Capítulo 16
Dieron las cinco de la mañana, y yo continuaba sentada al borde de la cama, pensando en lo que sería de mi vida una vez que todo terminara. Frotaba mis manos de manera nerviosa, y tiraba levemente de las mangas de la sudadera que Caín me había prestado la noche anterior, meditando en si debía o no salir de la habitación e ir a buscarlo para avisarle que tenía que marcharme lo más pronto posible, ya que olvidé llamar a Leila.
Me armé de valor, y luego de lavarme la cara y utilizar el enjuague bucal que había en el baño, salí al pasillo para ir a buscarlo, descubriendo que se encontraba en la habitación de al lado, luego de oír el sonido de las máquinas de hacer ejercicio rechinando del interior.
—Señor Sloan —toqué la puerta un par de veces, y como ya era costumbre, esperé a que me indicara que podía pasar.
—Adelante, Jade.
Presioné los labios para reprimir la tonta sonrisa que amenazaba con formarse en mis labios cada vez que le oía decir mi nombre correctamente. También tuve que esforzarme la noche anterior, mientras cenábamos, pero era sumamente difícil no mostrar la satisfacción que me provocaba el haber ganado en eso.
—Buenos días. —dije, abriendo la puerta de aquel lugar y adentrándome un par de pasos.
Vi con asombro todas las máquinas que tenía en su interior; parecía un gimnasio de esos en los que debías pagar una membrecía. Incluso había sacos de boxeos.
—¿Qué se te ofrece? —su voz me sacó de mi ensimismamiento.
Al girarme, tuve que contener la respiración para no soltar un jadeo al verlo de pie en una esquina, llevando solamente un pantalón de buzo debajo de la cadera, dejando las líneas de su pelvis, y parte de su pubis lampiño, a la vista.
Me forcé a mí misma a no bajar la mirada, eso hubiera sido muy inapropiado de mi parte, en su lugar, solamente curioseé en aquel torso de abdomen fuerte y marcado, intentando descifrar el tatuaje que parecía ser un ave Fénix de largos plumajes que se extendía desde su espalda baja, con la cola casi tocando su trasero. Las alas se desplegaban sobre su costado, con el cuello y pico tocando parte de su abdomen, de una manera que lo hacía ver majestuoso, pero no cubría la herida de bala, ni lo que parecía ser algo escrito abajo... ¿Un nombre?
—¿Disfrutando la vista, Jade?
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al escuchar su voz, y darme cuenta de que me había pillado en el acto. Carraspeé, un tanto nerviosa en lo que me paraba erguida, alzando la barbilla y fingiendo no darle importancia a lo que pasaba.
—Tengo que volver a casa —dije firme, sobre esforzándome para evitar que el rubor cubriera mis mejillas. —. Iré a buscar un taxi.
—No —respondió firme, secándose el sudor con una toalla que luego dejó sobre sus hombros, para tomar un botellón de agua, mientras acortaba el espacio entre nosotros. —. Yo te llevaré.
El corazón se me aceleró ante su cercanía, y por instinto retrocedí un par de pasos, bajando la mirada hacia mis pies.
—¿Estás de acuerdo con eso, Jade? ¿O tienes alguna objeción?
Cerré los ojos, conteniendo la respiración para intentar calmar mis nervios y recuperar la postura. No podía permitir que tuviera la satisfacción de ver lo que su cercanía provocaba en mí. Abrí los ojos de nuevo, y fijé la mirada en él, manteniendo una expresión seria, y la barbilla alzada.
—No hay problema con ello. —me alcé de hombros, sin darle la mayor importancia.
—Bien —respondió, apretando el bote para que el agua saliera disparada hacia su boca. Aparté nuevamente la mirada, tragando saliva y preguntándome el motivo por el que tenía que hacerlo todo tan sensual. —. Me daré un baño, y te llevo.
Me pasó de lado y se retiró de aquella habitación, dejándome sola y permitiéndome volver a respirar tranquila.
Regresé a la habitación en la que dormí para ponerme mi ropa, y entré al baño para verme en el espejo, sintiéndome rendida ante mi propio reflejo. Me daba un poco de pena mi imagen, ya que estaba pálida, e incluso tenía ojeras. No podía hacer nada por mi rostro, así que solo me limité a dejar mi cabello suelto y peinarlo con los dedos. Para terminar, me puse mis zapatos de tacón y tomé mi bolso.
—¡Vamos, Jade!
Finalmente.
