Capítulo 12
Los días siguieron transcurriendo con toda la normalidad posible; y ya que los planes habían cambiado, decidí hacerle caso a Leila y dejar de "tocarle los cojones" a Caín, como solía decir él.
La situación en la empresa comenzó a aplacarse, aunque aquello no significaba que todo estaba bien. Al contrario, la pesadilla aún no terminaba después de dos semanas. A Caín le costaba trabajo recuperar a los Hamilton, algo que no entendía ya que al fin y al cabo solo había sido el error de una torpe secretaria.
Y hablando de mí, mi vida también era una locura ya que debía organizar las citas de Caín, e ir con él de un lado a otro, asistiendo a las diversas reuniones con sus socios, archivando documentos, pasando otros a digital, y siempre, absolutamente siempre, llevándole el maldito café.
—Jaden, recuérdame a qué hora es la reunión con Hamilton. —me pidió Caín, cuándo entré a su oficina a recoger un folder.
Finalmente había llegado el día en que se decidiría el destino de su sociedad.
—Esta tarde, a las cuatro. —respondí.
—No me ajustará el tiempo —murmuró, viendo su reloj. —. Necesitaré que vayas a mi casa a buscarme un traje más formal.
El corazón se me detuvo por cuestión de segundos.
—No, señor Sloan le advertí que...
—Los perros se encuentran en el veterinario —respondió con un tono de fastidio. —. No te ordenaría ir si así no fuese. Estás embarazada, no soy un monstruo.
«Di lo que quieras, pero sí que lo eres»
Mordí mi mejilla interna, desviando la mirada para que no notara la expresión titubeante en mi rostro.
—E-Está bien, jefe —respondí, comenzando a andar.
—No era una pregunta, no tenías opción. —lo oí bufar ante mi respuesta.
Me detuve en seco, para verlo con una expresión de pocos amigos.
—Toma las llaves de mi auto y márchate, Jaden. No hay mucho tiempo. —dijo, sin darle importancia a mi molestia.
"Evita molestarlo, gana su favor y quizás no te despida"
Repetía las palabras de Leila, como si fuesen algún tipo de calmantes capaces de frenar las ganas de responderle de mala manera a aquel idiota.
Resignada, tomé las llaves y emprendí el viaje hacia su casa. No mentía, los perros no estaban, así que fue fácil entrar y salir sin ningún problema; iba tan apresurada, que ni siquiera me dio tiempo o interés de curiosear en su casa, solo tomé uno de aquellos lujosos trajes, una caja de zapatos y me apresuré a volver.
—Falta apenas media hora —me dijo al verme cruzar la puerta, en lo que se ponía de pie para comenzar a desabrochar su camisa.
Y una vez más, mis ojos pudieron apreciar aquel excepcional y varonil cuerpo, cuyos músculos, sin llegar a ser exagerados, incitaban a querer tocarlos. Aunque, como siempre, lo que más llamaba la atención era la cicatriz en su costado.
—Necesitaré encontrar la ruta con menos tráfico.
—Mucha suerte, Jefe. Nos vemos mañana. —dije, dándole la espalda com la intención de marcharme.
—No, tú vienes conmigo —sentenció, de pronto, haciéndome anclar los pies en el suelo.
—¿Disculpe?
—Necesito que estés ahí, es una reunión importante.
—Pero, señor Sloan, mi horario de salida.
—Te pagaré las malditas horas extras —dijo con irritación. —. Ahora toma tus cosas y vámonos.
¡¡Era un maldito infeliz!!
Atada de manos, y renegando entre dientes, me dirigí hacia mi cubículo para tomar mi bolso, y un par de folders con papeles que Caín necesitaría para la reunión con los Hamilton; informes sobre la situación económica de H&J. Tenía aquella información en digital, pero al parecer a Harold le gustaba tenerlo todo en físico.
—No te sientes atrás, no soy tu chófer. —me dijo, una vez que abrí la puerta trasera.
Fruncí el ceño con fastidio, y cerré la puerta de un azote, provocando que ampliara los ojos con desconcierto, para luego fruncir el ceño en un gesto de evidente molestia.
Lejos de mostrarme arrepentida, alcé la barbilla y me encaminé hacia el lado del copiloto para abrir la puerta y entrar.
Me llevaba a la fuerza, fuera de mi horario, así que no debía esperar que fuera con una sonrisa.
Era la primera vez, en mis seis meses trabajando para Sloan, que asistía a la empresa de sus socios; los Hamilton. Y no por nada era el socio mayoritario, si contaba con todo un Imperio comercial que se reflejaba a través de aquel enorme edificio de aproximadamente quince pisos.
