Amira, pero tiene que entender que usted no tuvo la culpa.

—¿Qué? —cuestioné, confundido, mientras daba fuertes bocanadas de aire, en un intento por regular mi respiración —. ¿Lo que pasó con Amira?

—No lo recuerda... —aquello fue más un comentario para sí misma, que una pregunta para mí.

Los recuerdos del día anterior eran mínimos, apenas recordaba momentos de impulso y mucha adrenalina. Bofetadas, baños arriesgados, pero no una conversación.

¿Le conté lo ocurrido en Afganistán?... ¿por qué diablos lo había hecho?

—Jade —logré regular mi respiración. —. Esa historia no es de conocimiento público, por lo que te suplicaré que lo mantengas entre nosotros.

Tenía que alejarme, así que intenté pasarla de lado para ir hacia el vestidor.

—¿Usted no ha considerado lo que ella sentía? —me detuve a mitad de camino, luego de oírla. —. Se arrepiente de lo que pasó, cree que lo mejor hubiera sido alejarla, pero usted mismo dijo que ella expresó no arrepentirse de nada.

—¿De qué diablos hablas? —me giré para verla, frunciendo el entrecejo.

—Usted mismo sabe el cruel destino de las mujeres allá, ¿qué le habría deparado el futuro? ¿Un marido que tuviese cinco esposas más y solo la viera como una máquina para procrear? —acortó el espacio entre nosotros. —. Ella conoció el mundo a través de sus historias, sintió lo que era ser amada, aunque fuese en secreto, y se entregó a usted en cuerpo y alma sin importar las consecuencias. Me atrevería a pecar con decir que ella prefirió mil veces esos dos años con usted, a toda una vida llena de miseria, y fue feliz.

—No sabes de lo que hablas —respondí, negando frenéticamente con la cabeza. —. Ahora, por favor, aléjate.

—Al menos yo habría elegido igual que ella —desobedeció mi petición, y posó tiernamente sus manos sobre mis mejillas. —. Sé que duele, pero le prometo que peor hubiera sido no haberla conocido jamás. Así que no permita que el dolor lo consuma, usted no es el culpable de nada. Si amar es un pecado, todos somos pecadores.

—Detente —pedí una vez más, sintiendo una opresión en el pecho que me agobiaba, mientras me sentaba en el borde de la cama. —. Esto no es correcto.

—¿Y qué es lo correcto? —preguntó, en tanto se ponía a cuclillas frente a mí, posando las manos en mis rodillas, y pese a que la tela de mi pantalón se interponía en el contacto piel a piel, su acción me hizo estremecer.

«No sucumbas... no sucumbas»

—Torturarse es lo que no es correcto —dijo, alzando la mirada y viéndome a los ojos. —. No diré que entiendo su dolor, señor Sloan, pero sé lo que es aferrarse a algo que no puede ser, y que con el tiempo te destruye —tomó mis manos. —. No permita que eso pase con usted, estoy segura de que Amira no querría ver tanta tristeza y dolor en esos ojos tan hermosos.

—Basta, Jade —pedí, apartando mis manos. —. Necesito que te detengas... lo mejor es que te marches, no mereces tanta mierda en tu vida —dije con honestidad, pese a su irritante carácter, ella era una gran persona, y lo último que necesitaba era a alguien como yo. —. No soy bueno para ti, ni para tu bebé.

Contrario a lo que esperaba que hiciera, ella se incorporó, para luego sentarse a horcajadas en mi regazo. Eché la cabeza hacia atrás, viéndola con desconcierto, mientras sentía como el pulso se me aceleraba. ¿Qué estaba haciendo? Ella definitivamente había perdido la cabeza.

—¿Qué determina lo que es bueno, y lo que no? —sus brazos rodearon mis hombros, mientras se acercaba hasta el punto en que nuestros labios rozaban y algunas hebras de su cabello caían sobre mi rostro. —. ¿El beso en el elevador significó algo para usted, señor Sloan? Tengo esa duda.

Mi cuerpo se estremeció, cuando su cálido aliento mentolado chocó en la comisura de mis labios. Fijé la mirada en los suyos, sintiendo leves corrientes eléctricas recorriendo mi cuerpo al recordar lo mucho que disfruté besarla, y no solo en aquella ocasión. Ya no podía mentirme a mí mismo, me sentía atraído por mi rebelde, irritante e incompetente secretaria.

Mis brazos rodearon su cintura, pegándola más a mi cuerpo, que para aquel punto comenzaba a reaccionar a su cercanía. Cada fibra de mi cuerpo me gritaba que debía responder de manera negativa a su pregunta, que estaba cometiendo un terrible error, un error que terminaría por destruir aquel hermoso y fastidioso rayo de luz que había aparecido en mi vida.

—Sí. —formulé, e incluso yo mismo quedé sorprendido por mi respuesta.

No tenía caso que lo negara, la deseaba, y no solo de manera sexual, había algo en ella que me atraía como un maldito imán... ¿Su carácter? ¿Su rebeldía? ¿La fuerza de su voluntad?

Todas aquellas cosas que le dije a Fresia que amaba de Jade, eran ciertas.

—Para mí también significó mucho —respondió, posando una de sus cálidas manos en mi mejilla. —. Creo que me siento realmente atraída por usted. —dijo. —. ¿Aún quiere que me marche?

Tragué saliva.

—No.

Lo próximo que sentí fue como sus labios cálidos chocaron contra los míos, siendo un contacto suave, mostrándose un poco tímida, antes de apoyarse contra mí y subirle la intensidad, como si necesitara más.

No fui capaz de resistir el deseo de corresponderle, y sin titubear, guie la mano hacia su nuca, presionando mis dedos índice y pulgar contra su piel, para besar sus labios con fervor y anhelo. Sentía todo a flor de piel, su cálida boca, su piel suave vibrando bajo mi tacto, su corazón que latía desbordado, y lo suaves gemidos que brotaban de sus labios.

Miles de pensamientos rondaban por mi mente; era abrumador, devorador y paralizante caer rendido ante aquella mujer... pero a la vez, satisfactorio. Y por primera vez, en cinco años, estaba dispuesto a arder en llamas por alguien.

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