Salí de la habitación para ir a su encuentro, pero del otro lado solo logré divisar su cabello mientras desaparecía al bajar las gradas. No me sorprendía; tampoco creí que me esperaría. Suspiré hondo, y me encaminé hacia las gradas para comenzar a bajar, iba a pasos firmes y seguros, cuidando no caerme con mis zapatos altos, y entre más me acercaba a los últimos escalones, comencé a escuchar una voz femenina provenir de la sala de estar.
—¿Es cierto lo que oí? —preguntó aquella mujer con voz melodiosa.
—Sé más específica. —respondió Caín, en un tono serio, podría decir que incluso era de fastidio.
—¿Hamilton te pidió casarte con su hija a cambio de continuar con su sociedad?
Seguí escuchando la conversación, mientras bajaba las gradas a pasos lentos, sin intención de interrumpir, luego de reconocer aquella voz; se trataba de Rebeca Stain.
—¿Qué más oíste? —inquirió Caín.
—Pues, nada más. El contacto solo se enteró que rechazaste a Fresia Hamilton porque la escuchó llorar a gritos que tú no la amabas... al parecer casi destruyó la oficina de su padre en medio del berrinche.
«Cielos, esa niña había perdido la cabeza»
—¿El contacto? Mejor dime quién espía para Stain dentro de la empresa de los Hamilton —exigió Caín, y en ese momento comprendí el motivo por el que quería que fingiéramos frente a toda la empresa... ¡había espías por todos lados!
—¿Me creerías si te dijera que ni yo sé quién es?
Llegué a la planta baja y me detuve frente al umbral que daba a la sala de estar, viendo al par de pie uno frente al otro. El tono en la voz de mi jefe no me engañaba, y su rostro también lo delataba, estaba furioso; pero eso no parecía molestarle a Rebeca Stain, que no hacía falta mencionar lo atractiva que se veía con un vestido corto, azul eléctrico, ceñido a su esbelto y muy proporcionado cuerpo, con su melena rizada cayendo por sus hombros. En ese momento acortó el espacio entre ambos para rodear sus brazos alrededor del cuello de Caín y pegarse a su cuerpo de una manera sugerente y coqueta.
—Papá es muy reservado con eso. —dijo, jugueteando con la solapa de la camisa de Sloan.
—Es eso, o no confía en ti. —respondió, indiferente al contacto, antes de alzar su mirada azul grisácea y fijarla en mí, haciéndome estremecer, y provocando que Rebeca sintiera curiosidad y se girara para saber qué llamaba su atención.
Abrí los ojos ampliamente, sintiéndome nerviosa ante aquel par de miradas, y las piernas me temblaron, hasta el punto de sentir que me desvanecería en cualquier momento. Literalmente quería poder meter la cabeza bajo la tierra para ocultarme, a pesar de ser consciente de que nada había pasado en aquella casa la noche anterior.
—Rebeca, ¿recuerdas a mi secretaria? —preguntó Caín, mientras apartaba los brazos de aquella mujer de su cuello.
Ella asintió, en lo que se giraba en mi dirección, esbozando una sonrisa ladina.
—Claro —respondió tranquila, extendiendo más su sonrisa. —. Como olvidar a mi heroína. Me ayudó con las esposas aquel día, e incluso me preguntó si no quería que llamara a la policía.
—¿A la policía? —inquirió Caín, un tanto incrédulo.
Tragué grueso.
—Sí, es tan adorable. —continuó ella.
Él posó la mirada en mí con una expresión interrogante, y todo lo que pude hacer fue presionar los labios con fuerza, intentando esbozar una sonrisa inocente, mientras me encogía de hombros.
No iba a negarlo para quedar bien con él, porque sí estaba dispuesta a denunciarlo aquel día.
Caín rodó los ojos en un gesto irritado, antes de avisar que había olvidado las llaves en su habitación, y que iría a buscarlas. Lo observé mientras subía las gradas; iba vestido semi formal con un pantalón negro, y una camisa de botones remangada hasta sus codos.
—Jade, ¿cierto?
—Sí. E-Es un gusto verla de nuevo, señorita Stain. —me obligué a concentrarme en la mujer que se encontraba frente a mí.
—¿Señorita Stain? —preguntó, en un ligero tono de burla. —. Cariño, ya me has visto desnuda, mínimo llámame Rebeca —acortó el espacio entre nosotras, sonriendo con complicidad. —. Así que al final te diste cuenta de lo que te perdías —comentó con picardía.