—Vamos al último —anunció Caín, cuando bajamos del auto. —. Estás aquí para ayudarme a anotar lo más importante que diga, revisar mi agenda y asegurarte de que mis futuras reuniones con Harold, si es que las habrá, no colisionen con otros compromisos. Cierra la boca, y no seas impertinente en su presencia.
—Así será, jefe. —presioné los labios, y los curveé en una sonrisa, un tanto inocente.
Me vio con advertencia, en lo que nos adentrábamos en el enorme edificio. Observé con asombro aquel hermoso lugar, a diferencia de Sloan BC Company donde se utiliza mucho cristal, La empresa Hamilton estaba decorada en su mayoría con bellas estructuras de madera, plantas en macetas, enredaderas en las paredes y fuentes de agua en las esquinas.
Se veía tan natural y lleno de vida que me provocó paz mental, pero esta terminó una vez que nos subimos al elevador, y mientras esperábamos llegar al piso indicado, Caín y yo nos encontrábamos lo más distanciados posible en aquel reducido espacio; ambos de brazos cruzados viendo en direcciones contrarias.
—Señor Sloan, bienvenido. —dijo con emoción el señor Hamilton, una vez que llegamos a su oficina. —. Es un gusto tenerlo aquí.
—El gusto es mío —respondió Caín, estrechando su mano, para luego girarse hacia la joven pelirroja que sonreía contenta —. Señorita Fresia. —tomó su mano y besó sus nudillos.
—Me alegra verlo de nuevo, señor Sloan. —dijo en un tono muy coqueto.
Los tres entablaron una conversación sobre cosas triviales; al parecer las lecciones de Fresia con Caín fueron suspendidas ya que la joven había ido de vacaciones al extranjero; y ahora que había regresado, debían ponerse al día.
Yo era un cero a la izquierda en aquella conversación, tan invisible como el viento, y todo lo que podía hacer era permanecer ahí de pie, sintiendo como mis zapatos de tacón comenzaban a quemar mis pies agotados.
—Empecemos —dijo al fin, invitando a Caín a sentarse frete a su escritorio.
Él le agradeció, e hizo un gesto con la cabeza para que me sentara a su lado. Fresia se sentó junto a su padre, del otro lado del escritorio, y así quedamos frente a frente.
Quería apuntarlo todo en las notas de mi celular, pero temía que Hamilton lo viera como una falta de respeto, por lo que decidí anotarlo en una libreta y para no perderme ningún detalle, escribiría todo lo que dijesen.
—No pretendo ocultar mi inconformidad con lo ocurrido, Sloan
—Y no pretendo que lo haga —respondió Caín. —. Cometí un error muy tonto, y aún estoy tratando de revertirlo.
Finalmente tocaron aquel tema, y mi conciencia me hizo sentir tan avergonzada, que me encogí en mi asiento, pese a que frente a sus socios, Caín tomó la responsabilidad completa por lo ocurrido. Nadie sabía que fue mi error, y la verdad era que no entendía porque se atribuía la culpa.
—Lo entiendo —suspiró. —. Pero también necesito que tú comprendas mi posición; es un riesgo muy grande el que me pides asumir.
—Solo le pido que confíe en mí, señor Hamilton. En el tiempo que ha pasado desde que asumí el control de las empresas, ¿Cuándo lo he decepcionado?
—Cuando tomaste la decisión de aceptar a H&J como tu socio, eso es algo que por más vueltas que le doy en mi cabeza, no consigo entender.
«¿Aceptar a H&J?»
Giré la cabeza en dirección a Caín, quién solamente mantenía una expresión seria mientras estaba concentrado en escuchar lo que Hamilton tenía que decir.
Según entendí, le dijo a sus socios que el aceptar a H&J había sido su decisión, no un error. Pero no lo entendía, ¿Qué necesidad tenía de mentir?
—Quiero apoyarte en todo, Sloan.
—Se lo agradezco. —respondió Caín, asintiendo lento.
—Pero... —entonó aquel hombre, y presioné los labios para no sonreír con burla, recordando lo mucho que Caín detestaba los "peros". —. Necesito una garantía de que realmente sabes lo que haces, y que no permitirás que esto nos destruya.
—Tiene mi palabra. —respondió Caín, alzando la barbilla.