—¿D-Disculpe? —pregunté, un tanto incómoda por la forma en que me veía. No lograba descifrarla, y eso me incomodaba.
—No te juzgo —se cruzó de brazos. —. Él es irresistible.
—¿Qué? N-No, esto no es lo que usted cree —me apresuré a responder, alzando las manos en señal de paz. —. Un accidente y la tormenta me impidieron llegar a casa, por eso tuve que pasar la noche aquí, pero nosotros no...
—Tranquila —ella comenzó a reír. —. Te dije que no somos nada serio, solo es sexo... ahora, me preocupa que tu respuesta incluyera un "nosotros no", porque eso significa que estuviste sola con ese hombre toda la noche y no lo aprovechaste.
¡Santos cielos! ¿Un poco de pudor de su parte era mucho pedir?
—¿Prefieres a las mujeres? Yo no juzgo.
—¿Qué? —pregunté, frunciendo el ceño.
—No, tienes razón, si estás embarazada es que no.... ¿Es por el padre de tu hijo?
Aquella conversación se tornaba cada vez más incómoda, y por primera vez en la vida, rogaba para que Caín apareciera.
—E-Él no está en nuestras vidas —respondí, alzándome de hombros.
Ella me escrutó de pies a cabeza, y sabrá Dios lo que pensaba, mientras una sonrisa ladina se mantenía en sus labios, en tanto revoloteaba a mi alrededor, examinándome como si fuese alguna obra en exhibición.
—¿S-Sucede algo? —me atreví a preguntar, siguiéndola con la mirada, un tanto nerviosa.
—No —se detuvo frente a mí —. Solo pienso en lo atractiva que eres, ¿no es así Caín?
Volteé la cabeza tan rápido, luego de oír aquel nombre, que mi cuello se quejó, y no pude hacer más que acariciar mi nuca, quejumbrosa, mientras me giraba por completo, dándole la espalda a ella, y suspirando de alivio al verlo cruzar el umbral de la sala de estar.
—¿De qué hablas?
—Tu secretaria es muy atractiva —Rebeca se posó a mi lado, y sin previo aviso me tomó del mentón, con sus dedos índice y pulgar presionando mis mejillas. —. Eso es lo que yo creo —lentamente, con aquella sensualidad que la caracterizaba, me rodeó hasta quedar tras mi espalda y posó las manos en mis hombros, con sus dedos jugueteando algunas hebras de mi cabello. Su cercanía me ponía realmente nerviosa. —. ¿No te parece?
Caín arqueó una ceja en lo que me veía de pies a cabeza, para luego posar la mirada en Rebeca.
—¿Acaso pretendes proponerle un trio a mi secretaria?
«Espera, ¿trio de qué o qué?»
—Algo así.
Su respuesta me erizo la piel, de verdad, sentí escalofríos. ¿Qué rayos estaba pasando? No lo sabía, pero quería que aquel par me dejara fuera de sus cosas.
—Está embarazada. —continuó Caín. —. Deja de acosarla.
—Yo no hago eso —se alzó de hombros, en lo que se apartaba de mí para volver a posarse a un lado.—. Sé lo del embarazo, y que el padre de su bebé no está en su vida —se giró para verme. —. Está científicamente comprobado que las mujeres sienten mayor deseo sexual durante el embarazo, ¿Cómo lo satisfaces? Solo quiero ayudar.
Abrí los ojos de manera tan amplia, que por poco se salían de sus orbes, al mismo tiempo en que comencé a toser intensamente luego de atragantarme con mi propia saliva.
—Bien, se acabó. Jade, hay que irnos —dijo Caín, interrumpiendo aquella extraña conversación, lo cual agradecí con el alma, mientras avanzaba hacia la salida. —. Rebeca, si decides marcharte, sé prudente al momento de salir de aquí. Igual tendremos que hablar más tarde.
Ella sintió con la cabeza.
—A-Adiós, seño... Rebeca. —me corregí, al despedirme.
Ella sonrió, me guiñó un ojo, y se despidió de mí con un gesto de mano. No lo dudé ni un segundo, antes de apresurarme a seguir a Caín para salir de aquel incómodo ambiente.
Cielos, Rebeca Stain era tan, tan... ¡ni siquiera sabía cómo describirla!
Ambos permanecimos en completo silencio durante el camino hacia mi edificio, y mientras el prestaba atención a la carretera, yo veía a través de la ventana algunos de los estragos que había provocado la tormenta de la noche anterior. Incluso vi los restos metálicos que dejó el accidente que bloqueó el camino.