—Lo cual aprecio, pero no considero suficiente —rebatió. —. Comprendo tu situación, Sloan, sé que tienes un gran peso sobre tus hombros. Tienes visión, eso es algo que me agrada de ti, y por eso quiero ayudarte a salir adelante. Estoy dispuesto a seguir siendo tu socio mayoritario, pero con una condición.
—¿Qué condición? —inquirió, arqueando una ceja.
—Fácil —respondió aquel hombre. —. Quiero que te cases con mi hija.
Dejé de escribir en el momento en que esas palabras abandonaron los labios de Hamilton, y sin disimulo alguno alcé la mirada para verlos, perpleja. Después observé a Caín por el rabillo del ojo, y por primera vez en meses logré ver una expresión nueva en su rostro, una de verdadero terror.
Reí para mis adentros y bajé la mirada, presionando mis dedos alrededor de aquella tinta, dispuesta a seguir escribiendo todo lo que pasaba.
—S-Señor Hamilton —se aclaró la garganta. —. Esto es...
—La mejor de las soluciones —dijo el hombre. —. No hay mejor manera de fortalecer una sociedad, que uniendo los intereses. Después de todo, Fresia es la heredera de todos mis bienes.
¿En qué año se encontraba el señor Hamilton? Casar a su hija por conveniencia era muy primitivo, desde mi punto de vista; ni en mi pueblo se veía eso, pese a que cuando mamá era joven los ancianos aún cambiaban a sus hijas por vacas.
Pero aquello no parecía molestarle a Fresia Hamilton, al contrario, el brillo en sus ojos, y la sonrisa coqueta en sus labios solo confirmaba mi sospecha; todo aquello había sido orquestado por ella, quería aprovechar la situación para pescar al hombre más codiciado, pero malvado, que podía existir en aquella industria.
Miré disimuladamente a Caín, notando como tragaba saliva, viendo con ojos amplios al par frente a él.
No hacía falta preguntarle para saber que no quería casarse con la hija de su socio. Pero tampoco podía darse el lujo de perder a Hamilton... Estaba entre la espada y la pared.
«¡¡Bendito Karma!!»
Tuve que esforzarme en gran manera para no reír a carcajadas y burlarme en su cara. Él se removió en su asiento, así que fingí no prestarle atención a lo que ocurría y volví a concentrarme en seguir escribiéndolo todo; aquello quedaría para la historia en mi registro.
—Señor Hamilton —hizo una pequeña pausa, suspirando. —. Esto es muy inesperado, y me resulta un tanto halagador el hecho de que confié en mí, como para entregarme a su hija. Pero, con su perdón, y el de Fresia, tendré que negarme a esa condición, porque ya me encuentro en una relación.
«¡Dios mío! Se negó, realmente se atrevió a rechazarlo»
—¿Una relación? —preguntó Fresia, exaltada. —. Tú no estás en una relación, eres soltero, lo sé.
—Lo siento, Fresia, pero no es así —respondió, tranquilo. —. Hay una mujer, de la que estoy totalmente enamorado, solo que no lo hemos hecho público, debido a que podría considerarse algo controversial...
«Santos cielos, santos cielos. ¿Va a mencionar a Rebeca? Esto está mejor que una telenovela cuyo título sería: Enamorado de la hija de mi rival»
—¿Controversial en qué sentido? —Fresia insistió en preguntar, con mucha aflicción en su voz.
—En el hecho de que me he enamorado de alguien que no debía.
«Vaya, Vaya la representación del mal hablando de amor, qué irónica la vida»
Estaba sumida en mis pensamientos, burlándome de la situación de Caín, cuando de pronto sentí su mano fría posarse en mi pierna, muy cercana a mi muslo, y me sobresalté, alzando la mirada para verlo a la cara, con una expresión estupefacta.
—Estoy enamorado de mi secretaria. —dijo, dándome un ligero apretón.
Abrí los ojos de una manera tan amplia, que parecía que se saldrían de sus orbes, al mismo tiempo en que mi rostro perdía todo el color. Entreabrí la boca, balbuceando consternada.
—¡Eso es mentira! —chilló Fresia, parándose de súbito, con sus delicadas y finas manos golpeando con fuerza el escritorio de su padre. —. Ella no es tu novia, yo lo sabría.
—Lamento mucho la desilusión —insistió, conservando su postura, ya que sabía que no debía perder los estribos frente a un socio tan importante. —. Pero es en serio —de la nada, tomó mi mano con la que anteriormente tenía en mi pierna, y la guio hacia sus labios para besar mis nudillos. —. Estoy enamorado de esta mujer, y estamos esperando nuestro primer hijo juntos.
«¡Me lleva la...!»
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