—Es aquí —le señalé el lugar, y me quité el cinturón. —. Gracias y... ¿qué hace? —inquirí, al verlo imitarme y bajar del auto.
—Te llevaré hasta tu apartamento —dijo con firmeza, caminando hacia la puerta. —. ¿No vienes?
Resignada a que nada lo haría cambiar de opinión, decidí ingresar con él al edificio y tomar el elevador para subir hasta mi piso. Lo observé de reojo la mayor parte del tiempo, viendo como examinaba todo el lugar, manteniendo una expresión nula en el rostro, lo que me impedía interpretar lo que estaba pensando.
En aquel espacio no había mucho que admirar, todo era sencillo; pasillos estrechos, pinturas gastadas, y puertas de madera rustica. Pero no me quejaba, era acogedor y siempre lo mantenían muy limpio, aparte de que el precio se ajustaba a nuestro presupuesto.
—E-Es aquí. —dije, acomodándome el cabello tras la oreja.
Lo miré a los ojos, esperando a que anunciara que había llegado el momento de marcharse. En lugar de hacer eso, se quedó ahí de pie, viéndome con una ceja arqueada, lo que me dio a entender que no planeaba retirarse aún.
Presioné los labios y forcé una sonrisa, en lo que tomaba las llaves de mi bolso para abrir la puerta. Pero antes de que siquiera pudiera tomar la perilla, alguien abrió desde el interior y segundos más tarde la imagen de Byron apareció del otro lado del umbral.
—¡Joder, Jade! —exclamó, posando las manos en mis hombros y presionándome un poco. —. Maldición, ¿qué pasó contigo?
—Tranquilo —dije, sintiendo como el corazón se me encogía al ver la angustia en sus facciones. —. Oye, estoy bien —acaricié su mejilla. —. Me quedé sin batería, y olvidé llamar.
—No vuelvas a hacer esto, en tu vida —dijo con seriedad, antes de besar mi frente repetidas veces para luego abrazarme. —. Nos asustaste, Leila me llamó, casi llorando, porque no sabía nada de ti.
«Santos cielos»
—Lo siento —dije, apartándome de él. —. Te juro que no fue mi intención asustarlos así y...—dejé de hablar en el momento en que noté que Byron ya no me prestaba atención, y que en su lugar, mantenía la mirada fija en la esquina derecha.
Giré la cabeza hacia lo que él veía y fruncí el ceño en confusión al encontrarme con aquella intensa y penetrante mirada azul grisácea puesta sobre nosotros; Caín estaba serio, y sus ojos levemente entornados parecían querer observar en lo más profundo de nuestras almas.
Supuse que quizás estaba ofendido porque prácticamente olvidé que iba acompañada y lo dejé de lado, así que me apresuré a intentar resarcirlo todo al presentarlo.
—Byron —me aclaré la garganta para llamar su atención, pero de nada sirvió, seguía viendo a Caín con una expresión seria, pero supuse que se debía a que no sabía quién era él. —. Te presento a mi jefe, Sloan... señor Sloan, mi amigo, Byron.
Contrario a lo que creí que harían, como ser amables, y estrecharse las manos, ambos se limitaron a observarse mutuamente con expresiones serias, tornando todo aquello un tanto incómodo.
—¡Jade! —Leila apareció detrás de Byron, y no dudó en saltar hacia mí y abrazarme con fuerza.
Tuve que pararme firme para no caer, pero no me importaba, porque también la había extrañado. Le correspondí el abrazo con la misma intensidad, pidiéndole perdón una y otra vez pese a saber que no era merecedora por hacerla pasar por tanta angustia.
—Me alegra que estés bien. La tormenta me atrapó en el trabajo, y cuando llegué esta mañana no estabas. Casi me da un infarto, así que llamé a Byron e íbamos camino a buscarte. —me comentó, con la voz temblorosa.
—Tranquila, estoy bien. Un accidente me impidió el paso, pero el señor Sloan me dio posada en su casa.
Ella frunció el entrecejo, un tanto confundida, antes de desviar la mirada hacia el hombre en la esquina. Abrió los ojos de par en par, y se volvió hacia mí, sin siquiera intentar disimular su asombro.
La culpa me abandonó, y en su lugar quise golpearla por indiscreta.
—Leila, te presento a Caín Sloan —me giré hacia él. —. Ella es Leila Clark.
—Un gusto. —se limitó a responder aquel hombre, saludando con un gesto de cabeza. —. ¿Podemos hablar? —se dirigió a mí.
Asentí, diciéndole a mis amigos que nos reuniríamos en un momento. Cerré la puerta para más privacidad, y lo animé a que prosiguiera, con la esperanza de que me dijera qué hacía ahí, para empezar.
—Si haremos esto, creo que es necesario que mínimo sepa dónde vives —dijo, guardando las manos en sus bolsillos. —. ¿Escuchaste lo que dijo Rebeca? No lo del Trio —aclaró. —. Hay espías por todos lados, tenemos que ser muy cuidadosos incluso con los pequeños detalles.
—Lo entiendo —me apresuré a responder, asintiendo frenéticamente. —. Tranquilo, daré mi mejor esfuerzo.
El frunció el ceño, luciendo molesto, y eso me desconcertó. ¿Qué había hecho para que se molestara?
—Esta vez los errores no serán tolerados, Jade —me dijo con advertencia. —. Nos vemos el lunes.
—H-Hasta el lunes. —respondí, un tanto desconcertada por su reacción y comentario.
Abrí la puerta del apartamento, y me topé de golpe con aquel par; estaban espiando claramente, pero ni siquiera se molestaron en disimularlo, en especial Byron, que mantenía los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—Tu jefe no me agrada. —dijo con seriedad. —. No me parece una buena persona, aparte de que es arrogante y muy sombrío.
No comprendí porqué le sorprendía, si me quejaba de ello diariamente luego del trabajo.
—Yo solo diré que te concentraste tanto en hablar de lo perverso que era, que olvidaste mencionar su atractivo físico con mejores detalles —comentó Leila. — . ¡Por todos los cielos! Parece que el creador mismo se tomó el tiempo para moldear cada pequeño detalle en él... es guapísimo.
Byron alzó ambas cejas, girando de súbito para verla con incredulidad. ¿Un resumen de aquel par? Aun no tenían una relación, porque ninguno tomaba el valor de decirse lo que sentía, lo cual me frustraba ya que había renunciado a todos mis planes para que pudieran estar juntos. A pesar de eso, no estaba dispuesta a intervenir, porque esperaba que lo de ellos surgiera de manera natural.
—Concéntrense —di una palmada para llamar la atención de ambos. —. Que su sexi apariencia no te haga perder la cabeza; ese hombre es perverso. Es apuesto, pero cruel y no le importan para nada los sentimientos ajenos —presioné los labios al recordar nuestra conversación en la cena. —. Será mejor que se sienten, porque tengo mucho qué contarles. —sugerí, tomándolos de los brazos para guiarlos hacia la sala de estar.
Les dije todo lo ocurrido, desde la reunión con Hamilton y la mentira de Caín, hasta como había terminado en su casa y aquella propuesta tan tentadora y dañina que me había hecho, ¡y válgame!, yo había aceptado.
—Tu jefe es un idiota al pedirte eso, sabía que por algo no me caía bien —dijo Byron, sumamente molesto, mientras se ponía de pie y comenzaba a andar de un lado a otro. —. No lo harás, no pondrás en riesgo tu dignidad. —sentenció.
—Estoy de acuerdo con Byron —lo apoyó Leila. —. Tú quedarás por los suelos y él campante, librándose de casarse con una niña rica mimada que, aunque no lo acepte, tiene mucho en común consigo mismo... Jade, eso podría llegar hasta el pueblo, ¿qué dirán tus padres si se enteran?
—Nada —respondí firme. —. Porque no haré lo que me ha pedido.
Ambos se observaron entre sí, frunciendo el entrecejo, antes de verme con curiosidad. Quizás creyeron que habría una discusión en la que tendrían que convencerme.
—Ya lo pensé, y casi no dormí en toda la noche dándole vueltas en mi cabeza —suspiré profundo. —. Seguiremos con el plan, solo que esta vez ante los ojos de todos habré perdido al hijo que tendría con Caín Sloan. Luego esperaremos un tiempo a que ya todo esté solucionado, y terminaremos la falsa relación, diciendo que después de lo ocurrido lo nuestro ya no fue igual y el amor menguó. Así, yo me retiraré de la empresa con mi dignidad intacta, y con los gastos del tratamiento de mi hermano cubierto.
Finalmente había completado aquel rompecabezas, y tenía una solución infalible a todos los problemas; tanto los míos, como los del idiota de mi jefe.
Nada podía salir mal.
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